Quien viera el Santo
Sepulcro, excavado
en la roca, sabiendo
que Nuestro Señor
Jesucristo estuvo
allí sepultado, en
su humanidad,
tendría una cierta
impresión. En
nuestros días, el
sagrado lugar se
encuentra debajo de
una iglesia, la
Basílica del Santo
Sepulcro; por lo
cual el ambiente
está muy
transformado. Sin
embargo, quisiéramos
saber, ¿qué
impresión causaría
aquel bendecido
lugar cuando aún no
existía la basílica?
Para eso, es
legítimo hacer lo
que san Ignacio de
Loyola recomienda en
los Ejercicios
Espirituales:
la “composición
de lugar”.
Reconstituir el
lugar —el sepulcro—
y la escena de la
Resurrección. Así,
voy a imaginar la
impresión que yo
tendría si allí
hubiese estado.
Fue pensando en esto
que encontré una
explicación para los
portales de piedra
de las catedrales
góticas: una enorme
piedra en la cual en
oblicuo se hubiese
tallado los
contornos de un arco
gótico. Talladas
también en la piedra
unas columnitas,
rematadas por
pequeñas imágenes de
santos con sus
respectivos doseles.
Quien ve los
portales góticos, se
queda con una idea
mítica de la piedra
sagrada que cubre el
altar y el
tabernáculo que
guarda al Santísimo
Sacramento, al
Hombre Dios.
Aquel conjunto forma
un arco gótico lindo
que atraviesa varias
espesuras de la
piedra.
Transponiendo el
arco gótico, uno se
queda con la
impresión de que se
atraviesan varios
siglos de historia;
varias fases del
pensar y del sentir
de la Iglesia; se
atraviesan mil
acontecimientos.
Aunque la persona no
se dé cuenta de qué
acontecimientos… y
ahí radica lo más
interesante.
El Santo Sepulcro:
la primera ojiva
gótica de la
historia
En ese sentido, yo
imaginaría el Santo
Sepulcro abierto en
la piedra, por orden
de José de Arimatea,
pero de un modo
tosco. Alguien que
ya conociera el
gótico, mirando
hacia la abertura en
la piedra,
percibiría un arco
prodigioso. Quien no
conociera el gótico
—por ejemplo, un
hombre del tiempo de
Nuestro Señor— no lo
percibiría. Pero un
hombre del período
medieval lo
percibiría, y viendo
la abertura del
Sepulcro
exclamaría: “¡Es
el gótico! ¡Es la
primera ojiva de la
historia!”.
Y esto a pesar de
que aquella piedra
bruta, en la cual
fue cavado el Santo
Sepulcro, no tenga
la belleza, la
levedad, ni el
encanto de un portal
gótico.
Por un lado, en el
gótico se puede
percibir la ojiva
alabando al Hijo de
Dios, pero por otro
lado, en la lápida
del sepulcro, se
percibe la muerte,
la tragedia del
deicidio. Es un
contraste que
alguien podría decir
que es feo. Sin
embargo, es la
yuxtaposición de la
belleza y de la
muerte, de la virtud
y del pecado.
El cortejo para el
entierro del Divino
Redentor
¿Cómo se podría
imaginar la cámara
funeraria donde
estuvo sepultado
Nuestro Señor?
Para expresar esto,
sería necesario
imaginar una roca
muy grande —pero no
una montaña tipo
Himalaya—, aún
cubierta de tierra y
plantas. Entrando
por la abertura
cavada en la roca,
habría un corredor
profundo, sin luz.
Todo inerte, dando
la idea del meollo
de la muerte.
Se podría imaginar
un cortejo entrando
en aquel corredor
llevando el Sagrado
Cuerpo de Nuestro
Señor. En el
cortejo, la gente
portando antorchas.
La humareda marcando
el techo y las
paredes de aquella
excavación, todavía
un tanto oscura y
tenebrosa. En el
fondo, el lugar
donde colocaron el
Cuerpo Divino.
