Estirpes familiares - II
Las estirpes
familiares, en su conjunto, constituyen y caracterizan
una nación. En la medida en que ellas sean despreciadas
o debilitadas, la nación pierde su continuidad histórica
y se despersonaliza.
En un número anterior (Tesoros
de la Fe, julio del 2004) hemos publicado
la primera parte de una conferencia del Prof. Plinio
Corrêa de Oliveira, en la que el insigne líder católico
define el concepto de estirpe y resalta la influencia
que los ambientes ejercen sobre la familia, para la
formación y el desarrollo de la personalidad de sus
miembros. Asimismo explica la misión de la familia en el
sentido de favorecer el desarrollo de las cualidades de
sus miembros y transmitir, por vía de herencia, los
caracteres físicos y morales que le son propios.
Hoy publicamos la continuación de esta luminosa
conferencia:
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Así puede nacer una estirpe:
mientras el padre ofrece sus
fotografías a eventuales
clientes (véase la ventana,
arriba a la derecha), los hijos,
aún muy pequeños, intentan
imitarlo en su oficio. |
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“Esta transmisión de caracteres físicos y morales es
acentuada por el ambiente. Supongamos que yo, que tengo
una inclinación natural hacia la abogacía, habiendo sido
educado en una familia de abogados, fuese trasplantado
artificialmente a una de comerciantes, por ejemplo, que
entienden de precios de zapatos, calidad de betunes,
tipos de cueros, etc. Yo me habría vuelto un ser medio
comprimido. Porque las aptitudes naturales que en mí
existen en estado germinativo, habrían quedado sin
posibilidad de expandirse.
En el momento en que yo quisiese hacer una articulación
de frases bien hecha, una argumentación sutil, no
encontraría ni en los betunes ni en los zapatos materia
para ello. Y necesitaría conversar e interesarme en los
betunes. El resultado es que yo podría, tal vez, hasta
volverme un buen comerciante de betunes; pero habría
algo de irremediablemente truncado en mi persona. Las
fuerzas profundas de mi herencia pedían que yo fuese
abogado, intelectual; las circunstancias de la vida
habrían aplastado esta llamada de mi ser e impuesto
sobre mí una personalidad artificial.
Dado que, por el contrario, fui educado en una familia
de abogados, mis inclinaciones naturales tuvieron
expansión, y pude realizarme. Todo lo que en mí había en
estado germinativo, floreció.
Excepciones que no rompen la regla
En una familia donde existe, pues, herencia de alma, de
cuerpo y de atmósfera moral, encontramos todo un
ambiente espiritual que acentúa el efecto de la
herencia, obligando a la persona a dar de sí todo cuanto
tiene.
Pero la herencia es una fuerza llena de misterios.
Comporta excepciones, hasta agudas; es propio de ella
admitir excepciones, a veces gloriosas inclusive: hay
hombres que brillantemente rompen la costra de las
disposiciones familiares, para llegar a ser algo mucho
más alto. Pero la regla general permanece intacta.
Estos tres elementos —la herencia de cuerpo, de alma y
el ambiente moral— completados con otros, como la
expresión de la mentalidad de la familia en el modo de
ser cortés, en el modo de conversar, de decorar la casa,
de cocinar, de tratar los negocios, en la manera incluso
de concebir las relaciones afectivas, el matrimonio, el
noviazgo, etc., todo este conjunto constituye la
tradición que una familia transmite. Y si estas fuerzas
pueden ser extraídas, desarrolladas y consolidadas por
la familia, ella es capaz de producir esta tradición.
Las raíces de una nación
Denominamos estirpe a una familia que produce una
tradición de esta forma: un tipo físico muy continuado,
un tipo de constitución psíquica y nerviosa muy
definida, un tipo de virtudes, y a veces también de
defectos muy definidos, un sistema de vida, un estilo de
existencia, todo muy definido.
