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Sección Primera
Entrevistando a Plinio Corrêa de Oliveira
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Recientemente las TFPs conmemoraron los 60 años de infatigables luchas del Profesor Plinio Corrêa de Oliveira en defensa de la civilización cristiana, amenazada por tantos factores de disgregación. Así describió él mismo su resolución de consagrarse por entero a una causa que muchos juzgaban perdida: "Cuando era aún muy joven, consideré con amor y veneración las ruinas de la Cristiandad. A ellas entregué mi corazón. Di las espaldas a mi futuro; e hice de aquel pasado, colmado de bendiciones, mi Porvenir". En esta entrevista, Plinio Corrêa de Oliveira habla sobre algunos aspectos de esa gran batalla, varios de ellos hasta hoy inéditos. * * * — Dr. Plinio, ¿podría Ud. describir cómo era la situación interna de la Iglesia en Brasil en 1928, cuando se celebró en São Paulo el Congreso de la Juventud Católica y Ud. ingresó en el movimiento Católico? — El movimiento católico comenzaba entonces su período de ascensión. Su pujanza provenía precisamente del gran desarrollo logrado por las Congregaciones Marianas. Hasta entonces, la situación había sido muy diferente. Era mal visto que un hombre procediese como católico, los escasos congregantes marianos eran considerados extravagantes por la mayor parte de las personas y un poco puestos al margen de la vida común. A comienzos de los años 20, la situación comenzó a invertirse hasta tal punto que hacia 1930 era prestigioso militar en las filas católicas. Basta decir que la Federación Mariana de São Paulo se vió obligada a entablar procesos judiciales contra algunos comerciantes, que vendían a personas no pertenecientes a la asociación imitaciones del distintivo usado por los congregantes marianos, pues parecía decorativo llevarlo en la solapa. El movimiento mariano se caracterizaba por una intensa sed de autenticidad y de fervor religiosos, una devoción creciente a la Santísima Virgen y una decidida actitud anticomunista. Además, de manera difusa pero efectiva, era hostil a todas las facetas anticristianas de la Revolución Francesa y a sus efectos ideológicos y culturales, los cuales habían fructificado a lo largo del siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX. Es de hacer notar que las crisis internas, entonces incipientes en núcleos directivos de los medios religiosos de Europa y de los Estados Unidos, aún no habían llegado a Brasil. La Iglesia vivía en una paz religiosa completa, en una entera confianza entre los católicos, en una total concordía de las asociaciones religiosas entre sí y en la reunión filialmente sumisa de todo el laicado en torno a la Sagrada Jerarquía. En suma, Brasil gozaba suave y fecundamente la paz religiosa que San Pío X logró para la Iglesia a costa de heroicos esfuerzos en contra de la herejía modernista. A nadie se le ocurría que un católico practicante pudiese tener una intención desleal, malévola, anticatólica o que estuviese realizando un trabajo de zapa dentro de la Iglesia, en pro de los enemigos de esta. Todo eso demuestra que no es objetiva la noción que hoy se difunde de que la gran novedad del movimiento católico, de fines de los años 20, habría sido el surgimiento de ciertos cenáculos de literatos e intelectuales católicos, que publicaban revistas de circulación restringida y dictaban conferencias. Si estos cenáculos tenían algún prestigio, era menos por el valor —sin duda innegable— de algunos de sus participantes que por la repercusión que su voz tenía sobre la multitud de las organizaciones religiosas que, pari passo con las Congregaciones Marianas, entonces se difundían rápidamente por Brasil. El gran soplo de renovación procedía, por lo tanto, sobre todo del Movimiento Mariano y de asociaciones congéneres. Allí refulgían el entusiasmo, el número multitudinario, la ortodoxia sin mancha. En pocos años ese movimiento se transformó en una fuerza nacional, lo que es fácil de demostrar con los hechos que se dieron con ocasión de la Constituyente de 1934. — ¿Fue en ese contexto que surgió la idea de la Liga Electoral Católica? — Sí. Aunque más del 90% de la población era católica, había razones por las cuales no se podía pensar en la formación de un partido político católico, tal como existía en otros países. Pero yo me daba cuenta de que algo debía hacerse contra el laicismo que dominaba toda la legislación y toda la vida oficial del Estado y que ignoraba el hecho real que era la aplastante preponderancia católica de la población. Por eso impulsé la fundación de la Liga Electoral Católica (LEC). — Ud. afirma que tuvo una participación determinante en la fundación de la LEC, pero no fue posible encontrar esa información en los historiadores que han tratado sobre la materia. Ellos se refieren en cambio a Alceu Amoroso Lima y a Heitor Silva Costa, el arquitecto