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Parte I
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Brasil integra, junto con toda Hispanoamérica, la región más promisoria para la Iglesia en el tercer milenio
La Bahia de Guanabara en Rio de Janeiro es considerada uno de los más bellos panoramas marítimos del mundo; panorama que resume, de forma excelente, los incontables paisajes de Brasil
Brasil, hoy la séptima potencia económica del mundo occidental, tiene un inmenso y fecundo territorio de 8.511.965 km2 que limita con todos los países de América del Sur, excepto con Chile y Ecuador. Con el 90% de su población de 150.000.000 de habitantes constituida por católicos, Brasil integra, junto con toda Hispanoamérica, la región más promisoria para la Iglesia en el tercer milenio. El progreso de la nación, como el de todo el continente abajo del Río Grande, fue muy diferente del vertiginoso crecimiento de los Estados Unidos. Colonizada por una Inglaterra en plena ascensión, Norteamérica recibió posteriormente un extraordinario empuje de las corrientes migratorias procedentes del mundo entero. Los inmigrantes acudían fascinados por las legendarias riquezas naturales de sus tierras, atraídos por la semejanza de su clima con el europeo y sobre todo por sus espectaculares avances técnicos y científicos. A ello se sumaba también la mayor facilidad de comunicaciones con Europa, separada por una distancia mucho menor que la existente en relación a Brasil. Por otra parte, la Guerra de la Independencia —cuyo trasfondo ideológico la Revolución Francesa llevaría más tarde al auge de la actualidad— había tornado célebre a los Estados Unidos y constituía otro poderoso factor de atracción. Por el contrario, el progreso de Brasil fue más lento. A Portugal le cupo, desde el siglo XVI, una misión colonizadora ardua y difícil. Fue ya entrado el siglo XX cuando el país comenzó a emerger en el panorama mundíal. A esto contribuyó la considerable inmigración de origen europeo, como también la del Medio Oriente e incluso de Japón, que tuvieron indiscutible importancia para su desarrollo. La misma relativa lentitud del crecimiento de esta nación-continente favoreció que la admiración de sus habitantes no fuese monopolizada por los aspectos técnicos de la civilización moderna. De ahí que Brasil —como también los países hispanoamericanos— se haya conservado auténticamente latino, con todas las posibilidades que el genio latino trae consigo. A esto debe sumarse otro valioso factor de fecundidad espiritual y material de primer orden, como lo es su unidad religiosa, que reposa en la Iglesia Católica, Apostólica, Romana. Así, con inagotables riquezas aún por explotar, un futuro de grandeza está por ser escrito en Brasil, cuya realización deberá estar marcada por un cupo cultural y espiritual propio, capaz de evitar los males hoy tan generalizados en las sociedades hiperindustrializadas. En 1808, cuando las tropas bonapartistas comandadas por Junot invadieron Portugal, la familia real y la corte portuguesas se instalaron en Río de Janeiro; gesto de sabiduría política que el célebre canciller del Imperio Austro-Húngaro, el Príncipe de Metternich (1773-1859), elogia en sus memorias. El mismo trabajaría más tarde para llevar a cabo el enlace de la Archiduquesa Leopoldina, hija del Emperador de Austria, Francisco I, con Don Pedro I, primer Emperador de Brasil (de 1822 a 1831). El establecimiento de la Corte en Río de Janeiro hizo que la independencia de Brasil —entonces Reino Unido a Portugal— tuviera mucho menos el carácter de una dilaceración, que el de una afectuosa diferenciación. En ese sentido es muy expresivo el consejo que Don Juan VI, Rey de Portugal (de 1805 a 1826), habría dado a su hijo el Príncipe heredero Don Pedro: "Pedro, si el Brasil se separa, que lo sea a tu favor, que me respetarás, antes que en provecho de uno de esos aventureros". De esta forma, la América lusa se mantuvo como una sola nación ejemplarmente unida hasta los días de hoy.
