Parte I
 
El Brasil, un hombre, una cruzada

 

 

 

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TRADICION FAMILIA PROPIEDAD

UN IDEAL, UN LEMA, UNA GESTA:


La Cruzada del siglo XX

 

Se designa en este libro con el nombre genérico de TFPs al conjunto de Sociedades de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad constituidas bajo esa denominación, así como a las entidades que, aunque con otros nombres, se dedican a la defensa de la trilogía Tradición, Familia y Propiedad, y a los Bureaux TFP existentes en varias capitales.

Autónomas y cohermanas, las TFPs son el mayor movimiento cívico-cultural anticomunista de inspiración católica del mundo.

Cuando en la reseña de cada país usamos la sigla TFP, estamos aludiendo a la respectiva entidad local.

Comisión de Estudios de las TFPs orientada por
CARLOS FEDERICO IBARGUREN
MARTIN JORGE VIANO

Proyecto gráfico y arte final
Luis GUILLERMO ARROYAVE
JOSE RICARDO B. LUZITANO
FELIPE BARANDIARAN PORTA

Impresión
ARTPRESS — INDUSTRIA GRAFICA E EDITORA
Rua Javaés 681 São Paulo Brasil

Este volumen se terminó de imprimir el día 2 de febrero de 1990, día de la festividad de la Purificación de la Santísima Virgen y Nuestra Señora del Buen Suceso, en la ciudad de São Paulo, Brasil

Brasil integra,

junto con toda Hispanoamérica,

la región más promisoria para la Iglesia en el tercer milenio

  

 La Bahia de Guanabara en Rio de Janeiro es considerada uno de los más bellos panoramas marítimos del mundo; panorama que resume, de forma excelente, los incontables paisajes de Brasil

 

  

Brasil, hoy la séptima potencia económica del mundo occidental, tiene un inmenso y fecundo territorio de 8.511.965 km2 que limi­ta con todos los países de América del Sur, excepto con Chile y Ecuador. Con el 90% de su población de 150.000.000 de habitan­tes constituida por católicos, Brasil integra, junto con toda Hispa­noamérica, la región más promisoria para la Iglesia en el tercer milenio.

El progreso de la nación, como el de todo el continente abajo del Río Grande, fue muy diferente del vertiginoso crecimiento de los Estados Unidos. Colonizada por una Inglaterra en plena ascen­sión, Norteamérica recibió posteriormente un extraordinario empu­je de las corrientes migratorias procedentes del mundo entero. Los inmigrantes acudían fascinados por las legendarias riquezas naturales de sus tierras, atraídos por la semejanza de su clima con el europeo y sobre todo por sus espectaculares avances técnicos y científicos. A ello se sumaba también la mayor facilidad de comu­nicaciones con Europa, separada por una distancia mucho menor que la existente en relación a Brasil. Por otra parte, la Guerra de la Independencia —cuyo trasfondo ideológico la Revolución Fran­cesa llevaría más tarde al auge de la actualidad— había tornado cé­lebre a los Estados Unidos y constituía otro poderoso factor de atracción.

Por el contrario, el progreso de Brasil fue más lento. A Portugal le cupo, desde el siglo XVI, una misión colonizadora ardua y difí­cil. Fue ya entrado el siglo XX cuando el país comenzó a emerger en el panorama mundíal. A esto contribuyó la considerable inmi­gración de origen europeo, como también la del Medio Oriente e incluso de Japón, que tuvieron indiscutible importancia para su desarrollo.

La misma relativa lentitud del crecimiento de esta nación-conti­nente favoreció que la admiración de sus habitantes no fuese mo­nopolizada por los aspectos técnicos de la civilización moderna. De ahí que Brasil —como también los países hispanoamericanos— se haya conservado auténticamente latino, con todas las posibilida­des que el genio latino trae consigo. A esto debe sumarse otro va­lioso factor de fecundidad espiritual y material de primer orden, como lo es su unidad religiosa, que reposa en la Iglesia Católica, Apostólica, Romana. Así, con inagotables riquezas aún por explo­tar, un futuro de grandeza está por ser escrito en Brasil, cuya reali­zación deberá estar marcada por un cupo cultural y espiritual propio, capaz de evitar los males hoy tan generalizados en las socieda­des hiperindustrializadas.

