El
XXXVI Congreso Eucarístico Internacional que se
celebrará este mes en Río de Janeiro será una admirable
expresión de fuerza religiosa. Esto es lo que ya se
puede prever sobre la base del inusual éxito de los
Congresos locales que, por iniciativa de los respectivos
Prelados, han tenido lugar en las diversas diócesis de
nuestro inmenso territorio.
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Vista de la Misa de Clausura del
XXXVI Congreso Eucaristico
en
Rio de Janeiro |
Han sido
de las mismas proporciones que las esperadas para el
próximo Congreso los que lo precedieron en otros países.
El XXXV Congreso Eucarístico Internacional de Barcelona,
por ejemplo, fue una apoteosis que emocionó a todo el
orbe católico.
Esto
demuestra que, en nuestros días, en las profundidades de
las masas humanas de Brasil y del mundo entero, sopla un
poderoso anhelo de una existencia más espiritual, más
digna, más ordenada. Los católicos saben que tal
anhelo no se puede cumplir excepto por el reinado social
de nuestro Señor Jesucristo. Y así se vuelven al
Santísimo Sacramento, con todo el ímpetu de sus anhelos,
de su esperanza, de su adoración.
Pero la
devoción al Santísimo Sacramento no puede desvincularse
de otros dos elementos esenciales de la piedad
cristiana, es decir, la devoción a Nuestra Señora y a la
Sagrada Jerarquía.
La
Basílica Nacional de Nuestra Señora Aparecida será
muy visitada en esta ocasión, y es natural. Porque la
Eucaristía enciende en todo corazón la llama de la
devoción mariana. Y la Sagrada Jerarquía será objeto
de las manifestaciones más vívidas de respeto y amor.
Porque si Jesús está realmente presente en el Sacramento
del Altar, está representado en la tierra por la Sagrada
Jerarquía. Así, los ojos de los fieles se entregan en
estos días con un amor especial, por sus pastores, por
todo el venerando episcopado nacional, por los tres
eminentes Purpurados que, en las filas de este refulgen,
los Emmos. Revmos. Sr. D. Carlos Carmelo de Vasconcelos
Mota, Arzobispo de São Paulo, D. Jaime de Barros Cámara,
Arzobispo de Río de Janeiro bajo cuya égida y mediante
cuyo impulso eficiente y fructífero se llevará a cabo el
Congreso, y D. Augusto Álvaro da Silva, Arzobispo de S.
Salvador de Bahía y Primado de Brasil.
Pero la
Sagrada Jerarquía tendrá una representación aún más
amplia entre nosotros, por la presencia de tantos
cardenales, arzobispos y obispos. Para todos ellos se
volverá el ardor de nuestro entusiasmo y el homenaje de
nuestra veneración.
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Don Bento
Aloisi Masella |
Sin
embargo, es en una persona que estos sentimientos
culminarán, es decir, en el Emmo. Revmo. Sr. Cardenal
Legado, Don Bento Aloisi Masella, augusto y generoso
amigo de Brasil, que representará entre nosotros a la
Persona sagrada, la autoridad suprema, el ascendiente
moral incomparable del Vicario de Jesucristo, el Santo
Padre Pío XII, gloriosamente reinante.
El Sumo
Pontífice auscultó profundamente el anhelo de las
multitudes, sintió bien lo mucho que aspiran a un nuevo
orden, y los llamó a la realización de este nuevo orden,
el Mundo Mejor
[1].
Ahora, la
esencia de la idea del Mundo Mejor es la realeza de
Nuestro Señor Jesucristo. Y la realeza de Nuestro Señor
Jesucristo es la realeza de María.
Por lo
tanto, queremos en esta edición [de “Catolicismo”]
[2]
seguir
con el estudio de la figura de un
santo que Pío XII elevó al honor de los altares, que fue
a un tiempo profeta del Reino de María y, en cierto
sentido, mártir en pro de este Reino. Es San Luis
María Grignion de Montfort.
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San
Luis Grignion de Montfort deposita el “Tratado” a los
pies de Nuestra Señora (Iglesia de los Montfortanos en
Roma) |
S.