del monumento al Cristo Redentor de Río de Janeiro. — Un día, leyendo el díario católico "La Croix", de París, me enteré de la existencia de la Fédération Nationale Catholique, dirigida por el General De Castelnau, quien se había destacado por su actuación en la I Guerra Mundíal y era católico practicante. Escribí a la FNC solicitando sus estatutos. Supe entonces que tal asociación enviaba a todos los candidatos, antes de las elecciones, un cuestionario en el que indagaba sobre la posición de cada uno respecto a las reivindicaciones de la Iglesia, y después publicaba las respuestas que servían de orientación para el voto católico. Propuse al escritor Alceu Amoroso Lima (Tristão de Athayde) —con quien iniciaba entonces una amistad que más tarde se haría íntima, y que las polémicas sobre la Acción Católica, el maritainismo y el liturgicismo habrían de romper a comienzos de la década del 40— una adaptación de tal sistema. Me dijo que estaba pensando en algo así junto con el Ing. Heitor Silva Costa, de Río de Janeiro, y que el Cardenal Leme (Arzobispo de Río) ya había sido consultado sobre el tema. Las sugerencias que presenté fueron tomadas como base del proyecto elaborado. Como resultado de varias conversaciones entre los tres, la LEC fue constituída. Su Eminencia el Cardenal Leme envió una circular a todos los arzobispos y obispos, recomendando la creación de la LEC en las respectivas circunscripciones eclesiásticas. El Arzobispo de São Paulo, Monseñor Duarte Leopoldo e Silva, me convidó entonces para ser el Secretario General de la organización en ese Estado. Cuando fueron convocadas las elecciones para la Constituyente, el Vicario General de São Paulo, Monseñor Gastão Liberal Pinto —después Obispo de San Carlos— me informó confidencialmente que Monseñor Duarte había sido sondeado por políticos paulistas, y había concordado con ellos, para constituir una lista única que agrupara todas las corrientes que se oponían a Getúlio Vargas. En ella debía participar también la LEC.
En las Congregaciones Marianas, que en pocos años se transformarían en una fuerza nacional, refulgían la ortodoxia sin mancha, el entusiasmo y el número multitudinario — La adhesión a la Lista Única, deseada por Monseñor Duarte, ¿no comprometía el carácter suprapartidista de la LEC? — Después de derribar al Gobierno constitucional de Washington Luis, Getúlio Vargas se convirtió en el dueño del Poder. Pero en vez de proceder de inmedíato a la democratización política —que era la finalidad declarada por la revolución que lideró— se fue perpetuando en la Presidencia de la República. Su actuación a la cabeza del Gobierno era vista por los elementos representativos de São Paulo como fundamentalmente anti-paulista. Mientras trataba a São Paulo sin la menor consideración, era liberal con los otros Estados brasileños. Ante los ojos de los jefes políticos, de la prensa y de las principales figuras de São Paulo, fue tomando cuerpo la impresión de que el Presidente Vargas deseaba eternizarse en el cargo como dictador. Y para lograrlo quería antes de todo acabar con el poder político y económico de ese Estado, líder desde el punto de vista productivo. Numerosos episodios fueron dando oportunidad para que esa opinión se consolidase. Y el malestar profundo que ello generó en la población paulista tuvo consecuencias gravísimas. Fue así que estalló en São Paulo la Revolución Constitucionalista de 1932 que, aunque derrotada, creó en todo el país un ambiente que hacía imposible al Gobierno Federal no convocar elecciones para una Asamblea Constituyente. Aunque profundamente divididos entre sí, los dos mayores partidos políticos paulistas (el Partido Republicano Paulista, PRP, y el Partido Democrático, PD) juzgaron que deberían olvidar sus diferencias y unirse por el interés del Estado, pues consideraban que São Paulo continuaba amenazado, y tan profundamente amenazado que una lamentable tendencia separatista ya se esbozaba en algunos sectores de la población. En consecuencia, hicieron una coalición que iba mucho más allá del objetivo partidista de colocar de nuevo en el Poder a sus equipos políticos. En efecto, los dirigentes de los dos partidos comprendieron que un frente partidista no representaría toda la amplitud del descontento público de São Paulo. Y por eso embarcaron en su actuación post-revolucionaria a todas las fuerzas representativas del Estado. Pasaron a formar parte de la Lista Única la Asociación Comercial y la Federación de los Voluntarios de la Revolución del 32, como también la Liga Electoral Católica. Todos integraban esa Lista Única en igualdad de condiciones. De esa forma, tal coalición representaba a la casi totalidad de São Paulo. La adhesión de la LEC a la Lista Única por São Paulo Unido no tenía, pues, el carácter partidista que algunos hoy imaginan. Es importante hacer notar que la Lista Única aceptaba las reivindicaciones católicas.
