Plinio Corrêa de Oliveira

 

Carlomagno, Arquetipo

del Emperador Cristiano

 

"Santo del Día", 26 de octubre de 1980

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A D V E R T E N C I A

Este texto es trascripción de cinta grabada con la conferencia del profesor Plinio Corrêa de Oliveira dirigida a los socios y cooperadores de la TFP. Conserva, por tanto, el estilo coloquial y hablado, sin haber pasado por ninguna revisión del autor.

Si el profesor Corrêa de Oliveira estuviera entre nosotros sin duda pediría que fuera colocada una explícita mención a su filial disposición de rectificar cualquier eventual discrepancia en relación al Magisterio inmutable de la Iglesia. Es lo que hacemos constar, con sus propias palabras, como homenaje a tan escrupuloso estado de espíritu:

“Católico apostólico romano, el autor de este texto se somete con filial ardor a las enseñanzas tradicionales de la Santa Iglesia. No obstante, si por lapso, algo en él hubiera en desacuerdo con dichas enseñanzas, desde ya y categóricamente lo rechaza”.

Las palabras “Revolución” y “Contra-Revolución”, son aquí empleadas en el sentido que se les da en el libro “Revolución y Contra-Revolución”, cuya primera edición apareció publicada en el número 100 de la revista “Catolicismo”, en abril de 1959.


La figura majestuosa del Emperador Carlomagno

La imponente figura del Emperador Carlomagno, pintado por Alberto Durero

¿Qué es más admirable en Carlomagno: el hombre de piedad o el guerrero? ¿El diplomático o el organizador del Imperio? ¿El restaurador de la cultura o el fundador de una dinastía?

 

Después de recibir la Sagrada Comunión y habiendo recitado el salmo “Señor, en vuestras manos entrego mi espíritu”, el Emperador Carlomagno falleció el día 28 de Enero de 814. Contaba entonces con 72 años aquel que fue Rey de los Francos (de 768 a 814) y Emperador de Occidente (de 800 a 814).

El gran Emperador de la Cristiandad
En homenaje a ese gran Emperador de la Cristiandad ‒coronado por el Papa León III, en la Navidad del Año 800, como Emperador Romano del Occidente‒ siguen algunos evocativos comentarios (sin revisión del autor) pronunciados por Plinio Corrêa de Oliveira en una conferencia el 26 de Octubre de 1980:

Emperador Carlomagno: ¡Nombre que adquirió un sonido de plata y de bronce, y que resuena por los siglos! ¿Qué es más admirable en Carlomagno: el hombre de piedad o el guerrero? ¿El diplomático o el organizador del Imperio? ¿El restaurador de la cultura o el fundador de una dinastía?

Carlomagno es coronado Emperador por el Papa León III

Siento malestar frente a la pregunta. No porque ella no tenga sentido –se puede hacer tal pregunta, tiene razón de ser– , pero el modo como ella es hecha tiende a omitir lo más importante: todo el conjunto.

Múltiples cualidades armónicas

La cuestión está mal formulada, porque esas cualidades admirables no se excluyen. Ellas deben ser consideradas concretamente en un hombre, y no abstractamente.

Es decir, en el Emperador del Sacro Imperio, tales cualidades forman un todo que lo representa. Una totalidad que hizo que los dos nombres “Carlos” y “Magno” adquiriesen sonido de plata y de bronce, que resuena por los siglos. Ese es el unum [la característica propia] de Carlomagno, que es mucho mayor que la suma de aquellas cualidades.

La corona imperial

Considerando el unum de un hombre, podemos comprender mejor como las diversas cualidades resultan, de hecho, en una belleza mayor, pues el conjunto es más bello que las partes. Pero esto, en la medida en que las cualidades aisladas fueren muy buenas.

Ejemplo: un vitral en que cada pedacito de vidrio de mala calidad refleja mediocremente la luz, dejándola translucir de forma empañada y con colores indefinidos, produce un conjunto inexpresivo. Es necesario que cada pequeño vidrio sea de muy buena calidad para que el conjunto quede extraordinariamente lindo. La materia prima tiene que ser excelente, para que el conjunto sea todavía mejor.

