Este texto es
trascripción de cinta grabada con la conferencia del
profesor Plinio Corrêa de Oliveira dirigida a los socios
y cooperadores de la TFP. Conserva, por tanto, el estilo
coloquial y hablado, sin haber pasado por ninguna
revisión del autor.
Si
el profesor Corrêa de Oliveira estuviera entre nosotros
sin duda pediría que fuera colocada una explícita
mención a su filial disposición de rectificar cualquier
eventual discrepancia en relación al Magisterio
inmutable de la Iglesia. Es lo que hacemos constar, con
sus propias palabras, como homenaje a tan escrupuloso
estado de espíritu:
“Católico
apostólico romano, el autor de este texto se somete con
filial ardor a las enseñanzas tradicionales de la Santa
Iglesia. No obstante, si por lapso, algo en él hubiera
en desacuerdo con dichas enseñanzas, desde ya y
categóricamente lo rechaza”.
Las palabras “Revolución”
y “Contra-Revolución”, son aquí empleadas en el
sentido que se les da en el libro “Revolución
y Contra-Revolución”, cuya primera edición
apareció publicada en el número 100 de la revista “Catolicismo”,
en abril de 1959.
La
imponente figura del Emperador
Carlomagno, pintado por Alberto Durero
¿Qué es más admirable en Carlomagno:
el hombre de piedad o el guerrero?
¿El diplomático o el organizador del
Imperio? ¿El restaurador de la
cultura o el fundador de una
dinastía?
Después de recibir la Sagrada Comunión y
habiendo recitado el salmo “Señor, en
vuestras manos entrego mi espíritu”, el
Emperador Carlomagno falleció el día 28
de Enero de 814. Contaba entonces con 72
años aquel que fue Rey de los Francos
(de 768 a 814) y Emperador de Occidente
(de 800 a 814).
El gran Emperador de la Cristiandad
En homenaje a ese gran Emperador de la
Cristiandad ‒coronado por el Papa León
III, en la Navidad del Año 800, como
Emperador Romano del Occidente‒ siguen
algunos evocativos comentarios (sin
revisión del autor) pronunciados por Plinio
Corrêa de Oliveira en una
conferencia el 26 de Octubre de 1980:
Emperador Carlomagno: ¡Nombre que
adquirió un sonido de plata y de bronce,
y que resuena por los siglos! ¿Qué es más admirable en Carlomagno: el
hombre de piedad o el guerrero? ¿El
diplomático o el organizador del Imperio?
¿El restaurador de la cultura o el
fundador de una dinastía?
Carlomagno
es coronado Emperador por el Papa
León III
Siento malestar frente a la pregunta. No
porque ella no tenga sentido –se puede
hacer tal pregunta, tiene razón de ser–
, pero el modo como ella es hecha tiende
a omitir lo más importante: todo el
conjunto.
Múltiples cualidades armónicas
La cuestión está mal formulada, porque
esas cualidades admirables no se
excluyen. Ellas deben ser consideradas
concretamente en un hombre, y no
abstractamente.
Es decir, en el Emperador del Sacro
Imperio, tales cualidades forman un todo
que lo representa. Una totalidad que
hizo que los dos nombres “Carlos” y
“Magno” adquiriesen sonido de plata y de
bronce, que resuena por los siglos. Ese
es el unum [la
característica propia] de Carlomagno,
que es mucho mayor que la suma de
aquellas cualidades.
La
corona imperial
Considerando el unum de
un hombre, podemos comprender mejor como
las diversas cualidades resultan, de
hecho, en una belleza mayor, pues el
conjunto es más bello que las partes.
Pero esto, en la medida en que las
cualidades aisladas fueren muy buenas.
Ejemplo: un vitral en que cada pedacito
de vidrio de mala calidad refleja
mediocremente la luz, dejándola
translucir de forma empañada y con
colores indefinidos, produce un conjunto
inexpresivo. Es necesario que cada
pequeño vidrio sea de muy buena calidad
para que el conjunto quede
extraordinariamente lindo. La materia
prima tiene que ser excelente, para que
el conjunto sea todavía mejor.
¡Carlomagno es un ejemplo estupendo de
ese principio!