A fin de perpetuarse en el Gobierno, Getúlio Vargas quería acabar con el poder político y económico de São Paulo. La Revolución Constitucionalista de 1932 que se le opuso fue derrotada, pero lo obligó a convocar elecciones para una Asamblea Constituyente — ¿Cómo fue que la LEC lanzó su candidatura, y como se explica la altísima votación que Ud. entonces obtuvo? — Algún tiempo después de la adhesión de la LEC a la Lista Única, Monseñor Gastão Liberal Pinto me informó que Monseñor Duarte había indicado cuatro nombres para ser candidatos por la Liga, y que entre éstos estaba el mío. Fue convocada entonces una reunión de la directiva de la Junta Archidiocesana de la LEC, de la cual no participé para evitar que se sintiesen presionados. Los cuatro nombres fueron aprobados por unanimidad. Mi candidatura fue, sin embargo, un problema de conciencia para mí, pues siendo muy joven —apenas tenía 23 años— me pareció que el venerando Arzobispo me había escogido por causa de la notoriedad que yo había adquirido entre los congregantes marianos. Pensé: "si Monseñor Duarte me escoge sólo por causa de esto, tal vez él prefiera lanzar otro nombre". Yo me preguntaba si no debería pedir al Sr. Arzobispo que nombrase en mi lugar a otro que fuera de su preferencia. Trabajaría por ese como lo haría por mí mismo, pues lo importante era no mi persona ni mi elección, sino que la Iglesia fuese bien servida, que prevaleciesen las reivindicaciones católicas y que fuese perfectamente obedecida la orientación eclesiástica. Consulté a un insigne sacerdote jesuita, el P. José Danti, Rector del Colegio São Luis, y le expuse el caso. Este me respondió: "Ud. faltará a su deber de católico si no acepta la candidatura. Veo en Ud. tantos deseos de seguir a su Arzobispo que, si dejara vacante el lugar, otro menos fiel a la Jerarquía podrá ocuparlo". Entonces acepté. La votación que obtuve, y que representaba casi la décima parte de todo el electorado del Estado de São Paulo, fue un triunfo del movimiento católico, pues sólo hice propaganda en las asociaciones religiosas.
Plinio Corrêa de Oliveira fue el diputado más joven y más votado en todo el país, en las elecciones para la Asamblea Constituyente de 1934. En la foto el sexto de pie, de derecha a izquierda, con el grupo parlamentario de São Paulo y las esposas de algunos de los diputados — ¿Qué frutos trajo la Constituyente de 1934 para el Brasil católico? — La nueva Constitución, promulgada en nombre de Dios, restablecía la enseñanza religiosa en los colegios del Estado, prohibía el divorcio, otorgaba efectos civiles al matrimonio religioso e introducía capellanías en las Fuerzas Armadas y en las prisiones. Todas las reivindicaciones católicas fueron acogidas. — Se diría que la Iglesia en Brasil caminaba hacia días esplendorosos, quizás hacia el apogeo de su influencia. ¿Qué fue lo que sucedió entonces? — Esta enorme crisis en que la Iglesia se debate hoy, esa crisis que la convulsiona totalmente, no se formó de un momento a otro, como un estampido. Comenzó a prepararse justamente en la época de la que estamos hablando. La magnífica concordía entre todos los católicos, a la que me referí antes, iba siendo minada por ideas que hoy serían calificadas de progresistas. Su difusión era efectuada por propagandistas europeos y norteamericanos de ambos sexos, así como por brasileños que efectuaban viajes de estudio al exterior y que volvían imbuidos de una nueva mentalidad religiosa. Esto era presentado como un soplo nuevo y vital capaz de dar a la Iglesia días de mayor brillo aún. En nombre del principio de la libertad se lanzaba una especie de lucha de clases entre los laicos y el clero. Con el pretexto del apostolado, las fronteras entre los católicos y los ambientes mundanos tendían a relativizarse, con desfavorables reflejos en el plano moral. Esa situación está descrita y denunciada en mi libro En Defensa de la Acción Católica, que contó con una expresiva carta-prefacio de aprobación de Monseñor Bento Aloisi MaseIla —entonces Nuncio Apostólico en Brasil, más tarde Cardenal de la Santa Iglesia— y que fue alabado en un documento de la Secretaría de Estado de S. S. Pío XII, firmado en nombre del Sumo Pontífice por Monseñor Montini, el futuro Pablo VI. Sobre ese libro no es el caso de extenderme aquí, me limito a decir que las aprensiones que en él levantaba estaban lejos de ser infundadas. Así, Gramsci, libre de cualquier sospecha por ser uno de los mayores teóricos de la táctica comunista —si no el mayor— se preguntaba poco después de la I Guerra Mundíal: "¿Cómo, y por qué vías, la concepción socialista del mundo podría dar forma a este tumulto, a este agitarse de fuerzas elementales?" (Nota del editor: Gramsci se refiere a la fermentación de la cuestión social en la primera post-guerra). Y él mismo da esta sugestiva respuesta: "El catolicismo democrático hace lo que el socialismo no podría: amalgama, ordena, vivifica y se suicida" (Antonio Gramsci, Scritti Politici — Il "bienio rosso", la crisi del socialismo e la nascita del partito comunista (1919-1921), II, pp. 43-44). Desde fuera de los muros católicos, y con intenciones radicalmente opuestas a las mías, Gramsci veía la misma realidad que yo consideraba. Fundada la Iglesia por Nuestro Señor Jesucristo como una sociedad jerárquica, su democratización, deseada por el teórico comunista, la conduciría al suicidio, si Ella pudiese morir. — Hay historiadores que dicen que, en su libro, Ud. señala los abusos, pero no da ninguna indicación sobre donde ocurrían. — Nuestra intención era intentar extinguir el mal causando el mínimo posible de resentimientos y de división en los medios católicos. Para eso era necesario conducir el combate en el orden de las ideas, evitando, tanto cuanto posible, argumentar contra personas y mencionando sólo a los opositores que hubiesen publicado algo sobre el asunto. Fue lo que hice. Si en mi libro hubiese bajado al plano concreto, citando nombres y lugares, me habrían acusado