En 1808, cuando las tropas bonapartistas comandadas por Junot invadieron Portugal, la familia real y la corte portuguesas se instala­ron en Río de Janeiro; gesto de sabiduría política que el célebre canciller del Imperio Austro-Húngaro, el Príncipe de Metternich (1773-1859), elogia en sus memorias. El mismo trabajaría más tar­de para llevar a cabo el enlace de la Archiduquesa Leopoldina, hi­ja del Emperador de Austria, Francisco I, con Don Pedro I, primer Emperador de Brasil (de 1822 a 1831).

El establecimiento de la Corte en Río de Janeiro hizo que la in­dependencia de Brasil —entonces Reino Unido a Portugal— tuvie­ra mucho menos el carácter de una dilaceración, que el de una afec­tuosa diferenciación. En ese sentido es muy expresivo el consejo que Don Juan VI, Rey de Portugal (de 1805 a 1826), habría dado a su hijo el Príncipe heredero Don Pedro: "Pedro, si el Brasil se separa, que lo sea a tu favor, que me respetarás, antes que en pro­vecho de uno de esos aventureros".

De esta forma, la América lusa se mantuvo como una sola na­ción ejemplarmente unida hasta los días de hoy. 

El largo y próspero reinado de Don Pedro II (1831-1889) fue interrumpido por un golpe militar que implantó la República. Sin embargo, hasta 1930, la aristocracia de la tierra mantuvo la estructura señorial de la propiedad rural, con sus reflejos jerárquicos en la sociedad. Arriba, Don Pedro II en la abertura de la Assamblea General (Pedro Américo)

Durante el período imperial (1822-1889), el orden socioeconó­mico conservó trazos aristocráticos. Ese tonos aristocrático no lo daban, tan solo, los títulos de nobleza, sin carácter hereditario, otorgados frecuentemente por el Emperador a familias no tradicio­nales, sino que provenía, sobre todo, de las familias cuyas grandes fortunas de origen rural eran transmitidas de generación en genera­ción. Eran verdaderas estirpes de señorío rural con un elevado ni­vel de vida y de cultura, cuya influencia se ejercía en las regiones donde se situaban sus extensas fazendas.

Ahora bien, con frecuencia no se toma en cuenta que el fin de este Antiguo Régimen portugués, existente en Brasil hasta la proclamación de la independencia, tuvo consecuencias sociales no menos importantes que las políticas. Además de haber sido instaurada en aquella ocasión una monarquía constitucional, fue­ron abolidos diversos privilegios que la clase dirigente (llamada nobleza de la tierra por la legislación lusa colonial) tenía en los gobiernos municipales y se estableció la completa igualdad civil. Un paso más en ese mismo sentido lo representó la justa y nece­saria liberación de los esclavos (1888), concedida bajo la Regen­cia de la Princesa Isabel, heredera del trono. La influencia y el poder de las grandes familias —de las cuales eran oriundos la ma­yor parte de los hombres públicos del Imperio— comenzó a ser gradualmente erosionada. A partir de entonces, la historia de Bra­sil será marcada por una tendencia hacia la nivelación de todas las categorías sociales.

El largo reinado de Don Pedro II (1831-1889), reconocido por los historiadores como de notable prosperidad, es interrumpido por un golpe militar que implanta el régimen republicano. La pro­clamación de la República democratizó la propia cúpula del poder estatal que, de nobiliario y hereditario, pasó a ser electivo según el sistema del sufragio universal. Los títulos de nobleza fueron su­primidos, pero continuaron siendo reconocidos socialmente. En la vida política regional ejercieron fuerte influencia los llamados coroneles, muchas veces hijos y continuadores de la nobleza de la tierra y de los barones del Imperio. Es decir, la aristocracia ru­ral, con apariencias oligárquicas republicanas, mantuvo la estructura señorial de la propiedad rural, con sus reflejos jerárquicos en la sociedad.