El largo y próspero reinado de Don Pedro II (1831-1889) fue interrumpido por un golpe militar que implantó la República. Sin embargo, hasta 1930, la aristocracia de la tierra mantuvo la estructura señorial de la propiedad rural, con sus reflejos jerárquicos en la sociedad. Arriba, Don Pedro II en la abertura de la Assamblea General (Pedro Américo) Durante el período imperial (1822-1889), el orden socioeconómico conservó trazos aristocráticos. Ese tonos aristocrático no lo daban, tan solo, los títulos de nobleza, sin carácter hereditario, otorgados frecuentemente por el Emperador a familias no tradicionales, sino que provenía, sobre todo, de las familias cuyas grandes fortunas de origen rural eran transmitidas de generación en generación. Eran verdaderas estirpes de señorío rural con un elevado nivel de vida y de cultura, cuya influencia se ejercía en las regiones donde se situaban sus extensas fazendas. Ahora bien, con frecuencia no se toma en cuenta que el fin de este Antiguo Régimen portugués, existente en Brasil hasta la proclamación de la independencia, tuvo consecuencias sociales no menos importantes que las políticas. Además de haber sido instaurada en aquella ocasión una monarquía constitucional, fueron abolidos diversos privilegios que la clase dirigente (llamada nobleza de la tierra por la legislación lusa colonial) tenía en los gobiernos municipales y se estableció la completa igualdad civil. Un paso más en ese mismo sentido lo representó la justa y necesaria liberación de los esclavos (1888), concedida bajo la Regencia de la Princesa Isabel, heredera del trono. La influencia y el poder de las grandes familias —de las cuales eran oriundos la mayor parte de los hombres públicos del Imperio— comenzó a ser gradualmente erosionada. A partir de entonces, la historia de Brasil será marcada por una tendencia hacia la nivelación de todas las categorías sociales. El largo reinado de Don Pedro II (1831-1889), reconocido por los historiadores como de notable prosperidad, es interrumpido por un golpe militar que implanta el régimen republicano. La proclamación de la República democratizó la propia cúpula del poder estatal que, de nobiliario y hereditario, pasó a ser electivo según el sistema del sufragio universal. Los títulos de nobleza fueron suprimidos, pero continuaron siendo reconocidos socialmente. En la vida política regional ejercieron fuerte influencia los llamados coroneles, muchas veces hijos y continuadores de la nobleza de la tierra y de los barones del Imperio. Es decir, la aristocracia rural, con apariencias oligárquicas republicanas, mantuvo la estructura señorial de la propiedad rural, con sus reflejos jerárquicos en la sociedad. Cómo pudo instalarse y subsistir esa dicotomía entre el nuevo orden político y la realidad social? La mayor parte de la población brasileña había sufrido una profunda transformación. En efecto, bajo el Imperio, la oposición entre monárquicos y republicanos —estos últimos gozaban de plena libertad— había imprimido a la política un carácter ideológico y polémico. Pero cuando se proclama la República, sus pro-hombres introducen en la Constitución la llamada cláusula pétrea, que prohibía discutir el sistema republicano y hacer propaganda a favor de la monarquía *; medida arbitraria e intolerante que los republicanos jamás hubieran soportado que fuese aplicada contra ellos durante el Imperio. Prohibida la polémica, la democracia entró en contradicción consigo misma, pues al suprimir el debate Monarquía-República, en torno al cual se centralizaban las grandes cuestiones públicas del siglo XIX, la política brasileña quedó, por así decir, vacía de contenido ideológico. Los únicos que podían expresarse eran los republicanos y, en último análisis, todos ellos pensaban del mismo modo. Los intereses personales o los de los diferentes Estados pasaron a dominar las disputas, por las cuales la inmensa mayoría de la población se desinteresó. El nuevo régimen se suicidaba. Se puede decir que el Brasil real vivía al margen de la política partidista y del Brasil político. * En marzo de 1988 la Asamblea Constituyente revocó por aplastante mayoría la cláusula pétrea. Aprobó además la convocatoria de un referéndum popular, a realizarse el 7 de septiembre de 1993, para que la opinión pública se pronuncie sobre la forma (república o monarquía constitucional) y el sistema de gobierno (parlamentario o presidencialista) que debe entrar en vigor.
