Plinio Corrêa de Oliveira

Nobleza

y élites tradicionales análogas en las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana

 

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Editorial Femando III, el Santo

Lagasca, 127 - 1º dcha.

28006 — Madrid

Tel. y Fax: 562 67 45

Primera edición, julio de 1993.

Segunda edición, octubre de 1993

© Todos los derechos reservados.


NOTAS

Algunas partes de los documentos citados han sido destacadas en negrita por el autor.

La abreviatura PNR seguida del número de año y página corresponde a la edición de las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana publicadas por la Tipografía Políglota Vaticana en Discorsi e Radiomessaggi di Sua Santitá Pió XII cuyo texto íntegro se transcribe en Documentos I.

El presente trabajo ha sido obtenido por escanner a partir de la segunda edición, octubre de 1993. Se agradece la indicación de errores de revisión. 


El "Triunfo de la Cátedra de San Pedro" ― monumento en donde se encuentra guardado el propio trono del Príncipe de los Apóstoles  ― en el ábside de la Basílica de San Pedro. Fotografía sacada durante la Misa de Canonización de la Madre Cabrini - julio de 1946

 
APÉNDICE I

 

En el Brasil colonial, en el Brasil imperial y en la República brasileña: génesis, desarrollo y ocaso de la “Nobleza de la Tierra”

 

El papel de la incorporación de elementos análogos a la Nobleza originaria

 

Las élites análogas a la Nobleza constituyen un tema de interés tanto para Europa como para el Nuevo Mundo; tal vez aún más para este último, pues la Nobleza —pese a haber tenido en algunas partes del continente americano la condición de clase social con contornos y contenido jurídico definidos, como en Europa— no ha ejercido como tal, en la andadura histórica de ninguna de las tres Américas, un papel ni de lejos tan preponderante como el que tuvo la clase noble en la historia del viejo mundo. Fueron las élites aristocráticas, formadas orgánicamente en el propio suelo americano —incluyendo en su seno a los nobles que vinieron a parar a Iberoamérica y a América del Norte— las que desempeñaron durante mucho tiempo una función propulsora en la sociedad temporal.

Por el número de sus miembros, por su papel en la vida económica y social, así como por sus relaciones casi ininterrumpidamente pacíficas con las clases más modestas, el papel de las élites tradicionales ha sido preponderante.

Para quienes estudien el tema “aristocracia”, la consideración de las “élites análogas” les servirá de punto de partida para útiles reflexiones sobre lo que podrían ser en la sociedad contemporánea nuevas modalidades de Nobleza. Éstas podrían surgir en el caso de que algún gobierno monárquico —y en estos días se habla tanto de la restauración de varios de ellos— se dedicase a la tarea de constituir en torno a la Nobleza histórica nuevas variantes de Nobleza que, por su cuño tradicional, no estuvieran expuestas al riesgo de ser meros pedestales de arribistas. Se constituirían así como modalidades originales de Nobleza, las cuales vivirían armónicamente yuxtapuestas a la Nobleza primera o, con el curso del tiempo, se fundirían con ella.

Conviene, por tanto, presentar a título ilustrativo algunas informaciones, aunque sumarias, respecto a la formación de esas élites en Brasil. El lector tomará así conocimiento de cómo se constituyó de modo natural y orgánico una primera élite en Pernambuco, en Bahía y en alguna medida en otras partes del Nordeste brasileño a lo largo del ciclo socio-económico de la caña de azúcar.

La Corona portuguesa, movida por el deseo de estimular la plantación de caña de azúcar, y de consolidar así la colonización y población del territorio además de obtener ganancias económicas, concedió a los plantadores que tuvieran en sus tierras los ingenios apropiados para la producción del azúcar algunas de las prerrogativas de la antigua Nobleza. Estos plantadores —los “señores de Ingenio”— constituyeron una clase aristocrática, una nobleza de hecho.

La élite rural contaba también entre sus miembros con cierto número de familias oriundas de la aristocracia portuguesa trasladadas a la pujante colonia americana. Con la ampliación del área territorial cultivada fueron surgiendo nuevos propietarios rurales de azúcar no pertenecientes a la élite inicial. De modo también orgánico, estas diferentes vetas que componían la clase de los propietarios rurales se fueron fundiendo en una única élite que fue floreciendo gradualmente en prosperidad, así como en alto nivel de vida y distinción de comportamiento.

Un proceso análogo se dio espontáneamente en el desarrollo de las élites urbanas. En efecto, fue creciendo en el territorio brasileño el número de poblaciones, muchas de las cuales caminaban decididamente hacia la formación de ciudades. En estos centros urbanos se constituyó una élite original, formada sobre todo por quienes ejercían altos cargos públicos, civiles o militares, que entonces conferían nobleza. A éstos se les fue juntando cierto número de nobles o hidalgos portugueses afincados en la Colonia.

Al mismo tiempo fueron apareciendo, por las propias necesidades de la vida urbana, personas que, dedicándose a actividades diversas, —médicos, comerciantes, etc.— tenían un status civil y un nivel económico claramente distinto de los trabajadores manuales. Formaban la categoría de los llamados “hombres nuevos”. En el pequeño ámbito de las poblaciones o ciudades de entonces, dichas personas tenían un trato naturalmente frecuente con los elementos de la élite.

La yuxtaposición de los “hombres nuevos” con elementos de la élite urbana original dio lugar naturalmente a una gradual fusión que constituyó una aristocracia urbana y a su modo, en fin, también una Nobleza. Estos aristócratas urbanos juntamente con los miembros de la aristocracia rural formaron la clase dirigente de la vida municipal, con acceso a las principales funciones de gobierno del Municipio. A este conjunto se le denominaba corrientemente, entonces como “hombres buenos”.

En los posteriores ciclos socio-económicos del oro y de las piedras preciosas y, por fin, el del café, procesos semejantes se desarrollaron, no por un mero mimetismo sino por una comprensible analogía de circunstancias.

A la sociedad y a la nación que iban entonces germinando en Brasil les convenía mucho la propulsión de las élites, y dichas élites solo habrían de recibir beneficios del crecimiento cuantitativo y cualitativo que suponía la asimilación gradual al núcleo originario, de elementos a uno u otro título análogos a ella; de ahí que la formación de esos elementos semejantes y su asimilación sea de evidente interés para el bien común.

En la América hispánica, como podrán constatar quienes estudien el asunto, este proceso de formación de la nobleza y de las “élites análogas” se dio de un modo diferente. Así se podrá contemplar la pluralidad de problemas que la formación y ampliación de las élites levantó en tierras iberoamericanas, bien como la originalidad de las soluciones que allí se dieron a ellos.

*     *     *

Conviene destacar que el objetivo de los presentes apuntes sobre la “Nobleza de la tierra” tanto en el Brasil colonial como en el Brasil Reino Unido y en el Brasil Imperio, consiste en poner en evidencia el carácter profundamente natural y orgánico de la formación de la clase nobiliaria, sobre todo en el periodo inicial de nuestra historia, así como en dejar claro de qué modo se formaban entonces las élites paralelas a la nobleza y el natural acceso que, a partir de ellas, se podía tener a la clase nobiliaria.

Así pues, no se ha pretendido trazar aquí un cuadro completo de la nobleza brasileña —o mejor, luso-brasileña— en el estadio de desarrollo estructural en que ésta se encontraba el 7 de septiembre de 1822, fecha de la Independencia, ni de todas las modificaciones que la legislación imperial subsiguiente —fuertemente influida por el espíritu de la Revolución Francesa— habría de introducir en dicha clase. [1]

A - La formación de las élites en el Brasil Colonial

1. Los primeros pobladores

a) Las clases modestas

Fueron los elementos de las clases más modestas de la Metrópoli los que poblaron la América Lusa. Como señala Oliveira Vianna, se trataba de “elementos de la plebe, labradores del Miño, de Trás-os-Montes, de las Beiras, de Extremadura —hombres sobrios y honrados, aunque de pocos haberes, ‘hombres de calidades’, como se lee en algunas cartas de sesmarías [2]— que piden tierras y, oscura y silenciosamente, se van estableciendo con sus ganados grandes y pequeños en los campos y bosques del hinterland.” [3]

Entre esas clases más modestas no solo figuraban elementos de la plebe rural. Así lo afirma Alfredo Ellis Jr.: “Portugal, al colonizar la tierra brasileña, mandó para aquí gente de la burguesía, con formación urbana o semi-urbana comercial, no perfiladas por el ruralismo.” [4]

Había también entre estos primeros pobladores algunos degredados (reos de pena de destierro), aunque no constituían la mayoría. Oliveira Lima asevera: “El que la colonización brasileña haya sido llevada a cabo por desterrados es una leyenda ya desmentida. Por otra parte ser desterrado no equivalía entonces a ser un criminal en el sentido que le damos actualmente; se castigaba con la deportación delitos no infamantes, e incluso simples ofensas cometidas por gente buena. Los dos mejores poetas portugueses, Camões y Bocage, sufrieron pena de destierro en la India.” [5]

Algunos tránsfugas que habían cometido acciones ilegales en sus lugares de origen se servían de América como abrigo contra la Justicia, pues D. Juan III determinó “que no serían perseguidos por sus crímenes quienes aquí vinieran a refugiarse.” [6]

A esos elementos se añadieron a lo largo de los siglos los indios catequizados —por los que la Iglesia siempre batalló irreductiblemente para que no fuesen reducidos a esclavos—, quienes entraban en el nuevo contexto social casi siempre como trabajadores manuales. A los indios hay que añadir los esclavos importados de África. Su número fue mayor en Brasil, pero existieron también, aunque en proporciones muy variables, en una u otra colonia o virreinato dependiente de la Corona Española.

b) Los aristócratas y los hombres de letras

Sin duda, vinieron también a parar aquí a lo largo de los tiempos, procedentes de la Metrópoli, personas de nivel más alto por su instrucción o nacimiento. Esto los capacitaba para ejercer cargos públicos, civiles o eclesiásticos de cierta categoría, difundiendo así en el tosco ambiente de la naciente colonia elementos de cultura.

Entre ellas se destacan los Gobernadores-generales, los Gobernadores de las diversas partes de Brasil y los Virreyes, sin omitir a aquellos de entre los donatarios de las capitanías iniciales —todos nobles— que llegaron a residir durante cierto tiempo en sus respectivas tierras, como Duarte Coelho, de Pernambuco, y Martim Afonso de Sousa, de San Vicente.

Carlos Javier Paes Barreto, refiriéndose a los primeros colonizadores de la Capitanía de Pernambuco afirma que “no fueron escogidos únicamente entre la masa ignorante los pobladores nordestinos (...) Muchos de los que arribaron en la Nueva Lusitania eran descendientes de magistrados y estadistas de valor.” [7]

El Descubrimiento de Brasil. Cuadro de Oscar Pereira da Silva, Museo Paulista, São Paulo.

Fundación de São Vicente. Cuadro de B. Calixto. Museo Paulista, São Paulo.

El historiador Alfredo Ellis Jr. completa este cuadro: “Sería natural que Portugal hubiese mandado para aquí gente de todas las procedencias sociales. Aunque es verdad que predominó la burguesía en la población de Brasil, deben haber venido necesariamente en los primeros tiempos gente de la vieja aristocracia, hombres blasonados que encontraban sus estirpes fácilmente representadas en los salones de Cintra.” [8]

A propósito de los elementos de la Nobleza lusitana que aquí arribaron Oliveira Lima precisa que “no fueron los grandes nobles, los poderosos representantes de las casas de alta alcurnia (...) los que pasaron a ultramar, sino los representantes de la petite noblesse, (...) hidalgos, ya se sabe, o hijos de algo, que constituían la casta guerrera.” [9]

Y añade Oliveira Vianna que “fue precisamente esa pequeña nobleza la que más elementos nobles suministró a la nobleza brasileña e hispano-americana. Era gente con pocos medios e incluso empobrecida, que aquí emigraba para hacer las Américas, con la esperanza de poner remedio a la opresiva situación en que vivía la península.” [10]

c) La exigencia de la Fe

Según ciertos comentaristas de la Historia de Brasil, la colonización portuguesa se hizo muy principalmente con objetivos económicos, mientras que el ideal evangelizador ocupaba en ella un lugar muy secundario o, quizá, hasta un lugar de mero aparato en atención a las viejas tradiciones religiosas que aún conservaban restos de influencia en la Metrópoli lusa.

Esto no es cierto; el empeño misionero tenía gran importancia tanto en la mente de los Reyes como en la de todo el pueblo portugués.

En efecto, decía el Rey D. Juan III en el reglamento dado a Tomé de Souza el 17 de diciembre de 1548: “La principal razón que me ha movido a mandar poblar las tierras dichas del Brasil fue que sus gentes se conviertan a nuestra Fe católica.” [11]

Así pues, fuesen plebeyos, burgueses o nobles, oriundos de Portugal o de otras naciones, a todos los primeros pobladores, se les exigía una adhesión a la Fe católica en su integridad.

“Brasil se formó con sus colonizadores despreocupados de la unidad o pureza de raza. Durante casi todo el siglo XVI, la colonia estuvo abierta de par en par a los extranjeros. A sus autoridades sólo les importaba que fuesen de Fe o religión católica. Handelmann notó que para ser admitido como colono en el Brasil del siglo XVI, la principal exigencia era profesar la religión cristiana: ‘Solamente cristianos —y en Portugal eso quería decir católicos— podían adquirir sesmarías’. (...)

“A lo largo de ciertas épocas coloniales se observó la práctica de que fuera un fraile a bordo de cada uno de los navíos que llegaban a los puertos brasileños, a fin de examinar la conciencia, la Fe y la religión del recién llegado. Lo que entonces detenía a los inmigrantes era la heterodoxia; la mancha de herejía en el alma y no la mongólica en el cuerpo. En lo que se ponía empeño era en la salud religiosa. (...) El fraile iba a bordo para indagar la ortodoxia del individuo como hoy se indaga acerca de su salud y de su raza. (...)

