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Imagen
de Nuestra Señora de Fátima, que lloró
milagrosamente en New Orleans (Foto: PRC) |
Algo que la Historia registra, que la Teología de la
Historia indica como cierto, es que los grandes
desastres de los pueblos son castigos. Este es un
principio incuestionable de la Teología de la Historia.
Cuando una nación sufre una catástrofe mayor, esto es un
castigo. El principio no se aplica a los hombres,
particularmente a los individuos, pero vale para las
naciones, para los grupos sociales, etc.
Ahora, la Historia nos indica que las grandes
catástrofes de los pueblos permanecen mucho tiempo
suspendidas sobre los que serán castigados. Esa es la
regla general de grandes catástrofes. Desde el Diluvio ‒pasando
por la caída de Jerusalén, del Imperio de Occidente, del
Imperio de Oriente, por el protestantismo, por la
Revolución Francesa, por la Revolución Comunista en
Rusia, etc.‒ siempre son tempestades que quedan largo
tiempo suspendidas sobre un pueblo sin que se pueda
entender por qué no reventaron, pero finalmente terminan
estallando.
Aún más. En general, cuanto más largo es el tiempo de
ese suspense, tanto más terrible es el castigo. De manera que, de esta demora no se deduce que no vendrá,
sino por el contrario, que vendrá terrible. Esta es la
regla general de la Historia. Simple, fácil de entender.
Confieso que estoy seguro de que el castigo anunciado
en 1917 por Nuestra Señora en Fátima vendrá. Pero esta
certeza procede más de la Teología de la Historia y de las
leyes generales de la Historia que del propio Mensaje de
Fátima. Aunque yo doy toda mi adhesión a este Mensaje,
mi certeza de lo que realmente Nuestra Señora reveló a
los tres pastorcitos es una certeza menor ‒una vez que
las certezas comportan grados‒ (en relación a) lo que se
deriva de las leyes de la Teología de la Historia.
[*] Traducción y adaptación de
"Acción Familia" |