Washington Luis, último Presidente de la “República Vieja”, fue depuesto por un golpe cívico-militar que instaló en el poder a Getúlio Vargas, el abanderado de las fuerzas revolucionarias Contra este estado de cosas —conocido como el período de la República Vieja (1889-1930)— acabaron por levantarse las izquierdas. Comenzaron por poner en duda la autenticidad de la democracia así concebida y a reivindicar un espacio para ellas en el escenario político. Espacio específicamente reclamado por el comunismo que, aunque no estaba prohibido por ley, era mal visto por la burguesía dominante y, en consecuencia, perseguido por la policía. En 1930 un golpe cívico-militar derriba al Presidente Washington Luis e instala en el gobierno a Getúlio Vargas, el abanderado de las fuerzas revolucionarias. Es implantada una dictadura que se prolonga hasta el fin de la Segunda Guerra Mundíal. Uno de sus efectos más importantes fue hacer que cierto sector de la alta burguesía, compuesto de industriales y banqueros, conquistara una indiscutible supremacía de influencia sobre la aristocracia rural. Getúlio Vargas inicia una política populista en gran escala, con el apoyo de un electorado que, sin ser definidamente de izquierda, despojó a la clase dominante de la estabilidad de su poder y la inclinó a aceptar con prudencia excesiva las reformas socialistas e igualitarias del dictador. Inauguró, por ejemplo, una política de gradual aumento de la intervención estatal y, a través de ciertas leyes sociales, pretendió agradar a la clase obrera que, sin embargo, se vió después en gran medida defraudada por el fracaso de las medidas. Muchas de las conquistas de los trabajadores se esfumarían por obra de las virtuales confiscaciones de los salarios populares en favor de instituciones sociales estatales vacías de contenido o con servicios peor que insuficientes. Además, la intensa industrialización llevada a cabo por Vargas concentró en las ciudades una población de trabajadores a la búsqueda de mejores salarios que los pagados en el campo. La conquista de esa nueva clase obrera urbana pasó a ser el sueño de agitadores reclutados por los comunistas a través de la literatura revolucionaria que se difundía en todo el país. Getúlio Vargas favoreció de esa forma la agitación social en Brasil recibida, sea dicho de paso, con indolencia por los obreros. * Dicha concentración dió lugar a la formación de las favelas, cuya imagen de miseria tan útil resulta en nuestros días para los designios del marxismo. * No en vano el Arzobispo de São Paulo, Monseñor Duarte Leopoldo e Silva, en célebre mensaje al Episcopado brasileño en 1934, aseveró que "la hierba dañina del comunismo vino en la mochila de ciertos personajes de 1930" (Illuminuras, Empresa graphica de la "Revista dos Tribunaes", São Paulo, 1937, p. 126)
Estado en que quedó el Cuartel de la Praia Vermelha en Rio de Janeiro –principal foco del audaz intento comunista- una vez dominado por las tropas gubernamentales En este período los comunistas lanzaron una gran campana de agitación popular que culminó en la llamada Intentona Comunista de 1935, una sublevación en cuarteles de Natal, Recife y Río de Janeiro, sofocada por tropas del gobierno. Pero la presión izquierdista alcanzó su máxima expresión en la década de los 60 con João Goulart, continuador político de Getúlio Vargas * y bajo cuya presidencia (1961-1964) fue dado un gran impulso a la socialización del país. En medio de un clima de intensa agitación, la Reforma Agraria socialista y confiscatoria fue su principal caballo de batalla y punto de partida para la introducción de reformas del mismo signo ideológico en las áreas urbana, industrial y comercial. * Depuesto en 1945 por un movimiento militar, tras el período presidencial de Eurico Gaspar Dutra, Vargas es elegido Jefe de Estado en las elecciones de 1950. Una grave crisis político-militar ocurrida en 1954 lleva a Vargas a suicidarse.
