Sección Primera

 

Entrevistando a

Plinio Corrêa de Oliveira

 

 

 

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TRADICION FAMILIA PROPIEDAD

UN IDEAL, UN LEMA, UNA GESTA:


La Cruzada del siglo XX

 

Se designa en este libro con el nombre genérico de TFPs al conjunto de Sociedades de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad constituidas bajo esa denominación, así como a las entidades que, aunque con otros nombres, se dedican a la defensa de la trilogía Tradición, Familia y Propiedad, y a los Bureaux TFP existentes en varias capitales.

Autónomas y cohermanas, las TFPs son el mayor movimiento cívico-cultural anticomunista de inspiración católica del mundo.

Cuando en la reseña de cada país usamos la sigla TFP, estamos aludiendo a la respectiva entidad local.

Comisión de Estudios de las TFPs orientada por
CARLOS FEDERICO IBARGUREN
MARTIN JORGE VIANO

Proyecto gráfico y arte final
Luis GUILLERMO ARROYAVE
JOSE RICARDO B. LUZITANO
FELIPE BARANDIARAN PORTA

Impresión
ARTPRESS — INDUSTRIA GRAFICA E EDITORA
Rua Javaés 681 São Paulo Brasil

Este volumen se terminó de imprimir el día 2 de febrero de 1990, día de la festividad de la Purificación de la Santísima Virgen y Nuestra Señora del Buen Suceso, en la ciudad de São Paulo, Brasil

Recientemente las TFPs conmemoraron los 60 años de infatigables luchas del Profesor Plinio Corrêa de Oliveira en defensa de la civilización cristiana, amenazada por tantos factores de disgregación. Así describió él mismo su resolución de consagrarse por entero a una causa que muchos juzgaban perdida:

"Cuando era aún muy joven, consideré con amor y veneración las ruinas de la Cristiandad. A ellas entregué mi corazón. Di las espaldas a mi futuro; e hice de aquel pasado, colmado de bendiciones, mi Porvenir".

En esta entrevista, Plinio Corrêa de Oliveira habla sobre algunos aspectos de esa gran batalla, varios de ellos hasta hoy inéditos.

*     *     *

Dr. Plinio, ¿podría Ud. describir cómo era la situación interna de la Iglesia en Brasil en 1928, cuando se celebró en São Paulo el Congre­so de la Juventud Católica y Ud. in­gresó en el movimiento Católico?

— El movimiento católico comenza­ba entonces su período de ascensión. Su pujanza provenía precisamente del gran desarrollo logrado por las Congregaciones Marianas.

Hasta entonces, la situación había sido muy diferente. Era mal visto que un hombre procediese como ca­tólico, los escasos congregantes ma­rianos eran considerados extravagan­tes por la mayor parte de las personas y un poco puestos al margen de la vida común. A comienzos de los años 20, la situación comenzó a in­vertirse hasta tal punto que hacia 1930 era prestigioso militar en las fi­las católicas. Basta decir que la Fede­ración Mariana de São Paulo se vió obligada a entablar procesos judiciales contra algunos comerciantes, que vendían a personas no pertenecien­tes a la asociación imitaciones del distintivo usado por los congregan­tes marianos, pues parecía decorati­vo llevarlo en la solapa.

El movimiento mariano se caracte­rizaba por una intensa sed de autenti­cidad y de fervor religiosos, una de­voción creciente a la Santísima Vir­gen y una decidida actitud anticomu­nista. Además, de manera difusa pe­ro efectiva, era hostil a todas las face­tas anticristianas de la Revolución Francesa y a sus efectos ideológicos y culturales, los cuales habían fructi­ficado a lo largo del siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX.

Es de hacer notar que las crisis in­ternas, entonces incipientes en núcle­os directivos de los medios religio­sos de Europa y de los Estados Uni­dos, aún no habían llegado a Brasil. La Iglesia vivía en una paz religiosa completa, en una entera confianza entre los católicos, en una total concordía de las asociaciones religiosas entre sí y en la reunión filialmente sumisa de todo el laicado en torno a la Sagrada Jerarquía. En suma, Bra­sil gozaba suave y fecundamente la paz religiosa que San Pío X logró pa­ra la Iglesia a costa de heroicos esfuer­zos en contra de la herejía modernis­ta. A nadie se le ocurría que un cató­lico practicante pudiese tener una in­tención desleal, malévola, anticatóli­ca o que estuviese realizando un tra­bajo de zapa dentro de la Iglesia, en pro de los enemigos de esta.

Todo eso demuestra que no es ob­jetiva la noción que hoy se difunde de que la gran novedad del movimien­to católico, de fines de los años 20, habría sido el surgimiento de ciertos cenáculos de literatos e intelectuales católicos, que publicaban revistas de circulación restringida y dictaban conferencias. Si estos cenáculos te­nían algún prestigio, era menos por el valor —sin duda innegable— de algunos de sus participantes que por la repercusión que su voz tenía so­bre la multitud de las organizaciones religiosas que, pari passo con las Con­gregaciones Marianas, entonces se difundían rápidamente por Brasil.

El gran soplo de renovación procedía, por lo tanto, sobre todo del Mo­vimiento Mariano y de asociaciones congéneres. Allí refulgían el entusias­mo, el número multitudinario, la or­todoxia sin mancha. En pocos años ese movimiento se transformó en una fuerza nacional, lo que es fácil de demostrar con los hechos que se dieron con ocasión de la Constituyente de 1934.

— ¿Fue en ese contexto que surgió la idea de la Liga Electoral Católica?