Estirpe es una familia que carga consigo una gran
densidad de tradición, bajo todos estos aspectos, y que
constituye un todo homogéneo e igual a sí mismo a través
de varios siglos. Los hombres pasan, la estirpe es
siempre la misma; como un río, en que el agua pasa, pero
él es siempre el mismo.
Esta noción de estirpe requiere ser completada. No hay
estirpes solamente en la clase noble, sino en todas las
clases sociales. Si la estirpe es el producto del
desarrollo de la familia, y si ésta es llamada, por los
designios de la Providencia a desarrollarse, entonces
deberemos tener series y más series de estirpes en todos
los grados de la jerarquía social. Estirpes de
panaderos, de príncipes, de recogedores de basura, de
joyeros, de cantantes.
El conjunto de estas estirpes es lo que constituye la
nación. Y la nación no solamente en el presente, sino la
nación como una continuidad histórica, en el pasado, en
el presente y en el futuro. El Perú de hoy es el mismo
Perú de otrora, porque desciende de las mismas y
antiguas estirpes, conservando una identidad de
tradición. Sin embargo, a medida que esas estirpes se
van descolorando y siendo sustituidas por otras nuevas,
sin verdadera tradición, él ya no es más el mismo país.
La desigualdad de cuna
Lo que nació en el feudalismo, tanto en las ciudades
como en los campos, fue un conjunto enorme de hombres
que formaron estirpes. Este conjunto de estirpes y de
organizaciones basadas en estirpes fue lo que
propiamente constituyó la Edad Media. Lo que ella tuvo
de más intrínseco y arraigado fue esta estructura de
estirpes, vivificada por el espíritu de familia.
¿Por qué razón la Revolución universal detesta tal orden
de cosas? –Porque ese orden es el menos igualitario de
todos. La afirmación de que los hombres no sólo son
desiguales después de nacidos, sino que lo son antes
mismo de nacer, es abominable para los revolucionarios
[ver recuadro abajo].
Según esta concepción, el futuro del individuo por regla
general está preestablecido por el aprovechamiento que
su libre arbitrio dará, conforme corresponda o no a la
gracia de Dios, a las riquezas que la herencia en él
depositó. Aunque aproveche mucho, no será más de lo que
aquellas riquezas le permitiesen; y ellas son muy
desiguales.
Llegamos así a una desigualdad hereditaria, que es lo
contrario de lo que la Revolución Francesa afirmara.
Ella quiso inculcar la creencia de la igualdad de todos
los hombres; ella toleró, por no tener otra solución, la
desigualdad basada en el mérito; pero esa tradición
—resultado de un conjunto de méritos pasados, que da al
hombre una formidable ventaja sobre los demás—, este
elemento de desigualdad, ella jamás lo toleraría. La
desigualdad fundamental que afirmamos está
necesariamente ligada a las estirpes y a la organización
de la familia”.
Principio expuesto por Pío XII refuta
preconcepto revolucionario
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“Las desigualdades sociales, también aquellas
que están vinculadas al nacimiento, son
inevitables; la benignidad de la Naturaleza y la
bendición de Dios sobre la humanidad iluminan y
protegen las cunas, las besan, pero no las
igualan. [...]
“Una mente cristianamente instruida y educada no
puede considerarlas sino como una disposición de
Dios, querida por Él por la misma razón que las
desigualdades en el interior de la familia, y
destinada, por tanto, a unir más a los hombres
entre sí en su viaje de la vida presente hacia
la patria del Cielo, ayudándose los unos a los
otros del mismo modo que el padre ayuda a la
madre y a los hijos” [*]. |
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Mozart a los 11 años. Su
genio lo elevó muy por
encima de los demás
miembros de una familia
musical. |
[*]
Alocución al
Patriciado y a la Nobleza romana, 5 de enero de 1942.
Discorsi e Radiomessaggi di Sua Santità Pio XII,
Tipografía Políglota Vaticana, vol. II, p. 364.
Apud Plinio Corrêa de Oliveira,
Nobleza y élites tradicionales análogas en las alocuciones
de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana,
Editorial Fernando III el Santo, Madrid, 1993,
p. 76.
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