Confianza filial en la Madre de Dios, punto
de partida para gozar de una devoción viva a
Nuestra Señora.
Con justa razón honramos a la bienaventurada
Virgen María bajo el título de Auxilio
de los Cristianos. Son tantos los
puntos de vista bajo los cuales la Santísima
Virgen es auxiliadora de los cristianos, que
casi se podría hacer una enciclopedia sobre
este tema. Pero tengo la impresión de que
hay un aspecto que perfectamente podríamos
considerar y que, en mi opinión, es la parte
más viva de la devoción a María.
Una devoción
viva a Nuestra Señora comienza, en general,
con un auxilio suyo que hace despertar en
las almas una aurora de confianza.
En general,
he notado en aquel que tiene una verdadera
devoción viva a la Santísima Virgen, que esa
devoción comienza por una especie de favor
que la Madre de Dios le concede.
Uno se ve en
apuros —sean estos espirituales, temporales
o ambos a la vez— y le pide a María que lo
libere de ellos. Y al mismo tiempo que la
Virgen libra a la persona de tales
dificultades, obra algo en el alma, en el
orden imponderable y en el orden de la
gracia, por donde el alma adquiere como que
una vivencia de la condescendencia maternal,
sonriente, afable, bondadosa de la Santísima
Virgen y con ello la persona queda con la
esperanza viva de que en otras
circunstancias difíciles volverá a ser
atendida.
“Aunque el alma pase por pruebas muy
largas y muy duras, por periodos de
arideces y de dificultades, algo de
esto permanece. Es como una luz que
acompaña a la persona la vida
entera, y la acompaña hasta la hora
de la muerte, e incluso en los
trances de la muerte, en los últimos
y más amargos trances de la muerte”. |
Este “pedir y
pedir” de todas las gracias —sobre todo la
del amor a Dios, que es la gracia que más
debemos suplicar— acaba en un crescendo de
tal manera que la Virgen se vuelve más
accesible a los ruegos, más maternal y de
una asistencia más meticulosa, a medida que
la persona crece en este tipo de vivencia,
en esta especie de providencia sonriente y
afable de Ella hacia cada uno.
De tal manera
que uno acaba a veces pidiendo a Nuestra
Señora verdaderas bagatelas, minucias
insignificantes, que la Virgen da como una
Madre quiere dar a sus hijos grandes y
pequeñas cosas, y que tiene una sonrisa
particularmente afectuosa para las pequeñas
cosas que se le piden.
Hay una
especie de aurora de la confianza, de aurora
de la verdadera comprensión de cuáles son
nuestras relaciones con la Santísima Virgen,
y aunque el alma pase por pruebas muy largas
y muy duras, por periodos de arideces y de
dificultades, algo de esto permanece. Es
como una luz que acompaña a la persona la
vida entera, y la acompaña hasta la hora de
la muerte, e incluso en los trances de la
muerte, en los últimos y más amargos trances
de la muerte.
|
Las leyendas medievales sobre la
Santísima Virgen son ricas en
enseñanzas espirituales y poseen la
simplicidad y la candidez propias de
la inocencia. Presentan, por
ejemplo, el trato de María Santísima
con las almas, de un modo
indescriptiblemente ameno e
interesante. |
Les
recomendaría mucho que hagan esto: que lo
intenten y le pidan a la Virgen al menos su
gracia, por medio de algunas concesiones,
que los coloque en esta vía, que es toda
amorosa, toda especial de esos pequeños
pedidos, de esas pequeñas condescendencias,
de esa especie de intimidad con María. En la
que a veces incluso puede suceder lo
siguiente: pedimos algo que no está en sus
designios otorgar, porque es una prueba por
la cual tenemos que pasar y Ella quiere que
sea de esa manera. Entonces, no da lo que
pedimos, pero nos da una fuerza para
soportar lo que viene, que es mucho mayor de
lo que suponíamos. Y, al fin y al cabo,
termina dando algo mejor de lo que pedimos.
Las leyendas medievales presentan el
verdadero aspecto de la Santísima Virgen
|
Escultura de piedra en el tímpano
del portal norte (rue du Cloître) de
la catedral de Notre-Dame de París,
que ilustra la historia del monje
Teófilo recogida por Jacobo de
Voragine en su famosa obra La
légende dorée (La leyenda dorada). |
Aquellos
devocionarios medievales y aquellas leyendas
sobre la devoción a la Virgen en la Edad
Media, algunas verdaderas y otras
imaginadas, presentan esta clase de gracia,
de gentileza de María Santísima en el trato
con las almas y de un modo
indescriptiblemente ameno, interesante.
No interesa
saber si el hecho es verdadero en cuanto a
los hombres que habrían participado en él,
porque es verdadero en cuanto a la Virgen y
muestra un aspecto verdadero de Ella. Por lo
tanto, aunque sean leyendas, como del punto
de vista teológico y mariano son muy
precisas, nos hacen sentir bien quién es la
Santísima Virgen.