— Sí. Aunque más del 90% de la po­blación era católica, había razones por las cuales no se podía pensar en la formación de un partido políti­co católico, tal como existía en otros países. Pero yo me daba cuenta de que algo debía hacerse contra el lai­cismo que dominaba toda la legisla­ción y toda la vida oficial del Esta­do y que ignoraba el hecho real que era la aplastante preponderancia cató­lica de la población. Por eso impul­sé la fundación de la Liga Electoral Católica (LEC).

— Ud. afirma que tuvo una participa­ción determinante en la fundación de la LEC, pero no fue posible en­contrar esa información en los histo­riadores que han tratado sobre la materia. Ellos se refieren en cambio a Alceu Amoroso Lima y a Heitor Silva Costa, el arquitecto del monu­mento al Cristo Redentor de Río de Janeiro.

— Un día, leyendo el díario católi­co "La Croix", de París, me enteré de la existencia de la Fédération Na­tionale Catholique, dirigida por el General De Castelnau, quien se había destacado por su actuación en la I Guerra Mundíal y era católico practi­cante. Escribí a la FNC solicitando sus estatutos. Supe entonces que tal asociación enviaba a todos los candi­datos, antes de las elecciones, un cues­tionario en el que indagaba sobre la posición de cada uno respecto a las reivindicaciones de la Iglesia, y des­pués publicaba las respuestas que ser­vían de orientación para el voto cató­lico. Propuse al escritor Alceu Amoro­so Lima (Tristão de Athayde) —con quien iniciaba entonces una amistad que más tarde se haría íntima, y que las polémicas sobre la Acción Católi­ca, el maritainismo y el liturgicismo habrían de romper a comienzos de la década del 40— una adaptación de tal sistema. Me dijo que estaba pensando en algo así junto con el Ing. Heitor Silva Costa, de Río de Ja­neiro, y que el Cardenal Leme (Arzo­bispo de Río) ya había sido consulta­do sobre el tema. Las sugerencias que presenté fueron tomadas como base del proyecto elaborado. Como resultado de varias conversaciones entre los tres, la LEC fue constituída. Su Eminencia el Cardenal Leme envió una circular a todos los arzo­bispos y obispos, recomendando la creación de la LEC en las respectivas circunscripciones eclesiásticas. El Ar­zobispo de São Paulo, Monseñor Duarte Leopoldo e Silva, me convidó entonces para ser el Secretario General de la organización en ese Estado.

Cuando fueron convocadas las elec­ciones para la Constituyente, el Vica­rio General de São Paulo, Monseñor Gastão Liberal Pinto —después Obis­po de San Carlos— me informó con­fidencialmente que Monseñor Duar­te había sido sondeado por políticos paulistas, y había concordado con e­llos, para constituir una lista única que agrupara todas las corrientes que se oponían a Getúlio Vargas. En ella debía participar también la LEC. 

En las Congregaciones Marianas, que en pocos años se transformarían en una fuerza nacional, refulgían la ortodoxia sin mancha, el entusiasmo y el número multitudinario

— La adhesión a la Lista Única, dese­ada por Monseñor Duarte, ¿no com­prometía el carácter suprapartidista de la LEC?

— Después de derribar al Gobierno constitucional de Washington Luis, Getúlio Vargas se convirtió en el dueño del Poder. Pero en vez de proceder de inmedíato a la democratiza­ción política —que era la finalidad declarada por la revolución que lide­ró— se fue perpetuando en la Presi­dencia de la República.

Su actuación a la cabeza del Gobier­no era vista por los elementos representativos de São Paulo como funda­mentalmente anti-paulista. Mientras trataba a São Paulo sin la menor con­sideración, era liberal con los otros Estados brasileños.

Ante los ojos de los jefes políticos, de la prensa y de las principales figu­ras de São Paulo, fue tomando cuer­po la impresión de que el Presiden­te Vargas deseaba eternizarse en el cargo como dictador. Y para lograrlo quería antes de todo acabar con el poder político y económico de ese Estado, líder desde el punto de vista productivo.

Numerosos episodios fueron dan­do oportunidad para que esa opinión se consolidase. Y el malestar profun­do que ello generó en la población paulista tuvo consecuencias gravísimas.

Fue así que estalló en São Paulo la Revolución Constitucionalista de 1932 que, aunque derrotada, creó en todo el país un ambiente que ha­cía imposible al Gobierno Federal no convocar elecciones para una Asamblea Constituyente.

Aunque profundamente divididos entre sí, los dos mayores partidos políticos paulistas (el Partido Repu­blicano Paulista, PRP, y el Partido Democrático, PD) juzgaron que debe­rían olvidar sus diferencias y unirse por el interés del Estado, pues consi­deraban que São Paulo continuaba amenazado, y tan profundamente amenazado que una lamentable ten­dencia separatista ya se esbozaba en algunos sectores de la población.

En consecuencia, hicieron una co­alición que iba mucho más allá del objetivo partidista de colocar de nuevo en el Poder a sus equipos po­líticos. En efecto, los dirigentes de los dos partidos comprendieron que un frente partidista no representaría toda la amplitud del descontento público de São Paulo. Y por eso em­barcaron en su actuación post-revo­lucionaria a todas las fuerzas repre­sentativas del Estado. Pasaron a for­mar parte de la Lista Única la Asocia­ción Comercial y la Federación de los Voluntarios de la Revolución del 32, como también la Liga Electo­ral Católica. Todos integraban esa Lista Única en igualdad de condicio­nes.

