No sé
cómo comprimir en cien líneas mecanografiadas —límite
inapelable de mi artículo— la abundancia exuberante de
los temas que prometí para hoy. "Dar un jeito"
[*] es la
forma arquetípica del "savoir faire" brasileño.
Vamos a ver si no me falta esta vez.
A
propósito del futuro Código Civil, que amenaza ser
metido atolondradamente, a modo de camisa de fuerza, en
nuestro inerme Brasil, —manifesté la aprensión de que
sería instrumento de autodemolición de las categorías
sociales que ahora: dirigen nuestra Patria. Pues no
faltan razones para temer que, bajo su vigencia, la
sociedad brasileña se distanciará más sensiblemente de
los antiguos padrones cristianos. Y al mismo tiempo,
se
volverá sensiblemente más parecida a los modelos
comunistas. En otros términos, aquellos de entre los
elementos de la clase burguesa que tienen en sus manos
la dirección de la cosa pública, nos habrán hecho
caminar una importante etapa de la trayectoria, tan
corta ya, que falta por recorrer para llegar a la comunistización total.
La
autodemolición de las clases vigentes es un rasgo de
importancia capital, presente en todas las grandes
revoluciones que vienen estremeciendo a Occidente: el
seísmo religioso-cultural, humanista, renacentista y
protestante de los siglos XV y XVI; su congénere
sociopolítico, con grandes connotaciones económicas, que
fue, a finales del siglo XVIII, la Revolución Francesa;
y la catástrofe, al mismo tiempo socio-política y
económica, que está siendo la Revolución Comunista
mundial, iniciada en 1917 con la implantación del
régimen soviético en Rusia. Según esta teoría, la
próxima explosión deberá ser la revolución
autogestionaria, en la que el Estado comunista se
autodestruirá, para dar origen a la utopía del
anarquismo sinfónico autogestionario.
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En los salones de la aristocracia se fue
cebando la Revolución Francesa
Lectura de la tragedia del
Orfelino
de China, de Voltaire, en el salón de madame
Geoffrin (por
Anicet Charles Gabriel Lemonnier, c. 1812
—
Castillo
de Malmaison, Rueil-Malmaison, Francia) |
Sin la
cooperación de esas sucesivas autodemoliciones, que
llevaron, por ejemplo, a tantos aristócratas franceses a
apoyar la revolución que los devoraría, y, a su vez, a
tantos otros aristócratas y burgueses rusos a hacer lo
mismo frente al régimen zarista, que también los
aniquilaría, es dudoso que esa sucesión de hecatombes
hubiese caminado tanto, y tan victoriosamente. O ni
siquiera hubiese llegado mucho más lejos del punto de
partida...
Llegamos
al momento en que la burguesía de izquierda —o sea, el
conjunto de los izquierdistas que no son trabajadores
manuales— dé su contribución a la autodemolición; al
frente de ella, sus dos fuerzas líderes: el capital y el
clero (¡éste, en apariencia tan enemigo de aquel!).
Sucesores auténticos de los sectores revolucionarios de
las clases dirigentes de otrora, análogos sectores de
las clases dirigentes de hoy están activamente con las
manos en la masa. Cito como ejemplo las agitaciones en
Ivinhema, Guariba, Bebedouro, etc., que tuvieron el
apoyo ostensivo y decisivo de líderes eclesiásticos, a
lo largo de esta última quincena de preocupaciones y de
confusión. Ciclo éste que fue inaugurado por la
advertencia del Cardenal Primado D. Avelar Brandão,
cuyas palabras tanto sorprendieron a los incautos: “Todo
puede suceder. Si no tenemos cuidado, la acumulación y
el cultivo de las tensiones podrán llevarnos a una
confrontación. Para que no haya un período de
confrontación o guerra civil...” ("Folha de S. Paulo",
6.5.84).
