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Fragmento del mosaico
bizantino de la Natividad, en la Iglesia de Martorana - Palermo,
Sicília |
"Lux in tenebris lucet”:
(La Luz brilló en las tinieblas) fue con estas palabras (San Juan.
1, 5), que el Discípulo amado anunció para su tiempo y para los
siglos venideros el gran acontecimiento que celebramos en este mes.
Fórmula sintética, sin
duda, pero que expresa el contenido inapreciablemente rico, del gran
hecho: había tinieblas por todas partes, y en la oscuridad de esas
tinieblas se encendió una Luz.
Por eso la Santa Iglesia
afirma con estas palabras proféticas de Isaías su júbilo en la noche
de Navidad: “La Luz brillará hoy sobre nosotros, porque nos
nació el Señor. Su Nombre es admirable, Dios, Príncipe de la Paz,
Padre del siglo futuro, y Su reino no tendrá fin” (Is. 9, 2
e 6).
¿Cuál es la razón de estas
metáforas? ¿Por qué luz? ¿Por qué tinieblas?
Los comentaristas son
unánimes en afirmar que las tinieblas que cubrían la tierra cuando
el Salvador nació eran la idolatría de los gentiles, el escepticismo
de los filósofos, la ceguera de los judíos, la dureza de los ricos,
la rebeldía y el ocio de los pobres, la crueldad de los soberanos,
la avidez de ganancias de los hombres de negocios, la injusticia de
las leyes, la conformación defectuosa del Estado y de la sociedad,
la sujeción del mundo entero a la prepotencia de Roma. Fue en la más
profunda oscuridad de esas tinieblas que Jesucristo apareció como
una Luz.
¿Cuál es la misión de la
luz? Evidentemente disipar la tinieblas. De hecho,
las tinieblas
fueron retrocediendo poco a poco, dando lugar a la Civilización
cristiana, que fue, a pesar de los defectos inherentes a cuanto es
humano, un auténtico Reino de Cristo en la tierra.
Se diría que volvimos al
punto de partida, pues el cuadro que trazamos del mundo antiguo
podría fácilmente aplicarse al mundo de hoy, apenas cambiando el
nombre de Roma, por Washington y Moscú. Esas son las tinieblas. ¿Y
la luz? La luz es Jesucristo, y la luz somos nosotros, pues “christianus
alter Christus”.
¿Cómo actuar para disipar
las tinieblas? Como hizo Jesucristo que fue la luz por excelencia.
¿Concretamente cómo? ¿Qué métodos emplear?
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Ángeles en la Iglesia de San Marcos de
Venecia - mosaico bizantino de fines del siglo XI |
Los “optimistas” tienen
uno preferido: el de las concesiones. Para ellos el hombre
contemporáneo no es sino un chico travieso, pero bueno en el fondo,
que sólo tiene un punto difícil: es irritable. Lejos de practicar
todos los mandamientos, la culpa no es principalmente suya, sino de
los que no lo supieron comprender. En vez de haberlo irritado con
dogmas, preceptos, penas, se debería haberle nutrido con la miel
suave de las concesiones, y de las sonrisas. Porque no se entendió
esto y, como él es irritable y algún tanto travieso, ahí lo tenemos
rompiendo iglesias, desencadenando guerras, multiplicando
revoluciones. La curación consistirá en ablandarlo.
¿Concesiones? ¿Pero qué
conceder? Bien entendido, no lo esencial, sino lo accidental.
Ante todo, no hay que
decir las cosas claramente, porque “puede irritar”.
Castidad, sí. Pero
pronuncie la palabra bien bajito; sólo cuando sea esencial,
indispensable; o mejor, renuncie a hacer uso de ella por mucho
tiempo.
¿Obediencia al magisterio
de la Iglesia? Sí, sin duda. Pero no hable propiamente de
obediencia, ni propiamente de magisterio: podríamos irritar al
chico. Mejor sería hablar vagamente de fe.
¿Pecado? No es un término
conveniente: hable mejor de debilidad, de lapso, de desliz. Y
cuidado: es necesario hablar sobre esto sonriendo.
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Ángeles en la Iglesia de San Marcos de
Venecia - mosaico bizantino de fines del siglo XI |
¿Infierno? ¿Para qué? Si
nuestro chico se da cuenta de que puede ir allí, acabará por sentir
un terrible odio contra Dios. Hay en el Evangelio algunas
referencias a este asunto. Pero es que los publicanos oyeron hablar
de esto, y les hacía bien. Nuestro chico, por el contrario, es
emancipado e hizo varias “tomas de conciencia”. Él se rebelaría.
