Como Presidente de la Acción Católica de São Paulo,
Plinio Corrêa de Oliveira publicó en 1943 el libro «En
Defensa de la Acción Católica», en el
cual denunciaba la crisis que se venía gestando al
interior de la Iglesia y procuraba poner obstáculos
a ese lamentable proceso. En este artículo
reproducimos algunos tópicos de dicho libro sobre la
importancia de la vida de piedad. Comentarios
análogos podrían aplicarse a cualquier otra
institución dedicada al apostolado seglar.
El simple análisis del dogma de la Comunión de los Santos
nos ofrece un argumento precioso, para efecto de demostrar
que, por sobre todo se debe desear la santificación y
perseverancia de los que son buenos; en segundo lugar, la
santificación de los católicos apartados de la práctica de
la religión; finalmente, y en último lugar, la conversión de
los que no son católicos. Hay una solidaridad sobrenatural
en el destino de las almas, de manera que los méritos de
unas revierten en gracias para otras, y recíprocamente, el
alma que deja de merecer empobrece todo el tesoro de la
Iglesia.
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La obra mereció una
encomiosa carta
enviada a nombre de Pío XII por el
entonces Substituto de la Secretaría
de Estado del Vaticano, Mons. Juan
Bautista Montini (futuro Paulo VI) |
A este respecto oigamos la admirable lección de un maestro.
El R. P. Maurice de la Taille S.J., en su conocido tratado
sobre el Santísimo Sacrificio y Sacramento de la Eucaristía,
observa que “la devoción habitual de la Iglesia jamás
desaparece, ya que Ella jamás perderá el Espíritu de
Santidad que recibió; puede no obstante esta devoción, en la
variedad de los tiempos, ser mayor o menor”.
Y aplicando este principio al Sacrosanto Sacrificio de la
Misa, agrega: “Cuanto mayor fuere ella, más aceptable
será su oblación. Es, pues, de enorme importancia que
hubiera en la Iglesia muchas, pero muchas personas santas.
Gente devota, hombres y mujeres, que deben sentirse urgidos
por todos los medios a una mayor santidad, para que a través
de ellos el valor de nuestras misas pueda aumentar y la
incesante voz de la Sangre de Cristo, gritando desde la
tierra, pueda llegar con más claridad e insistencia a los
oídos de Dios. Su Sangre grita en los altares de la Iglesia,
pero, como grita a través de nosotros, se deduce que
conforme halle más ternura en el corazón, y más pureza en
los labios, su grito va a ser escuchado con más claridad en
el Trono de Dios”.
En vista de esto, no es difícil verificar que en el plan de
la Providencia, la santificación de las almas buenas ocupa
un papel central en la conversión de los infieles y
pecadores. Eclesiásticos o laicos, tales almas son de cierta
forma “la sal de la tierra y la luz del mundo”. Y en este
sentido se debe afirmar que las Órdenes contemplativas son
de gran utilidad para toda la Iglesia de Dios. Ahora bien,
lo mismo se debe decir de las almas santas, que viven vida
de apostolado en el siglo. ¡Ay! de las colectividades
cristianas donde se apaga la luz de la oración de las almas
justas y decae el valor expiatorio de los sacrificios. Narra
Don Chautard [monje trapense, autor del célebre libro El
Alma de todo Apostolado], que el mero establecimiento de
conventos contemplativos y de clausura, en zonas misioneras,
obra maravillas. Es que, en último análisis, en la gran
lucha en que está empeñada, la victoria de la Iglesia
depende de la santidad. Una sola alma verdaderamente
sobrenatural que, con los méritos de su vida interior haga
fecundo su propio apostolado, conquista para Dios mucho
mayor número de almas que una legión de apóstoles de vida de
oración mediocre.
La importancia de la santificación individual
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El autor, en 1943 |
Esta verdad es de aceptación corriente en lo que respecta al
clero. Por más importante que sea el problema de las
vocaciones sacerdotales, éste jamás se igualará a la obra de
la santificación del clero. En ningún país del mundo hay
cuestión más importante. El mismo principio se impone,
implícitamente, en materia de apostolado laico. Si es más
importante que haya un grupo de apóstoles sacerdotales
verdaderamente santos, que un clero numeroso, del mismo modo
será lógicamente más importante que haya un grupo de
apóstoles laicos verdaderamente interiores, que una multitud
inútil de miembros de la Acción Católica. Si para el clero
el problema máximo es la santificación cada vez mayor de sus
miembros, para la Acción Católica, que es su humilde
colaboradora, no puede haber mayor deseo que la
santificación de sus miembros y de todas las almas piadosas
en la Iglesia de Dios.
