Conjunto escultural de la aparición del Ángel de Portugal a los tres pastorcitos Sobre Fátima —como sobre otros tantos asuntos— mucho se habla y poco se sabe de positivo, por lo menos entre la gran mayoría. Nadie ignora que se trata de una advocación de Nuestra Señora llamada a resplandecer en el firmamento de la Iglesia. ¿Cuál es el origen histórico de esta advocación? ¿Cuál es su significado exacto? ¿Cuál es su alcance para la vida espiritual y las actividades de apostolado? Es lo que muchos no sabrían decir. Entiéndase que un simple artículo periodístico no puede agotar una materia importante y compleja como ésta, sobre la cual ya existe toda una voluminosa bibliografía en todos los países católicos. De los hechos, daremos apenas una narración muy sucinta, lo mínimo necesario para que los lectores menos informados puedan acompañar el comentario. En este primer artículo, deseamos acentuar algunos aspectos de los mensajes de la Santísima Virgen, que en general no reciben el realce necesario. Los videntes: los tres pastorcitos de Fátima Lucía, Francisco y Jacinta son los tres niños favorecidos por las visiones de Fátima. Lucía nació en 1907, Francisco en 1908, Jacinta en 1910. Francisco y Jacinta eran hermanos, y Lucía era prima de ellos. Los tres provenían de una modestísima familia de Aljustrel, villorrio próximo al lugar de las apariciones. Absolutamente ignorantes, tenían por ocupación el pastoreo. Pasaban, pues, fuera de casa gran parte del día; aprovechando el tiempo, en la medida en que el trabajo lo permitía, para jugar y rezar. En esa vida inocente, sus almas conservaban un candor angelical, e iban adquiriendo una piedad y una fuerza de la que posteriormente dieron pruebas admirables. La Cova da Iría, lugar de las visiones, era entonces un descampado, y pertenecía a los padres de Lucía. Según tradiciones dignas de respeto, el bienaventurado Nuno Alvarez Pereira estuvo orando allí en la víspera de la famosa batalla de Aljubarrota. Las visiones ocurridas en 1915, 1916 y 1917 Las visiones de Fátima se dividen claramente en tres momentos diferentes. Las primeras se dieron, no propiamente en la Cova da Iría, sino en un lugar muy próximo, denominado Otero del Cabezo. Ocurrieron en 1915 y 1916. En ellas aparece un ángel que se presentó como el Ángel de Portugal. Las otras se verificaron en la Cova da Iría, en 1917. Siempre se aparece la Virgen María y en una ocasión la Sagrada Familia. Ya sea por su desarrollo cronológico, por la calidad de las personas que se manifestaron, o bien, por el contenido de los mensajes, está fuera de duda que las apariciones de 1915 y 1916 fueron una preparación para las de 1917. Éstas constituyen la parte central de toda la serie de visiones. Viene por fin un grupo complementario, constituido por las apariciones de Nuestra Señora a los videntes después de las que ocurrieron en Fátima. Se dieron en fechas diversas y a cada uno de ellos por separado. Constituyen un complemento, aunque esencial, de las anteriores. El Ángel de Portugal prepara la venida de la Virgen Santísima En 1915, entre abril y octubre, se dio la primera manifestación sobrenatural. Lucía cuidaba del rebaño con tres otras niñas, cuando “vieron suspendida en el aire sobre la arboleda del valle, que se extendía a sus pies, una nube más blanca que la nieve, algo transparente y con forma humana”. Francisco y Jacinta no estaban presentes. En días diferentes, esta aparición se repitió dos veces. En 1916, se dio una nueva aparición, esta vez en presencia de Lucía, Jacinta y Francisco. No habían otros niños. Se repitieron así dos apariciones más. El ángel se manifestaba bajo la forma de un joven resplandeciente, de una consistencia y un brillo como del cristal atravesado por los rayos del Sol. Les enseñó a rezar, con la frente inclinada hasta el suelo, la siguiente oración: “Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo. Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman”. Y añadió que los Corazones de Jesús y de María estaban atentos a la voz de sus súplicas. Les recomendó que ofreciesen un sacrificio de “todo lo que podáis”, en reparación por los pecados y por la conversión de los pecadores. Declaró que era el Ángel de Portugal y que debían orar por su patria. En la tercera aparición, el ángel tenía un cáliz en la mano, y sobre él una hostia de la cual caían dentro del cáliz algunas gotas de sangre. Dejando el cáliz y la hostia suspendidos en el aire, se postró en tierra y repitió tres veces la siguiente oración: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo te adoro profundamente y te ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la tierra, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que Él mismo es ofendido. Y por los infinitos méritos de su Santísimo Corazón y del Corazón Inmaculado de María, te pido la conversión de los pobres pecadores”. Después, dio la hostia a Lucía; y el cáliz se lo dio a beber a Francisco y Jacinta, diciendo al mismo tiempo: “Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios”. En esta sucinta narración, reproducimos apenas lo esencial, omitiendo la profunda impresión que las palabras del ángel produjeron en los tres niños, los numerosos sacrificios con que a partir de ese momento comenzaron a expiar por los pecadores, la oración francamente incesante, en que se transformó su vida. Estaban así siendo preparados para las revelaciones de la Santísima Virgen. Nuestra Señora pide la conversión de los pecadores Las apariciones de la Virgen María fueron en total seis, los días 13 de mayo, junio, julio, septiembre y octubre de 1917, respectivamente. La aparición del mes de agosto ocurrió el día 19, y no el día 13. Los tres pastorcitos estuvieron presentes en todas. En la primera ellos estaban solos en la Cova da Iría. En las otras, el número de personas presentes fue creciendo a punto de transformarse, en la última, en una verdadera multitud, calculada en 70 mil personas. En la primera aparición, Nuestra Señora anunció que vendría durante seis meses seguidos, y que más tarde volvería una séptima vez. Esta última promesa, dígase de paso, aún está por realizarse. ¿En qué ocasión será? A los pastorcitos les prometió el Cielo, y les pidió que aceptasen los sufrimientos que Dios quisiera enviarles en reparación por los pecados y la conversión de los pecadores. Los tres aceptaron. La Santísima Virgen les predijo entonces que sufrirían mucho, pero la gracia de Dios no los abandonaría. Y por último les recomendó que rezasen diariamente el rosario para alcanzar el fin de la guerra y la paz del mundo. Devoción al Rosario y al Inmaculado Corazón de María En la segunda aparición, Nuestra Señora insistió sobre el rosario diario y recomendó a los tres niños que aprendiesen a leer. En esta aparición, la Santísima Virgen prometió que en breve llevaría al Cielo a Francisco y Jacinta, y anunció que Lucía viviría un tiempo más, para cumplir en la tierra una misión providencial: “Jesús quiere servirse de ti para hacerme conocer y amar. Él quiere establecer en el mundo la devoción al mi Inmaculado Corazón”. Y como Lucía se mostrase aprensiva, la Virgen María la confortó prometiéndole: “Mi Corazón Inmaculado será tu refugio y el camino que conducirá hasta Dios”. Aún en esta aparición, nuestra Madre Santísima mostró a los pastorcitos un corazón rodeado de espinas que le penetraban: era el Corazón Inmaculado de María, ultrajado por los pecados de la humanidad. Y prometió asistir en la hora de la muerte, con las gracias necesarias para la salvación, a todos los que, en el primer sábado durante cinco meses seguidos, se confesasen, recibiesen la Sagrada Comunión, rezasen una tercera parte del rosario y le hiciesen compañía durante quince minutos, meditando los misterios del Santo Rosario con el fin desagraviarle. Nuestra Señora apareció por tercera vez el 13 de julio. Después de haber recomendado una vez más la recitación diaria del rosario, enseñó a los pequeños pastores una nueva jaculatoria para que la recen con frecuencia, y especialmente cuando hagan algún sacrificio: “Oh Jesús, es por vuestro amor, por la conversión de los pecadores y en reparación por los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María”. La visión del infierno y los anuncios de castigos
María Santísima, entonces, hizo ver el infierno a los tres pastorcitos: “Vimos como un mar de fuego y, sumergidos en ese fuego, a los demonios y las almas como si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas, con forma humana, que flotaban en el incendio llevados por los llamas que de ellas mismas salían juntamente con nubes de humo, cayendo hacia todos los lados —semejante al caer de las chispas en los grandes incendios— sin peso ni equilibrio, entre gritos y gemidos de dolor y desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de pavor. Los demonios se distinguían por formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes como negros carbones en brasa. “Asustados, pues, y como que pidiendo socorro, levantamos la vista hacia Nuestra Señora, que nos dijo con bondad y tristeza:
