Plinio Corrêa de Oliveira

Nobleza

y élites tradicionales análogas en las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana

 

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Editorial Femando III, el Santo

Lagasca, 127 - 1º dcha.

28006 — Madrid

Tel. y Fax: 562 67 45

Primera edición, julio de 1993.

Segunda edición, octubre de 1993

© Todos los derechos reservados.


NOTAS

Algunas partes de los documentos citados han sido destacadas en negrita por el autor.

La abreviatura PNR seguida del número de año y página corresponde a la edición de las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana publicadas por la Tipografía Políglota Vaticana en Discorsi e Radiomessaggi di Sua Santitá Pió XII cuyo texto íntegro se transcribe en Documentos I.

El presente trabajo ha sido obtenido por escanner a partir de la segunda edición, de octubre de 1993. Se agradece la indicación de errores de revisión. 


DOCUMENTOS VIII

El feudalismo, obra de la familia medieval

 

Sobre el papel de la familia en la constitución de la sociedad feudal, Frantz Funck-Brentano, miembro del Instituto de Francia, escribe en su célebre libro El Antiguo Régimen:

“El Antiguo Régimen ha nacido de la sociedad feudal. Nadie contradice esto. En cuanto al feudalismo, fue producido en esta época sorprendente que se extiende desde mediados del siglo X hasta mediados del siglo XI, por la antigua familia francesa que transformó en instituciones públicas sus instituciones privadas.

“En el transcurso de los siglos IX y X, la sucesión de las invasiones de los bárbaros, normandos, húngaros y sarracenos había sumergido el país en una anarquía en la que se habían hundido todas las instituciones. El campesino abandonaba sus campos arrasados, para huir de la violencia; el pueblo se cobijaba en lo más intrincado de las selvas o en laudas inaccesibles, y se refugiaba en elevadas montañas. Los lazos que servían para unir a los habitantes del país se rompieron; las reglas consuetudinarias o legislativas se quebraron también; nada gobernaba ya la sociedad.

“En esta anarquía es donde se realizaba el trabajo de la reconstrucción social, con la única fuerza organizadora que permaneciera intacta, y bajo el único refugio que nada puede derrumbar, pues tiene sus cimientos en el corazón humano: la familia.

“En medio de la tormenta la familia resiste, se fortalece y toma una mayor cohesión. Obligada a subvenir a sus necesidades, crea los órganos que le son necesarios para el trabajo mecánico y agrícola, y para la defensa a mano armada. Ya no existe el Estado, la familia ha ocupado su lugar, la vida social se estrecha en torno al hogar; la vida común se limita por las fronteras de la casa y del finage (circunscripción territorial), o sea se encierra en la casa y su recinto.

“Pequeña sociedad ésta, vecina de otras pequeñas sociedades semejantes, constituidas sobre el mismo modelo, pero aislada de ellas a la vez.

“Al comienzo de nuestra Historia, el jefe de la familia recuerda al paterfamilias antiguo. Manda al grupo que se forma en torno suyo y que lleva su nombre, organiza la defensa común, reparte el trabajo conforme a la capacidad y a las necesidades de cada uno. Reina —esta palabra la encontramos en textos de la época— como amo absoluto. Se llama sire. A su mujer, la madre de familia, la llama dame (domina).

“La familia vive en su residencia fortificada. El hombre padece, ama, trabaja y muere en el lugar donde ha nacido. El jefe de la familia es a ratos guerrero y a ratos agricultor. Como los héroes de Homero. Las tierras que cultiva se concentran alrededor de su vivienda.

“La familia, bajo la dirección del jefe, es capaz de edificar su albergue, construir ganchos y arados. En el patio interior reluce el fuego de la fragua, donde se forjan las armas sobre el yunque sonoro. Las mujeres tejen y tiñen las telas.

“La familia llegó, pues, a ser para el hombre una patria y los textos de la época la designan con la palabra latina patria. Se la ama con una ternura mucho mayor por tenerla ahí, viva y concreta, ante los ojos de cada cual. Inmediatamente hace sentir su poder y también su dulzura; amada y fuerte armadura, protección necesaria... Sin la familia, el hombre no podría subsistir. Así se han formado los sentimientos de solidaridad que unieron entre sí a los miembros de la familia, sentimientos que bajo el impulso de una tradición soberana, irán desenvolviéndose y concretándose.” [1]


NOTAS

[1] Ediciones Destino, Barcelona, 1953. pp. 12-14.