De esa forma, tal coalición repre­sentaba a la casi totalidad de São Pau­lo. La adhesión de la LEC a la Lista Única por São Paulo Unido no tenía, pues, el carácter partidista que algu­nos hoy imaginan.

Es importante hacer notar que la Lista Única aceptaba las reivindicacio­nes católicas.

A fin de perpetuarse en el Gobierno, Getúlio Vargas quería acabar con el poder político y económico de São Paulo. La Revolución Constitucionalista de 1932 que se le opuso fue derrotada, pero lo obligó a convocar elecciones para una Asamblea Constituyente

— ¿Cómo fue que la LEC lanzó su candidatura, y como se explica la altísima votación que Ud. entonces obtuvo?

— Algún tiempo después de la adhe­sión de la LEC a la Lista Única, Monseñor Gastão Liberal Pinto me infor­mó que Monseñor Duarte había indi­cado cuatro nombres para ser candi­datos por la Liga, y que entre éstos estaba el mío. Fue convocada enton­ces una reunión de la directiva de la Junta Archidiocesana de la LEC, de la cual no participé para evitar que se sintiesen presionados. Los cuatro nombres fueron aprobados por unanimidad.

Mi candidatura fue, sin embargo, un problema de conciencia para mí, pues siendo muy joven —ape­nas tenía 23 años— me pareció que el venerando Arzobispo me había escogido por causa de la notoriedad que yo había adquirido entre los congregantes marianos. Pensé: "si Monseñor Duarte me escoge sólo por causa de esto, tal vez él prefie­ra lanzar otro nombre". Yo me pre­guntaba si no debería pedir al Sr. Arzobispo que nombrase en mi lu­gar a otro que fuera de su preferen­cia. Trabajaría por ese como lo ha­ría por mí mismo, pues lo importan­te era no mi persona ni mi elección, sino que la Iglesia fuese bien servi­da, que prevaleciesen las reivindica­ciones católicas y que fuese perfectamente obedecida la orientación ecle­siástica.

Consulté a un insigne sacerdote je­suita, el P. José Danti, Rector del Co­legio São Luis, y le expuse el caso. Este me respondió: "Ud. faltará a su deber de católico si no acepta la can­didatura. Veo en Ud. tantos deseos de seguir a su Arzo­bispo que, si dejara vacante el lugar, otro menos fiel a la Jerar­quía podrá ocuparlo". Entonces acepté.

La votación que obtuve, y que repre­sentaba casi la déci­ma parte de todo el electorado del Esta­do de São Paulo, fue un triunfo del movi­miento católico, pues sólo hice propagan­da en las asociacio­nes religiosas.

 

Plinio Corrêa de Oliveira fue el diputado más joven y más votado en todo el país, en las elecciones para la Asamblea Constituyente de 1934. En la foto el sexto de pie, de derecha a izquierda, con el grupo parlamentario de São Paulo y las esposas de algunos de los diputados

— ¿Qué frutos trajo la Constituyente de 1934 para el Brasil católico?

— La nueva Constitución, promulgada en nombre de Dios, restablecía la enseñanza religiosa en los colegios del Estado, prohibía el divorcio, otorga­ba efectos civiles al matrimonio reli­gioso e introducía capellanías en las Fuerzas Armadas y en las prisiones. Todas las reivindicaciones católicas fueron acogidas.

— Se diría que la Iglesia en Brasil caminaba hacia días esplendorosos, quizás hacia el apogeo de su influen­cia. ¿Qué fue lo que sucedió entonces?

— Esta enorme crisis en que la Igle­sia se debate hoy, esa crisis que la convulsiona totalmente, no se formó de un momento a otro, como un estampido. Comenzó a prepararse justamente en la época de la que estamos hablando.

La magnífica concordía entre to­dos los católicos, a la que me referí antes, iba siendo minada por ideas que hoy serían calificadas de progre­sistas. Su difusión era efectuada por propagandistas europeos y norteame­ricanos de ambos sexos, así como por brasileños que efectuaban viajes de estudio al exterior y que volvían imbuidos de una nueva mentalidad religiosa. Esto era presentado como un soplo nuevo y vital capaz de dar a la Iglesia días de mayor brillo aún. En nombre del principio de la liber­tad se lanzaba una especie de lucha de clases entre los laicos y el clero. Con el pretexto del apostolado, las fronteras entre los católicos y los am­bientes mundanos tendían a relativi­zarse, con desfavorables reflejos en el plano moral.

Esa situación está descrita y denun­ciada en mi libro En Defensa de la Acción Católica, que contó con una expresiva carta-prefacio de aproba­ción de Monseñor Bento Aloisi MaseIla —entonces Nuncio Apostólico en Brasil, más tarde Cardenal de la Santa Iglesia— y que fue alabado en un documento de la Secretaría de Estado de S. S. Pío XII, firmado en nombre del Sumo Pontífice por Monseñor Montini, el futuro Pablo VI.

Sobre ese libro no es el caso de extenderme aquí, me limito a decir que las aprensiones que en él levanta­ba estaban lejos de ser infundadas. Así, Gramsci, libre de cualquier sos­pecha por ser uno de los mayores teóricos de la táctica comunista —si no el mayor— se preguntaba poco después de la I Guerra Mundíal: "¿Có­mo, y por qué vías, la concepción socialista del mundo podría dar for­ma a este tumulto, a este agitarse de fuerzas elementales?" (Nota del editor: Gramsci se refiere a la fermentación de la cuestión social en la primera post-gue­rra). Y él mismo da esta sugestiva respuesta: "El cato­licismo democrático hace lo que el socialismo no podría: amalgama, or­dena, vivifica y se suicida" (Antonio Gramsci, Scritti Politici — Il "bienio rosso", la crisi del socialismo e la nascita del partito comunista (1919-1921), II, pp. 43-44).

