Se suceden, unas tras otras, denuncias de
negociados y sobornos escandalosos que
involucran a autoridades de todo nivel. Cuando
creemos que ya está todo dicho, aparecen nuevos
casos y nuevos implicados, incluso entre los
previos fustigadores de la corrupción. Se
proponen sanciones y soluciones, unas más
drásticas que otras, pero ninguna será
suficiente porque omiten el problema de fondo:
el haber apartado la Ley de Dios de la vida
privada y pública.
Para reflexionar sobre ello, permanecen actuales
los siguientes comentarios, vertidos por el
Prof. Plinio Corrêa de Oliveira en una reunión
interna de la TFP brasileña en 1993.
Reflexionaba él sobre un reciente cambio en las
leyes italianas sobre la financiación de
candidaturas políticas, según el cual las
donaciones ilegales ya no merecerían prisión,
sino multa.
¿Es lícito financiar candidatos? En principio,
¿se puede censurar que un hombre rico gaste una
suma importante para fomentar la elección de
determinado político, defensor de ideas
semejantes a las suyas?
Demostraría ser muy mezquino un hombre que,
pudiendo facilitar, mediante contribuciones
financieras, el acceso a cargo público
importante de un candidato que presente un
programa capaz de salvar a su país, no lo
hiciera.
En tesis, el hecho de que una persona rica haga
una donación para la elección de otra que no
tiene riquezas, no es, en sí, un acto deshonesto.
Puede incluso ser considerado un acto de virtud.
El buen gobernante está rodeado de virtudes y
tiene a la Justicia en un trono. Detalle de la
Alegoría del Buen y el Mal Gobierno, de Ambrogio
y Pietro Lorenzetti (S. XIV, mural del Palacio
Público de Siena).
“Doy para que des”
Ahora bien, la figura cambia cuando no es por
afinidad ideológica que determinado empresario o
banquero apoya a un candidato, por ejemplo, a la
presidencia de la República. Si él lo financia
porque han acordado que se le concederá ventajas
en la realización de sus negocios, recibiendo en
compensación por el dinero donado un contrato
comercial beneficioso, la combinación se vuelve
espuria. Y eso implica, muchas veces, que no
será contratada la empresa más eficiente para la
realización de una obra pública, sino el
empresario que le facilitó al candidato obtener
el cargo público. Un acuerdo de ese tipo
transforma un acto de idealismo en negocio, y
comienza así a aparecer el lado oculto y espurio
de la combinación.
Además, el empresario puede cotizar al Estado un
precio mucho mayor de lo que cobraría un
competidor que no ayudó al candidato. Este acto
asume, pues, un carácter irresponsablemente
deshonesto, porque el empresario cobraría
desproporcionadamente por el servicio prestado.
Estas consideraciones son variantes de un mismo
pensamiento central, que se podría describir en
torno a la máxima del Derecho Romano:
do ut des, facio ut facias (te doy
para que me des, hago para que me hagas).
Un gobernante demoníaco es flanqueado por la
Avaricia y la Vanagloria. Sobre él, una alegoría
con cuernos lleva una espada y la balanza de la
Justicia... pero sin platillos (Detalle de la
Alegoría del Mal Gobierno).
¿Problema intrínseco de la democracia? ¿Del
capitalismo?
Consideradas las cosas en tesis, este tipo de
corrupción no descalifica la democracia en sí,
ni el sistema económico capitalista. Es una
desvirtuación que puede fácilmente darse en
cualquier forma de gobierno vigente, sea
democracia, sea monarquía. Y ocurrir tanto en el
sistema económico capitalista cuanto en el
comunista. Recordemos que en el comunismo los
miembros del partido —especialmente la cúpula,
como la nomenklatura en
la antigua URSS— constituyen una casta, que
obtiene todas las ventajas. Esto, que ya era
sabido, se ha hecho patente después de la caída
del Muro de Berlín.
Problema moral y religioso
El eje de la problemática no se encuentra
primordialmente, pues, en la forma de gobierno
ni en el sistema económico. Reside en el grado
de moralidad pública y, en particular, en el
comportamiento de los hombres públicos. Cuando
hay personas que toman en serio la existencia de
Dios y cumplen de hecho su Ley, tales cosas no
suceden. Pero donde la población cree en la
existencia de Dios sin seriedad, o cumple su Ley
de modo no serio, cierto número de personas roba,
beneficiándose de bienes que no son suyos.
Estamos ante una temática que, a pesar de
contener reflejos económicos y políticos, es
fundamentalmente moral y, a ese respecto,
involucra también un problema religioso. Cuando
no hay religión ni moral, donde hay
aniquilamiento del valor religioso, de la Fe,
las cosas necesariamente caminan hacia el
apolillamiento completo de todo el orden
económico, político y social.
¿Y la represión al robo?
Es claro que se debe reprimir de modo categórico
toda clase de ilegalidad y de inmoralidad. Sin
embargo, nunca se llegará a la eliminación del
robo simplemente castigando a los ladrones.
Porque en un país en que la mayoría aplastante
de la población no cumple los Diez Mandamientos
de la Ley de Dios, el número de ladrones tiende
a crecer indefinidamente. Si se apresa a cinco
de ellos, se engaña quien crea que el número de
delincuentes disminuyó en cinco. Se abrieron, en
realidad, cinco plazas libres, y para cubrirlas
surgen cincuenta candidatos, es decir, cincuenta
nuevos ladrones. Y aumentan los robos.
Oficialización del robo, camino al caos
Si hasta los honestos muchas veces se ven
forzados a sobornar [cuando el reconocimiento de
sus derechos depende de funcionarios públicos],
¿qué se dirá de los deshonestos? El que soborna
es tenido como persona hábil, y quien no lo hace
pasa por tonto. El astuto gana dinero. El
soborno se esparce como una mancha de aceite en
un tejido, penetrando en toda su trama.
