A D V E R T E N C I A Este texto es transcripción de cinta grabada con la conferencia del profesor Plinio Corrêa de Oliveira dirigida a los socios y cooperadores de la TFP. Conserva, por tanto, el estilo coloquial y hablado, sin haber pasado por ninguna revisión del autor. Si el profesor Corrêa de Oliveira estuviera entre nosotros sin duda pediría que fuera colocada una explícita mención a su filial disposición de rectificar cualquier eventual discrepancia en relación al Magisterio inmutable de la Iglesia. Es lo que hacemos constar, con sus propias palabras, como homenaje a tan escrupuloso estado de espíritu: “Católico apostólico romano, el autor de este texto se somete con filial ardor a las enseñanzas tradicionales de la Santa Iglesia. No obstante, si por lapso, algo en él hubiera en desacuerdo con dichas enseñanzas, desde ya y categóricamente lo rechaza”. Las palabras “Revolución” y “Contra-Revolución”, son aquí empleadas en el sentido que se les da en el libro “Revolución y Contra-Revolución”, cuya primera edición apareció publicada en el número 100 de la revista “Catolicismo”, en abril de 1959.
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Altísima y sublime unión de Nuestro Señor Jesucristo con su Madre Santísima (Adoración de los Magos - Escuela Flamenga - siglo XVII/XVIII) En la víspera de la Navidad de 1968, atendiendo un pedido para comentar las letanías al Inmaculado Corazón de María, Plinio Corrêa de Oliveira formuló las siguientes reflexiones que ahora publicamos. Las Letanías al Inmaculado Corazón de María son casi en su totalidad una transposición de las invocaciones de las letanías al Sagrado Corazón de Jesús. Una transposición adecuada, porque la Santísima Virgen tiene perfecta semejanza con Nuestro Señor. En estas condiciones, con las adaptaciones necesarias, de Ella se puede decir mucho de lo que se afirma de la vida de Jesús. A modo de ejemplo, consideremos una de las invocaciones de las letanías: Corazón de María, donde se formó la sangre de Jesucristo Redentor. Es una consideración muy hermosa y apropiada para meditar durante la acción de gracias después de la comunión. Por las leyes ordinarias de la reproducción de la especie, el hombre lleva en su interior algo de la sangre de su padre y algo de la sangre de su madre. Pero la preciosísima sangre de Nuestro Señor Jesucristo fue formada exclusivamente por la Virgen, al igual que su sacratísima carne, pues se trató de una concepción milagrosa y del alumbramiento de una virgen, sin que interviniera la obra de ningún hombre. San Agustín dijo muy apropiadamente: Caro Christi, caro Mariæ; la carne de Cristo es en cierto modo la misma carne de María. Por tanto, en Nuestro Señor no había más que la carne y la sangre de su Madre Santísima.Así entendemos mejor lo que pudo ser el período en que Nuestro Señor Jesucristo estuvo en gestación en el cuerpo de María. Durante este período la Virgen fue concediendo todos los elementos vitales para la constitución del cuerpo del Hombre-Dios, cuando ya existía la unión hipostática, que es la unión de las naturalezas humana y divina en la persona de Jesucristo. No debemos imaginar que esta unión se produjo recién después del nacimiento de Jesús. Tuvo lugar desde el momento en que fue concebido. Una vez que la naturaleza divina y la naturaleza humana se asociaron, tuvo lugar la unión hipostática, y el Niño Jesús comenzó a desarrollarse en la Virgen. En la noche de Navidad, la suprema unión de la Santísima Virgen con su Hijo
Por lo tanto, durante todo el tiempo de su gestación Ella experimentó un progreso enorme, insondable y maravilloso, que fue como una especie de símil espiritual de la gestación. En la medida en que María daba su carne y su sangre para formar la santísima humanidad del Hijo, Dios se entregaba también a su alma y, por así decirlo (entre comillas, claro), iba “divinizando” su alma. De modo que en la noche de Navidad, cuando la obra más pura de las entrañas de María estaba próxima a nacer, la unión con su Hijo había alcanzado una cumbre insondable. Estaba preparada para ser, en todo el sentido de la palabra, la Madre del Redentor. En cierto sentido, se puede decir que María Santísima, como madre, engendró al Hijo. Pero en otro sentido también se puede decir que Él, como Hijo, preparó en Ella a la madre perfecta. Por una paradoja, el Hijo engendró a la madre y también el alma que Ella necesitaba tener para ser la Madre Santísima de nuestro Divino Salvador. Esta alma alcanzó su plena perfección para cumplir el papel de Madre de Dios, precisamente en el momento en que nació el Hijo de Dios.Probablemente en la noche de Navidad, en el momento en que tuvo lugar el nacimiento virginal del Niño Jesús, se haya producido un éxtasis sublime en el que la Santísima Virgen fue elevada a una intimidad superlativa con la Santísima Trinidad. En ese sublime momento Ella dio a luz virginalmente al Verbo de Dios. No debemos imaginarnos a la Virgen María como se la representa a veces en algunas ilustraciones, medio dormida, con el Niño recién nacido a su lado. No es incorrecto ni inapropiado representarlo así, porque un cuadro no puede representarlo todo. Pero la realidad espiritual que está en el fondo no se circunscribe únicamente a este aspecto, sino que debería representarse en un éxtasis, un arrebato como no ha tenido lugar en la vida de ningún santo. Durante este éxtasis, su alma alcanzó una plenitud a la que habrían de seguir otras plenitudes, pues la Virgen Madre crecía en gracia, de plenitud en plenitud, de perfección en perfección, hacia la integridad de la santidad que alcanzó en el último instante de su vida en la tierraAl acercarnos a María, estaremos cerca del Niño Jesús