Cómo pudo instalarse y subsistir esa dicotomía entre el nuevo orden político y la realidad social? La mayor parte de la pobla­ción brasileña había sufrido una profunda transformación. En efec­to, bajo el Imperio, la oposición entre monárquicos y republica­nos —estos últimos gozaban de plena libertad— había imprimi­do a la política un carácter ideológico y polémico. Pero cuando se proclama la República, sus pro-hombres introducen en la Cons­titución la llamada cláusula pétrea, que prohibía discutir el siste­ma republicano y hacer propaganda a favor de la monarquía *; medida arbitraria e intolerante que los republicanos jamás hubie­ran soportado que fuese aplicada contra ellos durante el Imperio. Prohibida la polémica, la democracia entró en contradicción con­sigo misma, pues al suprimir el debate Monarquía-República, en torno al cual se centralizaban las grandes cuestiones públicas del siglo XIX, la política brasileña quedó, por así decir, vacía de con­tenido ideológico. Los únicos que podían expresarse eran los re­publicanos y, en último análisis, todos ellos pensaban del mismo modo. Los intereses personales o los de los diferentes Esta­dos pasaron a dominar las disputas, por las cuales la inmensa ma­yoría de la población se desinteresó. El nuevo régimen se suicida­ba. Se puede decir que el Brasil real vivía al margen de la políti­ca partidista y del Brasil político. 

* En marzo de 1988 la Asamblea Constituyente revocó por aplastante mayoría la cláusula pétrea. Aprobó además la convocatoria de un referén­dum popular, a realizarse el 7 de septiembre de 1993, para que la opi­nión pública se pronuncie sobre la forma (república o monarquía consti­tucional) y el sistema de gobierno (parlamentario o presidencialista) que debe entrar en vigor. 

Washington Luis, último Presidente de la “República Vieja”, fue depuesto por un golpe cívico-militar que instaló en el poder a Getúlio Vargas, el abanderado de las fuerzas revolucionarias

Contra este estado de cosas —conocido como el período de la República Vieja (1889-1930)— acabaron por levantarse las iz­quierdas. Comenzaron por poner en duda la autenticidad de la democracia así concebida y a reivindicar un espacio para ellas en el escenario político. Espacio específicamente reclamado por el comunismo que, aunque no estaba prohibido por ley, era mal visto por la burguesía dominante y, en consecuencia, persegui­do por la policía.

En 1930 un golpe cívico-militar derriba al Presidente Washing­ton Luis e instala en el gobierno a Getúlio Vargas, el abanderado de las fuerzas revolucionarias. Es implantada una dictadura que se prolonga hasta el fin de la Segunda Guerra Mundíal. Uno de sus efectos más importantes fue hacer que cierto sector de la alta burguesía, compuesto de industriales y banqueros, conquistara una indiscutible supremacía de influencia sobre la aristocracia rural.

Getúlio Vargas inicia una política populista en gran escala, con el apoyo de un electorado que, sin ser definidamente de izquierda, despojó a la clase dominante de la estabilidad de su poder y la inclinó a aceptar con prudencia excesiva las reformas socialistas e igualitarias del dictador. Inauguró, por ejemplo, una política de gradual aumento de la intervención estatal y, a través de ciertas le­yes sociales, pretendió agradar a la clase obrera que, sin embargo, se vió después en gran medida defraudada por el fracaso de las medidas. Muchas de las conquistas de los trabajadores se esfuma­rían por obra de las virtuales confiscaciones de los salarios populares en favor de instituciones sociales estatales vacías de conteni­do o con servicios peor que insuficientes. Además, la intensa industrialización llevada a cabo por Vargas concentró en las ciuda­des una población de trabajadores a la búsqueda de mejores salarios que los pagados en el campo. La conquista de esa nueva cla­se obrera urbana pasó a ser el sueño de agitadores reclutados por los comunistas a través de la literatura revolucionaria que se difundía en todo el país. Getúlio Vargas favoreció de esa forma la agita­ción social en Brasil recibida, sea dicho de paso, con indolencia por los obreros. * Dicha concentración dió lugar a la formación de las favelas, cuya imagen de miseria tan útil resulta en nuestros días para los designios del marxismo. 