Cuando el número de sobornadores y ladrones se
vuelve tan grande que es prácticamente imposible
reprimir el crimen sin poner a la nación entera
en la cárcel, se adopta la fórmula italiana: se
suprime del Derecho Penal el soborno, que pasa a
ser castigado solo con multa civil. Y la persona
permanece libre para hacer lo que quiera. Es la
oficialización del robo.
La Justicia se encuentra atada y sometida en un
mal gobierno (detalle de la Alegoría)
Siendo así, un vulgar ladrón de gallinas
sorprendido saltando el muro de madrugada con
dos o tres gallinas en la mano podrá ser
castigado con prisión y perder su reputación.
Sin embargo, un político que entra en un
negociado electoral, no queda desacreditado
públicamente y no es condenado a prisión. Solo
deberá pagar una multa. Y como ha recibido algún
dinero, todo se arregla. Todos ganan dinero,
todos roban y el robo se convierte en una
costumbre oficial.
Cuando se oficializa de esa manera el robo, la
propiedad privada ya no es respetada. No sólo se
multiplica la obtención de ventajas en contratos
públicos, sino que, además, todos los negocios
tienden a basarse en trampas.
En tal situación, el trabajo pierde prestigio e
influencia, restando como medio de ganar dinero
apenas la práctica deshonesta. El robo se
convierte en el rey de la sociedad. Y el sistema
económico, comunista o capitalista, se hunde en
la práctica del soborno. El país se convierte en
una "robolandia", donde una minoría de ladrones
se enriquece en el poder.
Resultado: pérdida de la moralidad pública, de
la compostura política y camino hacia el caos.
Necesidad de élites restauradas
Lo que falta en la sociedad actual son élites.
Élites morales, ante todo. Pero élites, por
excelencia, de familias en las cuales algo se
conserva por el recuerdo de sus mayores,
célebres por su honestidad, y que sirven de
modelo.
La democracia, en la práctica, arruinó el
prestigio de las verdaderas élites. Con el fin
de favorecer a las clases más modestas de la
sociedad contemporánea, se le ha dado a esta una
estructura gradualmente más igualitaria. De ahí
resultó el aplastamiento progresivo de las
auténticas élites y la desaparición paulatina de
las estructuras y de los valores a los que la
sociedad debía hasta entonces la génesis de sus
capas más cultas y capaces.
A esto se debe la desorientación y la tendencia
hacia el caos, cada vez más acentuadas en los
días que corren. Si no se trabaja para la
restauración de las élites sociales, no podrá
obtenerse un cambio profundo.
La única solución de fondo: la gracia divina
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San Luis IX de Francia, famoso por sus virtudes
heroicas, entre ellas la Justicia y la
dedicación al bien común. No dudó en aplicar
severas penas a los nobles que delinquieron
durante su reinado, convencido de que la
responsabilidad de dar el buen ejemplo es mayor
en las elites. |
Se podría argumentar: Muchos que ven, con razón,
la raíz de todo el mal en la falta de religión,
comenzarían a practicarla, lo cual iría
eliminando la corrupción. En realidad, muchas
personas que lo tienen en claro, no desean
absolutamente propagar la religión, porque se
crearía un ambiente de austeridad, de severidad
moral, que les obligaría a cambiar su modo de
vivir. Ellas pueden aceptar que el robo es un
acto despreciable, pero que ellos dejen de robar
es algo muy diferente...
Para afrontar tal situación es preciso ejercer
un apostolado de carácter esencialmente
religioso, que atraiga la gracia divina. Y con
el auxilio de esta, un apostolado que toque
realmente las almas, las inteligencias, las
voluntades, para alcanzar verdaderas
conversiones. Y a partir de estas, algo podrá
lograrse. Ahora bien, tales conversiones son
evidentemente difíciles en épocas de inmoralidad
generalizada, pues la gente está muy apegada a
las ventajas aparentes que ella les trae. Y, por
lo tanto, estarán poco propensas a abandonar la
mala vida.
Apóstoles auténticos
Para descender a los aspectos más recónditos del
problema con miras a su plena solución, es
necesaria la presencia de apóstoles como
aquellos recomendados por Don Chautard en su
famosa obra "El alma de todo apostolado".
Apóstoles dotados de vida interior verdadera,
deseosos del Reino de Dios antes que todas las
cosas, y de la realización de la voluntad y de
los designios divinos, así en la tierra como en
el Cielo. Apóstoles que arrastren por el ejemplo
y muevan por la palabra a la población,
elaborando las leyes del Estado conforme a las
de Dios. Y, así, consigan modificar el proceder
de las personas. En suma, surgiendo auténticos
apóstoles, podrán estos con su actuación tocar
verdaderamente las almas, las cuales,
correspondiendo a la gracia, se convertirán.
Y para convertirse, el hombre contemporáneo
deberá ser dócil a la recomendación de Nuestra
Señora de Fátima a la humanidad, en 1917, a
saber: penitencia y oración.
NOTAS
[1]
Excertas de conferencia
proferida por el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira en
4 de diciembre
de 1993
para socios y cooperantes de la TFP.
Adaptado y publicado originalmente, en português, en
Catolicismo N° 518, febrero de 1994.
Traducción al español
y adaptación por "Tradición
y Acción por um Perú Mayor" [Nota
del traductor:
Hemos hecho algunas adaptaciones del texto
para hacerlo más compatible con el lenguaje
escrito, pues se trata de comentarios verbales
no revisados por el expositor. Asimismo,
suprimimos algunos trechos que quedaban fuera
del contexto actual latinoamericano].
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