¡Carlomagno es un ejemplo estupendo de ese principio!


 

La destrucción del orden por excelencia

Coronación del Emperador Carlomagno

En efecto, el orden de cosas que viene siendo destruido es la Cristiandad medieval. Ahora bien, esa Cristiandad no fue un orden cualquiera, posible como serían posibles muchos otros órdenes. Fue la realización, en las circunstancias inherentes a los tiempos y lugares, del único orden verdadero entre los hombres, o sea, la civilización cristiana.

El Papa León XIII describe la Cristiandad medieval

En la Encíclica “Inmortale Dei”, León XIII describió en estos términos la Cristiandad medieval:

“Hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados. En esa época la influencia de la sabiduría cristiana y su virtud divina penetraban las leyes, las instituciones, las costumbres de los pueblos, todas las categorías y todas las relaciones de la sociedad civil.

«Entonces la religión instituida por Jesucristo, sólidamente establecida en el grado de dignidad que le es debido, era floreciente en todas partes gracias al favor de los príncipes y a la protección legítima de los magistrados. Entonces el Sacerdocio y el Imperio estaban ligados entre sí por una feliz concordia y por la permuta amistosa de buenos oficios.

«Organizada así, la sociedad civil dio frutos superiores a toda expectativa, cuya memoria subsiste y subsistirá, consignada como está en innumerables documentos que ningún artificio de los adversarios podrá corromper u obscurecer.” (Encíclica Inmortale Dei, 1.XI.1885 – Bonne Presse , París, vol. II, p. 39).

Organizada así, la sociedad civil dio frutos superiores a toda expectativa

Así, lo que ha sido destruido, desde el siglo XV hasta ahora, aquello cuya destrucción ya está casi enteramente consumada en nuestros días, es la disposición de los hombres y de las cosas según la doctrina de la Iglesia, Maestra de la Revelación y de la Ley Natural. Esta disposición es el orden por excelencia. Lo que se quiere implantar es, per diametrum, lo contrario de esto. Por tanto, la Revolución por excelencia.

Los precursores de la Revolución

Sin duda, la presente Revolución tuvo precursores, y también prefiguras. Arrio, Mahoma, fueron, por ejemplo, prefiguras de Lutero. Hubo también utopistas en diferentes épocas, que concibieron, en sueños, días muy parecidos a los de la Revolución. Hubo por fin, en diversas ocasiones, pueblos o grupos humanos que intentaron realizar un estado de cosas análogo a las quimeras de la Revolución.

Pero todos estos sueños, todas estas prefiguras poco o nada son en comparación con la Revolución en cuyo proceso vivimos.

Esta, por su radicalidad, por su universalidad, por su pujanza, fue tan profundamente y está llegando tan lejos que constituye algo sin par en la Historia, y hace que muchos espíritus ponderados se pregunten si realmente no llegamos a los tiempos del Anticristo. De hecho, parece que no estamos distantes, a juzgar por las palabras del Santo Padre Juan XXIII, gloriosamente reinante:

Defender el Reino de Dios

“Nos os decimos, además, que en esta hora terrible en que el espíritu del mal busca todos los medios para destruir el Reino de Dios, debéis poner en acción todas las energías para defenderlo, si queréis evitar a vuestra ciudad ruinas inmensamente mayores que las acumuladas por el terremoto de cincuenta años atrás.

«¡Cuánto más difícil sería entonces el resurgimiento de las almas, una vez que hubiesen sido separadas de la Iglesia o sometidas como esclavas a las falsas ideologías de nuestro tiempo!” (Radiomensaje del 28.XII.1958, a la población de Messina, en el 50º aniversario del terremoto que destruyó esa ciudad – in “L’Osservatore Romano”, edición semanal en lengua francesa del 23.I.1959).

Plinio Corrêa de Oliveira, in "Revolución y Contra‒Revolución", Parte I, Cap. VII

 

 


NOTAS

Adaptación de la conferencia por Paulo Roberto Campos. Primer publicación por ABIM, São Paulo.

Traducción y adaptación al español por "Accion Familia"