* No en vano el Arzobispo de São Paulo, Monseñor Duarte Leopoldo e Sil­va, en célebre mensaje al Episcopado brasileño en 1934, aseveró que "la hierba dañina del comunismo vino en la mochila de ciertos personajes de 1930" (Illuminuras, Empresa graphica de la "Revista dos Tribunaes", São Paulo, 1937, p. 126) 

Estado en que quedó el Cuartel de la Praia Vermelha en Rio de Janeiro –principal foco del audaz intento comunista- una vez dominado por las tropas gubernamentales

En este período los comunistas lanzaron una gran campana de agitación popular que culminó en la llamada Intentona Comunis­ta de 1935, una sublevación en cuarteles de Natal, Recife y Río de Janeiro, sofocada por tropas del gobierno.

Pero la presión izquierdista alcanzó su máxima expresión en la década de los 60 con João Goulart, continuador político de Getú­lio Vargas * y bajo cuya presidencia (1961-1964) fue dado un gran impulso a la socialización del país. En medio de un clima de inten­sa agitación, la Reforma Agraria socialista y confiscatoria fue su principal caballo de batalla y punto de partida para la introducción de reformas del mismo signo ideológico en las áreas urbana, indus­trial y comercial. 

* Depuesto en 1945 por un movimiento militar, tras el período presidencial de Eurico Gaspar Dutra, Vargas es elegido Jefe de Estado en las eleccio­nes de 1950. Una grave crisis político-militar ocurrida en 1954 lleva a Vargas a suicidarse.

 

La inconformidad con el rumbo que tomaron los acontecimien­tos y la consecuente reacción generalizada de todas las clases so­ciales determinaron la caída de Goulart en marzo de 1964. A par­tir de entonces, y durante más de veinte años de régimen militar, los vencedores alimentaron la ilusión de que la represión a ma­no armada —juzgada excesiva por muchos— aliada al desarrollo económico, era suficiente para apartar definitivamente el peligro comunista. La izquierda fue siendo asfixiada lentamente aunque nunca le fue cortada por completo la respiración: la propagan­da ideológica del comunismo y de su aliada más preciosa, la iz­quierda católica, continuó con amplio margen de libertad. La opinión publica en general acabó por convencerse de que el pe­ligro comunista había desaparecido y, en consecuencia, se pre­guntó para qué existía el gobierno militar. Estaban así creadas las condiciones para que se comenzara a exigir —aún desde las propias filas de las Fuerzas Armadas— la vuelta a la plena demo­cracia.

En 1974, durante la Presidencia del General Ernesto Geisel, se inició la apertura política que culminó en marzo de 1985 con la entrega del poder a un civil, Dr. José Sarney. En los últimos años se fue acelerando, cada vez más, la marcha por el camino que conduce al precipicio comunista. Prueba concluyente de esto es la nueva Constitución —aprobada en octubre de 1988 en nombre del consenso— en la cual quedaron consagrados dispositivos que abren amplio campo a la demolición total de pilares básicos de la civilización cristiana, como la familia y la propiedad pri­vada.

Golpeado así en sus fundamentos, y en medio de una atmósfe­ra de confusión ideológico-política agravada por endémicos e inex­tricables problemas económicos, Brasil se debate hoy en la más grave crisis de su historia.

La imprevisión y el optimismo ciego de amplios sectores de las clases dirigentes hacen temer que la nación sea conducida por los derroteros de un socialismo inspirado en la Teología de la Libera­ción o en las vías de la moderna revolución cultural de Felipe Gon­zález.