Luiz Maria Grignion de Montfort
nació en
1673 y murió en 1716. Durante los 43 años de su
existencia Europa vivió la última fase de una de sus
épocas más brillantes. El Ancien Régime pasaba por un período de gran estabilidad, que
se rompió sólo en 1789 con la Revolución “abruptamente”
desatada en Francia. Considerando sino en la superficie
las cosas, dos fuerzas parecían principalmente
aseguradas de un futuro tranquilo y glorioso, la
Religión y la Monarquía, garantidas una y otra por el
firme pulso de los Borbones y de los Habsburgos que
entonces gobernaban casi todo el orbe católico. De esa
sensación de espléndida seguridad participaban no solo
Reyes, príncipes y nobles como también muchos obispos,
teólogos y superiores religiosos. Una atmósfera de
distensión triunfante había ganado sobre todo a Francia,
ciertamente puesta a prueba por los reveses militares
del atardecer de Luis XIV, pero compensada en gran
medida por la estabilidad de las instituciones, la
riqueza natural del país, el brillo de su atmósfera
cultural y social, y el ”douceur de vivre” en el
que estaba como que inmersa la existencia cotidiana.
Es de
imaginar, por lo tanto, que sorpresa, que extrañeza, que
desprecio ciertas grandes personalidades experimentaron
al saber que, en lo profundo de Bretaña, el Poitou y los
Aunis, un oscuro Sacerdote, llamado Luis Grignion de
Montfort de elocuencia arrebatadora pero popular,
agitaba las ciudades y los campos, prediciendo para
Francia un terrible y extraño porvenir. Un eco expresivo
de estas predicciones lo encontramos en estas ardientes
palabras de su
Oración pidiendo a Dios misioneros para
su Compañía [N.C.:
También conocida como "Oración Abrasada"]:
“Vuestra divina Ley es quebrantada; vuestro Evangelio, abandonado;
torrentes de iniquidad inundan toda la tierra y arrastran a vuestros
mismos siervos; toda la tierra está desolada:
Desolatione desolata
est omnis terra; la impiedad está sobre el trono; vuestro santuario
es profanado y la abominación se halla hasta en el lugar santo.
¿Lo dejaréis
abandonado así todo,
Señor justo, Dios de Ias
venganzas? ¿Vendrá todo, al fin, a ser como Sodoma y
Gomorra? ¿Callaréis siempre?
“Ved, Señor, Dios de los ejércitos,
los capitanes que forman compañías completas; los potentados que
levantan ejércitos numerosos; los navegantes que arman flotas enteras;
los mercaderes que se reúnen en gran número en los mercados y en las
ferias.
¡Qué de ladrones, de impíos, de borrachos y de libertinos se
unen en tropel contra Vos todos los días, y tan fácil y prontamente! Un
silbido, un toque de tambor, una espada embotada que se muestre, una
rama seca de laurel que se prometa, un pedazo de tierra roja o blanca
que se ofrezca; en tres palabras, un humo de honra, un interés de nada,
un miserable placer de bestias que esté a la vista, reúne al momento
ladrones, agrupa soldados, junta batallones, congrega mercaderes, llena
las casas y los mercados y cubre la tierra y el mar de muchedumbre
innumerable de réprobos, que, aun divididos los unos de los otros por la
distancia de los lugares o por la diferencia de los humores o de su
propio interés, se unen no obstante todos juntos hasta la muerte, para
hacer la guerra bajo el estandarte y la dirección del demonio".
"¡Ah! Permitidme ir gritando por todas partes: ¡Fuego, fuego, fuego!
¡Socorro, socorro, socorro! ¡Fuego en la casa de Dios! ¡Fuego en las
almas! ¡Fuego en el santuario! ¡Socorro, que se asesina a nuestros
hermanos! ¡Socorro, que se degüella a nuestros hijos! ¡Socorro, que se
apuñala a nuestro padre!”.
*
* *
Ahora,
entre tantos estadistas triunfantes, entre tantos
Prelados optimistas, nadie tuvo la visión clara y
profunda de San Luis María. Detrás de las apariencias de
espléndida tranquilidad del mundo de la época, una sed
devoradora de placer, un naturalismo creciente, una
tendencia cada vez más pronunciada de dominio del Estado
sobre la Iglesia, de lo profano sobre lo religioso, la
efervescencia del galicanismo, del jansenismo, la acción
corrosiva del cartesianismo, preparaban los espíritus
para inmensas transformaciones. Aún en vida de San Luis
María nacieron Voltaire y Rousseau. Antes de terminar el
siglo las órdenes religiosas estaban cerradas en
Francia, los obispos fieles a Roma expulsados, una
actriz era adorada como la diosa Razón en Notre Dame. En
la guillotina, la sangre de los mártires fluía
abundantemente. Y si la historia no puede dejar de ser
severa con aquellos que no previeron la tormenta, no
puede rehusar su homenaje al hombre de Dios que tan
clarividente se mostró.
