El túmulo de piedra de
Philippe
Pot, senescal de Borgoña (siglo XV). Armado de
pies a cabeza, de manos puestas en actitud de
oración, el guerrero parece estar apenas
descansando, a espera de las claridades de la
resurrección
(Museo del Louvre) El día de los fieles difuntos representa para
nosotros mucho e, incluso, muchísimo. Porque es
por excelencia el día en el cual rezamos por
todos los fieles y todas las almas que por
ventura están en el Purgatorio. Pero es también
el día en que la Iglesia –con aquel tacto que
les propio y que tiene cualquier cosa de
absolutamente inconfundible‒ nos recuerda la
realidad de la muerte.
Ella parece abrir un precipicio bajo nuestros
pies y nos hace ver una multitud de almas que se
encuentran en estado de pena, de sufrimiento. Y,
por otro lado, la miseria de la muerte, la
destrucción de la muerte, la aniquilación de la
muerte, la miseria del alma cuando no va
directamente al Cielo.
Sería muy bonito ver en la liturgia de Difuntos
las frases de Jo, las lamentaciones que
recuerdan al hombre llevado al borde de la
locura y que después entra por las fauces de la
muerte, enteramente aislado, en que los huesos
se calcificaron, la carne se hizo polvo, y la
miseria de la criatura pecadora puesta en una
atmosfera de punición, esperando la misericordia
de Dios y la misericordia de los vivos. Eso hace
muy bien.
De vez en cuando debemos meditar sobre la muerte,
para que comprendamos lo que hay de
profundamente real en aquella advertencia que el
sacerdote hace a los fieles el Miércoles de
Ceniza: “recuerda que eres polvo, y en polvo te
convertirás“. No somos otra cosa que polvo y
volveremos a ser polvo.
Eso nos hace dar una dimensión exacta a todas
las cosas de esta vida. Todos nosotros, en este
momento, podemos estar movidos por deseos muy
diversos. ¿Pero que son esos los verdaderos
deseos, cuando uno calcula lo que uno es? ¡Es
una cosa tremenda!
La muerte puede sobrevenirnos en cualquier
momento
La meditación sobre la muerte es benéfica para
crear desapegos, humillar orgullos y hacer
comprender que podemos ir de un momento a otro
ante el juicio de Dios - [Portada del Juicio
Final - Catedral de León]
Si soy algo tan inconsistente; si un coágulo que
parte de mi talón puede acabar con todos mis
deseos, todas mis aspiraciones, todos los
movimientos que tengo en relación a las cosas de
esta vida; si soy tan, tan débil que, en último
análisis, sé que moriré; cuando paso por un
cementerio, veo que allí mi destino está fijado:
es volverme polvo.
Pregunto: ¿no es buena esta meditación para
refrigerar muchos ardores, para crear muchos
desapegos, para humillar mucho orgullo y hacer
comprender que nosotros podemos comparecer de un
momento a otro ante el juicio de Dios vivo? ¡De
un momento a otro! Porque, ¿quién de nosotros
sabe llegará a casa hoy? ¿Quién de nosotros sabe
si dentro de una hora no estará siendo juzgado
por Dios? ¿Y que no estará siendo quemado por
las llamas del Purgatorio?
Ahora, sin esas incertidumbres la vida no tiene
ninguna grandeza. Nada es bello, nada en la vida
es atractivo, a no ser con un paño mortuorio
como fondo. Porque es sólo por el contraste que
el hombre conoce el valor de las cosas esta
vida. Y es sólo por el contraste en con esta
miseria fundamental, que uno comprende como todo
cuanto queremos aquí, en esta vida, es poco, y
que la grandeza de otro destino nos espera.
La “civilización” moderna tiene pavor al luto
porque en el fondo, tiene miedo de morir. Y por
eso no quiere el luto
Nosotros debemos encarar la muerte con serenidad,
con grandeza, inclusive en lo que ella tiene de
aflictivo y de tremendo.
Existe una miseria grandiosa de la muerte, por
donde uno podría decir lo siguiente: el ser
inteligente, capaz de morir, capaz de pasar por
tan gran catástrofe, tiene una tal capacidad de
grandeza, que ciertamente otra vida y otro
destino lo esperan. Y en eso entonces,
comprender bien toda nuestra grandeza.
Rezar por las almas del purgatorio por las
cuales nadie reza.
Esta es la lección que los muertos nos dan y que
la muerte nos da. Es una lección de profundidad,
una lección de fuerza de alma, una lección de
coraje, una lección de grandeza, que es
incomparable.
Antiguamente había reportajes que describían la
muerte de alguna persona, y decían: “por fin,
expiró y la majestad de la muerte revistió sus
trazos”. Era una idea muy bonita.
Recemos por las almas del Purgatorio que más
estén abandonadas y por las cuales nadie reza;
almas que tal vez tengan mil años que cumplir
todavía, en el fuego, etc. y que nadie reza por
ellas. Recemos por ellas y pidámosles que nos
obtengan la comprensión, el amor y el entusiasmo
por todas las sombras con que la muerte
enriquece la estética del Universo y los
panoramas verdaderos de la vida humana.
NOTAS
[1]
Excertas de conferencia
proferida por el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira en
02 de noviembre de
1966
para socios y cooperantes de la TFP.
Traducción al español por
"Acción Familia", con adaptaciones de este sítio.
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