Desde fuera de los muros católi­cos, y con intencio­nes radicalmente opuestas a las mías, Gramsci veía la misma realidad que yo consideraba. Funda­da la Iglesia por Nues­tro Señor Jesucristo como una sociedad jerárquica, su democratización, deseada por el teórico comu­nista, la conduciría al suicidio, si Ella pu­diese morir.

— Hay historiadores que dicen que, en su libro, Ud. señala los abusos, pero no da ninguna indica­ción sobre donde ocurrían.

— Nuestra intención era intentar extinguir el mal causan­do el mínimo posible de resentimien­tos y de división en los medios cató­licos. Para eso era necesario conducir el combate en el orden de las ideas, evitando, tanto cuanto posible, argumentar contra personas y men­cionando sólo a los opositores que hubiesen publicado algo sobre el asunto. Fue lo que hice. Si en mi li­bro hubiese bajado al plano concre­to, citando nombres y lugares, me habrían acusado en aquella época de ocuparme de "minucias innecesa­rias" y de "falta de caridad".

Conviene consignar que, mientras la polémica estaba encendida, no re­cibí —y tampoco el "Legionário"— ni una sola interpelación, ni una so­la carta de los ambientes alcanzados por mi crítica —que todos sabían cuáles eran— pidiendo especificacio­nes. Esto es sintomático y concluyen­te. ¿Por qué fue así? Evidentemente, nuestros opositores tenían recelo de preguntar y de recibir una respues­ta más precisa que la deseada.

Esa ausencia de indagaciones mues­tra bien que la acusación tenía funda­mento, y que se sabía perfectamen­te que así era.

El prefacio del propio Nuncio Apos­tólico en Brasil indica que él —a quien competía, en cierta forma, la supervisión de todo el movimiento católico en el país— conocía esos e­rrores y los veía como muy peligrosos.

Además, si mis referencias a errores que circulaban en los medios católi­cos no hubiesen sido más que acusa­ciones malévolas y hasta calumnio­sas, no habría sido posible que seis años después, en 1949, cuando ya se había tranquilizado la polémica, la Santa Sede me hubiese escrito, de motu propio, una carta tan expre­siva y que claramente elogia mi libro. Pues es sabido cómo la Santa Sede está bien informada respecto a lo que sucede en el mundo católico.

Según el entonces Secretario de Estado de S. S. Pio XII, Mons. Montini -después PabloVI- cada una de las palabras de la carta de elogio a "En Defensa de la Acción Católica" había sido pesada cuidadosamente

— No faltó quien restase importan­cia a esa misiva, alegando que el Va­ticano da respuestas semejantes a muchas de las cartas que le son enviadas...

— En una audiencia que me conce­dió en Roma en 1950, Monseñor Montini —después Pablo VI— me dijo que cada una de las palabras de aquella carta había sido pesada cuida­dosamente.

Pero más aún, hay quien encuen­tra semejanzas entre las consideracio­nes del Cardenal Ratzinger en su céle­bre Rapporto sulla fede y lo que yo escribí en los lejanos años 40 sobre el progresismo teológico, moral y so­cio-económico que despuntaba en el ámbito brasileño. ¿Cómo habría sido mejor para la Iglesia que me hu­biese equivocado, que aquellos e­rrores no hubieran existido y no se hubiesen propagado por todo el or­be...!

— Dr. Plinio, hoy, cuando la Histo­ria está trayendo de nuevo el eco de esas luchas ¿cómo las ve Ud. aho­ra? ¿cómo encara Ud. el futuro?

— Todo ese pasado remoto y próxi­mo lo veo con la tranquilidad de conciencia del deber cumplido.

Hablo del pasado remoto y próxi­mo, pues las polémicas y las pugnas que llegaron a su punto culminante con la publicación de En Defensa de la Acción Católica no concluyeron. Del "Legionario" a "Catolicismo" y de "Catolicismo" al momento actual hay una larga trayectoria de batallas ideológicas que han alcanzando pro­porciones muy superiores a las que se hubieran podido prever en ésos años.

Hacia dónde iremos? Sólo Dios lo sabe. Quien cumple su deber hace la voluntad de Dios. Y quien ha­ce la voluntad de Dios bajo la protec­ción de la Santísima Virgen sólo pue­de encarar el futuro con confianza.

— Volviendo a los años en los que Ud. libraba en Brasil los primeros combates de esta gran lucha de la Contra-Revolución, ¿ tenía ya en ese entonces los ojos puestos en Euro­pa y en los otros países de América? Nos gustaría que hablase de sus espe­ranzas y de sus aprensiones respec­to a la posibilidad de difundir los ideales de la Contra-Revolución más allá de las fronteras de su país.

— Considere que yo había estado en Europa cuando tenia 4 o 5 años y solo en 1950 volví al Viejo Conti­nente, ya entonces con 40 años. Comencé así una serie de viajes que me llevarían a Portugal, España, Fran­cia, Alemania, Inglaterra e Italia, y pa­radójicamente, fue como consecuen­cia de esos viajes que tomé la resolución de entrar en contacto con las naciones de América del Sur y des­pués con los Estados Unidos y Canadá.

— ¿Por qué? No encontró Ud. en Europa lo que esperaba?