en aquella época de ocuparme de "minucias innecesarias" y de "falta de caridad". Conviene consignar que, mientras la polémica estaba encendida, no recibí —y tampoco el "Legionário"— ni una sola interpelación, ni una sola carta de los ambientes alcanzados por mi crítica —que todos sabían cuáles eran— pidiendo especificaciones. Esto es sintomático y concluyente. ¿Por qué fue así? Evidentemente, nuestros opositores tenían recelo de preguntar y de recibir una respuesta más precisa que la deseada. Esa ausencia de indagaciones muestra bien que la acusación tenía fundamento, y que se sabía perfectamente que así era. El prefacio del propio Nuncio Apostólico en Brasil indica que él —a quien competía, en cierta forma, la supervisión de todo el movimiento católico en el país— conocía esos errores y los veía como muy peligrosos. Además, si mis referencias a errores que circulaban en los medios católicos no hubiesen sido más que acusaciones malévolas y hasta calumniosas, no habría sido posible que seis años después, en 1949, cuando ya se había tranquilizado la polémica, la Santa Sede me hubiese escrito, de motu propio, una carta tan expresiva y que claramente elogia mi libro. Pues es sabido cómo la Santa Sede está bien informada respecto a lo que sucede en el mundo católico.
Según el entonces Secretario de Estado de S. S. Pio XII, Mons. Montini -después PabloVI- cada una de las palabras de la carta de elogio a "En Defensa de la Acción Católica" había sido pesada cuidadosamente — No faltó quien restase importancia a esa misiva, alegando que el Vaticano da respuestas semejantes a muchas de las cartas que le son enviadas... — En una audiencia que me concedió en Roma en 1950, Monseñor Montini —después Pablo VI— me dijo que cada una de las palabras de aquella carta había sido pesada cuidadosamente. Pero más aún, hay quien encuentra semejanzas entre las consideraciones del Cardenal Ratzinger en su célebre Rapporto sulla fede y lo que yo escribí en los lejanos años 40 sobre el progresismo teológico, moral y socio-económico que despuntaba en el ámbito brasileño. ¿Cómo habría sido mejor para la Iglesia que me hubiese equivocado, que aquellos errores no hubieran existido y no se hubiesen propagado por todo el orbe...! — Dr. Plinio, hoy, cuando la Historia está trayendo de nuevo el eco de esas luchas ¿cómo las ve Ud. ahora? ¿cómo encara Ud. el futuro? — Todo ese pasado remoto y próximo lo veo con la tranquilidad de conciencia del deber cumplido. Hablo del pasado remoto y próximo, pues las polémicas y las pugnas que llegaron a su punto culminante con la publicación de En Defensa de la Acción Católica no concluyeron. Del "Legionario" a "Catolicismo" y de "Catolicismo" al momento actual hay una larga trayectoria de batallas ideológicas que han alcanzando proporciones muy superiores a las que se hubieran podido prever en ésos años. Hacia dónde iremos? Sólo Dios lo sabe. Quien cumple su deber hace la voluntad de Dios. Y quien hace la voluntad de Dios bajo la protección de la Santísima Virgen sólo puede encarar el futuro con confianza. — Volviendo a los años en los que Ud. libraba en Brasil los primeros combates de esta gran lucha de la Contra-Revolución, ¿ tenía ya en ese entonces los ojos puestos en Europa y en los otros países de América? Nos gustaría que hablase de sus esperanzas y de sus aprensiones respecto a la posibilidad de difundir los ideales de la Contra-Revolución más allá de las fronteras de su país. — Considere que yo había estado en Europa cuando tenia 4 o 5 años y solo en 1950 volví al Viejo Continente, ya entonces con 40 años. Comencé así una serie de viajes que me llevarían a Portugal, España, Francia, Alemania, Inglaterra e Italia, y paradójicamente, fue como consecuencia de esos viajes que tomé la resolución de entrar en contacto con las naciones de América del Sur y después con los Estados Unidos y Canadá. — ¿Por qué? No encontró Ud. en Europa lo que esperaba? — Para responderle es necesario que le explique cuál era la idea que por mis lecturas y estudios me hacía de Europa y de las tres Américas antes de esos viajes. Brasil es hijo de Portugal. Y Portugal, como todos saben, pertenece a la familia de naciones europeas que constituyen la civilización cristiana occidental. Yo me había formado en un ambiente todavía muy influenciado por la Europa anterior al desastroso Tratado de Yalta; por lo tanto, con excepción de Rusia, una Europa libre de la bota comunista, con varios gobiernos monárquicos y otros republicanos pero que aún conservaban ciertos aires aristocráticos. Me parecía, entonces, que las tradiciones que existían en Brasil, venidas de Portugal, deberían estar naturalmente mucho más vivas en Europa. ¡Claro! Europa tiene los monumentos de la antigua Cristiandad, fue el teatro de los acontecimientos que constituyen la historia de ese pasado, muchas de las estirpes que habían dado origen a esas tradiciones aún las mantenían vivas, etc. Por lo tanto, es fácil comprenderlo, pensaba que esas tradiciones estarían más arraigadas en Europa que en Brasil o en otros países americanos, y que sería fácil encontrar espíritus capaces de aglutinarse en un movimiento contra-revolucionario. Fui a Europa con el deseo intenso de conocer personas dispuestas a ello, para así aunar esfuerzos en una lucha que por naturaleza es universal. El objetivo del viaje era, pues, tomar contacto con las organizaciones conservadoras y tradicionalistas. — ¿Y con los movimientos católicos no? — Claro que sí. Pretendía conocer a eclesiásticos y laicos antiprogresistas —el progresismo ya comenzaba a delinearse en ese entonces— es decir, a quienes reaccionaban en el campo católico contra el maritainismo, el liturgicismo, los errores que penetraban en la Acción Católica, etc. Esas eran reacciones de carácter contra-revolucionario. En consecuencia, esperaba encontrar en esos ambientes un apoyo especial, una buena acogida, una particular posibilidad de expandir la lucha contra el enemigo común: la Revolución.