Podemos imaginar a
la Santísima Virgen,
en cuyo claustro
materno estuvo el
Redentor, que lo
contempla muerto y
piensa en el crimen
satánico que se
cometió con la
Crucifixión. En la
apariencia, la
victoria fulgurante
de la impiedad, de
la vulgaridad, del
pecado. El Cuerpo de
su Hijo allí está,
perfumado, pero
encerrado en aquella
oscuridad. Del
Sagrado Cuerpo emana
una discretísima
claridad. Una luz
mantenida por un
ángel brillaba como
un vitral de
catedral gótica,
pero apenas en uno
de sus lados,
dejando todo el
resto en la
penumbra.
¡Nuestro
Señor sale
del sepulcro
con el brazo
derecho
levantado y
los dedos en
posición de
quien enseña
y bendice,
con aire de
desafío
victorioso! |
Con el tiempo la
luminosidad
aumentaría,
desdoblándose en
fosforescencias cada
vez más bonitas,
recordando los
tormentos de la
Pasión, pero también
toda la vida del
Redentor.
Primeramente, junto
a la Sagrada Familia,
después, los tres
años de su vida
pública, el período
de gloria, los días
de persecución, las
preocupaciones, el
huerto de los Olivos.
En fin, toda la
Vida, Pasión y
Muerte del Salvador
desdoblándose en
luces como en una
narración. La Virgen
María percibía todo
eso mientras adoraba
el Sagrado Cuerpo.
Legiones de ángeles
también lo adoraban.
Resurrección: El
sepulcro
transformado en una
catedral hecha de
luces
Siguiendo con esta “composición
de lugar”,
podemos concebir,
tres días después
del trágico entierro,
que algo nuevo ha
ocurrido dentro del
Santo Sepulcro. En
cierto instante el
cuerpo adorable
daría señales de
vida. Aparece una
luminosidad
extraordinaria.
Nuestro Señor se
levanta con una
majestad
indescriptible. El
Santo Sepulcro
estaría transformado
en una catedral
hecha de luces. La
montaña como que se
raja; los ángeles
ruedan la piedra que
cerraba el sepulcro;
el ambiente se
vuelve festivo y
triunfal. ¡Es la
Resurrección!
¡Nuestro Señor sale
del sepulcro con el
brazo derecho
levantado y los
dedos en posición de
quien enseña y
bendice, con aire de
desafío victorioso!
Se aparece a santa
María Magdalena.
Aunque es lícito
imaginar que antes
se haya aparecido
resucitado a su
Santísima Madre.
Justificación de
este método de
meditación
Esta sería una
modalidad de
meditación,
imaginando cómo
transcurrió la
Resurrección.
Conforme la piedad y
el modo de ser de
cada uno, se la
podría imaginar de
diversos modos.
La validez de este
método imaginativo
es innegable, porque
como tales
acontecimientos
constituyeron hechos
perfectos, ellos
tenían todas las
excelencias que
estamos imaginando y
aún muchas otras.
Si todos los
católicos de la
tierra hasta el fin
del mundo meditaran
sobre la
Resurrección, habría
una prodigiosa
unidad de
pensamiento a
respecto del magno
acontecimiento de la
Historia Universal,
a pesar de que cada
uno individualmente
meditando el mismo
hecho central, no
obstante, imaginaría
las escenas de modo
diferente.
Podemos así,
conservando el
núcleo de la
realidad objetiva
del sublime
acontecimiento,
enriquecerlo con una
combinación de
imaginaciones,
reflexiones,
deducciones de la
fe, así como de
revelaciones de
santos y de personas
virtuosas.
NOTAS
[1]
Excerpta de conferencia del Prof. Plinio Corrêa de
Oliveira a socios y cooperadores de la TFP durante la
Semana Santa de
1981 (abril).
Traducción y adaptación por "El Perú necesita de Fátima - Tesoros de la fe".
Sin revisión del autor. Publicado originalmente en la
revista "Catolicismo" Nº 735 de marzo de 2012. |