“‘El portugués olvida la raza y considera un igual a quien profesa su misma religión.’

“Esa solidaridad se mantuvo espléndidamente entre nosotros a lo largo de toda nuestra formación colonial, reuniéndonos contra los calvinistas franceses, contra los reformados holandeses, contra los protestantes ingleses. Por eso es tan difícil, en realidad, separar al brasileño del católico: fue justamente el catolicismo lo que consolidó nuestra unidad.” [12]

2. Génesis y perfeccionamiento de las élites iniciales en el territorio poblado

El conjunto de esos factores fue formando lentamente y con orgánica espontaneidad una selección de elementos diversificados entre sí, una élite o, si se prefiere, los rudimentos de una élite, aún tosca y ruda en la mayor parte de sus miembros, como toscas y rudas eran las condiciones iniciales de existencia en este Continente de naturaleza exuberante y agreste.

Los componentes de esa élite inicial mantenían entre sí relaciones sociales con cierta igualdad de trato y nivel de vida. No se habría concebido otra cosa dado su pequeño número y la presión psicológica ejercida por las adversas condiciones de existencia impuestas por una naturaleza poco trabajada por el hombre.

Con el transcurso del tiempo y la sucesión de generaciones, fueron formándose estratos en esa categoría y estableciéndose diferencias.

a) Ennoblecimiento por hazañas de carácter militar

Formaban parte de la capa más alta los individuos que se habían señalado por sus hazañas militares, tanto en las luchas contra los indios como en las guerras de expulsión de los herejes extranjeros —especialmente holandeses y franceses [13] — que aquí vinieron a parar con intenciones al mismo tiempo mercantiles y religiosas.

Ésta era, en general, la característica de la Nobleza del viejo continente. La clase militar por excelencia era, en efecto, la de los señores feudales, quienes vertían, más que sus coterráneos, la sangre en pro del bien común espiritual y temporal. Este holocausto colocaba a los nobles en una situación análoga a la de los mártires, y el heroísmo del que casi siempre daban muestra era prueba de la integridad de alma con que aceptaban su holocausto. En consecuencia, merecían excepcionales privilegios y honores.

La elevación del combatiente plebeyo a la Nobleza, o la ascensión del combatiente noble a un grado superior de Nobleza constituían, pues, la más justa y adecuada recompensa al valor militar.

Como es natural, este modo de ver a la clase militar se reflejó en la formación de la sociedad colonial brasileña. Afirma Oliveira Vianna que muchos justificaban las peticiones que hacían para sí de sesmarías “exhibiendo las cicatrices de la lucha, las mutilaciones del soldado, el cuerpo herido por la espada del normando, del bretón o del flamenco, o atravesado por la flecha del indio. Con ello accedían a la posesión de la tierra, que era la principal nobleza (...) Era la bravura militar lo que dignificaba entonces al individuo y aseguraba sus títulos a la Nobleza y a la Aristocracia.” [14]

b) Ennoblecimiento por actos de valentía en el desbrozamiento del territorio

Además de quienes se destacaban por su valentía militar, otros sobresalían por su bravura en diversos terrenos, pues “la selección se hace en la sociedad colonial, como en la Edad Media (...) por la bravura, por el valor, por la ‘virtud’, en el sentido romano de la expresión.” [15]

Así pues, pertenecían también a esta capa más alta de la sociedad quienes se destacaban en la ardua tarea de desbrozar la inmensidad inculta de nuestro territorio, “aquellos titanes de los tiempos coloniales —raza notable, cuyos hijos de fiero aspecto, ropa de cuero y brazo fuerte, empuñando el trabuco conquistador, invadieron los sertões [16] inhóspitos del sur y del norte del país que, en frase de Taunay ‘hicieron retroceder los meridianos alejandrino y tordesillano hasta casi la falda de los Andes, a través de una aspérrima selva, poblada de peligros y misterios’.” [17]

c) Ennoblecimiento por el señorío sobre la tierra y los hombres

A medida que Brasil se poblaba, se desarrollaban también las actividades pacíficas; es decir, la agricultura y la ganadería iban ganando terreno en las inmensas tierras concedidas por los reyes de Portugal a título de sesmarías.

Pero también estas actividades estaban rodeadas de heroísmo: “Durante el periodo colonial, la conquista de tierras presenta un carácter esencialmente guerrero. Cada latifundio desbrozado, cada sesmaría ‘poblada’, cada corral erguido, cada ingenio ‘fabricado’, tiene como preámbulo necesario una ardua empresa militar De norte a sur, las fundaciones agrícolas y pastoriles se hacen espada en mano (...)

“El proceso que generalmente se sigue es el ‘poblamiento’ preliminar, es decir, el desbrozamiento de la tierra, la expulsión de los indios, la eliminación de las fieras, la preparación de los campos, la formación de los rebaños. Después, alegando estos servicios, el ‘poblador’ requiere la concesión de sesmaría.” [18]

Aparecen de este modo los grandes propietarios, dotados de patrimonios pujantes y rentables que montan para sí y para los suyos, en el campo o en la ciudad, residencias cuya suntuosidad llegó a ser frecuentemente deslumbrante, y que, como más adelante veremos, a veces tomaban un carácter de fortificación análogo al de los castillos medievales. Eran patriarcas al frente de una descendencia numerosa, que ejercían los derechos de señores sobre una impresionante cantidad de subordinados, esclavos o libres. A menudo estaban investidos con algunos poderes inherentes al Estado.

Al trazar el perfil de su tío y suegro, el Barón de Goiana, pondera en ese sentido Juan Alfredo Correa de Oliveira: [19] “Pertenecía a las generaciones llenas de afecto que de estas memorias hacían un culto, las generaciones fuertes que amaban la tierra, en la cual veían relucir el oro de su libertad e independencia, y de donde sacaban una cosecha germinada de riquezas y virtudes. Vivir por sí, del propio esfuerzo y de la Gracia de Dios; acumular mediante el ahorro, que es sabio, y mediante la sobriedad, que es saludable; ejercer una profesión que no tiene por objetivo los honorarios, ni tiene que recurrir a anuncios ni a falacias; sentirse firmemente apoyado en una propiedad indestructible, que permanece cuando las demás se desvalorizan y pasan; tener una fuente inagotable de subsistencia, como es el suelo bien labrado; colocar en él energías, perseverancia y paciencia, les parecía —y es— la posición más segura y digna. Para esas generaciones la tierra heredada era un fideicomiso de familia y blasón que se apreciaba más que la vida, tanto como la honra.” [20]

El perfil moral y la situación jurídica del gran señor de tierras se asemejaban a los del señor feudal, y así la organización socio-económica del Brasil colonial ha sido comparada varias veces por los historiadores con la del feudalismo.

Sería incomprensible que dicha categoría no se incorporase ipso facto a la élite social dominante, pues como señala Oliveira Vianna al describir “lo que ocurrió por todo el país en los siglos coloniales: ‘Poseer tierras heredadas —dice un escritor nordestino (...)— era señal de Nobleza y el dominio debía continuar indivisible en las manos de la descendencia.’” [21]

d) Ennoblecimiento por el ejercicio del mando en cargos civiles y militares

Con el curso de los tiempos, otras categorías de personas habrían de ingresar en esta selección por una puerta diferente.

El ejercicio del mando ha sido siempre tenido como algo intrínsecamente honorífico, incluso en la esfera privada, pues son más dignas de honor las funciones de quien dirige que las de quien obedece o sirve.

Cuando el mando se ejerce en la esfera pública en nombre del Estado, por designación de una autoridad superior, su titular encarna, por así decir, al poder público. En estas condiciones, le deben ser prestados proporcionados honores, pues es, en cierto sentido, una proyección de quien ostenta el poder supremo. Dicha preeminencia dura mientras el titular esté investido de su función.

Una vez despojado de la misma y reducido a la condición de mero particular, queda en él una situación de capitis diminutio. Pasa a ser algo aislado e incompleto, como un molusco que hubiera sido arrancado de su concha por las vicisitudes de la existencia en el mar. Se diría que el resto de su vida se convierte para él en un melancólico esperar la muerte.

Sin embargo en Europa —de donde hemos recibido, junto con la Fe y la civilización, los modos de sentir y actuar— eran frecuentes las funciones públicas vitalicias, siempre que, por su naturaleza, su ejercicio exigiese la entera absorción de los pensamientos y actividades del titular, de tal modo que éste se hacía uno solo con su función. Se entendía que, así dedicado a ella, estaba en condiciones de consagrarle lo mejor de su personalidad, pues el ejercicio de dicha función no se divorciaba tanto de sus intereses personales como en los sistemas de gobierno y administración generalmente seguidos hoy. Lo vitalicio del cargo creaba condiciones propicias para la probidad y dedicación del titular.

Si se aplican estas consideraciones a las gradualmente más importantes y más complejas funciones de relieve existentes en el pequeño aparato estatal del Brasil colonial, en continuo crecimiento, se comprende que su ejercicio incorporase natural-mente a la élite a sus respectivos titulares.

Al relacionar las diversas cualidades y títulos que debían tener los habitantes de nuestras ciudades y villas para gozar del concepto de noble, Nelson Omegna menciona: “Podían contarse entre las mejores categorías los funcionarios de la Corona y los militares” [22]

Incluso cuando las funciones de relieve eran transitorias, algo del destaque a ellas inherente quedaba adherido al respectivo titular, por lo que podía continuar perteneciendo a la élite social tras perderla, así como su esposa e hijos: “Quien ha sido Rey, siempre será Majestad.”

e) La esencia familiar de las élites

En los apartados anteriores se han descrito los diversos modos mediante los cuales los individuos destacaban y accedían por su valor personal a la condición de miembros de aquella élite social que después se constituiría como la “Nobleza de la tierra”; pero, por ser la aristocracia una institución de esencia fundamentalmente familiar, el ascenso social alcanzado por un individuo se extendía ipso facto a su esposa. “Erunt duo in carne una” [23] (Mt. 19, 6), dice del matrimonio el Evangelio; y, como es natural también los hijos pasaban a pertenecer a esta élite.

El núcleo inicial de la futura “Nobleza de la tierra” era, pues, más que un núcleo de individuos, un núcleo de familias. “La familia —destaca Gilberto Freyre—, y no el individuo, ni tampoco el Estado, ni ninguna compañía de comercio, es desde el siglo XVI el gran factor colonizador en Brasil (...), constituyéndose la aristocracia colonial más poderosa de América.” [24]

3. La “Nobleza de la tierra”

a) Elementos constitutivos y proceso de formación

Poco a poco, los primeros pobladores, rodeados del prestigio de fundadores del Nuevo Mundo, los valientes y a veces heroicos desbrozadores del sertão, los esforzados defensores de la tierra contra el extranjero y el hereje, los primeros explotadores de la riqueza agrícola y ganadera que asentaron los fundamentos de una economía más estable, influyentes por la riqueza de sus respectivos patrimonios, los funcionarios encargados de la alta y media administración, respetados por la propia naturaleza de sus poderes, fueron teniendo descendientes que se entrelazaban indiscriminadamente por el matrimonio. Estos iban habitando en residencias más grandes, frecuentemente adornadas con objetos procedentes de la Metrópoli o de los núcleos portugueses de la India y extremo Oriente, en ciudades que se iban constituyendo, por su parte, como núcleos urbanos cada vez más populosos, embellecidos con iglesias de gran valor artístico, en especial en Bahía, Pernambuco y Minas Gerais.

Las artes y la cultura de la colonia se enriquecían cuando los brasileños que iban a estudiar a Coimbra y otras universidades europeas, volvían a Brasil y hacían posible que funcionaran aquí establecimientos de enseñanza superior, lo que implicaba en una verdadera emancipación cultural.

De tal modo asumió esa élite las características de una aristocracia en formación, o ya formada, que pasó a ser llamada corrientemente “Nobleza de la tierra.”

Brandonio, el célebre autor del Diálogo de las grandezas de Brasil, destaca este proceso de elaboración de las élites al responder a la objeción de que no podría aquí haber una verdadera Nobleza por no haber sido nobles la mayoría de los primeros colonizadores: “En eso no hay duda. Pero debéis saber que esos pobladores que vinieron primeramente a poblar el Brasil, en corto espacio, llegaron a ser ricos por la generosidad de la tierra, y con la riqueza fueron despojándose de la naturaleza ruin que las necesidades y pobrezas que padecían en el Reino les hacía usar. Y los hijos de tales hombres, entronizados ya con la riqueza y gobierno de la tierra, se desvistieron, como una serpiente, de su antigua piel, usando en todo honradísimos términos, a lo que se añadió que más tarde vinieron a este Estado muchos hombres nobilísimos e hidalgos, los cuales se casaron aquí y se aliaron en parentesco con los de la tierra, de forma que se ha hecho entre todos una mezcla de sangre asaz noble.” [25]

Son también concluyentes respecto a la formación de esa élite en Brasil las palabras de Palacín: “Así, mediante la adopción de formas de vida, ideales comunes, y por el ejercicio de los mismos privilegios, ya se había formado aquí en el siglo XVI, de la fusión de elementos tan dispares, una auténtica nobleza colonial.” [26]

Según el mismo autor, esa Nobleza estaba “integrada por los altos funcionarios y sus familiares, por los señores de ingenio y grandes propietarios rurales, por los comerciantes más fuertes—los ‘comerciantes de sobrado’, como destaca el profesor França—, por los primeros pobladores. Este grupo, suficientemente abierto aún por las condiciones de un asentamiento reciente, pero que tiende a cerrarse cada vez más con el tiempo, constituye los ‘hombres buenos’ registrados en los libros de la cámara.” [27]

Este proceso orgánico de diferenciación de clases en la colonia fue señalado por Fernando de Azevedo al tratar de la organización de la sociedad, la cual estaba “íntimamente diferenciada en clases o, mejor dicho, en estratos, cuya posición no siempre estaba definida por la ley, sino regulada por la ley y las costumbres. En la capa superior se mantenía —con sus privilegios, como la jurisdicción privada, y con sus inmunidades como, en principio, la exención de tributos— la aristocracia rural, flotando sobre la burguesía (mercaderes y artesanos) y sobre labradores y esclavos, dentro de ese tipo de organización feudal que no fue trasplantado de la Metrópoli, sino que surgió en la colonia como una institución espontánea, determinada por las condiciones especiales de la colonización de las tierras descubiertas”. [28]

b) Características que la distinguían de la Nobleza europea

Así se constituyó la “Nobleza de la tierra”, la cual fue, en el periodo colonial brasileño, la cumbre de la estructura social.

