Un ambiente no puede ser moralmente indiferente
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El autor del presente documento, dirigió
personalmente la decoración de la sede
del Instituto Plinio Corrêa de Oliveira
en São Paulo, Brasil, en la que destaca
la sala que se ve arriba, destinada a la
conversación. |
La intemperancia o la templanza de un autor no
solo se nota en el hecho de explotar o no
explotar el nudismo. El ritmo de una música
puede, en sí mismo, ser lascivo; como la
combinación de ciertos perfumes o la
complicación de ciertos sabores. La falta de
juicio no se expresa solo por el sentido de las
palabras, sino por el gesto desaliñado, por la
extravagancia de las líneas o colores de un
traje, de un mueble, de un edificio.
En este punto, como en otros, el hombre está
sujeto al error y puede tachar de voluptuosas o
desatinadas a cosas que solo le parecen tales
porque no está acostumbrado a ellas; sin
embargo, cierta voluptuosidad o extravagancia
puede estar realmente en la cosa producida o
fabricada por un hombre voluptuoso o
extravagante.
Cuando estamos en presencia de un “ambiente”,
precisamente porque expresa un estado de alma,
debemos tener en cuenta que no puede ser
moralmente indiferente: o será bueno y
favorecerá a las almas en la consideración y
asimilación de Dios; o será malo y actuará en
sentido contrario.
Esto es lo que se puede decir de la honestidad o
deshonestidad natural de los ambientes. ¿Es
lícito dar un paso más y hablar de ambientes
específicamente cristianos? Nos parece que sí.
El alma humana, tocada por la gracia, adquiere
una perfección sobrenatural que a veces se
refleja en el rostro. La hagiografía abunda en
testimonios de ello. La Transfiguración, ¿qué
fue sino esto? Ahora bien, la pintura y la
escultura pueden expresar algo de ello. Y
ciertos edificios, en los que se encuentran
estas esculturas y vitrales, tienen tal armonía
con ellos, que parecen expresar a su manera la
misma irradiación del alma humana místicamente
incorporada a Nuestro Señor Jesucristo. El
heroísmo de los cruzados era típicamente
cristiano y, por lo tanto, diferente del
heroísmo meramente natural de un legionario
romano. ¿Es posible considerar el ambiente
formado en un paisaje por un imponente castillo
medieval, sin tener la impresión de que algo
típicamente cristiano toca nuestra alma?
El ambiente expresa el estado de espíritu
dominante
Cuando la vida social de las almas es regular e
intensa en un determinado grupo humano —una
familia, digamos, o una sociedad—, se constituye
en él una especie de alma colectiva, es decir,
un conjunto de convicciones, algunas de las
cuales se valoran como particularmente
importantes. Por consiguiente, una mentalidad
colectiva, un estado de espíritu común que
ejerce una influencia especialmente fuerte en
todos los miembros. El vocabulario en este grupo
se define por el uso más insistente de ciertas
palabras o expresiones que a veces adquieren una
tonalidad específica dentro del grupo. No es
raro que aparezcan incluso neologismos.
Por otra parte, la forma de vestir, de hablar,
de comportarse, todas las preferencias
personales tienden a recibir la marca de los
principios comúnmente aceptados, y especialmente
los que son dominantes. Finalmente, el ambiente
material se satura con esta influencia y poco a
poco el cuadro físico —el hogar familiar, la
sede social, etc.— se va transformando hasta que
él mismo llega a expresar el espíritu dominante.
Varias sociedades menores, formando entre ellas
una sociedad de sociedades —un conjunto de
familias en una ciudad, digamos—, pueden
mantener una especie de comunicación espiritual
común, que forma el ambiente más genérico, pero
no menos afirmativo, de la vida en la ciudad. El
florecimiento de un conjunto de vocablos, de
trajes, de hábitos locales, la producción de
obras artesanales marcadas por el estado de
espíritu local y hasta de influencias artísticas
nítidamente locales, todo ello es el resultado
de una sociedad espiritual armónica, definida y
activa. Por supuesto, podríamos subir así de la
ciudad a la región, de esta al país, y de este a
su vez a las grandes áreas de cultura y de
civilización.
