San Luis IX, rey de
Francia: modelo de monarca, noble, caballero y cruzado
La función más importante de la nobleza era
participar en el poder del rey. Los nobles ejercían en
menor medida, en el lugar donde poseían sus tierras, una
misión parecida con la del rey en su reino.
Los grandes nobles eran consejeros del monarca. Cuando
éste lo juzgase necesario, tenía el derecho de exigir su
comparecencia a la capital del reino para la reunión del
Consejo. Allí ellos estaban obligados en conciencia —lo
cual en la Edad Media tenía el valor de un compromiso
formal— de dar honestamente su opinión sobre los asuntos
a respecto de los cuales el rey los consultaba.También tenían que atender a las convocaciones del
soberano para las guerras. El monarca convocaba a los
grandes nobles, éstos movilizaban a los medianos, los
cuales, a su vez, llamaban a los menores. En la guerra
el gran noble tenía la obligación de arriesgarse más y
destacarse más que un noble mediano o pequeño.
Fernando III,
el Santo
Guardó rigurosamente los
pactos y palabras convenidos con sus adversarios
los caudillos moros, aun frente a razones
posteriores de conveniencia política nacional;
en tal sentido es la antítesis caballeresca del
«príncipe» de Maquiavelo. Fue, como veremos,
hábil diplomático a la vez que incansable
impulsor de la Reconquista. Sólo amó la guerra
bajo razón de cruzada cristiana y de legítima
reconquista nacional, y cumplió su firme
resolución de jamás cruzar las armas con otros
príncipes cristianos, agotando en ello la
paciencia, la negociación y el compromiso. En la
cumbre de la autoridad y del prestigio atendió
de manera constante, con ternura filial,
reiteradamente expresada en los diplomas
oficiales, los sabios consejos de su madre
excepcional, doña Berenguela. Dominó a los
señores levantiscos; perdonó benignamente a los
nobles que vencidos se le sometieron y honró con
largueza a los fieles caudillos de sus campañas.
Engrandeció el culto y la vida monástica, pero
exigió la debida cooperación económica de las
manos muertas eclesiásticas y feudales.
Robusteció la vida municipal y redujo al límite
las contribuciones económicas que necesitaban
sus empresas de guerra. En tiempos de costumbres
licenciosas y de desafueros dio altísimo ejemplo
de pureza de vida y sacrificio personal, ganando
ante sus hijos, prelados, nobles y pueblo fama
unánime de santo.
San Fernando III de Castilla y
León, en Año Cristiano, Tomo II,
Madrid, Ed. Católica (BAC 184),
1959, pp. 523- 531.
(in El Santo Rey don
Fernando III, Por José Mª. Sánchez de Muniáin
http://www.caballerosdesanfernando.es) |
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Dentro de la nobleza, las funciones variaban según el
caso concreto de cada noble. Los grandes nobles
participaban en amplia medida del poder real,
representando al rey no sólo junto al pueblo de su
propio feudo, sino también junto a los nobles
intermedios, hasta el más bajo escalón de la nobleza. El
noble que era señor de un pequeño feudo, naturalmente
participaba en grado menor del poder real.En Francia los grandes nobles eran los duques y los
pares del reino. El soberano solía considerarlos como
los florones de su corona. Y también los trataba de
“primos”, aunque no fuesen sus parientes. Esto indicaba
una relación íntima y bondadosa del rey con la cúpula de
la nobleza de su país.
Este modo bondadoso de concebir el poder y la realeza no
era exclusivo del reino de Francia: se verificaba en
todas las naciones europeas. Con símbolos y modos de
representar diversos, ellas expresaban el mismo estado
de espíritu, eminentemente católico.
El tipo humano del noble católico
Lo que distinguía más a la nobleza no era el hecho de
tener posesiones, poder, un bello nombre o una historia.
Lo propio del noble era representar un cierto tipo
humano, tener un cierto modo excelente de hacer las
cosas. Ante todo, era un cierto género de valentía.Esto porque, siendo por excelencia la clase militar, la
nobleza debía vivir para el combate, para el riesgo,
para la aventura. La verdadera aventura no es el lance
inoportuno, estúpido, irreflexivo, sino el riesgo
calculado, grave, que tiene más posibilidades de ser
infructuoso, pero al cual el noble recurría porque
estaba comprometido el bien para el cual vivía.