¿Cuáles
son las virtudes que están en la base de tan excepcional
clarividencia?
*
* *
En primer
lugar, un gran celo, un amor implacable a la verdad.
Cuando
uno ama la fe, cuando uno desea tener ambos pies bien
clavados en la realidad objetiva, cuando las ilusiones y
quimeras son odiadas, la inteligencia no se sacia con
ver las cosas superficial o fragmentariamente, y la
voluntad no se contenta con esfuerzos esporádicos en
momentos de fervor. Un católico que ama verdaderamente a
la Iglesia quiere saber cuáles son los grandes intereses
esenciales de esta, y los distingue de los intereses
secundarios. El nivel de la moralidad pública y privada,
la conformidad de las leyes, instituciones y costumbres
con la doctrina católica, las tendencias implícitas o
explícitas del pensamiento en las diversas capas
sociales y especialmente en la clase culta, la
intensidad de la vida religiosa, la devoción de los
fieles a la Sagrada Eucaristía, a Nuestra Señora y al
Papa, su amor por la doctrina ortodoxa, su odio a las
herejías, a las sectas, a todo cuanto pueda macular la
pureza de la Fe y de las costumbres, estas son algunas
de las cosas más esenciales para la vida religiosa de un
pueblo. Para su vida religiosa y, pues, para su vida
moral. Para su vida moral y como resultado para toda tu
vida temporal. Sin embargo, el progreso o la disminución
de estos asuntos rara vez se manifiesta por hechos muy
perceptibles. En general, se traduce en síntomas
discretos pero típicos, que requieren mucha atención
para darse cuenta, mucho discernimiento para
interpretar, mucho tacto para alentar o reprimir.
LO QUE
LOS ESPÍRITUS POCO CELOSOS NO VEÍAN
En la
época de San Luis María, los espíritus superficiales
veían de otro modo las cosas en toda Europa. Las
vocaciones sacerdotales y religiosas eran numerosas:
esto era suficiente para ellos, y se les daba poca
formación y selección. Las iglesias,
abundantes y ricas,
las fiestas eclesiásticas brillantes: poco les daba de
saber si el arte religioso en estas iglesias estaba
infectado por inspiraciones profanas, tan típicas del
siglo, si estas fiestas eran sólo exterioridad o si
realmente elevaban las almas a Dios. Los titulares del
poder daban muestras de fe: poco les daba saber si esta
fe era activa e informaba cómo se llevaban a cabo las
riendas del Estado y de la sociedad. Había una censura
contra los libros inmorales o heréticos, y en principio
toda la enseñanza era estrictamente católica: poco se
les daba saber si la censura realmente filtraba la
herejía, o si en lo íntimo de lo que se imprimía o en
las universidades se enseñaba, había algún germen
implícito de error.
EL
COMODISMO, FUENTE DE CEGUERA
Ver todo
esto requiere mucho trabajo supone mucha seriedad de
espíritu, requiere dedicación, expone a luchas, crea el
riesgo de sacrificar amistades.
¡Cuánto
más gozosa es la postura de los espíritus superficiales!
Uno tiene el “derecho” a dormir bien, a vivir
alegremente, en armonía con todos. Los católicos nos
aplauden porque somos suyos. Los no católicos nos
aplauden porque no hemos creado ningún obstáculo a sus
tramas y progresos. Y así transcurren las generaciones
de los despreocupados, mientras que los problemas
empeoran, las crisis se intensifican y las catástrofes
se acercan. Algunos mueren en sus camas, y tienen un
terrible susto cuando ven que el Cielo no es de los de
su congerie. Otros son sorprendidos por una Revolución
como la de 1789.