El Prof. Plinio Corrêa de Oliveira realizó varios viajes a Europa para establecer contactos con movimientos católicos antiprogresistas. En la foto, embarcando para París en 1959 con Fabio Vidigal Xavier da Silveira — Ud. viajó con grandes esperanzas... — Fui a Europa lleno de esperanzas, es verdad. Establecí contacto casi exclusivamente con dirigentes de esos movimientos, en general hombres cultos y de prestigio, que me recibieron muy amablemente. Con todo, tuve la fundada impresión de que —tal vez en consecuencia de los traumas aún no cicatrizados de la Segunda Guerra Mundíal— no eran seguidos por huestes a la altura de su valor. Estas contaban con personas dedicadas, pero eran poco numerosas y sus posibilidades de irradíación parecían, en ese momento, muy limitadas. En relación a los dirigentes, debo decir también que noté divergencias profundas entre casi todos, lo cual contribuía a configurar un cuadro sombrío de la Contra-Revolución en Europa. Había luminosas excepciones, pero lamentablemente no eran muchas. Cuando regresé de Europa, y con esto vuelvo a su pregunta inicial, llegué a la siguiente conclusión: o trabajo para alcanzar una expansión mucho mayor, en las Américas, de los ideales a los cuales me consagré, y después, basado en el aumento de la resonancia que esa expansión pueda traer, me presento nuevamente en Europa, o en las actuales condiciones hay muy poco que hacer. ¡Cuánto cambiaron las cosas desde entonces hasta nuestros días en el Viejo Continente! Hoy florecen los ideales de la tradición, familia y propiedad en seis importantes países de Europa: Alemania, España, Francia, Inglaterra, Italia y Portugal. Y hay esperanzas de irradíación en otras naciones. — Ud. dice expansión mucho mayor en las Américas, ¿acaso no la esperaba sobre todo en Brasil? — La esperaba sí. Pero me parecía que solo la expansión en Brasil no daría el background suficiente para conseguir que el grupo de "Catolicismo" se transformase en un movimiento capaz de impresionar a los europeos. Caímos, además, en un círculo vicioso. Nuestro grupo encontraba una dificultad para expandirse en Brasil por el hecho de no tener símiles en otros lugares, pero para tenerlos necesitaba crecer antes aquí. Se comprende, pues mi país, por carecer de una experiencia histórica suficientemente antigua, observa con mucha atención lo que ocurre en el exterior. — De momento no le quedaba otra salida sino buscar simpatías en sus vecinos, las naciones hispanoamericanas. — Efectivamente. Por una serie de circunstancias fortuitas verifiqué que la idea que tenía de las Américas, y especialmente de la América española, era una idea incompleta. Es decir, era obvio que también Hispanoamérica estaba dominada por el espíritu de la Revolución. Pero noté que había en esas naciones hermanas focos de resistencia contra-revolucionaria más definidos, como también amplios sectores de la población con una tendencia profunda a ser contra-revolucionarios. Para mí fue una animadora sorpresa. A partir del momento en que comprendí esto, promoví diversos viajes de miembros de "Catolicismo", y después de la TFP brasileña, a los países de América Latina, con la finalidad de tomar contacto e invitar a quienes compartiesen nuestros ideales a participar de las Semanas de Estudio. En ese sentido se inscriben mis visitas a la Argentina y al Uruguay en la década del 60. En 1964 estaba por ir a Chile, desde Buenos Aires, cuando recibí una llamada telefónica avisándome que mi madre estaba en peligro de muerte. Me vi obligado a volver rápidamente a São Paulo. Pero, en fin, mi intención era ir a Chile y, quizás, a Perú. En Buenos Aires estreché relaciones con los valerosos e inteligentes miembros del grupo de la revista "Cruzada", los cuales decidieron más tarde fundar la TFP argentina. Por otra parte, fuimos observando con más atención la situación de las naciones vecinas, v comprendimos que la reacción anticomunista era notable en varias de ellas. Por lo tanto, los métodos de acción de "Catolicismo" y de la TFP brasileña podrían ser muy útiles para los diferentes movimientos que con el tiempo habrían de formarse en dichos países. Así, las impresiones e informaciones recogidas en Europa me ayudaron a conocer esa situación, favorable a la Contra-Revolución en Hispanoamérica, que yo ignoraba.
