La nobleza no constituye una clase
cerrada como las castas hindúes, al
contrario, está siempre abierta a
plebeyos que, por sus cualidades y
méritos excepcionales, trasciendan su
extracción social
Como vimos
anteriormente
[2] existen muchas razones por las
cuales un individuo, una familia o un conjunto
de familias, por la gradual ascensión en la
escala social, podían llegar a ser nobles al
cabo de algunas generaciones. Era lo que ocurría
con las élites tradicionales.
Ya vimos también,
aunque muy rápidamente, que una de las élites
que fácilmente podía ascender a la nobleza era
la clase de los profesores universitarios.
Realmente, el acto de enseñar exige más que
simplemente conocer. Pues enseñar consiste no
apenas en tener un conocimiento excelente de
cierta materia, sino también el ser capaz de
transmitirla de manera adecuada y hasta
brillante, por medio de las cualidades de orden
didáctico que el profesor debe poseer. Lo cual
es una excelencia del espíritu humano.
En el orden intelectual, la condición de
profesor universitario debería ser
—lamentablemente no siempre lo es— el auge de la
condición intelectual. Debería ser la nobleza y
la aristocracia no sólo del magisterio sino de
toda la intelectualidad de un país. Esto porque
la universidad es la más alta de las escuelas y
ser profesor en una universidad es el más alto
de los magisterios.
Había, pues, universidades en que los profesores
y sus familias podían ser ennoblecidos.
En Portugal, la mera condición intelectual abría
las puertas a la categoría noble. Todo aquel que
se diplomaba en teología, filosofía, derecho,
medicina o matemáticas en la famosa Universidad
de Coímbra, fundada en 1307, era noble a título
personal y vitalicio, aunque no hereditario.
Pero si, de padres a hijos, tres generaciones de
una misma familia se diplomaban en Coímbra en
tales carreras, todos sus descendientes pasaban
a ser nobles por vía hereditaria, aunque ellos
no llegaran a estudiar, a su vez, en la referida
universidad.
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"Sala
dos Capelos" - Salón de Actos de la
Universidad de Coímbra, Portugal |
Lo cual era muy legítimo, muy cierto, porque las
grandes universidades forman en sus profesores y
alumnos una cierta calidad de espíritu que
expresa categoría, y por la cual ellos se
vuelven realmente dignos de la nobleza.
Todo esto, no obstante, no impide que haya en la
condición de profesor algo que no sea noble. Él
puede ser un intelectual que piensa y estudia
mucho, pero que lleva una vida tranquila entre
sus libros, sin luchas, egoístamente habituado a
muchas comodidades, rodeado de un prestigio que
no corre riesgos, titular de una cátedra
vitalicia, en una situación de holgura y confort
adecuados a su condición.
Vista de ese ángulo, la condición de profesor
puede no ser digna de ascender a la nobleza,
pues en esa actitud hay algo de deformante en el
modo de ejercer la profesión, lo que la hace
eminentemente burguesa.
Existe, no obstante, otro modo de vivir la
condición de profesor. Es tener un espíritu
bastante cualitativo, orientado a percibir en
las cosas mucho más su significado que los meros
hechos concretos, capaz de comprender un cierto
fondo de la realidad que un profesor de espíritu
no cualitativo no comprende. Un profesor que al
narrar un acontecimiento, al comentar una ley,
al describir una experiencia, al exponer un
argumento o al resolver un problema sepa dar el
sentido más profundo de la calidad de aquello
que fue objeto de su exposición, ése es un
hombre de espíritu superior que puede ser
ennoblecido.
Ascensión de plebeyos a la más alta nobleza
Además de estas formas de ennoblecimiento de
categorías sociales, existía un hecho evidente,
que la observación común de la historia muestra:
de las clases más oscuras de la sociedad podían
surgir, de repente, personas dotadas de algunas
cualidades que las habilitarían para pertenecer
a la más alta nobleza
[3].
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Plaza
del Cabildo de Hildesheim (ca. 1900), ciudad
alemana de Baja Sajonia. Miembros de
un auténtico pueblo como éste
pueden, excepcionalmente, ascender a
la condición de noble. |
Podían ser personas que nacieran, por ejemplo,
con la capacidad de convertirse en grandes
estadistas o jefes de Estado. O hasta de llegar
a ser excelentes ministros, como de hecho los
hubo. Cuando se investiga la formación del
espíritu de tales estadistas, el medio familiar
y social en que vivieron, nada indica qué pueda
haber originado tal capacidad y tales
cualidades. Su padre podría haber sido un
modesto y digno obrero; su madre, una esposa
austera que ayudaba a la familia a vivir con el
exiguo salario del padre. Nada había allí que
hiciera surgir en la cabeza del niño una
tendencia, una capacidad para ser un gran
político o diplomático, un gran guerrero, un
gran poeta, un gran artista, o cualquier otra
cosa del género.