— Para responderle es necesario que le explique cuál era la idea que por mis lecturas y estudios me hacía de Europa y de las tres Américas antes de esos viajes.

Brasil es hijo de Portugal. Y Portu­gal, como todos saben, pertenece a la familia de naciones europeas que constituyen la civilización cristiana occidental. Yo me había formado en un ambiente todavía muy influen­ciado por la Europa anterior al desas­troso Tratado de Yalta; por lo tanto, con excepción de Rusia, una Euro­pa libre de la bota comunista, con varios gobiernos monárquicos y otros republicanos pero que aún conserva­ban ciertos aires aristocráticos. Me parecía, entonces, que las tradicio­nes que existían en Brasil, venidas de Portugal, deberían estar natural­mente mucho más vivas en Europa. ¡Claro! Europa tiene los monumen­tos de la antigua Cristiandad, fue el teatro de los acontecimientos que constituyen la historia de ese pasa­do, muchas de las estirpes que ha­bían dado origen a esas tradiciones aún las mantenían vivas, etc.

Por lo tanto, es fácil comprender­lo, pensaba que esas tradiciones esta­rían más arraigadas en Europa que en Brasil o en otros países america­nos, y que sería fácil encontrar espí­ritus capaces de aglutinarse en un movimiento contra-revolucionario. Fui a Europa con el deseo intenso de conocer personas dispuestas a ello, para así aunar esfuerzos en una lucha que por naturaleza es univer­sal. El objetivo del viaje era, pues, tomar contacto con las organizacio­nes conservadoras y tradicionalistas.

— ¿Y con los movimientos católicos no?

— Claro que sí. Pretendía conocer a eclesiásticos y laicos antiprogresistas —el progresismo ya comenzaba a delinearse en ese entonces— es de­cir, a quienes reaccionaban en el cam­po católico contra el maritainismo, el liturgicismo, los errores que pene­traban en la Acción Católica, etc. Esas eran reacciones de carácter con­tra-revolucionario. En consecuencia, esperaba encontrar en esos ambien­tes un apoyo especial, una buena aco­gida, una particular posibilidad de expandir la lucha contra el enemigo común: la Revolución. 

El Prof. Plinio Corrêa de Oliveira realizó varios viajes a Europa para establecer contactos con movimientos católicos antiprogresistas. En la foto, embarcando para París en 1959 con Fabio Vidigal Xavier da Silveira

— Ud. viajó con grandes esperanzas...

— Fui a Europa lleno de esperanzas, es verdad. Establecí contacto casi ex­clusivamente con dirigentes de esos movimientos, en general hombres cultos y de prestigio, que me recibie­ron muy amablemente. Con todo, tuve la fundada impresión de que —tal vez en consecuencia de los traumas aún no cicatrizados de la Segunda Guerra Mundíal— no eran seguidos por huestes a la altura de su valor. Estas contaban con personas dedica­das, pero eran poco numerosas y sus posibilidades de irradíación parecían, en ese momento, muy limitadas.

En relación a los dirigentes, debo decir también que noté divergencias profundas entre casi todos, lo cual contribuía a configurar un cuadro som­brío de la Contra-Revolución en Euro­pa. Había luminosas excepciones, pe­ro lamentablemente no eran muchas.

Cuando regresé de Europa, y con esto vuelvo a su pregunta inicial, llegué a la siguiente conclusión: o trabajo para alcanzar una expansión mucho mayor, en las Américas, de los idea­les a los cuales me consagré, y des­pués, basado en el aumento de la re­sonancia que esa expansión pueda traer, me presento nuevamente en Europa, o en las actuales condicio­nes hay muy poco que hacer.

¡Cuánto cambiaron las cosas des­de entonces hasta nuestros días en el Viejo Continente! Hoy florecen los ideales de la tradición, familia y propiedad en seis importantes países de Europa: Alemania, España, Fran­cia, Inglaterra, Italia y Portugal. Y hay esperanzas de irradíación en otras naciones.

— Ud. dice expansión mucho ma­yor en las Américas, ¿acaso no la esperaba sobre todo en Brasil?

— La esperaba sí. Pero me parecía que solo la expansión en Brasil no daría el background suficiente para conseguir que el grupo de "Catolicis­mo" se transformase en un movimien­to capaz de impresionar a los europeos.

Caímos, además, en un círculo vi­cioso. Nuestro grupo encontraba una dificultad para expandirse en Brasil por el hecho de no tener símiles en otros lugares, pero para tenerlos ne­cesitaba crecer antes aquí. Se com­prende, pues mi país, por carecer de una experiencia histórica suficien­temente antigua, observa con mucha atención lo que ocurre en el exterior.

— De momento no le quedaba otra salida sino buscar simpatías en sus vecinos, las naciones hispanoameri­canas.

— Efectivamente. Por una serie de circunstancias fortuitas verifiqué que la idea que tenía de las Américas, y especialmente de la América española, era una idea incompleta. Es decir, era obvio que también Hispanoamé­rica estaba dominada por el espíritu de la Revolución. Pero noté que ha­bía en esas naciones hermanas focos de resistencia contra-revolucionaria más definidos, como también amplios sectores de la población con una ten­dencia profunda a ser contra-revolu­cionarios. Para mí fue una animado­ra sorpresa. A partir del momento en que comprendí esto, promoví diversos viajes de miembros de "Cato­licismo", y después de la TFP brasileña, a los países de América Latina, con la finalidad de tomar contacto e invitar a quienes compartiesen nues­tros ideales a participar de las Sema­nas de Estudio.