En 1962, durante la primera sesión del Concilio, la TFP brasileña instaló un escritorio en Roma. Saliendo de la Basílica de San Pedro, Plinio Corrêa de Oliveira en compañía de amigos — Ud. también dijo que después del viaje a Europa comenzó a interesarse por los Estados Unidos. ¿Podría hablarnos al respecto? — Con mucho gusto. Como todo el mundo, yo creía que el cine presentaba el retrato fiel de América del Norte. O sea, que los norteamericanos habían efectivamente realizado aquello de lo cual Hollywood era apenas una imagen. Pero, poco a poco, fui percibiendo a través de noticias que me llegaban —por ejemplo, de otros países de América del Sur mucho más relacionados con los Estados Unidos— que también en aquella gran nación había focos de resistencia contra-revolucionaria muy fuertes. De ahí nació el deseo intenso de iniciar una serie de viajes como los realizados por Hispanoamérica. Y cuando las circunstancias lo permitiesen, claro está, incluso por América Central. Hoy son una realidad la TFP norteamericana, la canadiense y el Bureau TFP en Costa Rica, a partir del cual ha sido posible tomar interesantes contactos en los países vecinos. — Pero Ud. nunca abandonó la idea de poder reanimar en Europa la reacción contra-revolucionaria, como está expuesta en su obra Revolución y Contra-Revolución. — Evidentemente no. Hice nuevos viajes a Europa en 1952, 1959 y 1962. Este último fue durante la primera sesión del Concilio, ocasión en la que la TFP brasileña estableció un escritorio en Roma. Fue posible entonces realizar un número mucho mayor de contactos y aproximamos a diversos movimientos. Lo cual es explicable si se toma en consideración que la TFP en Brasil comenzaba a tener gran resonancia a propósito de la controversia agrorreformista y que mi obra La Libertad de la Iglesia en el Estado Comunista estaba siendo ampliamente difundida entre los Padres Conciliares, así como entre los periodistas del mundo entero presentes en Roma. Incluso uno de los mayores díarios de esa ciudad, transcribió en sus páginas el libro completo. — ¿En todos esos viajes Ud. procuraba conocer solo a quienes compartían plenamente los ideales contrarevolucionarios? — Su pregunta me da oportunidad para esclarecer un punto importante. No se debe tan solo tener en vista coligar a aquellos que piensan como uno. El canciller alemán Konrad Adenauer tenía un principio de acción que me gusta recordar. Para él, la primera obligación de un partido político o corriente de opinión es atraer a todos aquellos que piensan del mismo modo, para después preocuparse con los que piensan de forma diferente. Es un principio de evidente sentido común que las TFPs hacen suyo. Por eso buscábamos adhesiones y simpatías en los círculos que tenían un pensamiento parecido al nuestro, para después ampliar el radio de acción. — Dr. Plinio, ¿cómo encaraba Ud. en los años 50 el peligro comunista? — Permítame, antes de responderle, una reminiscencia personal que le ayudará a situarse en el clima que vivía Europa en esa época. Existía entonces un recelo muy grande de que Rusia invadiera Alemania de un momento a otro. Me acuerdo que en cierta ocasión me hospedé en el castillo de Berg, del Príncipe Alberto de Baviera, Jefe de la Casa Real de Wittelsbach. El no estaba, pero la Princesa Maria, su esposa, y su suegra tuvieron la gentileza de acompañarme hasta la puerta del cuarto. Al desearme buenas noches la Princesa me dijo: "¿Ud. ve esa pequeña escalera? Bien. Si durante la noche oye ruidos, sepa que son los comunistas que están llegando. Pero aquel camión que ve allá está listo para llevarnos a Suiza. Ud. debe por lo tanto bajar corriendo... " Esa precaución dice todo. Ahora bien, hoy casi no se recuerda como estaban destrozados los países europeos en aquella época a consecuencia de la Segunda Guerra Mundíal. Sus fuerzas estaban muy disminuidas y aún vivían bajo el signo de la tragedía. Me acuerdo de haber visto en una plaza central de Colonia rebaños de cabras pastando en medio de unas ruinas. De vez en cuando, unos pastores las llamaban tocando un cuerno. ¡Eso en una ciudad con el prestigio y la cultura de Colonia! En esas circunstancias, que en mayor o menor medida se repetían en toda Europa, no se podía esperar de inmedíato una reacción anticomunista poderosa. Fue a partir de los Estados Unidos que comenzó a soplar en el mundo el macarthismo. Era una forma nueva de anticomunismo. Un anticomunismo que ponía la nota tónica mucho menos en el debate ideológico que en el horror causado por la represión policíaca, la miseria y el totalitarismo de los regímenes ruso, chino y de Europa oriental. Lógicamente, el macarthismo no aceptaba la ideología del comunismo, pero su caballo de batalla era más bien ese sentimiento de horror. Era, por así decir, un anticomunismo con algo de humanitario, adecuado para aquellos momentos.