La nueva colonia estaba penetrada por la justa convicción —entonces también corriente en Europa— de que son las élites las que han de propulsar el país y elegir sus rumbos de progreso. Urgía, pues, que esas élites se constituyesen aquí de modo auténtico y vigoroso, para que fuese también vigorosa la propulsión y sabia la elección de rumbos.

La propia prisa en formar esa élite llevó a un grupo inicial de pobladores a asimilar a otros que, gozando por diversos títulos de un merecido relieve, podían muy bien incorporarse a aquel núcleo primitivo sin desdorarlo ni rebajarlo. Así la “Nobleza de la tierra” en estado germinal fue tomando las dimensiones necesarias, incorporando en sí a individuos y familias que se podían equiparar con ella por títulos semejantes.

Esta vía orgánicamente escogida en función de las necesidades del lugar no fue la seguida en varios países de Europa, en los cuales las élites paralelas se formaron diferenciadas de la Nobleza y así continuaron durante un largo tiempo. Posteriormente, varias de ellas llegaron a constituir noblezas auténticas, pero paralelas a la Nobleza por excelencia, que continuaba siendo la militar.

Podría verse la ascensión de las élites no nobles en Europa como compuesta por tres etapas:

1) Elementos del vulgo, afines entre sí por algún tipo de relieve, constituyen un grupo que se va convirtiendo gradualmente en una clase;

2) en esa clase se van acumulando tradiciones al servir con abnegación y éxito al bien común espiritual y temporal en cierta rama de actividad; crece indefinidamente en relieve y respetabilidad;

3) paralela ya a la Nobleza, se constituye por la fuerza de la costumbre o de la ley en una Nobleza diminute rationis, como lo fue durante mucho tiempo en Francia la noblesse de robe, o nobleza togada.

Relaciones sociales, estilos de vida y matrimonios van estrechando cada vez más los vínculos entre las dos noblezas; sobreviene entonces la Revolución de 1789, y es difícil saber cuál habría sido el resultado de esta evolución si una y otra Nobleza no hubieran sido destruidas por la hecatombe; lo más probable habría sido, tal vez, que se hubieran fundido.

Todo este itinerario histórico dictado por las circunstancias específicas del desarrollo social y político europeo divergió, pues, sensiblemente del rumbo tomado por el proceso de desarrollo de la “Nobleza de la tierra” en Brasil.

*     *    *

Martim Alfonso de Sousa. Capitán-Donatario de S. Vicente (Museu Paulista, São Paulo).

 

Mapa de Brasil, atribuido a Luis Teixeira, 1586, Biblioteca de Ajuda, Lisboa.

¿En qué medida era esta “Nobleza de la tierra” una Nobleza auténtica, reconocida como tal por los poderes públicos, cuya más alta instancia fue durante todo el periodo colonial Lisboa, capital del Reino? ¿Cómo se reflejó en esta orden de cosas la transferencia de la Corte portuguesa a Brasil, en 1808, donde permaneció hasta 1821, cuando volvió a Portugal? ¿Qué repercusiones tuvieron la Independencia y el Imperio sobre la “Nobleza de la tierra”? ¿Y la República? Éstas son otras tantas cuestiones sugeridas por dicha visión de conjunto. Trataremos a continuación de algunas de ellas.

B — Los ciclos socio-económicos de Brasil y la trayectoria histórica de la “Nobleza de la tierra”

La historia socio-económica de Brasil se divide en diversos ciclos. Aunque el criterio seguido para esta división no es unánime entre los autores, algunos la consideran constituida por cuatro grandes ciclos: el del palo brasil, el de la caña de azúcar, el del oro y piedras preciosas y, por fin, el del café. Cada uno de ellos corresponde al producto que pasó a ser en determinada época el eje de la economía nacional.

Esto no quiere decir que una vez comenzado un ciclo desapareciese o dejase de explotarse el producto que caracterizaba el anterior, sino únicamente que éste dejaba de ser la principal fuente de riqueza para el País. Por otro lado, esa división no excluye la existencia de otras riquezas que marcaron también la economía de Brasil, como el ganado, el cacao, el tabaco, el caucho, etc. Éstas últimas se insertan como elementos de importancia, y a veces de capital importancia, en la historia de alguno de esos grandes ciclos.

Sin embargo, lo que más profundamente los caracteriza no son los sistemas y técnicas de producción y explotación de la tierra, ni las características de medio ambiente en que se desarrollan, sino sus reflejos sociales.

“Son conjuntos lo suficientemente extensos —afirma Fernando de Azevedo— como para merecer el nombre de ‘civilizaciones agrarias’, como la del azúcar y la del café, cada una de ellas en relación con las condiciones naturales y la historia humana de su tiempo. Cada uno de esos sistemas o regímenes agrícolas (...) además de penetrar en lo más íntimo de las instituciones, tienden a forjar un estilo especial de vida y una mentalidad propia. (...) Para comprender, en su conjunto, la estructura de un sistema agrario, no bastará” hacer un análisis que no contenga “un sondeo, tan profundo como sea posible, de los principios o normas por los que se rige la comunidad rural, de los tipos de relaciones sociales y del armazón jurídico que se creó para ellos y en el que se consolidaron la tradición, las leyes y las costumbres.” [29]

4. El ciclo del palo brasil y las capitanías

Tres años después del Descubrimiento de Brasil comenzó la explotación por medio de feitorias [30] del palo brasil, madera de un árbol que se encontraba en el litoral de nuestro territorio, particularmente buscada en los mercados europeos por la tinta roja que era posible extraer de ella. Las feitorias estaban encargadas de cortar los árboles y apilar los troncos en lugares desde donde pudiesen ser fácilmente embarcados.

Dicha explotación, hecha sobre todo por salvajes que trabajaban con hachas y otras herramientas suministradas por quienes los contrataban, no generó ningún tipo especial de colonización.

En aquel entonces, D. Juan III, preocupado con la defensa de Brasil, decidió promover su colonización, instaurando el régimen de las Capitanías hereditarias, para las que eligió “personas decididas a vivir en Brasil, y suficientemente ricas como para colonizarlo.” [31]

Expidió el Rey la primera Carta de Donación el 10 de marzo de 1534 a favor de Duarte Coelho. Al principio fueron doce las Capitanías. Las concedía el Rey de Portugal procurando que fueran los donatarios “la mejor gente. Antiguos navegantes, hombres de guerra, personajes de la Corte.” [32]

Ese régimen era una “especie de feudalismo” [33]. Asegura Néstor Duarte: “Las capitanías son, por tendencia y desdoblamiento de sus finalidades, una organización feudal. Se caracteriza la institución feudal en relación al Poder Real por dos requisitos: a) la transmisión de la propiedad plena y hereditaria y b) la fusión de la soberanía y la propiedad. (...)

“Allí están en las cartas forales que completan aquellas donaciones puesto que son ‘un contrato enfitéutico perpetuo, en virtud del cual se constituyen en perpetuos tributarios de la Corona y de los donatarios capitanes mayores, los hacendados que recibiesen tierras de sesmaría’. Es la jerarquía feudal: el rey en la cumbre, los señores territoriales en los escalones inferiores y, por debajo de ellos, el sesmero y el colono.” [34]

En el régimen de las Capitanías, [35] el donatario, que gozaba del título de Capitán y Gobernador, era lugarteniente del rey. En la carta de donación, el monarca le concedía una cierta extensión de tierra de la Capitanía en propiedad plena, inmediata y personal, y de la restante tenía únicamente el usufructo. Recibía los provechos del feudo que le había sido concedido por su soberano.

Dichos provechos —que consistían en los títulos y beneficios vinculados a la posesión de la Capitanía— eran inalienables y transmisibles por herencia al primer hijo varón, sin partición con los demás herederos. En el orden de sucesión seguían, dentro del mismo grado de parentesco, los descendientes varones de menor edad; a su vez los hijos legítimos precedían a los bastardos.

Dentro de las leyes del Reino y de los límites de su fuero, ejercía el donatario los derechos de soberanía. Le cabía toda la jurisdicción civil y criminal, nombraba Oidor y todos los funcionarios del Foro y presidía por sí mismo o mediante su Oidor la elección de los jueces y oficiales de las Cámaras.

Tenía también el Capitán derecho a crear villas donde lo juzgase conveniente y repartía tierras de sesmaría a cualquier persona, de cualquier condición —excepto a su esposa y a su sucesor en su Capitanía— con tal que fuesen cristianos. Tenía la propiedad de todas las marinas de sal, molinos de agua y de cualesquiera otros ingenios que se levantasen en las tierras de su Capitanía.

Le correspondían además la vigésima parte de los rendimientos del palo brasil y del pescado, el rediezmo de todas las recaudaciones del erario, los derechos de portazgo en los ríos y una pensión anual de 500 reis con cargo a los notarios de las villas y poblados de la Capitanía.

El comercio era libre, tanto con el Reino como con el extranjero. Este último estaba sujeto a diezmo real.

Los derechos y deberes de los colonos estaban declarados en los fueros. La justicia, así como las condiciones civiles y políticas les venían aseguradas por las leyes y costumbres de la Metrópoli. Les estaba garantizado el derecho a pedir y recibir sesmarías, la exención de todo y cualquier impuesto que no estuviese declarado en los fueros, entera libertad de comercio y privilegios sobre los comerciantes extranjeros.

Se obligaban, con toda su gente —hijos, agregados y esclavos— a seguir al Capitán en caso de guerra.

La Corona se reservaba para sí el monopolio del palo brasil, especias y drogas, y la quinta parte de todas las piedras y metales preciosos (deducido el diezmo para el donatario) y el diezmo de las capturas de pescado.

El Rey tomaba a su cargo los gastos del culto.

Se iniciaba así de modo sistemático la ocupación y colonización del suelo brasileño. Como afirma Pedro Calmon del primer donatario, Duarte Coelho, éste “vino a residir en sus dominios. Repitió la acción sabia de Martim Afonso en San Vicente. Fundación de una aldea, plantación de caña, instalación del ingenio, entendimiento con los indios sensatos, duro castigo a los que le hostilizaran.” [36]

5. El ciclo de la caña de azúcar

La “plantación de caña” y la “instalación del ingenio” de que habla el historiador constituyeron la agricultura naciente que hacía que la gente se arraigara a la tierra.

Fue, por lo tanto, ya dentro del cuadro feudal de las Capitanías cuando tuvo inicio el ciclo de la caña de azúcar. “La plantación de caña traída de Madeira se convirtió en San Vicente, en Espíritu Santo, en Bahía, en Pernambuco, en Ilhéus, en Itamaracá, en la principal actividad, recomendada en las Cartas de Donación de las Capitanías de Brasil y por ellas prevista. (...) Los primeros señores fueron los propios donatarios.” [37]

Al principio eran, por regla general, las personas ricas, quienes plantaban caña, pues “la carestía de los negros importados hacía menos accesible el ingenio a los recién llegados, a los que no habían conseguido soportar aún el clima durante largo tiempo; de ahí su escaso número, en manos de una Nobleza territorial entrelazada mediante matrimonios, formándose, sin prisa, en el medio pobre, donde las actividades debían resignarse a un ritmo tranquilo.” [38]

a) La aparición del Señor de Ingenio

Se refiere Pedro Calmon a la “Nobleza territorial”. En efecto, la exención de impuestos a la entrada de azúcar en el Reino hizo progresar la plantación de caña y multiplicarse los ingenios, proveyendo poco a poco una sólida riqueza, consolidando la colonización, y también configurando la organización social del Brasil de entonces, al formar una aristocracia rural. “El prestigio de su organización familiar, económica y religiosa —casa-grande, ingenio y capilla— y el poderío que conquistaron en sus latifundios, hacen de los grandes propietarios de las tierras fértiles del litoral una aristocracia agraria: son o se convierten en Señores de Ingenio los ‘bien nacidos’, los hidalgos de su tiempo.” [39]

Otro autor señala que la consecuencia social más importante del ciclo brasileño de la caña de azúcar “fue, sin ninguna duda, la aparición del ‘señor de ingenio’ y el clan que enseguida se formó en torno a él (...)

“Partiendo de la posesión de la tierra, en un rápido esquema de esa influencia señorial, llegamos enseguida a la constitución del cultivo de los cañaverales por el sistema de aparcería o por la plantación realizada directamente por los emprendedores. Tenemos en este caso, en primer lugar las sesmarías, a continuación la contribución solidaria de los vecinos pobres, los ‘mutirões’ [40] y los ‘adjutórios’ [41] de la verdadera colonización; unos y otros se basaban, sin embargo, en la institución servil. Después, para fundar ingenio, se complican los factores: es el abastecimiento de maderas para leña y embalajes; es la navegación para el transporte fluvial y marítimo en el interior de las bahías; son las vinculaciones con los traficantes, los intermediarios y no raras veces con financiadores internacionales. Establecido el centro de producción y población, con su jefatura natural y la consecutiva agrupación de elementos humanos, vienen las consecuencias de La mezcla racial, de la omnipotencia señorial, de la opulencia o, por lo menos, de abundancia, que es una característica general del régimen. (…)

“Esto es, en sus líneas generales, lo que significó para la formación de Brasil el ciclo del azúcar, que como primera actividad agrícola e industrial se convirtió enseguida en la dominante de los dos primeros siglos de vida nacional y caracterizó durante el Imperio toda una gran región del país”. [42]

b) Los ambientes y costumbres de los Señores de Ingenio

Al principio, esta clase noble llevaba una existencia austera y no libre de riesgos que el Señor de Ingenio tenía que enfrentar valientemente. En esto se parecía al Señor de los inicios del feudalismo europeo.

