Plinio Corrêa de Oliveira

Ambientes, Costumbres, Civilizaciones

Maria Antonieta, Reina de Francia

Víctima del implacable odio revolucionario

 

"Catolicismo" N.º 643, Julio de 2004 [1]

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A D V E R T E N C I A

Este texto es transcripción de cinta grabada con la conferencia del profesor Plinio Corrêa de Oliveira dirigida a los socios y cooperadores de la TFP. Conserva, por tanto, el estilo coloquial y hablado, sin haber pasado por ninguna revisión del autor.

Si el profesor Plinio Corrêa de Oliveira estuviera entre nosotros sin duda pediría que fuera colocada una explícita mención a su filial disposición de rectificar cualquier eventual discrepancia en relación al Magisterio inmutable de la Iglesia. Es lo que hacemos constar, con sus propias palabras, como homenaje a tan escrupuloso estado de espíritu:

“Católico apostólico romano, el autor de este texto se somete con filial ardor a las enseñanzas tradicionales de la Santa Iglesia. No obstante, si por lapso, algo en él hubiera en desacuerdo con dichas enseñanzas, desde ya y categóricamente lo rechaza”.

Las palabras “Revolución” y “Contra-Revolución”, son aquí empleadas en el sentido que se les da en el libro “Revolución y Contra-Revolución”, cuya primera edición apareció publicada en el número 100 de la revista “Catolicismo”, en abril de 1959.

Una de las reinas más fascinantes de la historia vivió sus últimos días en la prisión de la Conciergerie. Habiendo sido ya condenada a la pena capital, fue dejada allí a esperar la ejecución de la sentencia. Por tanto, fue de esa prisión que salió para ser guillotinada.

 Cuando se visita ese lugar, —el famoso “cachot” (mazmorra)—, se siente la dureza implacable de su condena a muerte. Arrastrar hasta esa mazmorra aquella reina, una flor de civilización, de gracia, y en alguna medida de tradición católica, y de allí conducirla a la muerte, sólo era posible por el odio revolucionario.

 En la mazmorra no había nada que significara el deseo de hacerle un poco más leve esas últimas horas. Por ejemplo, consentir que hubiera en el lugar un crucifijo, una imagen sonriente de Nuestra Señora, o un mueble que al menos permitiese a su cuerpo exhausto descansar un poco de sus dolores y de sus inquietudes. Umbræ mortis circundederunt me, las sombras de la muerte me rodearon, dice la Sagrada Escritura. Era muy comprensible que, en esas circunstancias, bajo las sombras de la muerte, pudiese encontrar al menos una cómoda butaca donde sentarse. Pues no, sólo disponía de un catre para dormir.

 No me acuerdo en qué historiador leí la siguiente descripción: Por la mañana, como la pequeña ventana del calabozo no tenía cristal se despertó muy temprano. Un día feo, con pesadas nubes. Alguien la vio recostada de lado con la cabeza apoyada en una de las manos, mientras oía a lo lejos los tambores provenientes de diversas patrullas de la guardia republicana que existían en todos los barrios de París. El resonar de los tambores era para despertar al pueblo convocándolo a la plaza, hoy denominada absurdamente plaza de la Concordia, a fin de asistir a la decapitación de la reina.

Ella lo sabía y oía esos tambores de odio llamando a la población para asistir al regicidio.

 Quizás en esos momentos ella se acordase de su espléndida Schönbrunn natal, el Palacio Imperial de Viena en el que residió, tal vez de Hofburg, otro majestuoso palacio de la familia, o de un que otro lugar encantador de Austria, de tapicerías, muebles estupendos, reverencias. Y de todo lo que compuso el ambiente fabuloso de su vida en la patria que ya no vería.

En seguida el odio revolucionario que crece, una tempestad que se forma y rayos que se descargan.

En ese sentido es expresivo el dibujo de ella, sentada en el carro que la conducía a la guillotina, de autoría de Jacques Louis David, que asistió a la escena.


 NOTAS

[1] Excertas de conferencia proferida por el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira en 12 de abril de 1989 para socios y cooperantes de la TFP. Adaptado y publicado originalmente, en português, en "Catolicismo". Traducción al español por "Periscopio".