En ese sentido se inscriben mis vi­sitas a la Argentina y al Uruguay en la década del 60. En 1964 estaba por ir a Chile, desde Buenos Aires, cuan­do recibí una llamada telefónica avi­sándome que mi madre estaba en pe­ligro de muerte. Me vi obligado a volver rápidamente a São Paulo. Pe­ro, en fin, mi intención era ir a Chi­le y, quizás, a Perú. En Buenos Aires estreché relaciones con los valerosos e inteligentes miembros del grupo de la revista "Cruzada", los cuales decidieron más tarde fundar la TFP argentina.

Por otra parte, fuimos observan­do con más atención la situación de las naciones vecinas, v comprendimos que la reacción anticomunista era notable en varias de ellas. Por lo tanto, los métodos de acción de "Catolicismo" y de la TFP brasileña podrían ser muy útiles para los dife­rentes movimientos que con el tiem­po habrían de formarse en dichos países.

Así, las impresiones e informacio­nes recogidas en Europa me ayuda­ron a conocer esa situación, favora­ble a la Contra-Revolución en Hispa­noamérica, que yo ignoraba.

En 1962, durante la primera sesión del Concilio, la TFP brasileña instaló un escritorio en Roma. Saliendo de la Basílica de San Pedro, Plinio Corrêa de Oliveira en compañía de amigos

— Ud. también dijo que después del viaje a Europa comenzó a interesarse por los Estados Unidos. ¿Podría hablarnos al respecto?

— Con mucho gusto. Como todo el mundo, yo creía que el cine presentaba el retrato fiel de América del Nor­te. O sea, que los norteamericanos habían efectivamente realizado aque­llo de lo cual Hollywood era apenas una imagen. Pero, poco a poco, fui percibiendo a través de noticias que me llegaban —por ejemplo, de otros países de América del Sur mucho más relacionados con los Estados Unidos— que también en aquella gran nación había focos de resisten­cia contra-revolucionaria muy fuertes. De ahí nació el deseo intenso de ini­ciar una serie de viajes como los rea­lizados por Hispanoamérica. Y cuan­do las circunstancias lo permitiesen, claro está, incluso por América Cen­tral. Hoy son una realidad la TFP nor­teamericana, la canadiense y el Bure­au TFP en Costa Rica, a partir del cual ha sido posible tomar interesan­tes contactos en los países vecinos.

— Pero Ud. nunca abandonó la idea de poder reanimar en Europa la reacción contra-revolucionaria, como está expuesta en su obra Revolución y Contra-Revolución.

— Evidentemente no. Hice nuevos viajes a Europa en 1952, 1959 y 1962. Este último fue durante la pri­mera sesión del Concilio, ocasión en la que la TFP brasileña estableció un escritorio en Roma. Fue posible entonces realizar un número mucho mayor de contactos y aproximamos a diversos movimientos. Lo cual es explicable si se toma en considera­ción que la TFP en Brasil comenza­ba a tener gran resonancia a propósi­to de la controversia agrorreformista y que mi obra La Libertad de la Igle­sia en el Estado Comunista estaba sien­do ampliamente difundida entre los Padres Conciliares, así como entre los periodistas del mundo entero pre­sentes en Roma. Incluso uno de los mayores díarios de esa ciudad, trans­cribió en sus páginas el libro completo.

— ¿En todos esos viajes Ud. procura­ba conocer solo a quienes compar­tían plenamente los ideales contra­revolucionarios?

— Su pregunta me da oportunidad para esclarecer un punto importan­te. No se debe tan solo tener en vis­ta coligar a aquellos que piensan co­mo uno. El canciller alemán Konrad Adenauer tenía un principio de ac­ción que me gusta recordar. Para él, la primera obligación de un partido político o corriente de opinión es atraer a todos aquellos que piensan del mismo modo, para después pre­ocuparse con los que piensan de for­ma diferente. Es un principio de evi­dente sentido común que las TFPs hacen suyo. Por eso buscábamos adhesiones y simpatías en los círcu­los que tenían un pensamiento pare­cido al nuestro, para después ampliar el radio de acción.

— Dr. Plinio, ¿cómo encaraba Ud. en los años 50 el peligro comunista?

— Permítame, antes de responderle, una reminiscencia personal que le ayudará a situarse en el clima que vi­vía Europa en esa época. Existía en­tonces un recelo muy grande de que Rusia invadiera Alemania de un mo­mento a otro. Me acuerdo que en cier­ta ocasión me hospedé en el castillo de Berg, del Príncipe Alberto de Baviera, Jefe de la Casa Real de Wittels­bach. El no estaba, pero la Princesa Maria, su esposa, y su suegra tuvie­ron la gentileza de acompañarme has­ta la puerta del cuarto. Al desearme buenas noches la Princesa me dijo: "¿Ud. ve esa pequeña escalera? Bien. Si durante la noche oye ruidos, se­pa que son los comunistas que están llegando. Pero aquel camión que ve allá está listo para llevarnos a Suiza. Ud. debe por lo tanto bajar co­rriendo... " Esa precaución dice todo.

Ahora bien, hoy casi no se recuer­da como estaban destrozados los pa­íses europeos en aquella época a con­secuencia de la Segunda Guerra Mun­díal. Sus fuerzas estaban muy dismi­nuidas y aún vivían bajo el signo de la tragedía. Me acuerdo de haber vis­to en una plaza central de Colonia rebaños de cabras pastando en me­dio de unas ruinas. De vez en cuan­do, unos pastores las llamaban tocan­do un cuerno. ¡Eso en una ciudad con el prestigio y la cultura de Colo­nia! En esas circunstancias, que en mayor o menor medida se repetían en toda Europa, no se podía esperar de inmedíato una reacción anticomu­nista poderosa.