Sin entrar en el inagotable debate sobre el
sentido de civilización, de cultura, de estilo
artístico, llamemos aquí cultura social al
estado de espíritu colectivo, al alma colectiva,
al menos tal como es fecundada y ordenada por el
trabajo intelectual y tal como existe como nota
característica que también marca el trabajo
intelectual. Llamemos civilización al conjunto
de instituciones, leyes, costumbres, en fin toda
la forma de ser colectiva, mientras esté
enmarcada por la cultura. Y llamemos estilo a
las manifestaciones del arte, mientras estén
enmarcadas por la cultura, y, por lo tanto,
necesariamente afines a la civilización.
Llamemos ambiente social a la impresión de
conjunto ejercida sobre el observador por la
acción armónica de la civilización, de la
cultura y del estilo, la transparencia definida,
fuerte, inequívoca del estado de alma y de los
principios doctrinarios que son lo que aquella
sociedad de almas tiene de más intrínseco.
La función contemplativa del hombre se ejerce
apoyada en el ambiente, la cultura, el estilo y
la civilización
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Boda en Croacia vistiendo trajes
típicos. El florecimiento de vocablos,
trajes, hábitos, artesanías locales, es
el resultado de una sociedad espiritual
armónica, definida y activa. |
En este sentido, podemos y debemos decir que el
ambiente, la cultura, el estilo, la
civilización, es decir, los bienes
intrínsecamente más altos de la sociedad humana,
son el producto de la vida social como sociedad
de almas. Estos bienes son indispensables para
el modo habitual de ser de las almas, y
justifican por sí mismos, independientemente de
otros argumentos —todos legítimos, por cierto—
la existencia de la sociedad. Porque nadie puede
concebir una convivencia humana que no tienda,
por su propio dinamismo, a producir estos
bienes. Ni puede concebir condiciones de vida
normales para el alma fuera de todo lo que puede
llamarse ambiente, cultura, estilo y
civilización.
En el mismo sentido, también debemos decir que
la función contemplativa del hombre en esta
tierra
—aprendizaje, prueba y presagio de su función
eterna en el cielo— se ejerce normalmente con
apoyo en el ambiente, la cultura, el estilo y la
civilización. Porque es con la ayuda de todo
esto que el hombre mejor y más adecuadamente
asimila o rechaza los diversos aspectos de su
entorno.
Aún en este orden de ideas, debemos agregar que
la formación del ambiente, de la cultura, del
estilo, de la civilización, constituyen, aunque
típicamente productos espirituales, son objetos
propios de la sociedad temporal. Porque es esta
última noción la que nos permitirá continuar
nuestras reflexiones, llegando a una perspectiva
muy amplia, de las relaciones entre la Iglesia y
la sociedad civil.
Las características de la mentalidad humana
penetran armoniosamente en el ambiente
Pero antes de llegar a este punto, consideremos
en sus relaciones mutuas los aspectos
espirituales y materiales de la vida temporal.
¿De qué manera las actividades atinentes a la
formación del ambiente, de la cultura, del
estilo, de la civilización se relacionan con las
demás actividades cuyo contexto forma la vida
cotidiana de los hombres y las sociedades?
Consideremos el tema en la limitada esfera de
una familia. Por más ambiente que tenga, por más
intensa que sea su vida social espiritual, sería
un error imaginar que cada una de sus
actividades está dirigida por una preocupación
totalmente consciente, definida e intencional,
de formar un estado de espíritu y de definirlo.
Mucho de esto se hace con la naturalidad y la
despreocupación con que el cuerpo respira o la
sangre circula por las venas. Al fabricar un
mueble, confeccionar una cortina o elegir un
cuadro, las preocupaciones conscientes de
naturaleza absolutamente práctica, de carácter
enteramente circunstancial, pueden incluso
desempeñar un papel preponderante.