 

En la Asamblea Constituyente (1988) se aprobaron, en nombre del consenso, dispositivos legales que favorecen la total demolición de pilares básicos de la civilización cristiana, como la familia y la propiedad privada. Arriba, libro del Prof. Plinio a respecto de esa Asamblea

Paralelamente se desarrolló, en el terreno religioso, otro proce­so de importancia decisiva para el curso de los acontecimientos.

Unida oficialmente al Estado durante el Imperio, la Iglesia Cató­lica ejerció una benéfica influencia sobre toda la sociedad, aunque muchas veces el nivel moral del clero dejaba que desear. Por otra parte, el Estado era regalista y se inmiscuía en cuestiones estricta­mente eclesiásticas como, por ejemplo, la elección de textos para los cursos de teología en los seminarios.

Cuando fue instaurada la República, el Estado se declaró laico, con lo cual el sentido religioso del pueblo sufrió un duro golpe. En Brasil, al igual que en tantos otros países de Occidente "en con­secuencia del agnosticismo religioso de los Estados" se volvió "a­mortecido o casi perdido (...) el sentir con la Iglesia". * 

* Monseñor Angelo Dell'Acqua, Substituto de la Secretaría de Estado, en carta dirigida en 1956 a propósito del Día Nacional de Acción de Gracias al Cardenal Carlos Carmelo de Vasconcelos Motta, entonces Arzobispo de São Paulo. 

 

Este hecho tan nocivo en sí tuvo, no obstante, consecuencias favorables para el catolicismo: separada del Estado, la Iglesia pu­do disponer de sí misma con plena libertad y, sobre todo, bajo el influjo del Pontificado de San Pío X —cuyos saludables efectos se prolongarían en Brasil hasta la década de los 30— hubo una pro­funda moralización del clero y la consecuente vuelta de los fieles a las prácticas religiosas. Fue precisamente en este período cuan­do Plinio Corrêa de Oliveira —más tarde fundador de la TFP brasileña y Presidente de su Consejo Nacional— inició, aún muy jo­ven, su militancia y liderazgo en las filas del movimiento católico, como lo narraremos en las páginas siguientes.

A contrario sensu, ciertos movimientos de intelectuales católicos europeos harían renacer en Brasil, bajo el rótulo de progresis­mo, fermentos del modernismo condenado por San Pío X; esta vez en estrecha alianza con el naciente izquierdismo católico.

Una rotación profunda se operaría en el seno de la Iglesia. Apro­ximadamente hasta 1948, la Jerarquía Eclesiástica y los fieles luchaban con vivo empeño contra las embestidas ideológicas o armadas del comunismo. Pero a partir del momento en que éste lanzó en 1935, por medio de Maurice Thorez, secretario general del Partido Comunista Francés, su politique de la main tendue, intelectuales de la izquierda católica comenzaron a propiciar la colabo­ración de la Iglesia con los PCs, pues ambos —sustentaban— te­nían un adversario común al que señalaban como culpable de la difícil situación de las masas obreras en las naciones occidenta­les: el capitalismo. 

Como Secretario General de la recién fundada Conferencia Nacional de Obispos del Brasil, Mons. Helder Cámara, que más tarde sería conocido como el Arzobispo rojo, apoyó de todos los modos posibles a la izquierda católica

En el Brasil de los años 50 aparecieron en el Episcopado las primeras figuras de la nueva linea. Sobresalía entre ellas Monseñor Helder Cámara, el futuro Arzobispo rojo, primer Secretario General de la recién fundada Conferencia Nacional de los Obis­pos de Brasil, el cual apoyó de todos los modos posibles la corriente católica innovadora.

Simultáneamente, fueron decayendo, privadas de auténtico sustento, las pujantes organizaciones católicas creadas y reclutadas bajo el signo de la ortodoxia, o sea, del anticomunismo mili­tante y del antiprogresismo potencial.