Es concluyente en ese sentido la siguiente descripción de lo que era su casa, una mezcla de residencia y fortaleza, como también lo fue el castillo feudal: “La Casa-Grande —así se llamaba corrientemente a la casa del Señor de Ingenio— tenía aún el aspecto de un reducto militar.” En el inventario de Mem de Sá es descrita de este modo: “‘Casa fortaleza nueva de piedra y cal, con tejado reciente y entarimada a medias, rodeada toda ella de madera secando al sol para hacer balcones’. [43] Había más: ‘un baluarte cubierto y cercado con empalizadas.’ [44]

“‘En las haciendas se estaba como en un campo de guerra’, escribe Teodoro Sampaio refiriéndose al primer siglo de colonización. ‘Los hombres ricos solían proteger sus viviendas y mansiones con dobles y poderosas estacas a la manera de los salvajes, guarnecidas por los fámulos, paniaguados e indios esclavos, y hasta servían para los vecinos cuando eran de súbito acosados por los bárbaros.’” [45]

El progreso económico de la fase posterior proporcionó a los Señores de Ingenio residencias con mejor apariencia y más confortables. “Casas grandes con la capilla al pie, destacándose sobre el tejado y la senzala[46], que dan testimonio de la solidez de las fortunas allí engendradas (…) Las generaciones sucesivas supieron mantenerlas en el resguardo de la tranquilidad agrícola, a la sombra de las instituciones que garantizaban la permanencia del Ingenio y su continuidad viva, en un aislamiento defensivo en el que se fue elaborando, discreta y dignamente, el sentimiento de clase, nacionalidad y autonomía de los señores.” [47]

A la autoridad patriarcal y a los poderes y bienes de los Señores de Ingenio correspondían “tamaña grandeza y ostentación que no sólo no pasaron desapercibidas a los cronistas de la época, sino que causaron la más profunda impresión a los viajeros extranjeros. Todo en sus casas de piedra y cal, o de adobe y ladrillo, vastas y sólidas, denunciaba —junto con la riqueza— el recato y la hospitalidad de las antiguas familias de vida patriarcal, cuyo espíritu religioso se recuerda en las cruces ornamentales, en los oratorios y en las capillas.”[48]

Ingenios coloniales de azúcar en estado de Pernambuco, siglo XVI

Era tal el esplendor de esas residencias señoriales que cuando Labatut [49] atravesó los campos del Recóncavo para asediar la ciudad de Salvador, al verlas a lo lejos exclamó con admiración: “Parecen unos principados”.[50]

A esta opulencia correspondía una proporcionada hospitalidad y abundancia. Impresionado con ella afirma el P. Fernán Cardín: “De una cosa me maravillé en esta jornada, y fue la gran facilidad que tienen en agasajar a los huéspedes, porque a cualquier hora del día o de la noche en que llegábamos, en brevísimo espacio nos daban de comer a cinco de la compañía (afuera los mozos) (...) De todo tienen la casa tan llena que en la abundancia parecen unos condes.” [51]

El refinamiento en las residencias caminaba parejo al modo en que se vestían damas y caballeros, y al brillo de sus diversiones.

“De la Nobleza de Pernambuco de comienzos del II siglo, dice el autor del Valoroso Lucideno [52] que por miserable es tenido entre ella quien no tiene un servicio de plata; y que las damas son tan ricas en los vestidos y aderezos con que se adornan, que parece que hayan ‘llovido en sus cabezas y gargantas las perlas, rubís, esmeraldas y diamantes’.” [53]

Un poco más adelante añade el mismo historiador: “Esos aristócratas de Pernambuco guardaban aún las tradiciones hípicas del tiempo de D. Duarte, el rey caballero (...) Es de verse su amor por las corridas de toros, por las carreras y juegos a caballo. Excelentes jinetes, llenos de donaire y arrojo, se extreman todos ellos en la elegancia y gentileza de la montura, en la riqueza de los jaeces, enteramente cubiertos de plata, en la destreza con que torean, en el garbo con que practican los juegos de la anilla, de las alcancías, de las cañas”, [54] tradiciones y entretenimientos éstos muy al gusto de la nobleza de Portugal.

Es también significativo el testimonio de Juan Alfredo Corrêa de Oliveira: “Los señores de ingenio formaban una clase grave, unida, bienhechora y hospitalaria; tenían buen trato, montaban caballos robustos bien enjaezados, se acompañaban con pajes con uniformes galoneados; el pueblo los estimaba y saludaba reverentemente; en la ciudad iban con casaca a las fiestas de la Iglesia, a las juntas del concejo, a la audiencia y a las elecciones.” [55]

c) La actuación militar de los Señores de Ingenio

La vida de los nobles hidalgos de la Edad Media y del Antiguo Régimen estaba lejos de limitarse a la fruición del lujo casero y al brillo de las distracciones sociales. La guerra impuesta por las circunstancias ocupaba en ella un lugar destacado.

Lo mismo les ocurría a los “hombres buenos” y a los nobles del Brasil de antaño. En efecto, constituyeron los Señores de Ingenio la gran fuerza que, por un lado, se opuso a las invasiones de los holandeses, franceses e ingleses, enemigos de la Fe y del Rey y, por otro, repelió los ataques de los salvajes refractarios a la acción evangelizadora de los misioneros. Esta aristocracia rural reforzaba así su carácter noble por el heroísmo militar, aspecto más esencial de la clase nobiliaria y, al mismo tiempo, arquetipo para las demás variedades de Nobleza.

Batalla de los Guararapes, ganada a los holandeses por Juan Fernandes Vieira, Andrés Vidal de Negreiros, Enrique Días y Felipe Camarão [ Manoel Dias de Oliveira, o Brasiliense - Batalha dos Guararapes, 1758,  Museu Histórico Nacional, Rio de Janeiro ]

  Juan Fernandes Vieira rechaza el oro con el cual los holandeses pretendían comprar su honra - Fr. Raphael de Jesus - Castrioto Lusitano ou Historia da guerra entre o Brazil e a Hollanda, durante os annos de 1624 a 1654, terminada pela gloriosa restauração de Pernambuco e das capitanias confinantes, 1844

“Para la organización del Ingenio, fábrica y fortaleza al mismo tiempo, (...) contribuyó notablemente la defensa de la tierra a lo largo del litoral. Fábrica y fortaleza con población numerosa constituida por esclavos y obreros rurales, es la casa-grande de los ingenios la que más tenaz resistencia opuso a la invasión holandesa, íntimamente vinculada a la historia del ciclo agrícola azucarero, con el que se asentó el primer marco de nuestra civilización. En las inmediaciones del litoral, las tierras del “massapé” [56] mantenían los ingenios, en cuyas casas-grandes, amuralladas y construidas a manera de fortaleza para resistir los embates de las tribus indígenas, se forjaron, en la organización y en la disciplina, las armas para la defensa de la colonia contra las incursiones de navíos corsarios y las invasiones holandesas.” [57]

Por su parte, Gilberto Freyre destaca el carácter fundamentalmente religioso de estas acciones militares.

“Se repitió en América, entre los portugueses esparcidos por un vasto territorio, el mismo proceso de unificación que en la península: cristianos contra infieles. Nuestras guerras contra los indios nunca fueron guerras de blancos contra pieles-rojas, sino de cristianos contra salvajes. Nuestra hostilidad contra los ingleses, franceses, holandeses tuvo siempre el mismo carácter de profilaxis religiosa: católicos contra herejes (...) Es al pecado, a la herejía, a la infidelidad, a lo que no se deja entrar en la Colonia, y no al extranjero. Es al infiel al que se trata como enemigo, no al indígena, y no al individuo de raza diversa o de color diferente.” [58]

6. El ciclo del oro y de las piedras preciosas

Una vez colonizado el litoral comienza la conquista del sertão. Comienza entonces el ciclo del oro y de las piedras preciosas, el cual va a estar marcado a fondo por la actuación de los bandeirantes [59]. Con ellos se esboza un nuevo rasgo de nuestra aristocracia rural.

a) Entradas y Banderas

Para comprender la importancia y la gran oportunidad de las banderas es necesario tomar en consideración que toda la colonización portuguesa de nuestro territorio tenía carácter litoral, es decir, se concentraba más o menos a lo largo de nuestra ribera marítima. Faltaba desbrozar, conocer y aprovechar el inmenso hinterland que se extendía más allá de esa ribera.

Con esa finalidad se movilizaron tanto la iniciativa estatal, es decir, la Corona, como la privada. A las expediciones desbrozadoras que eran de iniciativa de la Corona, representada aquí por las autoridades locales, se les llamaba generalmente entradas y a las de iniciativa particular, banderas. Como si quisieran ya demostrar esos comienzos la mayor eficacia de la iniciativa privada, el “banderismo” contó entre nosotros con un radio de acción y una riqueza de resultados mucho mayores.

El bandeirante Antonio Raposo Tavares. Museo Paulista, São Paulo.

A partida das "Monções" - Almeida Júnior, Palácio dos Bandeirantes, São Paulo )

Las primeras expediciones que tuvieron el carácter de banderas fueron, según Rocha Pombo, las “capitaneadas por Martín de Sá, por Dias Adorno y por Nicolás Barreto”. Según el mismo historiador, “la función de esas primeras expediciones es abrir hacia el amplio seno del continente los grandes caminos que van a ser trillados, y que tienen que quedar para siempre como válvulas que han de llevar a las profundidades del sertão el renaciente vigor de los núcleos de la zona marítima”. [60]

Otro autor destaca el aspecto conquistador y desbrozador de las banderas: “Por su propio carácter aventurero, su objetivo era más expandir que fijar, más conquistar que establecer, más explorar que producir. Fueron el brazo conquistador que dilató las fronteras, y no la azada cotidiana, infatigable, que levantó de sol a sol nuestra estructura social. Ésta vendría del norte, con la irradiación de los núcleos culturales de Bahía y Pernambuco.” [61]

No hay duda de que la búsqueda del lucro era uno de los elementos propulsores de las banderas. Sin embargo, se engañaría gravemente quien supusiera que era ésta su única meta.

“La causa del bandeirismo es esencialmente moral, un poco presa a los impulsos de la ambición individual de tesoros por descubrir, un tanto sujeta al inmenso sueño paulista de conquistar para su rey (...) un inmenso imperio que tuviese por divisa los más claros límites naturales: el Atlántico, el Plata, el Paraná, el Paraguay, los Andes y el Amazonas.” [62]

Tampoco se puede afirmar que fuera totalmente ajena a los deseos de la mayoría de los bandeirantes la expansión de la Fe, pues fue resultado forzoso del desbrozamiento y del establecimiento de poblaciones bautizadas en los territorios sobre los cuales pasaba a ejercerse efectivamente la autoridad de los monarcas portugueses. Éstos siempre hicieron de dicha expansión uno de los objetivos principales de la epopeya de las navegaciones, y consideraban con los mismos ojos las entradas y banderas.

“La capilla rústica, construida de madera y barro y con tejado de paja fue el primer edificio público que surgió en la confusión de los descobertos [63]. Se erguía en cualquier punto, a veces en lo alto de los oteros, flanqueada por una cruz de madera tosca, dominando el paisaje severo, o bien en el fondo de los desfiladeros (...)

“Si las esperanzas se confirmaban, es decir, si en los alrededores de dicho curso de agua el oro se mostraba abundante, entonces la primitiva aldea aumentaba en población, las cabañas se multiplicaban, surgían remedos de calles y la capillita era ampliada, consolidada, a menudo reconstruida. Muchas de estas primeras ermitas, algunas probablemente aún de los últimos años del siglo XVII existen más o menos desfiguradas en los alrededores de las ciudades y villas mineras de hoy, recordando con su presencia los ensayos de vida espiritual en aquella tierra brasileña.” [64]

Además, para considerar la elevación de espíritu inherente a los paulistas del Brasil colonial basta ponderar “cuántos y cuántos habitantes de Piratininga, de los de sus mejores linajes, abandonaron sus hogares y sus haberes para ir a ayudar a los nordestinos, tanto en la lucha contra los holandeses, como contra los cariris y los guerens, como contra los negros de Palmares. (...) Y a São Paulo debemos ese primer hilván de nacionalidad, puesto que nunca regateó su protección a ningún punto de la colonia que la necesitara.” [65]

b) El “bandeirismo” y la “Nobleza de la tierra”

Conviene ahora destacar el papel de las banderas en la formación de nuestra nobleza territorial.

En aquella época en que, según expresión de Jaime Cortesão, “Sao Paulo tenía por arrabales el Atlántico y los Andes, y el Plata y Amazonas por avenidas” [66], fueron especialmente los “hombres buenos” quienes se lanzaron a esas empresas, y los que aún no lo eran pasaron a serlo en razón de su valentía, pues “la bravura era el criterio para el prestigio social en aquella época”. [67]

Por eso afirma también Oliveira Vianna: “Era entonces la nobleza paulista, antes que nada, una nobleza guerrera (...) Los títulos de nobilitación estaban en las hazañas del sertanista (...)