Todo esto, no obstante, las fuerzas más
profundas del alma también cooperarán y dejarán
su huella en el acto, sin que, muchas veces, la
misma persona que fabrica el mueble, que elige
la cortina o el cuadro, lo perciba. Son
vigorosas afinidades naturales y sin embargo tan
discretas, entre los múltiples objetos
adquiridos sucesivamente por las diferentes
generaciones de una familia. Y que coexisten en
la misma casa, cuyas características, aunque
reales y palpitantes de la atmósfera doméstica,
a veces solo las personas ajenas a la casa son
capaces de notar.
Esto explica la formación de los estilos.
Ninguno de ellos es producto de una comisión,
sino del trabajo de toda una sociedad. Los
artistas no son propiamente los creadores del
estilo en uso en una sociedad, sino sus
intérpretes, sus propulsores en la línea en que
se va desarrollando la propia mentalidad social.
Eso también explica que en los estilos
verdaderamente producidos por una sociedad, lo
práctico y lo bello, los elementos de utilidad
física y las características de expresión mental
están tan armoniosamente fundidos.
La vida propiamente mental está tan íntimamente
entrelazada, tan profundamente embebida, tan
indisolublemente entrañada en la vida material,
como el alma en el cuerpo. Y es en esta
interpenetración que la cordura y la
autenticidad de uno y otro están garantizadas.
La sociedad temporal debe crear condiciones para
el progreso espiritual y material
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Los estilos artísticos no son la
producción de un equipo de artistas,
sino la obra de una sociedad entera. |
¿Cuál de estas actividades —la utilitaria o la
mental— es la más importante en la vida
temporal? Concretamente, esto equivaldría a
preguntarse, cuando en una familia se adquiere
un objeto, digamos, un armario, ¿qué es más
importante: que sirva para guardar ropa, o que
por su aspecto acentúe el poder de expresión del
ambiente material del hogar? En un país, al
edificar un Palacio de Justicia, qué es más
importante, su utilidad práctica para el
funcionamiento de los órganos de la judicatura,
o la majestad y gravedad con que debe penetrar
el ambiente judicial y expresar la naturaleza
más intima de la función de juzgar.
Cuando un objeto debe tener por su naturaleza
dos atributos, ambos esenciales, si falta uno,
no vale nada. En lugar de elegir entre el
armario materialmente útil y el
“espiritualmente” útil; o en lugar de elegir
entre el palacio solo materialmente adecuado y
el palacio solo espiritualmente adecuado, sería
el caso de empezar por rechazar uno y otro.
El hombre tiene el derecho y el deber de ser lo
suficientemente exigente como para no
conformarse con un objeto que presta un mal
servicio a su alma o a su cuerpo.
No queremos, sin embargo, escapar a la cuestión
que acabamos de formular. El fin inmediato,
propio y natural de un armario no consiste en
ser una especie de condensación de doctrina o
mentalidad. En este sentido, es más importante
que guarde convenientemente la ropa. Pero como
el servicio prestado al alma vale más que el que
se presta al cuerpo, en cierto sentido, la
función educativa de un mueble es más importante
que su aspecto práctico.
Lo mismo debería decirse de la sociedad temporal
en su conjunto. Su situación no puede
considerarse normal a menos que proporcione
condiciones satisfactorias de existencia y
progreso tanto para el alma como para el cuerpo.
La influencia recíproca entre las dos esferas
hará incluso que los progresos alcanzados en
cada una de ellas tengan un efecto favorable
sobre el dinamismo propio de la otra.
Cualitativamente, sin embargo, es verdad que los
beneficios del espíritu son más importantes que
los de la materia. Y por esta razón, aunque le
pese a cierta mentalidad moderna, es más
importante para un país tener su propia cultura,
su propio estilo, costumbres, instituciones,
leyes en consonancia con el ambiente nacional,
que una eximia canalización de agua potable y
alcantarillado.
La Atenas de Pericles brillará para siempre en
el firmamento de la historia. La Atenas de hoy,
incomparablemente superior a la otra en cuanto a
comodidad material de vida, ¿qué recuerdo dejará
en el futuro?