Debemos tener con la Santísima
Virgen una desenvoltura, una
intimidad filial que, aún sabiendo
cómo son las cosas —y, a veces,
incluso cuando la entristecen— se le
presentan con total confianza,
seguros de obtener su auxilio y su
sonrisa. |
Un ejemplo de
ello, es un episodio narrado por san Alfonso
de Ligorio en su libro Las
glorias de María, que aquí
reproducimos:
“Refiere
el P. Silvano Razzi que un devoto clérigo,
muy amante de nuestra reina María, habiendo
oído alabar tanto su belleza, deseaba
ardientemente contemplar, siquiera una vez,
a su señora, y humildemente le pedía esta
gracia. La piadosa Madre le mandó a decir
por un ángel que quería complacerlo
dejándose ver de él, pero haciendo el pacto
de que en cuanto la viera se quedaría ciego.
El devoto clérigo aceptó la condición.
“Un día,
de pronto, se le apareció la Virgen; y él,
para no quedar ciego del todo, quiso mirarla
tan sólo con un ojo; pero enseguida,
embriagado de la belleza de María, deseó
contemplarla con los dos, mas antes de que
lo hiciera desapareció la visión. Sin la
presencia de su reina estaba afligido y no
cesaba de llorar, no por la vista perdida de
un ojo, sino por no haberla contemplado con
los dos. Por lo que la suplicaba que se le
volviera a aparecer aunque se quedara ciego
del todo. Y le decía: Feliz y contento
perderé la vista, oh señora mía, por tan
hermosa causa, pues quedaré más enamorado de
ti y de tu hermosura.
Una cosa es la formación intelectual
y otra la vida de piedad. Ambas se
complementan. ¡Y tener estas dos
cosas juntas es algo magnífico! |
“De nuevo
quiso complacerle María y consolarlo con su
presencia; pero como esta reina tan amable
no es capaz de hacerle mal a nadie, al
aparecerse la segunda vez no sólo no le
quitó la vista del todo, sino que le
devolvió la que le faltaba” (Discurso
octavo, Asunción de María 2º, ejemplo).
No me
interesa saber si el hecho es verdadero,
porque lo que sé es que la Virgen es así. Es
decir, Ella puede hacernos pasar por un
cierto apuro para probar el amor y, por lo
tanto, desviar la mirada, hacernos pasar por
esas angustias; pero al final acaba
sonriendo y, aunque pasando por las pruebas
necesarias, termina con una sonrisa suya.
Otro caso
mucho más conocido, que todos ciertamente
recuerdan, pero que da gusto mencionar: es
el famoso caso del juglar de Nuestra Señora.
Un hombre que conocía el arte de los juegos,
y no sabía otra cosa que, digamos, jugar con
cinco bolas de madera en las manos o algo
así. Pues bien, no sabiendo hacer otra cosa
para Nuestra Señora, queriendo complacerla,
en una iglesia vacía, en un momento en que
no había nadie, se puso a hacer sus juegos,
y la Santísima Virgen se le apareció
sonriendo, mostrando lo complacida que había
quedado con ello.
El punto de partida de una devoción viva a
la Santísima Virgen: confianza filial en
Ella
|
En una escena anterior, arrepentido
de haber vendido su alma al demonio,
Teófilo aparece rezando de rodillas
ante un altar de la Virgen. |
Así también,
cuando presentamos nuestras ofrendas a la
Virgen, por pequeñas que sean, debemos
hacerlo con la plena confianza de que Ella
condescenderá con eso.
Si no lo
hacemos, sucederá que nuestra devoción a
María nunca será perfectamente verdadera.
Debemos tener con la Santísima Virgen una
especie de aisance, una
desenvoltura, una intimidad filial que, aún
sabiendo cómo son las cosas —y, a veces,
incluso cuando la entristecen— se le
presentan con total confianza, seguros de
obtener su auxilio y su sonrisa.
Este es el
punto de partida inefablemente suave de una
devoción viva a la Santísima Virgen.
Estoy lejos
de decir que esto sea suficiente. La
persona, en la medida en que sus recursos
intelectuales se lo permitan, debe estudiar
los fundamentos de la devoción a la Virgen,
debe haberlos razonado y armado de tal
manera que representen una convicción
profunda, basada en el dogma, etc. No cabe
duda. Pero una cosa es la formación
intelectual y otra la vida de piedad. Ambas
se complementan. ¡Y tener estas dos cosas
juntas es algo magnífico! Lo que explica
exactamente por qué un Doctor de la Iglesia
tan grande, como san Alfonso de Ligorio,
haya escrito su libro Las glorias de
María, ilustrando varias tesis
expuestas por él en términos de doctrina con
casos concretos.
Así que no
está mal que en esta noche de preparación
para la novena a María Auxiliadora, a quien
le rezamos todos los días y tenemos su
imagen en nuestra capilla, nos acordemos de
esto para pedirle que nos conceda la gracia
de esta dulzura especial en la devoción, que
es una especie de flor del catolicismo de la
que, por ejemplo, un alma protestante no es
capaz.
NOTAS
[*] Los Santos del Día eran unas
breves reuniones en las que Plinio Corrêa de
Oliveira ofrecía, a sus jóvenes discípulos,
una reflexión o comentario relacionado con
el santo o la fiesta religiosa que se
celebraba aquel día.
Traducción y adaptación por "El
Perú necesita de Fátima - Tesoros de la Fe" |