“Conviene que se comprenda bien este aspecto del bandeirismo y de la sociedad paulista de los siglos I y II. Lo que allí ocurrió es perfectamente idéntico a lo sucedido en la primera fase del periodo medieval (...) Sabemos que en los primeros siglos de la Edad Media la bravura, es decir, los méritos guerreros, daban a los hombres su valor social. (...) De ahí provenía el ingreso en la clase de la aristocracia.” [68]

7. La “Nobleza de la tierra” frente al Rey y a la Nobleza de la Metrópoli

Puede ahora añadirse otro punto: ¿cuál fue la actitud de los Reyes de Portugal, de la Corte y de la Nobleza lusitanas frente a los “hombre buenos” y a la “Nobleza de la tierra” que se iba constituyendo en la colonia? ¿Fue de franca acogida y tendiente a una entera asimilación, aún cuando no se tratara de distinguir heroicas hazañas?

a) Señor de Ingenio: un título con contenido nobiliario

Pedro Calmon nos informa, citando al autor de los Diálogos das grandezas do Brasil, que “‘los más ricos tienen ingenios con título de señores de los mismos, nombre que les concede Su Majestad en sus cartas y provisiones, y los demás tienen partidas de cañas (...)’. Señor de Ingenio —prosigue Calmon— equivalía, por tanto, a ‘señoreage’ con contenido nobiliario de tenor feudal: importaba magnificencia. Aquellos eran los hidalgos de Brasil. Fernán Cardim, por cierto, lo reconoce: ‘se trataban como unos condes (...)’.” [69]

Fernando de Azevedo es categórico: “El Señor de Ingenio era un título de nobleza entre hidalgos del Reino.”[70]

También lo dice Luis Palacín: “El título de Señor de Ingenio introducía por sí mismo en los cuadros de la Nobleza y del poder. (...) Antonil [71] comparaba el Ingenio con el señorío europeo: ‘Ser Señor de Ingenio es un título al que muchos aspiran (...) bien se puede estimar en Brasil el ser Señor de Ingenio, tanto como proporcionalmente se estiman los títulos entre los hidalgos del Reino.’” [72]

El P. Serafín Leite, destacado historiador de la Compañía de Jesús en Brasil, citando una carta de 1614 del jesuita Henrique Gomes, de Bahía, asevera: “Señores de Ingenio, ‘título que en otras ocasiones alegan para ennoblecerse —como en efecto lo son, por la mayor parte— los nobles de Brasil’.” Comenta además el P. Serafim Leite: “El hecho aristocratizante del cultivo del azúcar y del ingenio es señalado por todos los modernos que se ocupan de la vida social de Brasil. La observación del jesuita de 1614 es una buena declaración, por lo explícito de sus términos y por la época en que se hace.” [73]

Esto es lo que lleva a Carlos Javier Paes Barreto a afirmar de los Señores de Ingenio: “La hidalguía estaba incorporada al suelo. (...) Aunque los labradores no tenían, como en Roma, sus nombres inscritos en las placas marmóreas de los anfiteatros, poseían todas las prerrogativas de la Nobleza.” [74]

Lo afirmado por estos ilustres autores parece necesitar una cierta matización. Es decir, el lector no debe deducir de ahí que el Señor de Ingenio estaba dotado, desde el punto de vista nobiliario, de una situación tan precisa e inequívoca, ni con la atribución de funciones públicas tan definidas como las de la Nobleza de Portugal propiamente dicha.

b) Los “hombres honrados”

Señala Luis Palacín que en los documentos de los primeros tiempos del Brasil Colonia se encuentran sin duda “las expresiones consagradas de nobleza para cualificar personajes: ‘hidalgo’, ‘caballero’, ‘noble’; pero estos son títulos que se encuentran raramente. Lo más normal es englobar con un título más genérico a todos aquellos a quienes la riqueza, el poder y el prestigio social tendían a igualar en una única clase: ‘los principales de la tierra’, ‘hombre poderoso’, ‘hombres con mucho peso’ son algunas de las expresiones usadas. Sin embargo, la fórmula empleada continuamente y que marca la intención nobiliaria de poder y de dinero en la sociedad colonial es la de ‘hombre honrado’.

“No es fácil perfilar de manera precisa este ideal de vida honrada. Ella tiene sus raices, ciertamente, en las aspiraciones caballerescas de la nobleza medieval.” [75]

Para englobar no sólo a las diversas categorías sociales que constituían la “Nobleza de la tierra”, sino también a otras con relevancia social en la vida de la colonia, existía la designación de “hombres buenos”. En ese sentido aclara Alfredo Ellis Jr.: “En cada villa existía el cuerpo de ‘hombres buenos’, que eran los principales de la tierra por su nacimiento, por el montante de sus bienes, por el nombre que se habían granjeado en luchas varias contra los salvajes, contra los enemigos externos, contra las asperezas del medio físico, etc.” [76]

“Los nombres de estos ‘hombres buenos’ estaban —según Oliveira Vianna— inscritos en los libros de Nobleza de las Cámaras (...) El hecho de estar admitido a las votaciones —de estar inscrito en el libro de las Cámaras como ‘hombre bueno’— era señal que indicaba Nobleza, que constaba en las ‘cartas de linaje’ que se solían expedir a requerimiento de los interesados.” [77]

c) Privilegios de la “Nobleza de la tierra” — El gobierno de los Municipios

Como se ha visto, las élites que constituían la “Nobleza de la tierra” dieron pruebas suficientes de valentía, tanto en la defensa del Brasil litoral contra las expediciones de países extranjeros como Francia y Holanda, como durante el desbrozamiento del hinterland y las luchas necesarias para comenzar a poblarlo. Por esos destacados servicios el monarca concedió a dichas élites señalados privilegios, premios y honores. Entre dichos privilegios destacamos el de gobernar las cámaras.

Esa actitud benévola de la Corona con la sociedad y el Estado de Brasil que gradualmente iban estructurándose no se manifestó solamente a propósito del heroísmo militar. Rocha Pombo narra cómo la aristocracia pernambucana, que salió rodeada de gran fama de las luchas de la insurrección contra los protestantes holandeses, reclama para sí determinados privilegios y cómo “la Metrópoli es la más solícita en dar esa sanción a esa actitud del pueblo pernambucano, haciéndole todas las concesiones, atendiendo todas sus reclamaciones, entregando la administración y el gobierno de la tierra a los propios héroes que la libertaron.” [78] Alfredo Ellis Jr. lo confirma: “Los poderes municipales eran ejercidos por los legítimos conquistadores y defensores de la tierra contra sus enemigos externos e internos.” [79]

De hecho, siempre se inclinó la Metrópoli a favorecer una proporcionada autonomía de las poblaciones coloniales. Así pues, se ve que el nombramiento de los miembros de las cámaras de nuestros municipios se hacía por elección; pero dicha elección no se puede confundir con lo que hoy se designa con la misma palabra.

“El gobierno de nuestras cámaras en el periodo colonial no era democrático en el sentido moderno de la expresión. El pueblo que elegía y era elegido en esa época, el pueblo que gozaba del derecho de elegibilidad activa y pasiva, constituía una clase seleccionada, una Nobleza, la Nobleza de los ‘hombres buenos’. Era una verdadera aristocracia, en la que figuraban exclusivamente los nobles de linaje que aquí llegaron, o que aquí inmigraron y se establecieron, y sus descendientes, los ricos Señores de Ingenio; la alta burocracia civil y militar de la Colonia y sus descendientes. A esta Nobleza se sumaban los elementos venidos de otra clase: la de los ‘hombres nuevos’, burgueses enriquecidos por el comercio que, por su conducta, estilo de vida y fortuna, y por los servicios prestados a la comunidad local o a la ciudad habían penetrado en los círculos sociales de esta Nobleza de linaje o de cargo.” [80] 

Rua do Rosário, em São Paulo ( José Wasth Rodrigues )

El carruaje del Emperador atraviesa la conocida “Rua Direita”, en Río de Janeiro. Grabado de Rugendas.

Alfredo Ellis Jr. confirma este privilegio de “ser los poderes municipales ejercidos por los ‘hombres buenos’, es decir por los de la Nobleza de la tierra;” [81] y el poco sospechoso testimonio del comunista brasileño Cayo Prado Jr. destaca también el privilegio que constituía para la aristocracia rural el gobierno de las Cámaras: “En las elecciones para los cargos de la administración municipal votan únicamente los ‘hombres buenos’, la Nobleza, como se llamaba a los propietarios. Dicho privilegio es por ellos celosamente defendido.” [82]

Manoel Rodrigues Ferreira afirma a su vez que los ‘‘nombres [de los elegidos] eran llevados al conocimiento del Oidor General, que los examinaba y expedía un documento llamado ‘carta de confirmación de usanzas’, o simplemente ‘carta de confirmación’, ratificando la elección hecha, y así los elegidos podían tomar posesión. (...)

“Las ‘cartas de confirmación de usanzas’ (...) se justificaban porque como ya se ha visto, solamente los ‘hombres buenos’ de la villa (o ciudad), que constituían su nobleza local, podían ser elegidos” [83]

8. Un “feudalismo brasileño”

Los hechos hasta aquí narrados describen la fundación y expansión de los poderes y de las élites locales en los pueblos y ciudades del Brasil colonial, en los cual estaban presentes, como ya se ha dicho, rasgos de feudalismo.

Dado que hoy en día se encuentra difundida de modo general la idea de que América es un continente totalmente democrático, en cuyo suelo las monarquías y aristocracias constituyen plantas incapaces de germinar (esta idea fue, por ejemplo, uno de los leitmotiv de la propaganda republicana que derribó el trono de los Braganza en Brasil), no es superfluo transcribir aquí, antes de narrar el ocaso del “feudalismo colonial” brasileño, algunos textos de historiadores que testimonian el carácter feudal, similar al europeo, de aquello [que] podría llamarse —por analogía, claro está— “feudalismo brasileño.”

Afirma Gilberto Freyre: “El pueblo que, según Herculano, mal conoció el feudalismo, retrocedió en el siglo XVI a la era feudal, reviviendo sus métodos aristocráticos en la colonización de América. Era una especie de compensación o rectificación de su propia historia.” [84]

“Llamó Silvio Romero al primer siglo de nuestra Colonia, nuestro siglo feudal, nuestra Edad Media. Martins Júnior le rectifica con más acierto y prudencia crítica al afirmar que esa Edad Media o, mejor dicho, ese feudalismo, se extiende por los siglos segundo y tercero.” [85]

Charles Morazé [86] añade: “Estos poderosos propietarios de tierras se organizan en una autoridad enteramente feudal. Se apoyan en un tipo de familia patriarcal, cuya tradición aún está viva en el Brasil moderno.” [87]

Destacando el papel de la familia como base de la organización feudal, Néstor Duarte afirma que “la organización familiar es un trasplante con índole propia de la organización portuguesa, que aquí renace en circunstancias altamente propicias a su primitivo prestigio y fuerza en el origen de las sociedades humanas, verdadera revivificación de los tiempos heroicos o, si se quiere, de los tiempos feudales.” [88]

Esos rasgos de semejanza entre los feudalismos de ambos lados del Atlántico han de recordarse, aunque sin olvidar ni dejar de lado aquello que la organización del Brasil colonial presentaba de original en esa materia. Uno de los aspectos más sensibles de dicha originalidad es la gran importancia de los municipios, con sus libertades específicas, dentro de esa contextura feudal. En efecto, como ya hemos visto, su organización era eminentemente aristocrática.

Destaca Charles Morazé que “la autoridad municipal, cuando ya reinaba en Francia la centralización de Luis XIV, mantenía en el conjunto de Brasil un sistema estrictamente feudal”; y añade que la vida política municipal aparece en Brasil “con una originalidad muy fuerte que la distingue absolutamente de la vida política municipal de los países de Europa en el mismo periodo.” [89]

Afirma también Néstor Duarte: “En ese municipio feudalizado, componen sus cámaras, o el senado de sus cámaras, los Señores de Ingenio, los nobles de la tierra que reivindican el verdadero privilegio de ser los únicos elegidos.” [90]

Por su parte, Oliveira Vianna afirma taxativamente: “El servicio público de la concejalía, principalmente en el periodo colonial, (...) sólo por nobles o gente calificada podía ser ejercido.” La importancia de la “gente calificada” podía “medirse por la descendencia noble o de sangre (linaje) o de cargo, o bien de fortuna, como era el caso de los comerciantes (con la condición de que viviesen ‘a la ley de la Nobleza’, como se decía entonces, esto es, a manera de los antiguos hidalgos peninsulares).” [91]

9. Centralización del poder y reducción de los privilegios de la “Nobleza de la Tierra”

a) La ofensiva de los legistas y la pérdida de autonomía de los municipios

Ahora bien, toda esa estructura formada en Brasil en buena parte de modo consuetudinario, pero vista con agrado por la Corona portuguesa, pasó a sufrir hacia el final del siglo XVII una fuerte ofensiva venida de fuera de la Colonia que le pondría en un gradual ocaso:

“Se repite en América la evolución administrativa y política de la Metrópoli. A la fase marcial de los Capitanes Generales, de los Capitanes Mayores arbitrarios le sucede, civil y letrada, la del "Juiz de Fora"  [el juez nombrado por la Corona Portuguesa para actuar en los locales que no tenian juez proprio] y del Corregidor. Es el "Bacharel" (Bachiller) que viene (o vuelve) de Coimbra con la preeminencia que tenía en el reino, transponiendo su jurisdicción los límites del foro para abarcar el orden del gobierno municipal. (...) Disuelve los privilegios residuales de la Nobleza, es decir, de los potentados locales, como otrora en Portugal, los corregidores de Don Juan II habían dominado las resistencias de los grandes titulares con el ejercicio inflexible de su magistratura.”

"Ese 'Juiz de Fora' es, en fin, el legista. (...) No es únicamente (nótese bien) un agente de aquel Derecho dogmático: es principalmente un funcionario de la unificación del Estado.

“La tendencia centralizadora y paternalista de la Monarquía comienza por la intervención en las cámaras.”[92]

b) El reflujo de la “Nobleza de la tierra”: de las ciudades a sus haciendas

No es difícil imaginar que a lo largo de su proceso de desarrollo —que daba lugar a la construcción de iglesias, a menudo de delicado valor artístico, de imponentes edificaciones al servicio del poder público como los Palacios Municipales, y de residencias de lujo— fuesen haciéndose los principales centros urbanos cada vez más atrayentes para las familias de los “hombres buenos” y de la “Nobleza de la tierra”, pues la convergencia de éstas hacia dichos centros, los pasatiempos familiares y las pompas religiosas, frecuentemente revestidas de esplendor, favorecían las relaciones sociales entre personas de la misma categoría, y dichas relaciones, a su vez, creaban ambiente para noviazgos y matrimonios.