Arriba, el Senador Joseph McCarthy quien inauguró uma nueva forma de anticomunismo, que ponía la nota dominante en el horror causado por la miseria, el totalitarismo y la represión policiaca de los regímenes comunistas — Muchos lectores querrían, sin duda, que Ud. profundizase su pensamiento respecto al macarthismo y explicase la posición que Ud. adopta frente a la amenaza comunista y la manera de conjurarla. — Es necesario considerar lo siguiente. La mayor parte de los macarthistas parecía pensar que, cortado el paso al comunismo, la civilización moderna podría proseguir indefìnidamente por los caminos del liberalismo capitalista, porque el mundo occidental no estaba dentro de un proceso que lo condujese, en último análisis, al comunismo. Para dichos macarthistas, Occidente iría progresando en la misma línea de lo que, en aquel entonces, la mayoría de los norteamericanos esperaba para su propio país, o sea, como dije, un progreso indefinido en las vías del capitalismo. Muchos macarthistas —no quiero decir que el propio Mac Carthy pensase así— creían que era hábil, ágil y políticamente eficaz desvincular al comunismo del socialismo y establecer un régimen de comprensión y simpatía entre socialistas y anticomunistas. Así, el socialismo se transformaría, en la óptica de ellos, en una fuerza auxiliar en la lucha contra el comunismo. Y, vencido este, imaginaban que todo estaba resuelto. En ese punto mi pensamiento es díametralmente opuesto, pues en primer lugar, el comunismo no es el único mal que hay que combatir y, en segundo lugar, el mayor peligro no consiste en que intente apoderarse del mundo a través de una guerra convencional o atómica. Lo más peligroso, a mi modo de ver, es el gradual caminar del mundo occidental hacia el comunismo, a través de incipientes formas revolucionarias de ser, de vivir y de pensar que se acentúan cada vez más. La gradual radicalización de las tendencias izquierdistas en el Mundo Libre es sin duda la principal amenaza. En mi libro Revolución y Contra-Revolución afirmo que si un cataclismo tragase a Rusia y a China, bastarían 50 años para que el comunismo renaciese de la propia civilización occidental minada por tantos factores de disgregación. Yo comprendía, entonces, que el macarthismo era un movimiento muy cohesionado, muy bien inspirado desde el punto de vista propagandístico, en fin, un aliado de todo anticomunista. Pues, al crear horror contra el comunismo, provocaba en relación a éste un cierto retroceso de los propios socialistas y de ese modo dividía un tanto las huestes de la izquierda. Pero, fundamentalmente, esos socialistas no comunistas eran compañeros de viaje del comunismo, muchas veces inconscientes pero reales, como lo fueron, por lo demás, los admiradores de la Revolución Francesa. Es sabido que una de las fases de la Revolución de 1789 fue prácticamente comunista. Me refiero a Babeuf y a la Conspiración de los Iguales de 1796. El peligro comunista estaba incubado, en grados bastante variables, insisto, en el propio pensamiento democrático como se había generalizado en Occidente. De ahí el empeño muy grande del grupo de "Catolicismo", y posteriormente de la TFP brasileña, en combatir cuanto posible en todo el Mundo Libre esos síntomas de deterioración y en alertar a los simpatizantes de la entidad y al público en general contra ellos, aún cuando muchas veces no fuese claro que esas tendencias conducían al comunismo.