Fue a partir de los Estados Unidos que comenzó a soplar en el mundo el macarthismo. Era una forma nueva de anticomunismo. Un anticomu­nismo que ponía la nota tónica mu­cho menos en el debate ideológico que en el horror causado por la re­presión policíaca, la miseria y el tota­litarismo de los regímenes ruso, chi­no y de Europa oriental. Lógicamen­te, el macarthismo no aceptaba la ideología del comunismo, pero su caballo de batalla era más bien ese sentimiento de horror. Era, por así decir, un anticomunismo con algo de humanitario, adecuado para aque­llos momentos.

Arriba, el Senador Joseph McCarthy quien inauguró uma nueva forma de anticomunismo, que ponía la nota dominante en el horror causado por la miseria, el totalitarismo y la represión policiaca de los regímenes comunistas

— Muchos lectores querrían, sin duda, que Ud. profundizase su pensamiento respecto al macarthismo y explicase la posición que Ud. adopta frente a la amenaza comunista y la manera de conjurarla.

— Es necesario considerar lo siguien­te. La mayor parte de los macarthis­tas parecía pensar que, cortado el pa­so al comunismo, la civilización mo­derna podría proseguir indefìnidamente por los caminos del liberalismo ca­pitalista, porque el mundo occidental no estaba dentro de un proceso que lo condujese, en último análisis, al co­munismo. Para dichos macarthistas, Occidente iría progresando en la misma línea de lo que, en aquel enton­ces, la mayoría de los norteamerica­nos esperaba para su propio país, o sea, como dije, un progreso indefini­do en las vías del capitalismo.

Muchos macarthistas —no quiero decir que el propio Mac Carthy pen­sase así— creían que era hábil, ágil y políticamente eficaz desvincular al comunismo del socialismo y estable­cer un régimen de comprensión y simpatía entre socialistas y anticomu­nistas. Así, el socialismo se transfor­maría, en la óptica de ellos, en una fuerza auxiliar en la lucha contra el comunismo. Y, vencido este, imagi­naban que todo estaba resuelto.

En ese punto mi pensamiento es díametralmente opuesto, pues en pri­mer lugar, el comunismo no es el único mal que hay que combatir y, en segundo lugar, el mayor peligro no consiste en que intente apoderarse del mundo a través de una guerra convencional o atómica. Lo más peligroso, a mi modo de ver, es el gra­dual caminar del mundo occidental hacia el comunismo, a través de inci­pientes formas revolucionarias de ser, de vivir y de pensar que se acen­túan cada vez más. La gradual radica­lización de las tendencias izquierdis­tas en el Mundo Libre es sin duda la principal amenaza. En mi libro Revo­lución y Contra-Revolución afirmo que si un cataclismo tragase a Rusia y a China, bastarían 50 años para que el comunismo renaciese de la propia civilización occidental mina­da por tantos factores de disgregación.

Yo comprendía, entonces, que el macarthismo era un movimiento muy cohesionado, muy bien inspira­do desde el punto de vista propagan­dístico, en fin, un aliado de todo an­ticomunista. Pues, al crear horror contra el comunismo, provocaba en relación a éste un cierto retroceso de los propios socialistas y de ese modo dividía un tanto las huestes de la izquierda. Pero, fundamental­mente, esos socialistas no comunis­tas eran compañeros de viaje del co­munismo, muchas veces inconscien­tes pero reales, como lo fueron, por lo demás, los admiradores de la Revo­lución Francesa. Es sabido que una de las fases de la Revolución de 1789 fue prácticamente comunista. Me refiero a Babeuf y a la Conspiración de los Iguales de 1796. El peligro co­munista estaba incubado, en grados bastante variables, insisto, en el propio pensamiento democrático como se había generalizado en Occidente. De ahí el empeño muy grande del grupo de "Catolicismo", y posteriormente de la TFP brasileña, en comba­tir cuanto posible en todo el Mun­do Libre esos síntomas de deteriora­ción y en alertar a los simpatizantes de la entidad y al público en general contra ellos, aún cuando muchas ve­ces no fuese claro que esas tenden­cias conducían al comunismo.

Un nuevo sindicalismo animado por la Teología de la Liberación... Asamblea de los metalúrgicos en huelga en la Parroquia de San Bernardo, São Paulo. En recuadro, Mons. Angélico Sândalo Bernardino, entonces Obispo Auxiliar de São Paulo, en su despacho adornado por una fotografía del Che Guevara

— Por lo tanto, desde sus primeros pasos como hombre de pensamiento y de acción, Ud. no puede ser considerado exclusivamente como un anticomunista...

— Claro que no. La lucha de la Con­tra-Revolución nunca fue exclusivamente anticomunista. Siempre tuve en vista, como dije, denunciar las costumbres y las ideas que gradual­mente llevan al comunismo, y esto no solo porque llevan al comunis­mo, sino porque son intrínsecamente malas. Por otra parte, en el cam­po espiritual, nuestra lucha tiene co­mo objetivo mostrar la contradicción del izquierdismo católico y del pro­gresismo con la Doctrina Católica.

Estamos seguros de que actuando de esa forma ayudamos a numero­sos católicos, que no están en nues­tras filas, a rechazar el abrazo de oso de los progresistas y los socialistas que, desde dentro de la Iglesia, se empeñan en adelgazar las barreras doctrinales que separan a los fieles del comunismo.