Dejemos el asunto para más tarde, será más prudente.
Todo esto sobre el modo de
enunciar la doctrina. En cuanto al modo de aplicarla, las cosas van
más lejos. Es necesario ceder en materia de faldas cortas, de trajes
de baño, de promiscuidad sexual; es necesario ceder en materia de
danzas lascivas, de actitudes provocativas, de novelas y películas
inmorales; es necesario ceder en materia de existencialismo, y de
cualquier otra moda ideológica que represente un pasajero capricho
del chico. Porque lo contrario puede irritarle pavorosamente.
De concesión en concesión,
se llega aún más lejos. ¿Es bien cierto que hay mal en todo esto?
Existen en este asunto las capitulaciones implícitas. Se proclama
que no hay mal en el noviazgo, pero no se distingue entre el
noviazgo hecho en tiempo oportuno y modos decentes con vistas al
matrimonio, y todos los demás estilos de noviazgo. Se dice que no
hay mal en las faldas cortas, pero se evita decir lo que se entiende
por “corto”. Se sostiene que no hay mal en usar trajes de baño, pero
se evita recordar que la inmensa mayoría de los trajes usados es
mala. Se dice que, en sí, bailar no es pecado, pero se evita añadir
que hoy en día la mayor parte de las danzas son peligrosas. Verdades
de Perogrullo que llevan al equívoco, todo para no irritar al chico.
Y a veces se va más lejos
todavía. Cautelosamente, se acaba confesando que la Iglesia
evolucionará... ¡porque, si no, el chico es capaz de hacer cosas
horribles! Pero, bien entendido, el chico es muy bueno. El que
representa al demonio no es él, sino los retrógrados, los
malhumorados, los reaccionarios, que tienen la manía maldita de la
lógica, de la coherencia, de las ideas claras, de las posiciones
nítidas. Con estos, sí, hay que ser inflexible, combativo,
intransigente, pues de lo contrario... el mundo se transformará en
un gran convento donde no cabrá el chico... es decir, ¡en un
verdadero infierno!
* *
*
¿Qué nos enseña a este
respecto Aquel que es por excelencia la Luz brillando en las
tinieblas?
Por su ejemplo y por sus
palabras, Nuestro Señor nos enseña ante todo que nunca se debe
silenciar la verdad; que cumple proclamarla entera, aunque nuestros
oyentes no nos aplaudan, incluso cuando nos quieran lapidar o
crucificar.
¿Es preciso anunciarla con
palabras de amenaza? ¿Es necesario anunciarla con un semblante de
indulgencia y de bondad? Nuestro Señor hizo ambas cosas, según el
estado de alma de aquellos a quienes se dirigía, y lo mismo haremos
nosotros. Ni hemos de renunciar a los apóstrofes candentes y al tono
polémico, ni a las palabras de dulzura y aliento. Y pediremos a
Nuestro Señor que nos dé el discernimiento de los espíritus
necesario para hacer una y otra cosa en el momento oportuno. Santos
hubo que hicieron una cosa y la otra.
Lo más importante. Es que
en la aplicación de los principios jamás se puede ceder. Sonriendo o
increpando, poco importa: dígase que el mal es mal y el bien es bien.
No se tenga la menor transigencia hacia el mal, ni en la menor ni
más velada de sus manifestaciones. Y no se deje de estimular,
incentivar, predicar el bien en todos sus aspectos, duela a quien
doliere. Porque actuar de otro modo no es trabajar para propagar la
luz, es velarla, es querer extinguirla.
* *
*
Esta es la lección que nos
dejó Aquel cuyo nacimiento en este mes celebramos arrodillados.
Sepamos imitarlo hasta el final del camino, aunque seamos repudiados
y vilipendiados por todos. ¿Qué mal habrá en que algún día se ponga
en nuestro epitafio “sui eum non reciperunt” (los suyos no lo
recibieron) (San Juan 1, 11), si con esto imitamos Aquel cuya
imitación es nuestro único ideal, es toda nuestra razón de ser?
NOTAS:
[1]
Excerpta de
artículo
del Prof. Plinio
Corrêa de Oliveira
en la revista "Catolicismo"
Nº 36 de diciembre de 1953.
Adaptación libre y traducción por "Acción
Familia".
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