Sin embargo, la influencia de los legistas había puesto frecuentemente al margen de la vida política de los municipios a la “Nobleza de la tierra” y “hombres buenos” que anteriormente hacían funcionar dichos gobiernos, dotados con una amplia gama de autonomía. Tendieron éstos entonces a refluir de las ciudades hacia sus haciendas, en las cuales quedaba un campo ilimitadamente extenso para intensificar las actividades agrícolas y ganaderas.

Esta existencia tranquila y digna no estaba desprovista de considerables méritos para el bien común. Explica Oliveira Vianna: “Alejada de los cargos superiores del gobierno colonial, la Nobleza territorial se vuelve modestamente a la penumbra rural, y pastorea el ganado, fabrica azúcar, busca oro y de esta suerte va poblando y cultivando cada vez más el interior con sus extensas talas y la multiplicación de sus cabañas.” [93]

Las élites rurales aumentaban así sus respectivos patrimonios, y quedaban capacitadas para alardear un lujo aún mayor, no tanto en la aislada y poco pretenciosa vida cotidiana de las Casas-grandes, como en las ocasiones en que todos los componentes de la clase alta se encontraban en la ciudad.

Así, por lo menos durante un cierto tiempo, lo que perdió la clase aristocrática en poder político, lo recuperó en prestigio social.

Solemne desembarco de la Archiduquesa Dña. Leopoldina de Habsburgo Lorena, esposa del Príncipe Real D. Pedro, futuro Emperador de Brasil, en Río de Janeiro, el 6 de noviembre de 1817.

Ceremonia de la coronación de D. Pedro I como Emperador de Brasil, el 1 de diciembre de 1822. Grabado de Débret.

c) Decae la influencia aristocrática

Pero es necesario no alimentar ilusiones en ese sentido. Lejos del litoral —donde llegaban, traídas por el comercio, las más recientes mercancías inspiradas en las modas que se iban sucediendo en Europa, bien como mobiliario y objetos de uso personal más aggiornati— la vida y los modos de ser de la “Nobleza de la tierra” se iban estancando. Durante ese estancamiento, como era inevitable, dicha clase se hacía más sensible a la asimilación de costumbres y modos de ser locales; en una palabra, rasgos de aldeanismo se mezclaban con la fisonomía aristocrática de esas élites del interior.

Es también Oliveira Vianna quien apunta el dilema de nuestras élites de la “Nobleza de la tierra”: “U optan por el campo, donde están sus intereses principales, o por la ciudad, centro tan solo de recreo y disipación. Con el correr del tiempo, acaban eligiendo el campo, como es natural, y poco a poco se recogen en la obscuridad y silencio de la vida rural.

“De ese retroceso, de esa retirada, de esa especie de trashumancia de la Nobleza colonial hacia el interior, nos da un expresivo testimonio el Conde de Cunha, nuestro primer Virrey. En una carta que dirige en 1767 al Monarca dice: (...)

“‘Estas personas, que eran las que tenían con que lucir y figurar en la ciudad y las que la ennoblecían, están presentemente dispersas por los más remotos distritos, y a gran distancia las unas de las otras, sin tratar con nadie, y muchas de ellas se casan mal, y algunas dejando sólo hijos naturales y pardos, que son sus herederos.’” [94]

Y añade el mismo autor: “Nuestra Nobleza territorial se presenta durante el siglo IV perfectamente rural casi en su totalidad, por los hábitos, por las costumbres y, principalmente, por el espíritu y por el carácter. De las tradiciones de la antigua Nobleza peninsular nada les queda sino el culto caballeresco de la familia y del honor.” [95]

10. La mudanza de la Corte portuguesa para Brasil

Este periodo de bucólica tranquilidad cesó por un inesperado efecto de las grandes guerras y revoluciones que sacudían a Europa desde hacía ya veinte años: la llegada a nuestra tierra de D. Juan, Príncipe Regente de Portugal, que usaba acumulativamente el título de Príncipe de Brasil, pues era heredero del Trono lusitano y ejercía todos los poderes de Monarca, ante el estado de demencia en que cayó su madre, la Reina D-María I.

Oliveira Vianna describe este acontecimiento: “Ese gran accidente histórico marca, en efecto, una época decisiva, de considerable transformación en la vida social y política de nuestra nobleza territorial.

“Realmente, de Minas, de São Paulo, del interior del estado de Río, nuestro lucido patriciado rural inicia, desde esa época, su movimiento de descenso hacia el centro carioca, donde se halla la cabeza del nuevo Imperio. Sus mejores elementos, la flor de su aristocracia, comienzan a frecuentar ese Versalles tropical que se localiza en San Cristóbal.” [96]

En Río de Janeiro encuentran “por un lado, una burguesía recién nacida formada por mercaderes enriquecidos con la intensificación del comercio derivada de la ley de apertura de los puertos; por otro, una multitud aristocrática de hidalgos lusitanos que vino junto con el Rey.” [97]

No es de extrañar que en este encuentro entre elementos heterogéneos se produjeran fuertes conflictos. En ese sentido observa también Oliveira Vianna: “Junto al Rey, en las intimidades de la Corte, se enfrentan, inconfundibles y hostiles, esas tres clases: los Nobles de la tierra, opulentos en ingenios y haciendas, con su histórico desdén por los peones y mercaderes; los mercaderes, conscientes de su fuerza y riqueza, ofendidos por ese desdén ofensivo; los lusitanos emigrados, con la prosapia de sus linajes hidalgos y el tono impertinente de personas civilizadas que pasean en tierra de bárbaros.” [98]

Para terminar la historia de la “Nobleza de la tierra” en el periodo colonial se puede afirmar con Oliveira Vianna: “Como se ve, en la vida pública, en la vida privada, en la vida administrativa, estas organizaciones parentales —poderosamente apoyadas sobre la masa de sus clanes feudales— atraviesan los tres siglos coloniales ostentando su prestigio y poder.” [99]

11. Los Títulos de Nobleza del Imperio

¿Qué reflejo tuvo sobre la “Nobleza de la tierra” la creación de los Títulos de Nobleza del Imperio?

Poca; casi se diría que ninguna.

La Constitución imperial brasileña de 1824 no reconocía privilegios de nacimiento: “Quedan abolidos todos los privilegios que no sean juzgados como esencial y enteramente vinculados a los cargos por utilidad pública.”[100]

Esta disposición de nuestra primera Constitución Imperial traía por consecuencia que no fuera reconocida la herencia de los Títulos de Nobleza otorgados por el Emperador. Reflejaba dicha disposición la influencia del individualismo y del liberalismo que sopló a lo largo de todo el siglo XIX tanto en Europa como en América, y que aún se muestra presente en muchas de las actuales instituciones, leyes y costumbres.

Se tenía la idea de que el Título de Nobleza sólo sería compatible con el progreso de aquellos tiempos si premiara méritos individuales. Los de los antepasados no debían de ningún modo beneficiar a sus respectivos descendientes. De ahí provenía la no herencia de los títulos.

Al ser un mero premio, el Título de Nobleza no podía conferir jurisdicción específica sobre ninguna parte del territorio nacional y menos aún sobre las tierras de las cuales el agraciado fuese propietario. La escrupulosa disociación entre propiedad privada y poder político era considerada condición esencial para que un régimen actualizado con los principios de la Revolución Francesa no se confundiese con el feudalismo, contra el cual aún hacían campaña las facciones liberales.

El Gobierno de los municipios constituía un privilegio de la aristocracia rural. Cámara Municipal de Ouro Preto, Minas Gerais, Brasil.

Es concluyente en ese sentido el testimonio de Oliveira Lima: “El propio Imperio brasileño fue democrático no solo en el rótulo. Tanto es así que al organizar su Nobleza, no la hizo hereditaria, condición de perpetuidad. La Constitución monárquica de 1824 no reconoce privilegios de nacimiento; la aristocracia que entonces se formó era galardonada por sus méritos y servicios personales, y parte de la misma era también representativa de la riqueza, que es uno de los puntales del Estado y campo en el que caben las actividades individuales.” [101]

Entre la Nobleza titulada del Imperio se encuentran casos en los que padre e hijo recibían el mismo Título; o a veces el Título tenía una denominación diferente, aunque se refiriera al mismo toponímico o apellido. Eso no significaba, sin embargo, que éste fuera hereditario sino que había sido conferido con carácter personal a padre e hijo como recompensa a los méritos individuales de cada uno.

En ese caso se encuentran, por ejemplo, el Vizconde de Rio Branco, Primer Ministro del Imperio en 1871 y su hijo, el célebre Barón de Rio Branco, diplomático de consumado valor que se destacó especialmente por la elaboración de los necesarios tratados para establecer con precisión las fronteras entre Brasil y sus numerosos vecinos.

El Barón de Rio Branco actuó como Ministro de Asuntos Exteriores del régimen republicano durante la primera década de este siglo, pero antes aún de que cayera la Monarquía el Emperador le concedió el título de Barón “do Rio Branco”, sin duda por complacer a su padre.

Por otro lado, cuando el Título estaba relacionado con un determinado lugar (Viz-conde de Ouro Preto, Marqués de Paranaguá), los descendientes de un cierto número de titulados del Imperio adoptaron, en lugar de su apellido, el nombre del lugar con el que el Título estaba relacionado (de Ouro Preto, de Paranaguá) sin usar el Título propiamente dicho. Este procedimiento, que tal vez no fuera estrictamente legal, tampoco suponía la hereditariedad del Título.

Es evidente que un Título concedido únicamente al agraciado, con exclusión de su descendencia, no podía dar origen a una clase social en el sentido estricto de la palabra, pues esta última sólo tiene condiciones normales de existencia cuando está constituida por familias y no por meros individuos.

Así pues, como se ha dicho anteriormente, era casi nula la repercusión de estos títulos sobre la “Nobleza de la tierra”. Cuando se confería a un “Noble de la tierra” un Título de Nobleza del Imperio, tan vacío de contenido histórico, no tenía éste mucho mayor alcance que el de una mera condecoración. Podía realzar al agraciado dentro de su clase, pero este efecto era mucho menos fuerte que los derivados de la concesión del Título de Señor de la tierra por los Reyes de Portugal. Esto ocurrió en mayor medida con los Emperadores D. Pedro I y D. Pedro II que no se limitaron a conferir Títulos de Nobleza a los señores de la tierra, sino a brasileños de cualquier nivel social, siempre que los considerasen merecedores de dicha distinción por los servicios prestados al país.

12. La Monarquía parlamentaria y la “Nobleza de la tierra”

a) Los clanes electorales

La declaración de la Independencia en 1822 trajo consigo la implantación de la monarquía parlamentaria y, por tanto, del régimen electoral representativo. De este modo el cuadro político de Brasil se transformaba profundamente.

Se diría que en un marco político tan profundamente transformado, y no siendo los Títulos del Imperio concedidos sino ocasionalmente y con carácter individual a los miembros de la “Nobleza de la tierra”, ésta se desvanecería como una reminiscencia histórica sin vínculo con el presente.

No ocurrió así.

Ante dichas transformaciones, la “Nobleza de la tierra” no se dejó arrastrar por la inercia; por el contrario, trató de perpetuar su poder político en las nuevas circunstancias creadas por la implantación de una democracia coronada en Brasil.

En el sistema democrático, el electorado es el depositario de toda o casi toda la soberanía; manda, por tanto, quien tenga más influencia sobre él. Ahora bien, excepto, en los centros urbanos realmente importantes en alguna medida, la influencia sobre el electorado pertenecía a los Señores de la tierra. Así pues, la gran mayoría de los votos dependía de la “Nobleza de la tierra”, que ejercía su poder a través de los partidos políticos, pues el partido vive de su fuerza electoral y ésta estaba en manos de los Nobles de la tierra.

Pintoresca e inesperada resulta la organización que constituyeron para conservar el prestigio de antaño. Es también Oliveira Vianna quien nos informa de ello: “Estos señores rurales —hasta aquel momento dispersos y autónomos en su condición de pequeños señores del lugar— se mostraban ahora juntos y organizados (...) Están ahora solidarizados en dos grupos macizos, cada uno de ellos con un jefe ostensivo, con gobierno y autoridad en todo el municipio y a cuyo mando todos obedecen. (...) Están todos ellos unidos ahora bajo una leyenda (...) Son Conservadores o Liberales.” [102]

No sorprende que, sobre todo en las primeras décadas del régimen imperial, se hayan operado transformaciones dignas de mención en los cuadros políticos del país. Así las describe Oliveira Vianna:

“Llamamos clanes electorales a esas nuevas y pequeñas estructuras locales aquí nacidas en el siglo IV, porque son tan clanes como los feudales y los parentales, (...) tienen la misma estructura, la misma composición y la misma finalidad que éstos; solo que con una base geográfica más amplia, porque comprenden a todo el municipio, y no sólo el área restringida de cada feudo (ingenio o hacienda). Después de 1832 [103] estas pequeñas agrupaciones locales pasaron a afiliarse, a su vez, a las asociaciones más amplias que son los Partidos Políticos, con base provincial, primero, y con base nacional, más tarde: el Partido Conservador y el Partido Liberal, con sede en el centro del Imperio y con los Presidentes de Provincia como jefes provinciales.” [104]

b) Guardia Nacional y “Nobleza de la tierra”

Por la ley de 18 de agosto de 1831 se extinguen las antiguas instituciones militares de la Colonia, los Cuerpos de Milicias, las Guardias Municipales y las Ordenanzas, y se crea la Guardia Nacional.