Este bien era una vida de inmolación por algo de
inmensamente mayor que él mismo, algo que admiraba y de
cuya grandeza participaba por admiración. Esto porque la
nobleza vivía para la fe, y viviendo para la fe vivía
para la Iglesia, para el bien común de la sociedad. Lo
cual nos hace comprender el perfil moral del noble:
lanzarse e ir hasta el fin, hasta lo inimaginable.Era un género de gente para quien el riesgo extremo, el
sufrimiento desgarrador, aquello de que todos huyen, era
algo que se podía y debía enfrentar, con tal de que
hubiera una razón de virtud, de honra y, sobre todo, de
fe.
Esa tendencia continua para lo más alto caracteriza, en
la sociedad espiritual, a los religiosos y a los
sacerdotes; por eso ellos son la sal de la tierra y la
luz del mundo. En el orden temporal católico esa
tendencia caracteriza al noble, que en ella tiene la
misma posición del sacerdote y del religioso en el orden
espiritual.En épocas pasadas, los nobles no primogénitos —hidalgos
generalmente sin títulos— tenían buenos modales, eran
elegantes, sabían conversar, se presentaban con una
compostura digna, pero sobre todo consideraban que el
sentido de su vida era correr riesgos, incluso el de la
propia vida, por la causa de la Iglesia, de la
Cristiandad y del rey, y de hacerse independientes de su
mayorazgo, para formar una nueva rama de la familia, con
patrimonio y título propios, concedidos por el rey como
premio. Era una nueva rama que florecía, que se abría en
el viejo tronco familiar.
En cualquier país donde exista, la nobleza debe crear
una atmósfera para el florecimiento de tipos humanos
así.Consecuencias de la pérdida de este tipo humano
El robo, la desvergüenza, la ordinariez general en que
el mundo de hoy está sumergido, se explican porque en él
no se encuentran más hombres como aquellos.Hasta entre los nobles, raramente persiste un clima que
favorezca tal espíritu heroico. Gangrenados por la
mentalidad revolucionaria e igualitaria, muchos nobles
de hoy van a buscar empleo en un banco, se casan con
burguesas ricas y practican otras acciones del género.
No comprenden que el sentido de su vida no es el
securitarismo sino el riesgo. Y que deberían arriesgarse
y brillar en la sociedad, haciendo que el brillo del
riesgo refulja sobre los hombres como fuegos
artificiales.Así, su vida se habrá justificado, como la de un tipo
humano que se arriesga y está dispuesto a morir por algo
que es más que él. Muy especialmente se arriesga y muere
por la fe católica apostólica romana.
En la dama noble,
capacidad para el heroísmo femenino
Emperatriz María Teresa de Austria, mas
grande gobernante de su tiempo. En la figura
representada junto a su marido, Francisco de
Lorena, y su familia. Pintura de Martin van
Meytens (1756, castillo de Versailles)
Existen situaciones de infortunio, de crisis, de
dificultades, en que una madre de familia, una viuda,
puede ser llamada a desarrollar una energía
extraordinaria que no es propia de su sexo, pero que
debe existir potencialmente en la mujer bien preparada.
Debe haber en ella una raíz que se desarrolla en el
embate de los acontecimientos, despuntando entonces la
flor del heroísmo femenino, análogo al heroísmo del
hombre, pero con características propias
Existe en la historia de la nobleza —y también de la
realeza, que es el ápice de la nobleza— numerosos casos
de reinas, princesas y grandes damas feudales que
recibieron, a raíz de la muerte del marido o por una
herencia dinástica, un feudo que dirigir, o hasta un
reino que gobernar, a veces en condiciones muy difíciles
del punto de vista político y administrativo. Y que se
mostraron enteramente a la altura de la misión.
Mujeres así son propiamente la gloria del sexo femenino
en el orden temporal. Así lo fueron, por ejemplo, Isabel
la Católica, reina de Castilla; Blanca de Castilla,
madre de San Luis IX, rey de Francia y después regente
del reino por el fallecimiento de Luis VIII; Ana de
Austria, madre de Luis XIV y regente por el
fallecimiento de Luis XIII; María Teresa, reina de
Austria-Hungría y emperatriz del Sacro Imperio.
En todas ellas, no obstante ser mujeres, brillaron las
más auténticas cualidades de un hombre de Estado.
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NOTAS
[*]
Excerpta de
conferencia del Prof. Plinio a socios y
cooperadores de la TFP en São Paulo sobre
aspectos de su libro
"Nobleza y élites
tradicionales análogas en las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana", Ed.
Fernando III el Santo, Madrid, 1993.
Compilación y
adaptación para publicación originalmente en
Catolicismo N° 549, Septiembre de 1996, sin
revisión del autor. Traducción al español por "El
Perú necesita de Fátima".
Inserción de la materia sobre San Fernando por este
sitio.
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