Se diría
que, lanzadas al aire, esas palabras se solidificaron y
se estructuraron en forma de una varita mágica. Funesta
varita mágica que, tocando el suelo patrio determinó la
aparición en él de esa erisipela de agitaciones que
nadie sabe cuándo terminará.
Lamentablemente, la tarea del clero izquierdista se ha
vuelto clara en Brasil y en el mundo. Menos claro es,
para muchos lectores, la misión izquierdista del
capital.
El
capitalismo, que llegó a su apogeo en el siglo XIX y
continúa encabezando el mundo en el siglo XX —no hablo
sólo de Occidente, sino de los diversos regímenes
comunistas, que ya habrían caído en la miseria completa
si no fuese por los subsidios torrenciales que cierto
capitalismo occidental les envía— conscientemente o no,
desempeñó, en favor de la comunistización gradual del
mundo, un doble papel:
a)
compitiendo con las aristocracias sobrevivientes, fue
sustituyéndolas y, al hacerlo, le imprimió a la sociedad
un carácter cada vez menos elitista, más nivelador y más
dirigido a la proletarización futura;
b) con
eso, se transformaron en huecas y frágiles las
monarquías, y se preparó el terreno para el
advenimiento, a paso de marcha, de las repúblicas en el
mundo entero, hasta el punto de que las pocas monarquías
restantes están reducidas a la mínima expresión de sí
mismas.
Proclamadas en nombre de una filosofía igualitaria,
radical y absurda —y éste es el gran mal— esas
repúblicas desencadenaron apetencias revolucionarias en
el mundo entero.
Todo eso,
no se hizo, ni se haría sin el concurso de importantes
sectores de la sociedad actual, particularmente del
capitalismo de izquierda. Y, perdóneseme la perogrullada,
del propio capital.
¿Digresiones en el aire de un reaccionario situado en el
campo doctrinario más genuino en materia de reacción,
como gracias a Dios soy? No; uno
de los mayores teóricos del comunismo, Engels, afirma lo
mismo, y expresa a este respecto toda su gratitud
admirativa con el capital.
Escribió
Engels, en un trecho en que sus miras abarcan el papel
revolucionario mundial del capitalismo: "¡Así, pues,
proseguid vosotros con ánimo vuestra lucha, señores
excelentísimos del capital! En este momento, nos hacéis
falta. En algunos lugares necesitamos incluso de
vuestro dominio. Tenéis que retirar de nuestro camino el
resto de Edad Media y monarquía absoluta. Tenéis que
eliminar las reminiscencias de la época patriarcal,
llevar a cabo la centralización y convertir las clases
más o menos sin propiedades en verdaderos proletarios,
nuestros reclutas. Con la ayuda de vuestras fábricas, de
vuestros vínculos comerciales, debéis crear para
nosotros la base de los recursos materiales que precisa
el proletario para su emancipación" (Yuri Kurolio, "Marx
y América Latina", en "América Latina", Revista de la
Academia de Ciencias de Rusia, Editorial Progreso,
Moscú, octubre de 1983, nº 10, pp. 4 y ss).
¿Podría
estar más claro lo que el comunismo esperaba del
capitalismo y que, en nuestros días, le cabe completar a
los capitalistas de izquierda, constituyéndose en
compañeros de viaje cada vez más devotos del comunismo?
Acabo de
releer lo que escribí. Cupo todo en las cien líneas. Fue
posible "dar un jeitiño". ¡Qué bueno es ser brasileño!.
¿Sabrá mi querido país, sabrán mis queridos compatriotas
“dar un jeitiño” para salir de las crecientes presiones
a las que los sujetan las clases dirigentes
autodemoledoras de izquierda?. Es para que ellos se
pongan resueltamente en esa tarea que este artículo
pretende constituir una desinteresada y categórica
colaboración.
NOTAS
[*]
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Traducción por
Covadonga Informa, Año VII, Núm.: 85, Septiembre de 1984 |