A partir del momento en que el poder central tomó a su cargo el nombramiento de las autoridades locales, hasta entonces electivas, fue grande el deseo de la clase aristocrática de los jefes de clanes electorales de obtener las simpatías de los Presidentes de Provincia. “Eran los Gobernadores los que indicaban al centro los nombres de los beneficiarios, no sólo para los puestos, entonces extremamente importantes, de la Guardia Nacional, sino también para los de la nobiliaria del Imperio.” [105]

Conviene por tanto conocer cuáles eran las relaciones de la Guardia Nacional con la “Nobleza de la tierra”: “En lo que se refiere a la constitución de los clanes electorales (...) nunca estará de más destacar el papel ejercido por la institución de la Guardia Nacional. El cuadro de oficiales de esta guardia constituía el lugar de concentración de toda la Nobleza rural. (...)

“En el Imperio, los puestos de oficiales de la Guardia Nacional eran dignidades locales tan altas como lo eran en la colonia las de ‘Juez de Fuera’ o ‘Capitán Mayor Regente’ y constituían una Nobleza local de la más alta calificación.

“El título de ‘coronel’ o ‘teniente coronel’, que la República desvalorizó vulgarizándolo, era la más alta distinción conferida a un hacendado del municipio. El modesto título de ‘alférez’ sólo se daba a hombres de peso y autoridad local. (...)

“Era ésta justamente la función política de la Guardia Nacional: permitir al señor más rico o más poderoso (por la protección que le dispensaba el Gobernador, concediéndole el reclutamiento, la policía civil o militar, la cámara municipal con sus almotacenes) [106] imponerse a los demás clanes feudales y señoriales.” [107]

Afirma, por su parte, Rui Vieira da Cunha: Se alcanzaba, en efecto, la Guardia Nacional, de tamaña magnitud para comprender de la osamenta social del Imperio. Hacia ella se deslizaba el poder y la influencia, aristocratizándola, al contrario de lo que ocurría con la democratización de los títulos nobiliarios y mercedes honoríficas.

“La interpretación sistemática de los arts. 69 y 70 de la Ley de 18 de agosto de 1831 que creaban las Guardias Nacionales (...) llevaba a la siguiente conclusión: ‘Los oficiales de las Guardias Nacionales son iguales en nobleza a los de las tropas regulares’.” [108]

13. El ciclo del café

A mediados del siglo XVIII tuvo inicio el ciclo del café, dando oportunidad a la aparición de un nuevo aspecto de nuestra “Nobleza de la Tierra”, la llamada “aristocracia del café”, nacida entonces, cuyo prestigio e influencia marcaron sobre todo la vida del Imperio y, cuando éste cayó, algunas décadas de la de la República.

En ese sentido declara Roger Bastide:

“Después de las civilizaciones del azúcar y del oro, la tercera gran civilización que se desarrolló en Brasil fue la del café. (...)

“El café se desplaza, desde los lujos del Imperio hasta la muerte de Getúlio Vargas. El café crea una aristocracia [109] y destruye (o por lo menos transforma) su propia creación.”

“El café se confunde con la historia del siglo XIX y con el inicio del siglo XX. (...)

Transcribiendo una opinión de Gilberto Freyre, Bastide prosigue: “Es justamente el café lo que hace florecer en la provincia de São Paulo, casi dos siglos después, una sociedad patriarcal idéntica a la de Bahía y Pernambuco. Los barones del café, afirma [Gilberto Freyre], continuaban y reproducían la aristocracia del azúcar.” [110]

a) La proclamación de la República y la aristocracia rural

Proclamada la República en 1889, no desapareció por eso la influencia política de las familias provenientes de la antigua “Nobleza de la tierra.” Por otra parte, su prestigio social continuaba siendo preponderante. Además, su modo de ser y costumbres se destilaban y asimilaban con rapidez e intensidad las maneras y el esplendor de la vida social de los mejores ambientes europeos.

Es significativo en ese sentido el testimonio dado por Georges Clemenceau, político mundialmente conocido y Presidente del Consejo de Ministros francés durante la I Guerra Mundial, con ocasión de su viaje a Brasil en 1911:

“En cuanto a la ‘élite social’, (...) siempre nos vemos obligados a volver a ese punto de partida de una oligarquía feudal, centro de toda la cultura y refinamiento. (...) Es en su finca (fazenda), en el centro de su dominio, donde hay que ir a buscar al plantador (fazendeiro). Perfectamente feudal, persuadido del pensamiento europeo, abierto a todos los altos sentimientos de generosidad social que caracterizaron en determinado momento a nuestra aristocracia del siglo dieciocho, (...) es infinitamente superior a la generalidad de sus similares europeos nacidos de la tradición o surgidos de los acasos de la democracia. (...) En París, pasaréis junto a este dominador sin daros cuenta, de tal manera difiere por la modestia de su palabra y la simplicidad de su figura del tipo presentado por la sátira. (...)

“La ciudad de São Paulo es tan curiosamente francesa en algunos de sus aspectos, que a lo largo de toda una semana no me acuerdo de haber tenido la sensación de encontrarme en el extranjero. (...) La sociedad paulista (...) presenta el doble fenómeno de orientarse decididamente hacia el espíritu francés y desarrollar paralelamente todos los rasgos de la individualidad brasileña que determinan su carácter. Tened por seguro que el paulista es paulista hasta lo más hondo de su alma, paulista tanto en Brasil como en Francia o en cualquier otro lugar. Quedando esto claro, decidme, sin embargo, si ha habido alguna vez, bajo el hombre de negocios, al mismo tiempo prudente y audaz, que ha sabido valorizar el café, un francés de maneras más corteses, de conversación más amable y con una más aristocrática delicadeza de espíritu.” [111]

Incluso después de haber sido proclamada la República, en 1889, las familias que provenían de la antigua “Nobleza de la tierra” continuaron refinando su modo de ser y sus costumbres, asimilando las maneras y el esplendor de la vida social de los mejores ambientes europeos. Georges Clemenceau, en su viaje a Brasil, en 1911, comentaba a este propósito que la ciudad de San Pablo, sin perder ningún trazo de su carácter brasileño, “es tan curiosamente francesa en algunos de sus aspectos que durante toda una semana no tuve la sensación de encontrarme en el extranjero”.

Mientras tanto, ya sea durante el Imperio, ya sea durante las primeras décadas de la República, las transformaciones generales de la vida de Occidente fueron influenciando irresistiblemente a la sociedad brasileña en perjuicio de las viejas élites rurales.

Las crecientes facilidades de comunicación con Europa y los Estados Unidos difundieron aquí el pensamiento cada vez más radicalmente igualitario —y por tanto contrario a las aristocracias y élites sociales de cualquier tipo— que soplaba tanto en el viejo mundo como en la joven y vigorosa federación norteamericana.

De este modo, los elementos más cultos de la sociedad brasileña, propensos en su mayoría a seguir los impulsos provenientes de los grandes centros mundiales, iban mirando con creciente antipatía la oposición entre la democracia de ficción aquí vigente y la democracia cada vez más efectiva que regía a las naciones de mayor prestigio. El poder político de la clase agrícola les parecía una impostura, un falseamiento del régimen existente.

“Las ideas liberales se difundieron con la instrucción. (...) Con el café pasan a medrar en los pasillos de la Facultad de Derecho de São Paulo, entre los hijos de los hacendados, haciendo triunfar sucesivamente el abolicionismo, la República, la rebelión contra el monopolio político de los ricos ‘coroneles’.” [112]

Por todo el país se iban creando órganos de prensa, propensos en su mayoría a la instauración de lo que llamaban la autenticidad democrática. A la vez que el Partido Republicano, defensor discreto, pero poderoso, del status quo, iba creciendo el Partido Democrático, portavoz de la transformación política.

b) La crisis del café

A finales de los años veinte de nuestro siglo, una formidable crisis hizo estremecer el cultivo del café, plantado sobre todo en los estados de Minas Gerais, Rio de Janeiro y Sao Paulo. La causa de ello fue la inhábil política de la República ante la producción de nuestro café, mayor que el consumo del mercado mundial. Esta crisis imprevista sorprendió a gran número de cultivadores en fase de endeudamientos, necesarios para aumentar sus ya excesivas producciones, o para la construcción o mejora de sus moradas en las capitales.

En efecto, gracias a las redes ferroviarias y de carreteras, los hacendados del café tendían cada vez más a localizar sus residencias urbanas, no ya en las pequeñas ciudades próximas a sus respectivas haciendas, sino en las grandes, ahora con fácil acceso. En ellas podían llevar una vida social brillante, y al mismo tiempo proporcionar a sus hijas e hijos una alta educación secundaria en los colegios de religiosos y religiosas, procedentes sobre todo de Europa. Podían, además, los padres, seguir de cerca la vida de sus hijos entregados a estudios superiores en las diversas facultades que se iban fundando.

Endeudados imprudentemente, empobrecidos por falta de previsión, la clase de los grandes hacendados del café sufrió así un golpe que disminuyó muy considerablemente su prestigio social, y más aún el político.

Mientras esto ocurría en el sur del país, los Señores de Ingenio de Pernambuco y otros Estados del Nordeste brasileño ya hacía mucho tiempo que habían entrado en decadencia “en virtud del desarrollo de la industria que, con los ingenios centrales, eliminó las pequeñas fábricas, reunió a los labradores, sus dependientes, en torno a las feitorías (ver nota 30), clausuró el ciclo aristocrático de los ingenios, sustituyó al señor por la compañía (algunas organizadas en Inglaterra, con nombres ingleses) e instaló el monopolio de zona, en lugar de la iniciativa resistente de los viejos propietarios.” [113]

El rendimiento de los ingenios bajó tanto que solo proporcionaba a un gran número de señores lo necesario para su subsistencia.

c) La Revolución de 1930 y el fin de las élites rurales tradicionales en Brasil

Pero el curso de los acontecimientos preparaba para el país nuevas circunstancias, cuyas consecuencias implicaban la virtual extinción de la aristocracia rural. “Esta aristocracia rural lideró la sociedad brasileña durante siglos y finalmente perdió el control de la nación en 1930.” [114]

En realidad, la Revolución de 1930 privó del poder al presidente Washington Luiz —símbolo expresivo, por su figura, del orden de cosas que se hundía— y colocó a Getúlio Vargas al frente del país.

Esa revolución dio origen a casi quince años continuos de una dictadura que, por un lado, se proclamaba anticomunista, pero por otro apoyaba las transformaciones sociales aquí reclamadas por la izquierda. El “getulismo” inauguró una época populista.

Con ello, la clase de los señores de tierras quedó reducida a restos dispersos: “rari nantes in gurgite vasto”; [115] es decir, a raros destrozos que fluctuaban en un Brasil cada vez más poblado, cada vez más urbanizado e industrializado, en el cual los hijos de emigrantes de las más diversas procedencias iban consiguiendo una situación destacada y adquiriendo las haciendas que las energías exhaustas y las finanzas escuálidas de los antiguos propietarios del campo no podían ya mantener.

Estos últimos constituían cada vez menos una clase definida y, salvo algunos pocos de sus miembros, se perdían en un anonimato o cuasi anonimato, dentro del tumulto de un Brasil cada vez más rico y cada vez más diferente de lo que fue.


NOTAS

[1] 1) Sobre la nobleza brasileña véase, por ejemplo: Antonio José Victoriano BORGES DA FONSECA, Nobiliarchia Pernambucana, Biblioteca Nacional, Rio de Janeiro, 1935; CARVALHO FRANCO, Nobiliário Colonial, São Paulo, 2ª ed.; Fernando de AZEVEDO, Canaviais e Engenhos na vida Política do Brasil, Edições Melhoramentos, 2ª ed.; Gilberto FREYRE, Interpretação do Brasil, José Olympio Editora, Rio de Janeiro, 1947; Teniente Coronel Henrique WIEDERSPAHN, “A evolução da Nobreza Cavalheiresca e Militar Luso-Brasileira desde o Descobrimento até a República”, in “Boletim do Colégio de Armas e Consulta Heráldica do Brasil”, nº 1, 1955; J. CAPISTRANO DE ABREU, Capítulos da Historia Colonial (1500-1800), Sociedade Capistrano de Abreu, 4ª ed.; 1954; Luis PALACIN, Sociedade Colonial— 1549 a 1599, Universidade Federal de Goiás, Goiânia, 1981; Manoel RODRIGUES FERREIRA, As Repúblicas Municipais no Brasil (1532-1820), Prefeitura do Município de São Paulo, São Paulo, 1980; Nelson OMEGNA, A Cidade Colonial, José Olympio Editora, Rio de Janeiro, 1961; Nelson WERNECK SODRÉ, Formação da Sociedade Brasileira, José Olympio Editora, Rio de Janeiro, 1944; Nestor DUARTE, A Ordem Privada e a Organização Política Nacional, Companhia Editora Nacional, São Paulo, 1939; OLIVEIRA VIANNA, Instituições Políticas Brasileiras, José Olympio Editora, Rio de Janeiro, 1955; Rui VIEIRA DA CUNHA, Estudo da Nobreza Brasileira, Arquivo Nacional, Rio de Janeiro, 1966; Rui VIEIRA DA CUNHA, Figuras e Fatos da Nobreza Brasileira, Arquivo Nacional, Rio de Janeiro, 1975.

[2] Sesmaria: tierra sin cultivar o abandonada que los reyes de Portugal concedían a los cultivadores o sesmeiros.

[3] F. J. OLIVEIRA VIANNA, Populações Meridionais do Brasil, Companhia Editora Nacional, São Paulo, 3ª ed., vol. I, p. 15.

[4] Amador Bueno e seu tempo, Coleção História da Civilização Brasileira (7), USP, Boletim nº LXXXVI, São Paulo, 1948, p. 61.

[5] O movimento da Independência — 1821-1822, Companhia Melhoramentos de São Paulo, São Paulo, 1922, pp. 28-29.

