Plinio Corrêa de Oliveira

 

Santa Teresa de Ávila:

Preocupación por la Santa Iglesia

 

"Santo del Día", 29 de noviembre de 1969

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A D V E R T E N C I A

Este texto es trascripción de cinta grabada con la conferencia del profesor Plinio Corrêa de Oliveira dirigida a los socios y cooperadores de la TFP. Conserva, por tanto, el estilo coloquial y hablado, sin haber pasado por ninguna revisión del autor.

Si el profesor Corrêa de Oliveira estuviera entre nosotros sin duda pediría que fuera colocada una explícita mención a su filial disposición de rectificar cualquier eventual discrepancia en relación al Magisterio inmutable de la Iglesia. Es lo que hacemos constar, con sus propias palabras, como homenaje a tan escrupuloso estado de espíritu:

“Católico apostólico romano, el autor de este texto se somete con filial ardor a las enseñanzas tradicionales de la Santa Iglesia. No obstante, si por lapso, algo en él hubiera en desacuerdo con dichas enseñanzas, desde ya y categóricamente lo rechaza”.

Las palabras “Revolución” y “Contra-Revolución”, son aquí empleadas en el sentido que se les da en el libro “Revolución y Contra-Revolución”, cuya primera edición apareció publicada en el número 100 de la revista “Catolicismo”, en abril de 1959.

Santa Teresa de Ávila - Claustro del Carmelo de Sevilla - Frey Juan de la Miseria - Siglo XVI

Fray Juan de la Miseria pintó el rostro de Santa Teresa sobre lienzo, que es el cuadro más parecido al aspecto original, por realizarlo con la protagonista delante de sus ojos, y con los pinceles en la mano.

El "Santo del Día" de hoy es un episodio de la vida de Santa Teresa de Jesús.

Santa Teresa, viendo los progresos que la herejía de Lutero hacía en toda Europa, y sabiendo que había penetrado hasta en la hija primogénita de la Iglesia, donde la sangre corría en relación con las distensiones religiosas, dejándose temer por la fe de la nación francesa, lloró en el Señor e instó a las monjas a hacer lo mismo.

Es decir, se lamentaba, lloraba en el Señor, o sea, lloraba en la presencia de Dios por razones sacadas de la religión, etc., rezaba e instaba a las religiosas a hacer lo mismo.

Ella decía lo siguiente:

"Oh, mis hermanas en Jesucristo, (…)

Ella era la superiora del convento y la fundadora de esta rama de la Orden del Carmelo.

"(…) ayudadme, pues, a rezar por tantos pecadores que se pierden, que para eso os ha reunido el Señor aquí. Esta es vuestra vocación, este es el negocio que debéis atender aquí, para eso deben tender vuestros esfuerzos y deseos, para eso deben fluir vuestras lágrimas y multiplicarse vuestras oraciones.

Entonces, el mundo esta incendiado [por] los infelices herejes, pero la palabra infelices en francés tiene el sentido de desafortunado, en portugués es una palabra que tiene un poco el sentido de infeliz y un poco de maldito.

"Así que los miserables heréticos querrían, por así decirlo, condenar a Nuestro Señor Jesucristo por segunda vez, ya que levantan contra Jesucristo mil testimonios falsos y se esfuerzan por derribar nuestras iglesias, y entonces perderíamos nuestro tiempo.

"Sí, cuando considero [en] estos grandes males como el fuego que las fuerzas humanas no pueden apagar y que siempre crece, me parece que la Iglesia de Jesús necesita un ejército de elección, un gran ejército dispuesto a morir. Sí, y no dejarse vencer nunca."

Estas palabras de Santa Teresa —el texto es un poco más largo, pero no tendré tiempo de comentarlo aquí en su totalidad—, son muy eficaces, muy oportunas para los días que estamos viviendo. Debemos recordar el marco histórico en el que se pronunciaron y luego ver qué relación tiene ese marco histórico con el nuestro.

Santa Teresa de Jesús vivió en una época en la que el protestantismo ya no era una chispa que empezaba a incendiar sólo una parte de Alemania, sino un fuego que invadía el mundo entero. En Francia, que era la nación vecina de España donde ella vivía, de donde llegaban noticias mucho más frescas y cercanas a los que vivían en España que de Alemania, en Francia el fuego religioso era tremendo.

Felipe II - Atribuído anteriormente a  Alonso Sánchez Coello, hoy atribuído a Sofonisba Anguissola

Si no fuera por las guerras de religión, el protestantismo se habría apoderado de Francia, Francia, la primogénita de la Iglesia, la primera nación llamada a la conversión.

Santa Teresa de Jesús sabía que en España el peligro protestante era mucho menor, tuvo la suerte de vivir bajo un gran rey católico que era Felipe II, un vigoroso opositor al protestantismo. Sabía, por supuesto, que la nación española era mucho más fiel a la fe católica que la francesa y que, por lo tanto, [en] su país de inmediato, por las circunstancias en que vivía, o al menos a corto plazo, el peligro no era grande. Pero ella tenía un alma verdaderamente católica, es decir, un alma universal, capaz de considerar no sólo los peligros en los que se encontraba, y los problemas de la Iglesia que afectaban a su persona, sino capaz de considerar la causa de la Iglesia católica en su conjunto, y de interesarse por esta causa aunque su propio país no se viera afectado, su propio país no fuera vulnerable. Es decir, amó a la Iglesia sin nacionalismos estrechos, sin egoísmos, sin personalismos.