La destrucción del orden por
excelencia
Coronación del
Emperador Carlomagno
En efecto, el orden
de cosas que viene
siendo destruido es
la Cristiandad
medieval. Ahora
bien, esa
Cristiandad no
fue un orden
cualquiera, posible
como serían posibles
muchos otros
órdenes. Fue la
realización, en las
circunstancias
inherentes a los
tiempos y lugares,
del único orden
verdadero entre los
hombres, o sea, la
civilización
cristiana.
El Papa León XIII
describe la
Cristiandad medieval
En la Encíclica
“Inmortale Dei”, León
XIII describió en estos
términos la Cristiandad
medieval:
“Hubo un tiempo en
que la filosofía del
Evangelio gobernaba
los Estados. En esa
época la influencia
de la sabiduría
cristiana y su
virtud divina
penetraban las
leyes, las
instituciones, las
costumbres de los
pueblos, todas las
categorías y todas
las relaciones de la
sociedad civil.
«Entonces la
religión instituida
por Jesucristo,
sólidamente
establecida en el
grado de dignidad
que le es debido,
era floreciente en
todas partes gracias
al favor de los
príncipes y a la
protección legítima
de los magistrados.
Entonces el
Sacerdocio y el
Imperio estaban
ligados entre sí por
una feliz concordia
y por la permuta
amistosa de buenos
oficios.
«Organizada así,
la sociedad civil
dio frutos
superiores a toda
expectativa, cuya
memoria subsiste y
subsistirá,
consignada como está
en innumerables
documentos que
ningún artificio de
los adversarios
podrá corromper u
obscurecer.”
(Encíclica Inmortale
Dei, 1.XI.1885 –
Bonne Presse ,
París, vol. II, p.
39).
Así, lo que ha sido
destruido, desde el
siglo XV hasta ahora,
aquello cuya destrucción
ya está casi enteramente
consumada en nuestros
días, es la disposición
de los hombres y de las
cosas según la doctrina
de la Iglesia, Maestra
de la Revelación y de la
Ley Natural. Esta
disposición es el orden
por excelencia. Lo que
se quiere implantar es,
per diametrum, lo
contrario de esto. Por
tanto, la Revolución por
excelencia.
Los precursores de la
Revolución
Sin duda, la presente
Revolución tuvo
precursores, y también
prefiguras. Arrio,
Mahoma, fueron, por
ejemplo, prefiguras de
Lutero. Hubo también
utopistas en diferentes
épocas, que concibieron,
en sueños, días muy
parecidos a los de la
Revolución. Hubo por
fin, en diversas
ocasiones, pueblos o
grupos humanos que
intentaron realizar un
estado de cosas análogo
a las quimeras de la
Revolución.
Pero todos estos sueños,
todas estas prefiguras
poco o nada son en
comparación con la
Revolución en cuyo
proceso vivimos.
Esta, por su
radicalidad, por su
universalidad, por su
pujanza, fue tan
profundamente y está
llegando tan lejos que
constituye algo sin par
en la Historia, y hace
que muchos espíritus
ponderados se pregunten
si realmente no llegamos
a los tiempos del
Anticristo. De hecho,
parece que no estamos
distantes, a juzgar por
las palabras del Santo
Padre Juan XXIII,
gloriosamente reinante:
Defender el Reino de
Dios
“Nos os decimos,
además, que en esta
hora terrible en que
el espíritu del mal
busca todos los
medios para destruir
el Reino de Dios,
debéis poner en
acción todas las
energías para
defenderlo, si
queréis evitar a
vuestra ciudad
ruinas inmensamente
mayores que las
acumuladas por el
terremoto de
cincuenta años
atrás.
«¡Cuánto más difícil
sería entonces el
resurgimiento de las
almas, una vez que
hubiesen sido
separadas de la
Iglesia o sometidas
como esclavas a las
falsas ideologías de
nuestro tiempo!”
(Radiomensaje del
28.XII.1958, a la
población de Messina,
en el 50º
aniversario del
terremoto que
destruyó esa ciudad
– in “L’Osservatore
Romano”, edición
semanal en lengua
francesa del
23.I.1959).