FEROZ
INTRANSIGENCIA DE LOS DESPREOCUPADOS
Si hay un
hombre que no cometió el pecado de la despreocupación,
este fue San Luis María. Lo vio todo. Sus palabras, que
transcribimos, son una imagen completa de las realidades
religioso-morales de Francia y Europa de su tiempo. Por
supuesto que no fue el único que vio estos problemas. No
sabemos quién en su país los haya visto tan
completamente. Menos raros eran aquellos que los veían
sólo fragmentariamente. Pero el gran número —y entre
estos la mayoría de las personas más responsables— no
vio nada. En 1789, la crisis ya era irremediable. Estos
son los frutos de la imprevisión...
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Jacques
Cathelinaux - “Saint de l'Anjou”
Premier
Généralissime de la Grande Armée Catholique et Royale
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El
imprevisor tiene un punto doloroso en el alma. Es como
el sibarita acostado en un lecho de rosas, pero
terriblemente molesto por un pétalo doblado. Este punto
dolorido es la convicción que le asalta de tiempo en
tiempo, pero profundamente, de que el en la vida juega
un papel, pero no cumple una misión.
El que se
topa con este punto dolorido es el hombre previsor.
Porque tiene por deber prevenir, sacudir, despertar.
Advierte de todos los modos, por su actitud firme, por
su razonamiento de hierro, por su grave porte. Y es por
eso que el imprevisor lo odia. Lo odia y lucha contra
él. Pelea con él de dos maneras. Primero, por el
aislamiento. Pero los hombres previsores tienen imanes,
y no hay nadie que los aísle. Entonces viene la
difamación, el ostracismo, la persecución declarada.
Contra San Luis María estas armas fueron empleadas. Lo
terrible es que con esto tomó una aureola de mártir,
subió la escalera de la santidad, y se hizo invencible.
Cuando en
1789 la inundación se llevaba todo por delante y los
imprevisores lloraban, transigían, huían o morían, ella
solo encontró por delante un obstáculo. Fue la Chouannerie,
flor caballeresca y santa, que nació del apostolado
de San Luis María. Estos son los premios de la
previsión.
PREVIDENCIA NO ES PESIMISMO
Ahora
bien, este santo admirablemente previdente, que previó
acontecimientos tan terribles, estaba lejos de ser un
pesimista, entendida esta palabra en el sentido de la
obstinación enfermiza en sólo ver las cosas por su lado
malo.
Estos son
los días que prevé en su oración, para después de la
gran crisis que llegó hoy a su paroxismo:
"¿Cuándo vendrá este diluvio de fuego, de puro
amor, que Vos debéis encender sobre toda la tierra de manera tan dulce y
vehemente, que todas las naciones, los turcos, los idólatras, los mismos
judíos se abrasarán en él y se convertirán? Non est qui se abscondat a
calore eius.
¡Accendatur! Que este divino fuego que Jesucristo vino a
traer a la tierra se encienda, antes que Vos encendáis el de vuestra
cólera, que reducirá toda la tierra a cenizas. Emitte Spiritum
tuum, et creabuntur, et renovabis faciem terrae. Enviad
este espíritu, todo fuego, sobre Ia tierra, para crear en
ella sacerdotes todo fuego, por ministerio de los cuales Ia
faz de Ia tierra sea renovada y vuestra Iglesia reformada."
Es para
apresurar la llegada de estos días, que en el curso de
este Congreso debemos rezar ardientemente al SSmo.
Sacramento, en unión con Aquella que es la omnipotencia
suplicante, la Santísima Virgen María. Veremos en otro
artículo los horizontes que la oración de San Luis María
abre para los que viven en el anhelo del Reino de
Nuestra Señora.
Notas
[1] Aquí
el Prof. Plinio se refiere a la Exhortación apostólica de
Pío XII, "Por un Mundo Mejor", de 10 de febrero de 1952.
[2]
El
primer artículo de esta serie fue publicado en el No. 53,
de mayo de 1955, bajo el título
“Doctor,
Profeta y Apóstol en la crisis contemporánea”.
[3]
Los textos de la
"Oración Abrasada" fueron tomados de "Obras de San Luis María Grignion
de Montfort", edición preparada bajo la dirección de los padres Nazario Perez, S.I. y Camilo Maria Abad, S.I. Biblioteca de Autores Cristianos (BAC),
Madrid, 1954. págs. 596 y sgts. Negritos
y alguna traducción del latín por este sitio. |