La historia, sin embargo, contiene numerosos
ejemplos de personas provenientes de las clases
más modestas y que tuvieron ese don, esa
capacidad.
Es frecuente depararse, en la historia militar
de la Edad Media, con hechos heroicos
practicados por personas que pertenecían a la
plebe pero que revelaban, en su modo de
combatir, una tal elevación de sentimientos, un
tal desprendimiento de sí mismos que —aunque
pertenecían a la plebe más elemental, más
modesta— podían ser elevadas a la condición de
nobles.
Pues quien es capaz de ser mártir, de arriesgar
y dar la propia vida teniendo en vista un bien
superior, un bien común, tiene las grandes
fortalezas y las grandes elegancias de alma que
son la materia prima del noble, que modelan un
tipo humano que hace del noble como que santo
del orden temporal.
Así, cuando alguien manifiesta una grandeza de
origen modesto, es natural que sea elevado al
grado que le corresponde, pero sin transformar
este hecho en regla general. Pues lo que Dios
quiso dar a uno, puede que no se lo dé a otro.
Dios se reserva para sí mismo el derecho de
sacar a alguien de la más humilde condición y
elevarlo, simplemente porque quiso.
Y el hombre así escogido por Dios, colocado en
esa situación, debe saber aprovechar los dones
recibidos de tal modo que, puesto en la cumbre
de las grandezas humanas, sirva a Dios y a la
Iglesia con todo el empeño de su alma y de su
corazón. Caso rehúse tal servicio y haga mal uso
de sus dones y de sus capacidades, tendrá que
prestar cuentas a Dios.
Esos hechos, esas grandezas, sirven para mostrar
que Dios es el verdadero autor de todo esto. Él
modela a los grandes hombres, a las grandes
familias, a las grandes naciones, porque Él es
infinitamente grande. Dios es la propia Grandeza
y el autor de todas las grandezas.
De la plebe
italiana a la corte francesa
|
Cardenal Mazarino, Pierre Mignard, c.
1660 – Museo Condé, Chantilly |
La historia
registra casos muy interesantes de personas que,
aunque nacidas en la plebe, fueron dotadas con
la capacidad de convertirse en estadistas
famosos y dirigentes de naciones.
Un ejemplo
característico en ese sentido fue Julio Mazarino,
de origen modesto y casi desconocido. Parece que
nació en Piscina, Abruzos (Italia), en 1602.
Estaba dotado de una extraordinaria y sutil
inteligencia, excelente político y diplomático,
de trato muy digno, lo cual le permitió figurar
con destaque en la corte francesa, la más
exigente del mundo en aquella época. Se
naturalizó francés en 1639 y, aunque no era
sacerdote, obtuvo el título de Cardenal en 1641,
por el cual pasó a ser conocido, y que le
confirió un status de alta nobleza en la línea
eclesiástica. Richelieu, el famoso ministro de
Luis XIII, al morir en 1642, lo recomendó a este
monarca, quien lo nombró Primer Ministro.
Mazarino ocupó el cargo no sólo hasta la muerte
de aquel rey, ocurrida en 1643, sino además
durante toda la regencia de Ana de Austria
—madre de Luis XIV, por entonces menor de edad—
y el comienzo del reinado de este último,
falleciendo en 1661, en su calidad de Primer
Ministro de Francia. |
NOTAS
[1] Comentarios del autor a su obra
Nobleza y élites tradicionales análogas en las alocuciones
de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana
a socios y cooperantes de la TFP en 5-11-1992
en São Paulo. Resumen y adaptación para
publicación por la revista
"Catolicismo"
N°
522, junio de 1994.
Traducción al español por "El
Perú necesita de Fátima - Tesoros de la Fe"
[2]
Cf. ¿Qué
son la nobleza y las élites tradicionales
análogas?
[3]
Claro es que tal
destilado social solo es posible en una sociedad con
las características de un verdadero pueblo, tal y
como las describe Pío XII en su Radiomensaje de
Navidad de 1944. Concepto opuesto a lo que el
Pontífice califica como masa. En una sociedad
masificada y inorgánica jamás ocurrirá un fenómeno
de ascendencia social de ese género. |