La propuesta de
matrimonio – Evert Jan Boks, 1882
"Es necesario acabar con esta historia de los
prejuicios”, dicen algunos.
En realidad, el único realmente pernicioso es aquel
prejuicio que está en la base de todos ellos, que es el
de no tener ninguno. En este sentido se llegó a tales
extremos que una persona “despojada de prejuicios” se
convirtió en sinónimo de persona absolutamente sin
vergüenza. Esto es tan verdadero que los impenitentes
célibes, libres del “prejuicio” del matrimonio
indisoluble, no desean casarse porque sólo querrían
caminar hacia el matrimonio con la idea de un divorcio
posible.
Ahora bien, si se trata de acabar con prejuicios, no
vemos porque se ha de parar a mitad de camino. Algunas
personas consideran que es demasiado que una persona
pueda casarse cuatro veces, aunque una sola vez sería
poco.
Ahora bien, este es un prejuicio injustificado y
tonto. Si la cuestión es poder reajustar la situación
matrimonial hasta “que funcione”, no hay que limitar el
número de las experiencias. Lo mejor, en este sentido,
sería suprimir, de una vez por todas, el matrimonio, no
teniendo otra regla que el arbitrio de las partes.
¿La inmoralidad?
Prejuicio; puro prejuicio.
Hay incluso quienes piensan que el vínculo del
matrimonio es inmoral porque genera uniones ilícitas. Si
hubiera un divorcio, estas uniones ilícitas se harían
legítimas.
Es decir que el criterio de la moralidad se convirtió
en que exista un registro oficial, hecho por un notario.
¿Puede haber prejuicio más absurdo? ¡Una unión será
moral o inmoral según constan o no de algunas palabras
garabateadas en un pedazo de papel del Estado! Si el
matrimonio indisoluble es un prejuicio social, el
divorcio será nada menos que un prejuicio burocrático.
Por ahí se ve que sólo hay dos actitudes coherentes
frente al matrimonio: su negación o su indisolubilidad.
El divorcio es la hipocresía de quien no tiene el coraje
de encarar de frente lo que realmente piensa.
[*] Traducido y adaptado por "Acción
Familia"
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