El bien común de la nación era alcanzado por el
esfuerzo conjunto de las tres clases sociales,
cada una de ellas actuando en su esfera propia
pero en armonía con las demás
Plinio Corrêa de
Oliveira
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La Piazza del Campo de Siena, Italia,
con la esbelta torre del Palazzo
Pubblico (conocida como Torre del
Mangia), casas aristocráticas y
populares, constituye un ejemplo de
lo que otrora era la armonía entre
las clases sociales |
Al pretender desprestigiar a los regímenes
que la precedieron, la Revolución Francesa
esparció una idea errónea a respecto de los
gobiernos existentes en la Edad Media y en el
Antiguo Régimen, como si en ellos sólo el rey
mandaba y nadie más participaba del gobierno, en
lo más mínimo.
Nada más falso.Lo que hubo en los países europeos antes de
aquella revolución, en la mayor parte de los
casos, fueron formas participadas de gobierno,
incluso durante el así llamado absolutismo real.
Santo Tomás de Aquino recomendaba la monarquía
participada, es decir, en la cual el clero, la
nobleza y el pueblo tengan parte en el gobierno.Sería legítimo preguntar en qué sentido podría
el clero participar del gobierno en el orden
temporal.
En el régimen de separación entre la Iglesia y
el Estado en que vivimos, puede sorprender que
el clero sea mencionado como fuerza política.
Sin embargo, el clero constituye una clase
social nítidamente definida y diferente de las
demás. Un sacerdote, en cuanto ciudadano de un
país, tiene el derecho de exteriorizar su
opinión a respecto de los problemas de ese país.En aquellos tiempos, el clero era la primera
clase social. No apenas debido a su carácter
sagrado, sino también porque proporcionaba al
país el propio fundamento de la civilización.
Realmente, un país sin moral no vale nada; y
quien tiene los recursos naturales y
sobrenaturales para inculcar la verdadera moral
en un país es precisamente el clero. Ésa es su
misión específica; y como es la más importante,
la más fundamental, es natural que la clase
encargada de esa misión sea considerada la
primera clase de la sociedad. En las reuniones,
en los encuentros sociales, en las ceremonias
oficiales del Estado, era lógico que el clero
ocupase el primer lugar, con primacía sobre la
nobleza y el pueblo.Era natural que no se tomara en consideración la
condición social en que el clérigo había nacido,
sino su situación en las filas del clero. La
primacía era para aquel que desempeñaba el más
alto cargo o función.
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L’Hôtel-Dieu de Paris est le plus
ancien hôpital de la capitale. Fondé
en 651 par l'évêque parisien saint
Landry, il fut le symbole de la
charité et de l'hospitalité. |
Una atribución importante del clero era la
organización y manutención de los servicios de
educación y salud pública, sin la menor carga
para el Estado. La caridad pública era una
fuente continua de dinero para tales gastos. El
afecto filial y la confianza que unían a
feligreses al clero, hacían con que aquellos
aportasen dinero a éste con mucho mejor buena
voluntad y abundancia que si fuese para órganos
estatales. Pues cuando un buen clérigo golpeaba
la puerta, era casi como si Dios estuviese
golpeando, tal era el rocío de bendiciones que
lo envolvía.
La nobleza, a pesar de ser frecuentemente
pintada como una clase llena de vanidad y ebria
de su grandeza, que nada permitía encima de sí,
era considerada la segunda clase social y se
reconocía como tal.
Tenía mucho peso y prestigio en el Estado y en
la sociedad, pues el poder militar estaba en sus
manos y la oficialidad era constituida casi
exclusivamente por nobles. Era frecuente, no
obstante, que un plebeyo, por heroísmo en la
lucha, sea promovido a noble y pase a la
condición de oficial.El poder de la nobleza en cuanto clase militar,
aunque no fuera muy sensible en épocas de
tranquilidad pública, se volvía decisivo en
épocas de guerra y convulsiones sociales.
El clero y la nobleza participaban en el
gobierno de un país de diversos modos. Tanto una
clase como la otra poseían numerosos feudos, en
los cuales ejercían gran influencia y autoridad.
Poseían asimismo derechos de gobierno sobre
algunas áreas.El pueblo participaba del gobierno a través de
sus corporaciones, que tenían autonomía, leyes y
tribunales propios, libres de la intervención de
funcionarios del rey o de cualquier órgano del
poder central o municipal. Tales corporaciones
constituían, dentro de la realeza, como que
pequeñas repúblicas burguesas con gobierno
propio.
