Una de las reinas más fascinantes de la historia
vivió sus últimos días en la prisión de la
Conciergerie. Habiendo sido ya condenada a la
pena capital, fue dejada allí a esperar la
ejecución de la sentencia. Por tanto, fue de esa
prisión que salió para ser guillotinada.
Cuando se visita ese lugar, —el famoso “cachot” (mazmorra)—,
se siente la dureza implacable de su condena a
muerte. Arrastrar hasta esa mazmorra aquella reina,
una flor de civilización, de gracia, y en alguna
medida de tradición católica, y de allí conducirla a
la muerte, sólo era posible por el odio
revolucionario.
En la mazmorra no había nada que significara el
deseo de hacerle un poco más leve esas últimas
horas. Por ejemplo, consentir que hubiera en el
lugar un crucifijo, una imagen sonriente de Nuestra
Señora, o un mueble que al menos permitiese a su
cuerpo exhausto descansar un poco de sus dolores y
de sus
inquietudes.
Umbræ mortis circundederunt me, las sombras
de la muerte me rodearon, dice la Sagrada Escritura.
Era muy comprensible que, en esas circunstancias,
bajo las sombras de la muerte, pudiese encontrar al
menos una cómoda butaca donde sentarse. Pues no,
sólo disponía de un catre para dormir.
No me acuerdo en qué historiador leí la siguiente
descripción: Por la mañana, como la pequeña ventana
del calabozo no tenía cristal se despertó muy
temprano. Un día feo, con pesadas nubes. Alguien la
vio recostada de lado con la cabeza apoyada en una
de las manos, mientras oía a lo lejos los tambores
provenientes de diversas patrullas de la guardia
republicana que existían en todos los barrios de
París. El resonar de los tambores era para despertar
al pueblo convocándolo a la plaza, hoy denominada
absurdamente plaza de la Concordia, a fin de asistir
a la decapitación de la reina.
Ella lo sabía y oía esos tambores de odio llamando a
la población para asistir al regicidio.
Quizás en esos momentos ella se acordase de su
espléndida Schönbrunn natal, el Palacio Imperial de
Viena en el que residió, tal vez de Hofburg, otro
majestuoso palacio de la familia, o de un que otro
lugar encantador de Austria, de tapicerías, muebles
estupendos, reverencias. Y de todo lo que compuso el
ambiente fabuloso de su vida en la patria que ya no
vería.
En seguida el odio revolucionario que crece, una
tempestad que se forma y rayos que se descargan.
En ese sentido es expresivo el dibujo de ella,
sentada en el carro que la conducía a la guillotina,
de autoría de Jacques Louis David, que asistió a la
escena.
NOTAS
[1]
Excertas de conferencia
proferida por el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira en
12 de abril
de 1989
para socios y cooperantes de la TFP.
Adaptado y publicado originalmente, en português, en
"Catolicismo". Traducción al español por "Periscopio".
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