Vemos aquí un gran ejemplo que ella daba de espíritu sobrenatural. Me recuerdo, cuando había congregación mariana, teníamos un individuo —que incluso después apostató—, que expresó muy bien el crecimiento del espíritu mariano de esta manera: que la persona comenzaba por amar a su propia congregación cuando entraba en la congregación mariana; después amaba a la federación de congregaciones marianas de su diócesis; luego amaba a toda la causa mariana; comprendía que la causa mariana debía ser amada.

Hay muchos espíritus que evolucionan de esta manera: empiezan por considerar lo que está más cerca de ellos y luego, mediante ampliaciones sucesivas, llegan a una visión general de las cosas. Es un temperamento de espíritu, una forma de caminar que se concibe. También hay otros. Por eso es muy común que la gente, haciéndose católica, se interese por su parroquia, y lo que no sea su parroquia la importe poco. O se interesan por su diócesis o su país. Asuntos católicos en otros países, más o menos como el mundo de la luna. La idea de una causa católica como un todo no lo llegan a comprender.

Ahora bien, es necesario que un alma bien formada que ama a Dios lo ame no sólo en su parroquia, no sólo en el movimiento al que pertenece, sino que lo ame en el mundo entero. Y que sufra por las ofensas que recibe en todo el mundo. Y que se alegre por los triunfos que la causa católica obtiene en todo el mundo. Y, al menos, en lo fundamental, alegrarse por igual de los triunfos y consternarse por las derrotas, ya sean en casa o fuera del propio país. En la propia esfera de la vida o fuera de ella, ésta es un alma verdaderamente católica, un alma universal.

Vemos que Santa Teresa de Jesús tenía una noción viva de la causa católica, a pesar de que, en Francia, en una época de comunicaciones muy lentas —con los Pirineos de por medio, con caminos malos que hacían muy difícil la comunicación entre Francia y España— se dificultaba la siembra de las malas doctrinas de la herejía.

A pesar de todo, ella tenía un alma de fuego y entonces dijo esto: que la situación en Francia era terrible y que este era el asunto por el que [sus monjas] debían interesarse, de tal manera que sus lágrimas fluyeran por esto, que sus oraciones fueran por esto y entonces dice: debemos tener un ejército que salve a la Iglesia Católica.

De hecho, ese ejército, en ese momento, un poco más o menos estaba siendo desarrollado por Dios Nuestro Señor y era la Compañía de Jesús, que era un verdadero ejército incruento, al mismo tiempo que se estaba formando un ejército armado en Francia, la Liga Católica, que iba a luchar contra el protestantismo que se estaba apoderando de Francia.

Ahora, traslademos esto a nuestros días. Vemos que la transposición es fácil: toda la Iglesia Católica está en llamas. Se pueden ver las crisis, se pueden ver los problemas, se pueden ver las agitaciones, se puede ver... también se puede ver que Brasil no está tan comprometido con esto como otros países.

Por ejemplo, por muy delicada que sea la situación brasileña, si la situación francesa es más grave, vemos que es una crisis universal y que hay que mirar esta crisis en su conjunto, porque, como la Iglesia es un todo, hay que interesarse por esta crisis en su conjunto. Ella es nuestra.

No debemos decir lo siguiente: sólo me interesa mi mano, por ejemplo, la cabeza no me interesa. No es solo una mano, es también un ser total, y el que ama su totalidad ama lo que sucede en cualquier parte de su cuerpo como una cosa digna de compasión, de interés o de ayuda.

Pues bien, si vemos a la Iglesia tan profundamente herida en todas partes, debemos también llorar ante Dios, debemos desear que la Virgen funde un ejército espiritual y si es necesario, si el furor del comunismo llega hasta el punto de que sea legal y que incluso sea oportuno, un ejército material para combatir el comunismo, el mayor enemigo de la Iglesia católica.

El comunismo y la ola precursora del comunismo, el aliado ideal del comunismo, que por supuesto son los [católicos] progresistas. Bueno, esta es la transposición de este estado de ánimo a nosotros.

 

Oración de Santa Teresa para pedir

remedio a las necesidades de la Iglesia

PADRE SANTO que estás en los cielos: no sois Vos desagradecido para que piense yo que dejaréis de hacer lo que os suplicamos para la honra de vuestro Hijo.

No por nosotros, Señor, que no lo merecemos, sino por la Sangre de vuestro Hijo y por sus merecimientos, y los de su Madre gloriosa, y los de tantos mártires y santos que murieron por Vos.

¡Oh Padre eterno! Ved que no se pueden olvidar tantos azotes e injurias y tan gravísimos tormentos. Pues, Creador mío, ¿cómo pueden entrañas tan amorosas como las vuestras sufrir que sea tenido en tan poca cuenta lo que se hizo con tan ardiente amor de vuestro Hijo?

El mundo está ardiendo, quieren volver a sentenciar a Cristo; pretenden demoler su Iglesia: desmantelados los templos, perdidas tantas almas, abolidos los sacramentos.

Pues ¿qué es esto, mi Señor y mi Dios? O dad fin al mundo, o remediad tan gravísimos males, que no hay corazón que lo sufra, aún los nuestros que somos tan ruines.

Os suplico, pues, Padre Eterno, que no lo sufráis ya Vos: atajad ese fuego, Señor, pues si queréis, podéis; algún medio existe, Señor mio; póngale vuestra Majestad.

Tened pena de tantas almas que se pierden, y favoreced a vuestra Iglesia. No permitáis más daños en la Cristiandad.

Señor, dad ya luz a estas tinieblas. ¡Ya Señor; ya Señor! ¡Haced que sosiegue este mar! ¡No ande siempre en tanta tempestad esta nave de la Iglesia, y salvadnos, Señor mío, que perecemos!

 


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