Por ello, ya en 1943 cuando resolví escribir En Defensa de la Acción Católica, tenía la certeza de estar cre­ando obstáculos a la penetración más o menos consciente, así como más o menos explícita, del comunis­mo en los medios católicos. Toda la lucha del "Legionario" también puede ser vista bajo ese prisma. Es necesario consignar, por ejemplo, que nuestra oposición al nazi-fascis­mo se debía a que veíamos en él una forma de falso anticomunismo que, si ganase la guerra, aplicaría una política pro-comunista coheren­te con su doctrina auténticamente socialista.

Se comprende, entonces, que las TFPs sean una fuerza anticomunis­ta, pero de un anticomunismo muy especial. Naturalmente, pues las TFPs toman en consideración la muy conocida verdad de que el avan­ce del comunismo no se realiza tan solo con el apoyo de los marxistas declarados y conscientes, sino también con el de toda la cohorte de inocentes útiles y compañeros de viaje. 

— ¿Inocentes útiles?

— Esa es la expresión usada en Brasil. En Chile y otras naciones americanas se dice tontos útiles y en Argentina idiotas útiles. Le confieso mi preferencia por esta última fórmula.

Como le decía, esas líneas auxilia­res adoptan posturas ideológicas más o menos próximas del comunismo radical, pero colaboran, en definiti­va, para la victoria de este último. Por eso, nuestra oposición al comu­nismo no está dirigida solamente con­tra el comunismo radical, sino además contra los idiotas útiles y compañeros de viaje de varios tipos que lo favorecen.

— Un anticomunismo superactualiza­do.

    Sí, gracias a Dios. 

— Dr. Plinio, en abril de 1959 Ud. publicó Revolución y Contra-Revolu­ción, libro de cabecera de los inte­grantes de las varias TFPs. ¿Podría decirnos cuál fue el principal fruto de la divulgación de ese estudio?

Revolución y Contra-Revolución tuvo buenos frutos. Pero, hasta aho­ra mucho más de orden interno pa­ra las TFPs que externo. En determi­nado momento, comencé a darme cuenta de que en aquellos que se aproximaban a "Catolicismo" existía un problema que no se les planteaba de modo explícito, pero que tarde o temprano aparecería. "Catolicismo" luchaba contra una infinidad de cosas: la inmoralidad, la televisión, el cine y la radio como vehículos de esa in­moralidad, la Reforma Agraria socialis­ta y confiscatoria, el protestantismo, el arte moderno, etc. Instintivamen­te notábamos que en todas esas cosas estaba presente la Revolución multise­cular. Pero, ¿cuál era el ámbito exac­to de la Revolución? ¿Cuál era el denominador común de todas las cosas contra las cuales luchábamos y cuya erradicación deseábamos? ¿Qué méto­do seguir? ¿Era el nuestro un ideal viable? Eran preguntas que en deter­minado momento surgirían. Y antes de que surgiesen me pareció necesa­rio darles respuesta. Pues con los inte­rrogantes nacen las perplejidades y muchas veces las soluciones equivocadas, a las cuales después resulta difícil re­nunciar. Era necesario, por lo tanto, esclarecer cuanto an­tes esos problemas y de ese modo mantener la unidad del movimiento.

— ¿Los ideales de las TFPs se resumen en Revolución y Contra-Revolución?

— No solo eso. Revolución y Con­tra-Revolución da a las TFPs la fisonomía de entidades que se definie­ron a sí mismas enteramente y que están en condiciones de presentar al público su ideario en cualquier momento. Es decir, Revolución y Contra-Revolución prueba que la causa defendida por las TFPs no es solo una buena causa, es una causa que tiene su razón de ser; su estan­darte rubro y áureo es símbolo de una serie de posiciones doctrinales mucho más bellas que el propio es­tandarte.

Ahora bien, tome en cuenta que cuando salió publicada la obra, "Ca­tolicismo" no tenía el método de campaña de calle que caracterizaría más tarde a las TFPs. Y como Revo­lución y Contra-Revolución sufrió un innegable boicot por parte de la mass medía en general, tanto en Bra­sil como en el exterior, su repercu­sión fuera de las filas de las TFPs fue mucho menor de la que deseába­mos. 

En Genazzano, Italia, Plinio Corrêa de Oliveira agradece a la Madre del Buen Consejo sus 60 años de militancia católica anticomunista (septiembre de 1988)

— Permítanos, Dr. Plinio, una últi­ma pregunta. Hace pocos meses se conmemoraron en las TFPs sus 60 años de lucha al servicio de la Igle­sia y de la civilización cristiana. Muchos pensaron que había llegado para Ud. el merecido momento del reposo, pero tanto sus seguidores como sus adversarios ven que, por el contrario, tiene una disposición para continuar combatiendo como si se tratase de aquel primer día en el que concurrió al Congreso de la Juventud Católica en São Paulo, en el lejano 1928. ¿Qué lo anima a ello?

La fuerza interior que me anima es la Fe, la Esperanza y la Caridad. Es decir, yo creo; creyendo, espero; y esperando, amo. Y voy a la lucha con todas las fuerzas de mi alma. Gracias a la Santísima Virgen, siento que mi lucha en la Contra-Revolución es, desde varios puntos de vista, más absorbente, más compleja, más intensa que nunca. Las olas que golpean a las TFPs son más violentas y las replicas de las TFPs son más eficaces que nunca. Siento, por lo tanto, que estamos en el auge de la lucha. Doy gracias a la Santísima Virgen por la resistencia que me da para participar de ella.

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