—“Visteis el infierno, a donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hacen lo que Yo os diga, se salvarán muchas almas y tendrán paz. La guerra va a acabar; pero si no dejan de ofender a Dios, en el reinado de Pío XI comenzará otra peor”. Estas últimas palabras abrían naturalmente camino para otro asunto. La Santísima Virgen continuó: “Cuando veáis una noche iluminada por una luz desconocida, sabed que es la gran señal que Dios os da de que va a castigar al mundo por sus crímenes, por medio de la guerra, del hambre y de persecuciones a la Iglesia [...]: los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá mucho que sufrir, varias naciones serán aniquiladas; por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará”. Al final, les enseñó también una jaculatoria para rezar junto con el Santo Rosario entre un misterio y otro: “Oh Jesús mío, perdónanos, líbranos del fuego del infierno, lleva todas las almas al cielo, especialmente a las más necesitadas”. El milagro del Sol y el secreto de Fátima El 13 de agosto no hubo aparición: los pequeños videntes estaban presos, por disposición del gobernador de Ourém, movido de celo laico y republicano. Nuestra Señora apareció sin embargo, e inesperadamente, el día 19 del mismo mes. Ese día, la Santísima Madre de Dios prometió un insigne milagro para octubre, comunicó sus instrucciones relativas al empleo del dinero que los fieles dejaban en el lugar de las apariciones, y una vez más recomendó oraciones y penitencia: “Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, que muchas almas se van al infierno por no haber quién se sacrifique y pida por ellas”. El 13 de septiembre, la Virgen Santísima insistió también en la recitación diaria del rosario para alcanzar el fin de la guerra, elogió la fidelidad de los pastorcitos a la vida de mortificación que les había pedido y recomendó que se moderasen algún tanto en este punto. Confirmó la promesa de un milagro en la aparición de octubre, y anunció que los tres verían entonces a la Sagrada Familia. Prometió también obrar algunas de las curaciones pedidas por ellos. Pero fue solamente el 13 de octubre que Nuestra Señora reveló su identidad a los pastorcitos, diciendo: “Soy la Virgen del Rosario”. Anunció que la guerra terminaría en breve, y recomendó: “No ofendan más a Dios Nuestro Señor que ya está muy ofendido”. Lucía pidió la curación de algunas personas. La Señora respondió que curaría “a unos sí, a otros no”. Y añadió: “Es preciso que se enmienden, que pidan perdón de sus pecados”. Apareció en seguida la Virgen con San José y el Niño Jesús. En cierto momento, se presentó como Nuestra Señora de los Dolores. Poco después, como Nuestra Señora del Carmen.
Fue durante esta aparición que ocurrieron las señales prometidas para refrendar lo que narraban los pastorcitos. En la visión de julio, la Santísima Virgen comunicó su famoso secreto. La parte que se conoce es de gran importancia. Nuestra Señora pidió que la humanidad se convirtiera de sus pecados y que el Santo Padre, con todos los obispos, consagrara Rusia a su Inmaculado Corazón. Si no, sobrevendría una nueva guerra, que muchas naciones serían aniquiladas, Rusia esparciría sus errores, el Santo Padre tendría mucho que sufrir. Acerca de la consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María, la hermana Lucía tuvo otra visión en 1929, según lo refiere el P. Juan de Marchi. En esa visión, ocurrida en la capilla de las Hermanas Doroteas, en Tuy, España, la Virgen Santísima una vez más pidió la consagración de Rusia a su Corazón, que debería ser hecha por el Papa en unión con los obispos de todo el mundo. Esta es, en síntesis, la historia de las apariciones de Fátima. Hemos tomado el texto de los mensajes de "Era una Señora más brillante que el Sol", del Reverendo Padre João de Marchi, y de "Francisco", del Reverendo Padre J. Rolim. Publicaremos los comentarios en el próximo número. Traducción y adaptación por "El Perú necesita de Fátima - Tesoros de la Fe" |