[6] Pedro CALMON; Historia do Brasil, Livraria José Olympio Editora, Rio de Janeiro, 1959, vol. 1, p. 170.

[7] Os primitivos colonizadores nordestinos e seus descendentes, Editora Melso, Rio de Janeiro, 1960, p. 20.

[8] Op. cit., p. 62.

[9] Op. cit., p. 27.

[10] Instituições políticas brasileiras, José Olympio Editora, Rio de Janeiro, 2ª ed., 1955, vol. I, p. 174.

[11] Biblioteca Nacional de Lisboa, Arquivo da Marinha, liv. 1 de ofícios, de 1597 a 1602.

[12] Gilberto FREYRE; Casa-Grande & Senzala, Editora José Olympio, São Paulo, 5ª ed., 1946, vol. I, pp. 121-123.

[13] En los siglos XVI y XVII la influencia de los herejes en las tierras que hoy constituyen Holanda y parte de Bélgica era muy acentuada. Conviene destacarlo para comprender cabalmente las invasiones holandesas en Brasil, porque el catolicismo ha crecido tanto en Holanda en las últimas décadas, que el espíritu público ya no considera a dicho país un gran baluarte del protestantismo.Algo análogo se podría decir respecto a Francia. Allí jamás tuvo el protestantismo una preponderancia definida como en Holanda, pero constituyó una fuerza significativa que Luis XIV procuró anular mediante la revocación del Edicto de Nantes en 1685 y las famosas dragonades. Ni una ni otra medida lograron aniquilarlo completamente; pero, al obligar a los protestantes disconformes a retirarse en masa del territorio francés, se dio contra dicha religión un golpe profundo, del cual nunca llegó a rehacerse. En dicho país, la religión protestante —sobre todo la calvinista— pasó a ocupar un plano enteramente secundario. No era así, sin embargo, en la época en que Villegagnon atacó Río de Janeiro.La ofensiva francesa para desembarcar en Marañón tuvo un carácter enteramente diferente. Los invasores franceses eran católicos, y a ellos se debe que la capital del Estado tenga el nombre de San Luis.

[14] Op. cit., pp. 256-257.

[15] F. J. OLIVEIRA VIANNA, Populações Meridionais do Brasil, vol. I, p. 102.

[16] Sertão: Lugar no cultivado, alejado de las poblaciones o terrenos cultivados.

[17] L. AMARAL GURGEL, Ensaios Quinhentistas, Editora J. Fagundes, São Paulo, 1936, p. 174.

[18] F. J. OLIVEIRA VIANNA, O povo brasileiro e sua evolução, Ministério da Agricultura, Indústria e Comércio — Diretoria Geral de Estatística, Tipografia da Estatística, Rio de Janeiro, 1922, p. 19.

[19] El Consejero Juan Alfredo Corrêa de Oliveira, nacido el 12 de diciembre de 1835, conocía de cerca la situación que con esas palabras describe. Su familia era de las más notables de entre las de los Señores de Ingenio de Goiana, y estaba vinculada por parentesco y matrimonio a casi todas las demás familias señoriales de Pernambuco. Dotado de una excepcional inteligencia, se licenció en Derecho en el Curso Jurídico de Olinda y comenzó a una brillante carrera política, en la cual alcanzó los más altos cargos del régimen imperial, esto es, los de Senador, Consejero de Estado y Presidente del Consejo de Ministros. Fue de los más activos próceres del movimiento abolicionista y como Presidente del Consejo de Ministros firmó junto a la Princesa Isabel, entonces Regente del Imperio, la llamada Ley Áurea del 13 de mayo de 1888, que abolió la esclavitud en Brasil.Tras ser proclamada la república en 1889, el Consejero Corrêa de Oliveira continúo fiel al ideal monárquico y fue miembro del Directorio Monárquico, órgano encargado por la Princesa Isabel de orientar la actuación de los monárquicos en Brasil. Falleció en Rio de Janeiro el 6 de marzo de 1919.

[20] O Barão de Goiana e sua época genealógica en Minha Meninice & Outros ensaios, Editora Massangana, Recite, 1988, p. 56.

[21] Instituições políticas brasileiras, 2ª ed., vol. I, pp. 256-257.

[22] A cidade colonial, Livraria José Olympio Editora, Rio de Janeiro, p. 124.

[23] No son ya dos, sino una sola carne.

[24] Op.cit., p. 107.

[25] Diálogo das grandezas do Brasil, Rio de Janeiro, 1943, p. 155 apud Luis PALACÍN, Vieira e a visão trágica do Barroco. Hucitec/Pró-Memória e Instituto Nacional do Livro, p. 105.

[26] Luis PALACÍN, Sociedade Colonial — 1549 a 1599, Editora da Universidade Federal de Goiás, Goiânia, 1981, p. 186.

[27] Idem, p. 181.

[28] Canaviais e engenhos na vida política do Brasil — Obras completas, Edições Melhoramentos, São Paulo, 2ª ed., vol. XI, p. 86.

[29] Ídem, p. 65.

[30] Feitorías: Institución comercial creada por la corona en la época colonial, destinada a la explotación y comercialización del palo Brasil y otras mercancías.

[31] Pedro CALMON, op. cit, vol. 1, p. 170.

[32] Ibídem.

[33] Ibídem.

[34] Op. cit., pp. 42 y 44.

[35] Cfr. ROCHA POMBO, História do Brasil, W. M. Jackson Inc. Editores, Rio de Janeiro, 1942, vol. I, pp. 131-133.

[36] Op.cit., vol. I, p. 172.

[37] Pedro CALMON, op. cit., vol. 2, pp. 355-356.

[38] Ídem, p. 358.

[39] Fernando de AZEVEDO, op. cit., vol. XI, p. 107.

[40] Mutirão (o muxirão): Auxilio que prestan los pequeños agricultores a otro, reuniéndose durante un día para la plantación, cosecha o tapiamento de su propiedad.

[41] Adjutório: Lo mismo que mutirão.

[42] Hélio Vianna, Formação brasileira, Livraria José Olympio Editora, Rio de Janeiro, 1935, PP. 36, 38-39.

[43] “Casa fortaleza nova de pedra e cal, telhada de novo e meia assoalhada e toda cercada de madeira para se fazer varandas qual está por assoalhar”

[44] Pedro CALMON, op. cit., vol. 2, p. 360.

[45] Gilberto FREYRE, op. cit., vol. I, p. 24.

[46] Senzala: El conjunto de las viviendas destinadas a los esclavos.

[47] Pedro CALMON, op. cit., vol. 3, p. 916.

[48] Fernando de AZEVEDO, op. cit., vol. XI, p. 80.

[49] Oficial francés contratado por el Gobierno del primer Imperio para colocarse al mando de las fuerzas brasileñas en su lucha armada para consolidar la Independencia.

[50] Fernando de AZEVEDO, op. cit., vol. XI, p. 48.

[51] Tratados da terra e gente do Brasil, Livraria Itatiaia Editora, Belo Horizonte, pp. 157-158.

[52] Obra publicada en Lisboa en 1648 que narra la épica insurrección pernambucana contra el hereje holandés. Fue escrita en plena lucha por Fray Manuel Calado, también llamado Fray Manuel de Salvador, uno de los héroes de la misma.

[53] F. J. OLIVEIRA VIANNA, Populações meridionais do Brasil, vol. I, p. 7.

[54] Ídem, p. 9.

[55] Op. cit., p. 71.

[56] Massapé: Suelos fértiles del nordeste brasileño, muy utilizados para el cultivo de grandes cañaverales.

[57] Fernando de AZEVEDO, A cultura brasileira—Introdução ao estudo da cultura no Brasil, Editora Melhoramentos, Sao Paulo, 3ª ed., p. 154.

[58] Op. cit., vol. I, pp. 350-351.

[59] Bandeirantes: Literalmente, abanderados. Se designa así a quienes capitaneaban las banderas, o expediciones de exploración del interior brasileño, de las que se hablará más adelante.

[60] Op.cit.,vol. II, p. 293.

[61] Almir de ANDRADE, Formação da sociologia brasileira, vol. I, Os primeiros estudos sociais no Brasil, Livraria José Olympio Editora, Rio de Janeiro, 1941, p. 100.

[62] F. RODRIGUES CONTREIRAS, Traços da economia social e política do Brasil colonial, Ariel Editora, 1935, p. 181.

[63] Descoberto: lugar donde se ha descubierto oro y se ha establecido mina.

[64] Alfonso Arinos de Melo Franco, A sociedade bandeirante das minas en Curso de bandeirologia, Departamento Estadual de Informações, 1941, p. 90.

[65] F. Rodrigues Contreiras, op. cit., p. 100.

[66] Raposo Tavares e a formação territorial do Brasil, Imprensa Nacional, Rio de Janeiro, 1958, p. 135.

[67] F. J. Oliveira Vianna, Instituições políticas brasileiras, 2ª ed., vol. I, p. 170.

[68] Ídem, pp. 170-171.

[69] Op.cit., vol. 2, p. 358.

[70] Canaviais e Engenhos na vida política do Brasil, p. 88.

[71] Seudónimo del jesuita Juan Antonio Andreoni, que estuvo en Brasil en 1711 y escribió Cultura e Opulencia do Brasil por suas drogas e minas.

[72] Op.cit., pp. 181-182.

[73] Historia da Companhia de Jesus no Brasil, Instituto Nacional do Livro, Rio de Janeiro, 1945, t. V, p. 452.

[74] Op.cit., p. 127.

[75] Op.cit., p. 184.

[76] Resumo da História de São Paulo, Tipografia Brasil, São Paulo, 1942, p. 109.

[77] Op.cit., vol. I, p. 162.

[78] Op.cit., vol. III, pp. 179-180.

[79] Amador Bueno e seu tempo, p. 66.

[80] F. J. Oliveira Vianna, op. cit, vol. I, p. 162.

[81] Resumo da Historia de São Paulo, p. 107.

[82] Evolução política do Brasil e outros estudos. Editora Brasiliense, São Paulo, 7ª ed., 1971, p. 29.

[83] As Repúblicas Municipais no Brasil, Prefeitura do Município de São Paulo, 1980, pp. 45 y 46.

[84] Op. Cit., vol. I, p. 347. 

[85] Néstor Duarte, op. cit., p. 82.

[86] Ex profesor de Política en la Facultad de Filosofía, Ciencias y Letras de la Universidad de São Paulo, profesor en el Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de París.

[87] Les trois ages du Brésil—Essai de Politique, Librarie Armand Colin, Paris, 1954 p. 65.

[88] Op. cit., p. 126.

[89] Op. cit., pp. 65-66.

[90] Op. cit., p. 143.

[91] Op. cit., vol. I, p. 165.

[92] Pedro Calmon, op. cit., vol. 3, pp. 892-893.

[93] Populações meridionais do Brasil, vol. I. p. 35.

[94] Ídem, p. 18.

[95] Ídem, p. 23.

[96] Ídem, pp. 34-35.

[97] Ídem, p. 35.

[98] Íbídem.

[99] Instituições políticas brasileiras, 1ª ed., p. 1949, vol. I, p. 270.

[100] Constituição política do Império do Brasil, art. 179, nº XVI.

[101] Op.cit., pp. 29-30.

[102] Op. cit. vol. I, p. 279.

[103] El mismo autor aclara que estas nuevas agrupaciones electorales con base municipal reclutadas por la aristocracia rural comenzaron a constituirse de modo definido y visible con la ley de 1828 que reorganizó los municipios y, principalmente, con la promulgación del Código do Processo en 1832.“Este código, con su democracia municipalista, obligaba, forzaba realmente a estos señores rurales a entendimientos y acuerdos entre sí para elegir a las autoridades locales, como los jueces de paz (que tenían funciones policiales); los jueces municipales (que eran jueces en lo criminal y tenían ciertas funciones policiales); los concejales y los oficiales de la Guardia Nacional. Estos cargos o puestos eran electivos en aquella época, y a sus titulares les correspondían también funciones efectivas de vigilancia y mantenimiento del orden” (F. J. Oliveira Vianna, Op. Cit., p. 281).Oliveira Vianna describe además el movimiento de concentración de estos clanes electorales: “Este movimiento de concentración se lleva a cabo, primeramente, en torno a la autoridad provincial (con la pequeña centralización, salida del Acto Adicional), y se opera entre los años 35 y 40 y va hasta la ley del 3 de diciembre de 1841. Después de esta ley, viene la gran centralización, la centralización del Imperio, que va hasta 1889, con la proclamación de la República, y con ella se opera la concentración nacional de estos clanes. (...) Desde entonces, los ‘clanes electorales’ de los municipios quedaron únicamente como secciones de uno de estos grandes partidos nacionales: el Conservador y el Liberal” (ídem, pp. 281-282).

[104] Ídem,p. 280.

[105] F. J. Oliveira Vianna, ídem, p. 283.

[106] Funcionario encargado de contrastar las pesas y medidas, vigilar los mercados y fijar los precios de las mercancías.

[107] Ídem, pp. 284-285.

[108] Estudo da Nobreza Brasileira (Cadetes), Arquivo Nacional, Rio de Janeiro, 1966, p.42.

[109] Como se puede deducir por el contexto, este término se emplea aquí latu sensu, no para designar una clase social creada y reconocida por la ley, sino simplemente nacida de los hechos, y con contornos menos definidos.

[110] Brasil terra de contrastes, Difusão Européia do livro, São Paulo, 4ª ed., 1971, pp. 127-130.

[111] Georges Clemenceau, Notes de Voyage dans l’Amerique du Sud — XIII en “L’Illustration”, 22/4/1911, pp. 310 y 313.

[112] Roger Bastide, op. cit, p. 139.

[113] Pedro Calmon, op. cit., vol. 7, p. 2300.

[114] Robert J. Havirghurst y J. Roberto Moreira, Society and education in Brazil, University of Pittsburgh Press, 1969, p. 42.

[115] Virgilio, Eneida, I, 118.