Conversación grabada con jóvenes, 26 de febrero de 1987
[1]
A D V E R T E N C I A
Este texto es
trascripción de cinta grabada con conversación del
profesor Plinio Corrêa de Oliveira dirigida a jóvenes de la TFP. Conserva, por tanto, el estilo
coloquial y hablado, sin haber pasado por ninguna
revisión del autor.
Si
el profesor Corrêa de Oliveira estuviera entre nosotros
sin duda pediría que fuera colocada una explícita
mención a su filial disposición de rectificar cualquier
eventual discrepancia en relación al Magisterio
inmutable de la Iglesia. Es lo que hacemos constar, con
sus propias palabras, como homenaje a tan escrupuloso
estado de espíritu:
“Católico
apostólico romano, el autor de este texto se somete con
filial ardor a las enseñanzas tradicionales de la Santa
Iglesia. No obstante, si por lapso, algo en él hubiera
en desacuerdo con dichas enseñanzas, desde ya y
categóricamente lo rechaza”.
Las palabras “Revolución”
y “Contra-Revolución”, son aquí empleadas en el
sentido que se les da en el libro “Revolución
y Contra-Revolución”, cuya primera edición
apareció publicada en el número 100 de la revista “Catolicismo”,
en abril de 1959.
"De manera que con cada uno de nosotros,
acontezca lo que aconteciere, y peque
como pecare, debe acercarse a Ella"
[Altar gótico en la Basílica de la
Virgen María Protectora, en el pueblo de
Ptujska Gorase, Eslovenia. El manto
abierto de Maria alberga 82 figuras de
retratos que necesitan protección y
misericordia. El altar fue creado en
1410. La iglesia ha sido un lugar de
peregrinación cristiana desde 1473]
Existe algo que nunca decepciona. Es el
amor materno. Una buena madre, sólo no
debe ser solidaria con el pecado de su
hijo. Fuera de eso, es una solidaridad
integral y hasta el fin. Eso inclusive
contra su marido, contra lo que fuese.
Su hijo es su hijo y no hay más que
decir.
Ahora bien, esta noción se reporta a
Nuestra Señora: porque si así es o debe
ser la madre, entonces Nuestra Señora
que es la Madre de Nuestro Señor
Jesucristo, Madre de todos los hombres,
y Madre de todas las madres, Ella tiene
esa disposición materna elevada a un
grado inimaginable.
De manera que, con cada uno de nosotros,
acontezca lo que aconteciere, y peque
como pecare, debe acercarse a Ella y
decir: “Madre mía ved que canalla soy.
Yo sé que soy vuestro hijo, y Vos sabéis
que sois mi Madre. Y en nombre de esto,
confío en vuestra misericordia, me
arrodillo delante de Vos y rezo la
Salve Regina o el Acordaos (*).
Porque yo sé que si Judas Iscariote
hubiese venido a pediros perdón, o
simplemente hubiese querido veros, nada
más, con el bolsillo todavía lleno de
las treinta monedas de la infamia, Vos
no lo rechazaríais. Y conversaríais con
él, y durante ese tiempo pediríais a
vuestro Divino Hijo la gracia de que
arrojara las monedas, para luego poder
comenzar una conversión.
Bueno,
Madre mía, por peor que yo haya
actuado, no hice lo que hizo Judas. Y
aunque tuviese la desgracia de ser como
Judas, con la misma confianza acudiría a
Vos. Porque si sé quién soy yo, sobre
todo sé quién sois Vos. Yo conozco mi
infamia, pero conozco también vuestra
santidad. Y por eso, gimiendo bajo el
peso de mis pecados, me postro a
vuestros pies y concluyo con un
Acordaos(*): “no despreciéis mis súplicas”.
Yo sé que merecen desprecio, pero no de
Vos que sois madre; “pero dignaos oír
propicia”, y alcanzarme lo que os pido,
el perdón. Yo creo que tendría el camino
abierto para el perdón de la peor
infamia. No hay duda.
No debemos desesperarnos.
Desesperarnos, ¡nunca!, porque
existiendo Ella nunca se desespera. Uno
debe mantener la esperanza incluso en la
más pavorosa de las situaciones.
"No debemos desesperarnos. Desesperarnos,
¡nunca!, porque existiendo Ella, nunca
nos desesperaremos"
[Iglesia de San Juan Bautista, Jasseron,
Francia - "Vierge au manteau" - Siglo XV
- detalle]
Tomando en consideración esto, digo más:
si en esa hora me fuera dado ver Su
disposición a mi respecto; me fuese
concedido verla, yo percibiría que Ella
me estaba mirando con tal bondad, que me
hendiría el alma y me convertiría. Vería
en Ella una tristeza enorme por mi
pecado, pero por encima de esa tristeza,
un comienzo de alegría: “por fin él
vino”. Y junto con ese comienzo de
alegría, un comienzo de socorro: Ella me
atrajo para que viniera, vengo y Ella
comienza a atraerme más hacia Ella,
llenándome de dolor, llenándome de
vergüenza. Voy viviendo y voy
renaciendo. Yo soy yo y Ella es Ella.
¿Quién es Ella?: Madre del miserable,
Madre de Judas,… y Madre de Jesucristo.
¡Qué diferencia!
Pero es frecuente que un alma, habiendo
recibido de Nuestra Señora la gracia de
una gran enmienda, de ser salvado de un
gran apuro, al mismo tiempo recibe algo
que es como si hubiese tenido un
contacto con Ella. No es una visión, no
es una revelación, nada de eso, pero es
como si hubiese tenido un contacto con
Nuestra Señora. Desde ese momento le
queda algo para la vida entera. Y la
persona toma, por así decir, un
conocimiento experimental de lo que es
la bondad de Nuestra Señora, su sonrisa,
como si Ella le hubiese tocado con su
mano en el hombro. Ustedes saben, que
simplemente si Ella toca con su mano
celeste el hombro de cualquiera de
nosotros, nosotros la reconoceremos
¿verdad? Incluso que no la viésemos. Y
nos sentiríamos inundados de virtud y
felicidad.
Diríamos:
“fue la mano de Ella que me tocó”.
que ninguno de los que ha acudido a
vuestra protección,
implorado vuestra
asistencia y reclamado vuestro socorro,
haya sido
desamparado.
Animado por esta
confianza, a Vos también acudo,
¡oh Madre, Virgen
de las vírgenes!,
y gimiendo bajo el
peso de mis pecados
me atrevo a
comparecer ante vuestra presencia
soberana.
¡Oh Madre de Dios!,
no desechéis mis súplicas,
antes bien,
escuchadlas y acogedlas benignamente.
Amén.
NOTAS
[1] Conversación grabada de Plinio
Corrêa de Oliveira con jóvenes en
Amparo (SP, Brasil) en 26 de febrero de
1987. Sin revisión del autor. Traducción y
adaptación por
"Acción Familia".