Con todo ello, al aproximarse la conturbada era de João Gou­lart, el ambiente católico había tomado una coloración nítidamente centro-izquierdista, con arrojadas manifestaciones socialis­tas y hasta categóricas posturas procomunistas.

Derrotado el comunismo en 1964, la infiltración marxista en los medios católicos y las figuras episcopales que se habían des­tacado por su apoyo a la subversión permanecieron prácticamen­te incólumes. Más aún, los hechos que prueban el caminar de in­numerables católicos en dirección a la izquierda tomaron una tal envergadura que un matutino de São Paulo afirmaba: "una edición extra del díario no bastaría para contener todos los he­chos ocurridos en todo el País y cada uno más clamoroso que el otro".

Desde aquellos días, el avance comunista en Brasil nada teme de la Conferencia Episcopal. Ningún golpe serio recibió de su parte. Por el contrario, ha obtenido ventajas preciosas en una nación entrañablemente católica, en la que nada conseguiría sin la ayuda o la omisión de sectores eclesiásticos importantes.

Es más. En los últimos años, obispos, sacerdotes y Comunida­des Eclesiales de Base que gravitan en torno a la Teología de la Liberación, se han transformado en la punta de lanza del movi­miento revolucionario. Tras esta corriente eclesiástica se encu­bren las escuálidas minorías socialistas e incluso las abiertamen­te marxistas. Sin el impulso de esta estructura eclesiástica no ha­bría sido posible el recrudecer de la agitación agrorreformista bajo la Presidencia de José Sarney, ni el ascenso del Partido de los Trabajadores (PT) al poder municipal en São Paulo —el ma­yor centro industrial de América Latina— y en otras dos grandes capitales de Estado; partido que, junto a sectores sindicales más o menos revolucionarios, abriga desde corrientes de izquierda católica, admiradoras del sandinismo y de Fidel Castro, hasta marxistas declarados y grupos trotskistas.

*     *     *

Este fondo de cuadro, sumariamente descrito, facilitará al lector la comprensión del papel clave de Plinio Corrêa de Oliveira en la vida pública brasileña como uno de los líderes del movimiento católico de los años 30 y más tarde como Presidente del Consejo Nacional de la Sociedad Brasileña de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad — TFP. Seis décadas de una sostenida e infatiga­ble lucha —con una metodología sabiamente ajustada a las diferen­tes modalidades adoptadas por el socialocomunismo— para evitar que el país se aparte de los sagrados y perennes principios de la civilización cristiana.

En las páginas siguientes podrá comprobarse como la TFP ha sa­bido escoger el terreno adecuado para influenciar a fondo el cur­so de los acontecimientos. Al comprender con nitidez el papel que el clero izquierdista iba jugando cada vez más como fuerza decisiva para la socialización de Brasil, la entidad concentró su ac­tuación pública en alertar a los medios católicos sobre la contradic­ción existente entre la doctrina tradicional e inmutable de los Pa­pas en materia social y la prédica igualitaria y colectivizante de ese sector eclesiástico. La TFP creó de este modo, contra el izquierdis­mo católico, un saludable clima de desconfianza, de retraimiento, cuando no de oposición, sin el cual los eclesiásticos empeñados en la obra revolucionaria ya habrían arrastrado hacia el despeñadero socialista, probablemente desde hace mucho, a la nación de mayor población católica de la tierra.

 

SOCIEDADE BRASILEIRA DE DEFESA DA

TRADIÇÃO, FAMÍLIA E PROPRIEDADE - TFP

CONSEJO NACIONAL

PRESIDENTE

Plinio Corrêa de Oliveira

SECRETARIO

Paulo Corrêa de Brito Filho

CONSEJEROS

Adolpho Lindenberg

Celso da Costa Carvalho Vidigal

Eduardo de Barros Brotero

José Fernando de Camargo

José Gonzaga de Arruda

Luiz Nazareno de Assumpção Filho

Paulo Barros de Ulhoa Cintra

Plinio Vidigal Xavier da Silveira

 

Rua Maranhão 341 - 01240 - São Paulo - SP

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