La inconformidad con el rumbo que tomaron los acontecimientos y la consecuente reacción generalizada de todas las clases sociales determinaron la caída de Goulart en marzo de 1964. A partir de entonces, y durante más de veinte años de régimen militar, los vencedores alimentaron la ilusión de que la represión a mano armada —juzgada excesiva por muchos— aliada al desarrollo económico, era suficiente para apartar definitivamente el peligro comunista. La izquierda fue siendo asfixiada lentamente aunque nunca le fue cortada por completo la respiración: la propaganda ideológica del comunismo y de su aliada más preciosa, la izquierda católica, continuó con amplio margen de libertad. La opinión publica en general acabó por convencerse de que el peligro comunista había desaparecido y, en consecuencia, se preguntó para qué existía el gobierno militar. Estaban así creadas las condiciones para que se comenzara a exigir —aún desde las propias filas de las Fuerzas Armadas— la vuelta a la plena democracia. En 1974, durante la Presidencia del General Ernesto Geisel, se inició la apertura política que culminó en marzo de 1985 con la entrega del poder a un civil, Dr. José Sarney. En los últimos años se fue acelerando, cada vez más, la marcha por el camino que conduce al precipicio comunista. Prueba concluyente de esto es la nueva Constitución —aprobada en octubre de 1988 en nombre del consenso— en la cual quedaron consagrados dispositivos que abren amplio campo a la demolición total de pilares básicos de la civilización cristiana, como la familia y la propiedad privada. Golpeado así en sus fundamentos, y en medio de una atmósfera de confusión ideológico-política agravada por endémicos e inextricables problemas económicos, Brasil se debate hoy en la más grave crisis de su historia. La imprevisión y el optimismo ciego de amplios sectores de las clases dirigentes hacen temer que la nación sea conducida por los derroteros de un socialismo inspirado en la Teología de la Liberación o en las vías de la moderna revolución cultural de Felipe González.
En la Asamblea Constituyente (1988) se aprobaron, en nombre del consenso, dispositivos legales que favorecen la total demolición de pilares básicos de la civilización cristiana, como la familia y la propiedad privada. Arriba, libro del Prof. Plinio a respecto de esa Asamblea Paralelamente se desarrolló, en el terreno religioso, otro proceso de importancia decisiva para el curso de los acontecimientos. Unida oficialmente al Estado durante el Imperio, la Iglesia Católica ejerció una benéfica influencia sobre toda la sociedad, aunque muchas veces el nivel moral del clero dejaba que desear. Por otra parte, el Estado era regalista y se inmiscuía en cuestiones estrictamente eclesiásticas como, por ejemplo, la elección de textos para los cursos de teología en los seminarios. Cuando fue instaurada la República, el Estado se declaró laico, con lo cual el sentido religioso del pueblo sufrió un duro golpe. En Brasil, al igual que en tantos otros países de Occidente "en consecuencia del agnosticismo religioso de los Estados" se volvió "amortecido o casi perdido (...) el sentir con la Iglesia". * * Monseñor Angelo Dell'Acqua, Substituto de la Secretaría de Estado, en carta dirigida en 1956 a propósito del Día Nacional de Acción de Gracias al Cardenal Carlos Carmelo de Vasconcelos Motta, entonces Arzobispo de São Paulo.
Este hecho tan nocivo en sí tuvo, no obstante, consecuencias favorables para el catolicismo: separada del Estado, la Iglesia pudo disponer de sí misma con plena libertad y, sobre todo, bajo el influjo del Pontificado de San Pío X —cuyos saludables efectos se prolongarían en Brasil hasta la década de los 30— hubo una profunda moralización del clero y la consecuente vuelta de los fieles a las prácticas religiosas. Fue precisamente en este período cuando Plinio Corrêa de Oliveira —más tarde fundador de la TFP brasileña y Presidente de su Consejo Nacional— inició, aún muy joven, su militancia y liderazgo en las filas del movimiento católico, como lo narraremos en las páginas siguientes. A contrario sensu, ciertos movimientos de intelectuales católicos europeos harían renacer en Brasil, bajo el rótulo de progresismo, fermentos del modernismo condenado por San Pío X; esta vez en estrecha alianza con el naciente izquierdismo católico. Una rotación profunda se operaría en el seno de la Iglesia. Aproximadamente hasta 1948, la Jerarquía Eclesiástica y los fieles luchaban con vivo empeño contra las embestidas ideológicas o armadas del comunismo. Pero a partir del momento en que éste lanzó en 1935, por medio de Maurice Thorez, secretario general del Partido Comunista Francés, su politique de la main tendue, intelectuales de la izquierda católica comenzaron a propiciar la colaboración de la Iglesia con los PCs, pues ambos —sustentaban— tenían un adversario común al que señalaban como culpable de la difícil situación de las masas obreras en las naciones occidentales: el capitalismo.