Hay un flagrante naturalismo en imaginar que la Iglesia se
beneficiaría con el aumento de la actividad apostólica
de sus miembros, en detrimento de su vida de oración. La
Iglesia debe sus mejores glorias mucho más a la oración de
las almas verdaderamente unidas a Dios, que a las
actividades externas, aunque éstas sean siempre útiles y
dignas de alabanza.
Si del punto de vista de la Comunión de los Santos, ésta es
la conclusión a la que debemos llegar, por otro lado, lo que
la teología nos dice de la esencia del apostolado, nos
conduce a una conclusión idéntica. Como ya tuvimos ocasión
de decir, el apóstol es mero instrumento de Dios, y la obra
de santificación de las almas o de su conversión, es
esencialmente sobrenatural y divina (cf. Summa Teologica,
Ia., IIa.; q. 109, aa. 6,7). “Nadie puede venir a mí, si
el Padre que me ha enviado no lo atrae” (Jn. 6, 44),
dice Nuestro Señor. Ahora bien, Dios no se sirve sino
raramente, para tan augusta tarea, de instrumentos indignos,
y la pregunta de la Escritura ab immundo, quid mundabitur?
— “¿Puede sacarse algo puro de lo impuro?”(Eclo. 34, 4)
no expresa apenas la incapacidad natural y psicológica del
apóstol indigno en producir obras fecundas, sino aun la
repugnancia que siente Dios en servirse de tales elementos,
para por medio de ellos obrar los misterios augustísimos de
la regeneración de las almas.
Combatir el pecado venial y las imperfecciones
Sin embargo, no se piense que sólo el pecado mortal es
nocivo a la fecundidad de la obra del apóstol. También los
pecados veniales y hasta las simples imperfecciones, que
disminuyen la unión de las almas con Dios, menguan los
torrentes de gracias que de ellas deberían ser canales.
Cuánta y cuánta obra digna de alabanza se arrastra por ahí,
enredándose en mil dificultades; luchan en todos los
terrenos sus generosos directores sin conseguir ningún
resultado, y con esto quedan apartadas centenas o millares
de almas, que en los designios de la Providencia se deberían
salvar por medio de esta obra. Y, mientras contra todas las
dificultades se quiebran los más heroicos esfuerzos, no
perciben sus directores que la fuente de los fracasos es
otra. Iste quia et ventus et mare oboediunt ei — “¿Quién
es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?” (Mc.
4, 41), dice de Jesús la Escritura, y por cierto, bajo su
imperio podrían desmoronarse todos los obstáculos. Pero los
intermediarios de la gracia divina, aunque celosos, tienen
esta o aquella infidelidad que los aparta de Dios. Y Jesús
espera, con la renuncia a algún sentimentalismo demasiado
vivaz o a algún amor propio demasiado puntiagudo, la
desobstrucción de los canales de la gracia. Lo que parecía
una cuestión de dinero o de influencia social es, no pocas
veces, una cuestión de generosidad interior; en una palabra,
una cuestión de santificación.
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Discurso en São Paulo |
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Procesión en Río de Janeiro |
En el libro de Josué, capítulo VII, se encuentra una
narración altamente significativa a este respecto. Acán tomó
para sí, entre los despojos de la ciudad de Jericó, algunos
objetos de valor, no obstante esta acción fuese ilícita,
porque los objetos estaban comprendidos por el anatema con
que Dios había fulminado a la ciudad. Este simple hecho
bastó —un hombre entre todo un inmenso ejército traía entre
otros objetos de equipaje, algunos que eran malditos— para
que las fuerzas hebreas fuesen inexplicablemente y
estruendosamente derrotadas en el ataque a la pequeña ciudad
de Ai. Dios reveló entonces a Josué que las armas hebreas
sólo reanudarían su curso victorioso cuando Acán con todo lo
que poseía fuese exterminado. Sobre sus restos mortales se
irguió un monumento de maldición y sólo así se apartó de
Israel el furor del Señor: imagen elocuente del mal que a
toda una organización puede causar un solo apóstol laico,
que conserve en su alma cualquier apego culpable a sus
pecados o imperfecciones.
Dicho esto, se percibe cómo es erróneo pretender que
trabajar por la santificación de los buenos es pérdida de
tiempo, “llover sobre mojado”. Muy intencionalmente sólo
estamos aduciendo, en beneficio de nuestra tesis, argumentos
que demuestran, con claridad meridiana, que esta
santificación es la más preciosa condición para que se
obtenga la conversión, tan ardientemente anhelada, de los
infieles. ¡Qué no podríamos decir aún, sin embargo, sobre la
importancia del apostolado de perseverancia de los
buenos!
NOTAS:
[1]
Extratos del libro "En
Defensa de la Acción Católica"
del Prof. Plinio Corrêa
de Oliveira. Tradución y adaptación por "El
Perú necesita de Fátima - Tesoros de la Fe". |