Con estas consideraciones, comprendemos aún mejor la forma de unión entre Nuestro Señor y su Madre Purísima: una unión estrictamente insondable para la mente humana. Es inimaginable, pero meditando en ello nos preparamos mejor para acercarnos al Niño Jesús; entendemos mejor el papel de la Santísima Virgen como medianera, como nuestra intercesora, descubrimos mejor cómo, acercándonos a Ella, nos acercamos a Dios en aquel Niño que nació en la noche de Navidad en Belén; y nos preparamos para hacer una adecuada meditación ante el pesebre. Esta meditación no consiste en considerar como una nota meramente histórica la presencia de la imagen de la Virgen María en el nacimiento. Debemos considerar, además de la nota histórica, la nota sobrenatural y mística que existe en la Navidad. Como el Niño Jesús vino a nosotros por medio de María, solo podemos llegar a ese Niño por medio de María. Nuestros ojos, vueltos hacia el pesebre, deben fijarse en Jesús a través de María. Consideremos que Jesús está allí. Él es la fuente y a su lado está la Virgen, que es el canal para que lleguemos a esa fuente. San José recibió gracias extraordinarias en la noche de Navidad
Así como hubo una preparación de la Santísima Virgen para ser verdaderamente la Madre de Dios, ciertamente también hubo una preparación de San José para ser el padre adoptivo del Niño Jesús. Pese a no ser su padre natural, como esposo de la Virgen María, San José tenía un derecho efectivo sobre el fruto del vientre sacratísimo de su esposa. De modo que su alma fue asimismo preparada para esta grandiosa paternidad. Debemos admitir que, durante la noche de Navidad, San José también recibió gracias extraordinarias. Esto se entiende si pensamos en los pastores. Es evidente que ellos, llamados a una primera adoración, recibieron gracias extraordinarias. Si los simples pastores las recibieron por estar cerca de la gruta, ¿cómo no admitir, con mayor razón, que San José las recibió mucho mayores? Por su unión con la Santísima Virgen, por su relación con el Niño Jesús, debemos ver a San José como un intercesor secundario a su lado, pero grandísimo entre los intercesores secundarios. Es secundario con respecto a la Virgen María, no con respecto a los otros intercesores, en relación con los cuales ocupa un lugar eminente, quizás el mayor de los lugares. Somos hijos adoptivos de la Sagrada Familia: de Jesús, María y José
Con nuestro espíritu penetrado por estas consideraciones, debemos acercarnos a la Navidad preparándonos para las gracias de esa noche santa. Sería desfigurar la tradición y desviarse del camino recto si hiciéramos consideraciones en un sentido distinto de las gracias que la Navidad confiere: gracias de apaciguamiento, gracias de distensión. Antiguamente, cuando se acercaba la Nochebuena, todos sentían una bendición y una paz que descendía sobre la tierra, sentían una alianza del cielo con la tierra. Y esta alianza se renovaba de tal manera que todos caminaban con sosiego, alegría y normalidad hacia el pesebre. Y había una especie de desmovilización de los espíritus, un aumento recíproco y cristiano del afecto entre todos los hombres, con excepción de los que no son hijos de la luz, es decir, los hijos de las tinieblas. Tengo la impresión de que esa sensación es cada vez más tenue hoy en día.La dichosa noche de Navidad debe hacernos sentir más que nunca hijos de Jesús, hijos de María, hijos de San José. Por lo tanto, hijos adoptivos de la Sagrada Familia. Debe también hacernos desear un aumento del afecto recíproco, un aumento de esos lazos que la Divina Providencia evidentemente quiere establecer entre nosotros. Son vínculos que nos llevan al perdón recíproco, a la generosidad, al olvido de las faltas, a la renovación de nuestra buena voluntad hacia los demás, quizá un poco cansada por el desgaste diario de los años y los trabajos.Que la Santísima Virgen María, Medianera de todas las gracias, nos conceda a todos esta gracia. Que la noche de Navidad nos una profundamente entre nosotros, para que así estemos más unidos a Ella. Este es el voto que hago después de esta meditación sobre el Inmaculado Corazón de María, engendrando la carne y la sangre infinitamente preciosas del Niño Jesús, nacido para nuestra Redención. Traducción y adaptación por "El Perú necesita de Fátima - Tesoros de la Fe" |