La sociedad temporal ejerce una función
ministerial al servicio del orden sobrenatural
Se trata ahora de definir las relaciones entre
las funciones de la sociedad temporal, que
acabamos de describir, y la religión.
La Iglesia enseña que la vida terrenal debe ser
comparada con un noviciado. El novicio debe
adquirir los conocimientos y las virtudes que lo
hacen apto para la vida religiosa. El hombre
debe adquirir en la vida terrenal los
conocimientos y las virtudes que lo hacen apto
para el cielo.
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Palacio de Justicia de Bruselas |
Por virtud se entiende el hábito de obrar según
la recta razón. Esto supone un conocimiento de
los dictámenes de la recta razón. Las
operaciones a las que se refieren estos
dictámenes no son solo exteriores, sino también
interiores. Cualquier acto meramente interior
del hombre, siempre que tenga el consentimiento
de la voluntad, es susceptible de ser virtuoso o
no, dependiendo de si está de acuerdo o no, con
la recta razón. La sociedad temporal espiritual
está dotada de una poderosa acción sobre el
hombre para llevarlo a realizar actos interiores
o exteriores conformes con la razón. Por lo
tanto, puede ser un medio útil para salvar o
perder.
Las más elevadas manifestaciones de la vida
temporal están, por su propia naturaleza, en el
corazón del problema de la salvación y no pueden
ser de ninguna manera ajenas a ella. No es solo
a través de las leyes que favorecen a la Iglesia
verdadera y reprimen el error, que la sociedad
temporal puede servir a la salvación. Es por las
mil actividades espirituales que constituyen lo
mejor que ella tiene, es decir, el hecho de ser
una sociedad de almas, sin la cual ni siquiera
sería una sociedad.
Ocurre, por lo tanto, con la sociedad temporal —mutatis
mutandis— lo mismo que con la familia, una
sociedad que también es natural y temporal, pero
destinada por lo que tiene de más visceral, a
actividades que coinciden con las de la Iglesia.
Dada esta profunda interpenetración de campos,
deseada por la Providencia, sería absurdo
suponer que Dios no quisiera una cooperación
entre la sociedad temporal y la Iglesia. Es más,
que en esta cooperación entre dos sociedades
intrínsecamente desiguales, lo temporal, lo
natural, lo perecedero no estuviera en una
posición ministerial en relación con lo
espiritual, lo sobrenatural, lo eterno; el fin
próximo en relación con el fin último.
Hay suficiente base en estas consideraciones
para ir más allá, sosteniendo que la sociedad
temporal, máxime como sociedad de almas, no
alcanza su perfección sino mediante el
Magisterio y la gracia de la cual la Iglesia es
la depositaria. Pero esto nos llevaría lejos de
nuestro tema.
La Iglesia logra sus mayores frutos en un
ambiente católico
La sociedad temporal, tanto como la familia,
aunque a su manera, tiene una función de
apostolado que debe ejercerse en la propia
esfera temporal, bajo la inspiración y el
magisterio de la Iglesia.
¿Cuál es la importancia real de su contribución
en la obra de la salvación? Se trata, por
supuesto, de una contribución de carácter
meramente natural, ya que solo la Iglesia es una
sociedad sobrenatural. Dicho esto, se puede
afirmar que tal importancia es inmensa. La
Providencia quiso que el ambiente de una
familia, de una sociedad cultural, profesional,
recreativa o de cualquier otra índole, el
ambiente de una ciudad, de una provincia, de un
país, ejerciera sobre el hombre una profunda
influencia natural, de la que, es cierto, puede
liberarse con el auxilio de la gracia, si tal
influencia es mala, pero que en todo caso actúa
en su intimidad poderosamente. La prueba de esto
está en la evidencia de los hechos. Donde las
leyes, las instituciones, las costumbres, la
cultura, el estilo, la civilización constituyen
un ambiente profundamente católico, la acción
específica de la Jerarquía eclesiástica logra
habitualmente grandes frutos, y la acción de los
sacramentos, de la predicación, la irradiación
de la santidad de los ministros de Dios mueve a
las multitudes. Donde por el contrario todo se
opone a ello, las dificultades para la acción de
la Jerarquía se vuelven inmensas. Son vencibles,
por cierto, porque para Dios nada es imposible.