Como Secretario General de la recién fundada Conferencia Nacional de Obispos del Brasil, Mons. Helder Cámara, que más tarde sería conocido como el Arzobispo rojo, apoyó de todos los modos posibles a la izquierda católica En el Brasil de los años 50 aparecieron en el Episcopado las primeras figuras de la nueva linea. Sobresalía entre ellas Monseñor Helder Cámara, el futuro Arzobispo rojo, primer Secretario General de la recién fundada Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil, el cual apoyó de todos los modos posibles la corriente católica innovadora. Simultáneamente, fueron decayendo, privadas de auténtico sustento, las pujantes organizaciones católicas creadas y reclutadas bajo el signo de la ortodoxia, o sea, del anticomunismo militante y del antiprogresismo potencial. Con todo ello, al aproximarse la conturbada era de João Goulart, el ambiente católico había tomado una coloración nítidamente centro-izquierdista, con arrojadas manifestaciones socialistas y hasta categóricas posturas procomunistas. Derrotado el comunismo en 1964, la infiltración marxista en los medios católicos y las figuras episcopales que se habían destacado por su apoyo a la subversión permanecieron prácticamente incólumes. Más aún, los hechos que prueban el caminar de innumerables católicos en dirección a la izquierda tomaron una tal envergadura que un matutino de São Paulo afirmaba: "una edición extra del díario no bastaría para contener todos los hechos ocurridos en todo el País y cada uno más clamoroso que el otro". Desde aquellos días, el avance comunista en Brasil nada teme de la Conferencia Episcopal. Ningún golpe serio recibió de su parte. Por el contrario, ha obtenido ventajas preciosas en una nación entrañablemente católica, en la que nada conseguiría sin la ayuda o la omisión de sectores eclesiásticos importantes. Es más. En los últimos años, obispos, sacerdotes y Comunidades Eclesiales de Base que gravitan en torno a la Teología de la Liberación, se han transformado en la punta de lanza del movimiento revolucionario. Tras esta corriente eclesiástica se encubren las escuálidas minorías socialistas e incluso las abiertamente marxistas. Sin el impulso de esta estructura eclesiástica no habría sido posible el recrudecer de la agitación agrorreformista bajo la Presidencia de José Sarney, ni el ascenso del Partido de los Trabajadores (PT) al poder municipal en São Paulo —el mayor centro industrial de América Latina— y en otras dos grandes capitales de Estado; partido que, junto a sectores sindicales más o menos revolucionarios, abriga desde corrientes de izquierda católica, admiradoras del sandinismo y de Fidel Castro, hasta marxistas declarados y grupos trotskistas. * * * Este fondo de cuadro, sumariamente descrito, facilitará al lector la comprensión del papel clave de Plinio Corrêa de Oliveira en la vida pública brasileña como uno de los líderes del movimiento católico de los años 30 y más tarde como Presidente del Consejo Nacional de la Sociedad Brasileña de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad — TFP. Seis décadas de una sostenida e infatigable lucha —con una metodología sabiamente ajustada a las diferentes modalidades adoptadas por el socialocomunismo— para evitar que el país se aparte de los sagrados y perennes principios de la civilización cristiana. En las páginas siguientes podrá comprobarse como la TFP ha sabido escoger el terreno adecuado para influenciar a fondo el curso de los acontecimientos. Al comprender con nitidez el papel que el clero izquierdista iba jugando cada vez más como fuerza decisiva para la socialización de Brasil, la entidad concentró su actuación pública en alertar a los medios católicos sobre la contradicción existente entre la doctrina tradicional e inmutable de los Papas en materia social y la prédica igualitaria y colectivizante de ese sector eclesiástico. La TFP creó de este modo, contra el izquierdismo católico, un saludable clima de desconfianza, de retraimiento, cuando no de oposición, sin el cual los eclesiásticos empeñados en la obra revolucionaria ya habrían arrastrado hacia el despeñadero socialista, probablemente desde hace mucho, a la nación de mayor población católica de la tierra.
SOCIEDADE BRASILEIRA DE DEFESA DA TRADIÇÃO, FAMÍLIA E PROPRIEDADE - TFP CONSEJO NACIONAL PRESIDENTE Plinio Corrêa de Oliveira SECRETARIO Paulo Corrêa de Brito Filho CONSEJEROS Adolpho Lindenberg Celso da Costa Carvalho Vidigal Eduardo de Barros Brotero José Fernando de Camargo José Gonzaga de Arruda Luiz Nazareno de Assumpção Filho Paulo Barros de Ulhoa Cintra Plinio Vidigal Xavier da Silveira
Rua Maranhão 341 - 01240 - São Paulo - SP
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