La armonía de aquellas autonomías constituía la
armonía de la nación, dentro del gobierno
participado.Tal régimen es muchas veces acusado de ser
injusto por el hecho de que el clero y la
nobleza no pagaban impuestos, los cuales recaían
sobre la clase aparentemente más pobre, que era
el pueblo. Pero a ella pertenecía la burguesía,
una clase en general rica.
No obstante, como vimos, tanto el clero como la
nobleza asumían gastos voluminosos en beneficio
del bien común. El clero con la manutención de
la educación y de la salud, y la nobleza con la
manutención de las tropas. O sea, ambas clases
se dedicaban principalmente al bien común,
mientras que el pueblo trabajaba ante todo para
sí, y sólo secundariamente para el bien de la
nación.Vemos así como, en líneas generales, era
razonable la exoneración de impuestos de que
gozaban el clero y la nobleza.
El deber de la nobleza en nuestros díasActualmente, aún si se vive en países con un
régimen democrático y republicano en que la
nobleza fue abolida como clase social, ella
tiene un papel que cumplir en la dirección de la
sociedad.
Los nobles, dentro de la vida civil, aunque no
ejerzan ya la militancia feudal, deben sin
embargo continuar siendo combativos. Ellos
tienen la obligación de hacer oír su voz, pues
su palabra y sus actos repercuten intensamente.
Por ejemplo, un joven noble, alumno de un colegio,
tiene una mayor obligación de luchar contra el
respeto humano, de enfrentar la persecución
tantas veces cruel que se promueve contra los
que son puros, que un joven que no es noble. El
noble lleva consigo la historia, y sus actos
impresionan más que los de cualquier otra
persona.Las nuevas condiciones sociales no suprimen las
obligaciones de la nobleza, sino que le dan
nuevos encargos, que son la adaptación de los
deberes antiguos a los días de hoy.
La nobleza debe luchar para permanecer en pie y
continuar como uno de los elementos dirigentes
del nuevo orden de cosas. Las transformaciones
sociales, siendo legítimas, pueden entrar en
armonía con las tradiciones de la nobleza. Ésta
debe actuar en favor del país, aunque sin ocupar
cargos oficiales, colaborando con las otras
categorías en la dirección de los
acontecimientos.Aún hoy quedan deberes y una gran influencia
reservados a la nobleza, que ella debe asumir.
Pero ante todo la nobleza debería primar por su
fidelidad a la Iglesia Católica, a sus
principios y a sus normas, demostrándolo con el
ejemplo de una vida intachable y con la palabra.
El gobierno feudal ejercido por
eclesiásticos
Un aspecto
de la legítima participación del clero
en la vida pública nacional, en la época
del feudalismo, fue la existencia de
diócesis y abadías cuyos titulares
eran, ipso facto y al mismo
tiempo, los titulares de las respectivas
circunscripciones feudales.
Así, por ejemplo, los obispos-príncipes
de Colonia o de Ginebra, por el propio
hecho de ser obispos, independientemente
de su origen noble o plebeyo, eran
príncipes de Colonia o de Ginebra. Uno
de estos últimos fue el dulcísimo San
Francisco de Sales,
insigne Doctor de la Iglesia.
Al par de obispos-príncipes había
dignatarios eclesiásticos de graduación
menos eminente en la nobleza En
Portugal, por ejemplo, los arzobispos de
Braga, que eran al mismo tiempo señores
de aquella ciudad, y los obispos de
Coímbra que, ipso facto, eran
condes de Arganil (desde el 36º obispo
de Coimbra, D. João Galvão, agraciado
con ese título en 1472), de ahí que
utilizaran corrientemente el título de
obisposcondes de Coímbra. |
NOTAS
[*]
Excerptas de
conferencia del Prof. Plinio a socios y
cooperadores de la TFP en São Paulo sobre
aspectos de su libro
"Nobleza y élites
tradicionales análogas en las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana", Ed.
Fernando III el Santo, Madrid, 1993.
Compilación
y adaptación para publicación originalmente en
Catolicismo N° 545, Mayo de 1996, sin
revisión del autor. Traducción por "El
Perú necesita de Fátima".
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