Un nuevo sindicalismo animado por la Teología de la Liberación... Asamblea de los metalúrgicos en huelga en la Parroquia de San Bernardo, São Paulo. En recuadro, Mons. Angélico Sândalo Bernardino, entonces Obispo Auxiliar de São Paulo, en su despacho adornado por una fotografía del Che Guevara — Por lo tanto, desde sus primeros pasos como hombre de pensamiento y de acción, Ud. no puede ser considerado exclusivamente como un anticomunista... — Claro que no. La lucha de la Contra-Revolución nunca fue exclusivamente anticomunista. Siempre tuve en vista, como dije, denunciar las costumbres y las ideas que gradualmente llevan al comunismo, y esto no solo porque llevan al comunismo, sino porque son intrínsecamente malas. Por otra parte, en el campo espiritual, nuestra lucha tiene como objetivo mostrar la contradicción del izquierdismo católico y del progresismo con la Doctrina Católica. Estamos seguros de que actuando de esa forma ayudamos a numerosos católicos, que no están en nuestras filas, a rechazar el abrazo de oso de los progresistas y los socialistas que, desde dentro de la Iglesia, se empeñan en adelgazar las barreras doctrinales que separan a los fieles del comunismo. Por ello, ya en 1943 cuando resolví escribir En Defensa de la Acción Católica, tenía la certeza de estar creando obstáculos a la penetración más o menos consciente, así como más o menos explícita, del comunismo en los medios católicos. Toda la lucha del "Legionario" también puede ser vista bajo ese prisma. Es necesario consignar, por ejemplo, que nuestra oposición al nazi-fascismo se debía a que veíamos en él una forma de falso anticomunismo que, si ganase la guerra, aplicaría una política pro-comunista coherente con su doctrina auténticamente socialista. Se comprende, entonces, que las TFPs sean una fuerza anticomunista, pero de un anticomunismo muy especial. Naturalmente, pues las TFPs toman en consideración la muy conocida verdad de que el avance del comunismo no se realiza tan solo con el apoyo de los marxistas declarados y conscientes, sino también con el de toda la cohorte de inocentes útiles y compañeros de viaje. — ¿Inocentes útiles? — Esa es la expresión usada en Brasil. En Chile y otras naciones americanas se dice tontos útiles y en Argentina idiotas útiles. Le confieso mi preferencia por esta última fórmula. Como le decía, esas líneas auxiliares adoptan posturas ideológicas más o menos próximas del comunismo radical, pero colaboran, en definitiva, para la victoria de este último. Por eso, nuestra oposición al comunismo no está dirigida solamente contra el comunismo radical, sino además contra los idiotas útiles y compañeros de viaje de varios tipos que lo favorecen. — Un anticomunismo superactualizado. — Sí, gracias a Dios. — Dr. Plinio, en abril de 1959 Ud. publicó Revolución y Contra-Revolución, libro de cabecera de los integrantes de las varias TFPs. ¿Podría decirnos cuál fue el principal fruto de la divulgación de ese estudio? — Revolución y Contra-Revolución tuvo buenos frutos. Pero, hasta ahora mucho más de orden interno para las TFPs que externo. En determinado momento, comencé a darme cuenta de que en aquellos que se aproximaban a "Catolicismo" existía un problema que no se les planteaba de modo explícito, pero que tarde o temprano aparecería. "Catolicismo" luchaba contra una infinidad de cosas: la inmoralidad, la televisión, el cine y la radio como vehículos de esa inmoralidad, la Reforma Agraria socialista y confiscatoria, el protestantismo, el arte moderno, etc. Instintivamente notábamos que en todas esas cosas estaba presente la Revolución multisecular. Pero, ¿cuál era el ámbito exacto de la Revolución? ¿Cuál era el denominador común de todas las cosas contra las cuales luchábamos y cuya erradicación deseábamos? ¿Qué método seguir? ¿Era el nuestro un ideal viable? Eran preguntas que en determinado momento surgirían. Y antes de que surgiesen me pareció necesario darles respuesta. Pues con los interrogantes nacen las perplejidades y muchas veces las soluciones equivocadas, a las cuales después resulta difícil renunciar. Era necesario, por lo tanto, esclarecer cuanto antes esos problemas y de ese modo mantener la unidad del movimiento.
— ¿Los ideales de las TFPs se resumen en Revolución y Contra-Revolución? — No solo eso. Revolución y Contra-Revolución da a las TFPs la fisonomía de entidades que se definieron a sí mismas enteramente y que están en condiciones de presentar al público su ideario en cualquier momento. Es decir, Revolución y Contra-Revolución prueba que la causa defendida por las TFPs no es solo una buena causa, es una causa que tiene su razón de ser; su estandarte rubro y áureo es símbolo de una serie de posiciones doctrinales mucho más bellas que el propio estandarte. Ahora bien, tome en cuenta que cuando salió publicada la obra, "Catolicismo" no tenía el método de campaña de calle que caracterizaría más tarde a las TFPs. Y como Revolución y Contra-Revolución sufrió un innegable boicot por parte de la mass medía en general, tanto en Brasil como en el exterior, su repercusión fuera de las filas de las TFPs fue mucho menor de la que deseábamos.
En Genazzano, Italia, Plinio Corrêa de Oliveira agradece a la Madre del Buen Consejo sus 60 años de militancia católica anticomunista (septiembre de 1988) — Permítanos, Dr. Plinio, una última pregunta. Hace pocos meses se conmemoraron en las TFPs sus 60 años de lucha al servicio de la Iglesia y de la civilización cristiana. Muchos pensaron que había llegado para Ud. el merecido momento del reposo, pero tanto sus seguidores como sus adversarios ven que, por el contrario, tiene una disposición para continuar combatiendo como si se tratase de aquel primer día en el que concurrió al Congreso de la Juventud Católica en São Paulo, en el lejano 1928. ¿Qué lo anima a ello? — La fuerza interior que me anima es la Fe, la Esperanza y la Caridad. Es decir, yo creo; creyendo, espero; y esperando, amo. Y voy a la lucha con todas las fuerzas de mi alma. Gracias a la Santísima Virgen, siento que mi lucha en la Contra-Revolución es, desde varios puntos de vista, más absorbente, más compleja, más intensa que nunca. Las olas que golpean a las TFPs son más violentas y las replicas de las TFPs son más eficaces que nunca. Siento, por lo tanto, que estamos en el auge de la lucha. Doy gracias a la Santísima Virgen por la resistencia que me da para participar de ella. |