Pero actúan en sí mismas de manera desfavorable.
Esto explica por qué países enteros han caído
repentinamente en la herejía, como Inglaterra o
las naciones escandinavas: todo el ambiente
tenía solo una aparente nota de catolicidad. Lo
que realmente dominaba era la indiferencia y la
tibieza.
Lo contrario podría alegarse con la gran
expansión de la Iglesia bajo las persecuciones y
su aflojamiento después de Constantino. Pero el
argumento es intrínsecamente tan débil que nos
hace sonreír. ¿Quién puede admitir que la Esposa
Mística de Cristo solo es fecunda cuando se la
trata a latigazos… que sus verdaderos
benefactores son los Nerones y los Dioclecianos,
y sus verdaderos perseguidores san Luis de
Francia, san Fernando de Castilla o san Enrique
de Alemania?
Noción de sociedad temporal sacral
La sociedad temporal, querida por Dios y
ordenada por Él, al realizar en sí misma una
obra que es de santificación, es una sociedad
santa que tiene una función sagrada. Sigue
siendo una sociedad completamente natural como
la familia, y tanto como ella, es influenciada a
fondo por la vida sobrenatural que bulle en sus
miembros. Sociedad santa y sagrada como lo es la
familia cristiana, a la que la designación de
santa le es tan apropiada, que incluso su
vínculo constitutivo es un sacramento instituido
por el mismo Jesucristo.
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Carlomagno |
Sacro Imperio, santa Rusia, santa Francia fueron
una vez designaciones comunes y perfectamente
legítimas. Nadie se sorprendió de que el óleo
sagrado sirviera como un sacramental para ungir
a los reyes, que su investidura en el supremo
poder temporal tuviera lugar durante la misa, en
una función esencialmente religiosa, con la
participación del Clero; que la cruz de Cristo
brillara sobre el símbolo del poder temporal,
que era la corona; o que el título más honroso
del supremo poseedor del poder temporal fuera un
título religioso: Sacra Majestas, Rex
Apostolicus, Rex Christianissimus, Rex
Catholicus, Rex Fidelissimus, Defensor
Fidei
[1]. Y a nadie le sorprendió
que los duques de Lorena —que se presumían reyes
de Jerusalén— estuvieran ceñidos con una corona
cuya diadema estaba hecha de espinas, o que el
rey de Lombardía tuviera en su corona de hierro
un clavo de la Pasión de Cristo. Todos estos
hechos atestiguaban el carácter sagrado de la
sociedad temporal y, por lo tanto, del poder
temporal, aunque este era distinto de la
Jerarquía eclesiástica.
Así llegamos a la noción de la sociedad temporal
ministra de la Iglesia, que abre amplias
perspectivas para la noción de la sociedad
temporal sacral.
Nos parece que —si todos los que se interesan
por el problema de las relaciones entre la
sociedad temporal y la Iglesia tuvieran claro en
su espíritu que la palabra temporal incluye a
título capital inmensos valores espirituales, y
cuáles son ellos— les sería más fácil comprender
la ministerialidad de lo temporal.
Nota de la Redacción
[1] Estos
títulos tan significativos correspondían a los
principales monarcas de la vieja Europa: Majestad Sagrada, título que correspondía al
emperador del Sacro Imperio Romano Germánico; Rey Apostólico, al rey de Hungría; Rey Cristianísimo, al rey de Francia; Rey Católico, al rey de España; Rey Fidelísimo, al rey de Portugal; y, Defensor
de la Fe, al rey de Inglaterra.
[2] Traducción y adaptación por "El
Perú necesita de Fátima - Tesoros de la Fe".
(*)
La primera parte de esta materia puede ser
vista
aquí. |