Resumamos en dos palabras
nuestro artículo anterior.
La exageración es
un defecto que puede corromper cualquier virtud. El amor
a la patria, por ejemplo, es una cualidad, pero la estatolatría es un defecto. La justicia también es una
cualidad, pero su exageración puede transformarla en
dureza y hasta en crueldad. La intransigencia es una
virtud, pero si es llevada al exceso puede llegar al
sectarismo. Y así en adelante.
Pues bien, la moderación también es una cualidad.
Luego, es susceptible de ser deformada por la
exageración. Ser "moderadamente moderado" es bueno. Ser
exageradamente moderado es malo. Corruptio optimi
pessima (la corrupción de los mejores es la peor de
todas). La moderación es una elevada, una elevadísima
virtud. Precisamente por eso, sus deformaciones son muy
peligrosas. En principio, es pues muy importante conocer
las exageraciones de la moderación, para prevenirlas o
remediarlas.
* *
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A esta razón doctrinaria válida para todos los
tiempos y todos los lugares se suma para recomendar un
estudio del asunto en estos comienzo de año, un motivo
circunstancial de los más ponderables. El hombre de
nuestros días es esencialmente exagerado. Durante
decenios enteros soplaron sobre él los vientos
desencadenados de las propagandas políticas y sociales
más extremadas. Él tomó el gusto por el exceso. Después
de las guerras mundiales se emprendió en varios sectores
un esfuerzo muy oportuno para infundirle cierta
moderación. Sucedió entonces un fenómeno curioso, pero
explicable: viciado en la exageración, el hombre moderno
comenzó a exagerar la moderación. De ahí, al menos en
parte, la popularidad de que gozan ahora muchas
actitudes y modos de pensar de comienzos del siglo XX
que algunas décadas atrás habrían sido señaladas como
manifiestamente liberales.
Ahora bien, nada podría comprometer más a fondo la
causa de una santa y sana moderación, que tal desvío.
Apuntar, analizar, poner al desnudo este desvío en
algunas de sus incontables manifestaciones es, pues, un
servicio útil y urgente, en la lucha contra la
exageración.
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Hay tres principios que el moderantismo radical lleva
al exceso. Tolerante, transigente, quizá displicente en
todo, teme el exceso en todos los campos. Pero en esos
tres principios él se muestra intransigente como un
inquisidor de leyenda, fanático como un mahometano,
meticuloso como un fariseo. Son tres principios
excelentes:
1. la norma de San Agustín, "odiar el error y
amar a los que yerran";
2. "la virtud está en el término medio";
3. la máxima de San Francisco de Sales: "Se cazan
más moscas con una gota de miel que con un barril de
vinagre".
De ahí resulta toda una serie de posiciones
unilaterales que redundan en un liberalismo más o menos
declarado.
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La Fortaleza de la Fe,
iluminación del Siglo XV – La Iglesia,
representada por su Jerarquía, defiende la
Fortaleza de la Fe contra el asalto de los
herejes y paganos.
Esta
delicada obra de arte medieval exprime la
lucha constante entre la Ciudad de Dios y la
Ciudad del Demonio, entre los hijos de la
luz y los hijos de las tinieblas. Los
“modernistas” actuales abstraen ese aspecto
militante de la vida de la Iglesia, para
concebir las relaciones entre fieles y
infieles —bajo pretexto de equilibrio,
equidistancia, caridad— a la manera
“tolerante” de mentalidad rotariana. |
Lo que el moderantismo radical tiene de
característico, es que lleva prácticamente a una
posición de "tercera fuerza" entre la verdad y el error,
el bien y el mal. Si en un extremo está la Ciudad de
Dios, cuyos hijos procuran difundir por todas las formas
el bien y la verdad, si en el otro extremo está la
Ciudad del Demonio, cuyos soldados procuran difundir el
error y el mal bajo todas sus formas, claro está que la
lucha entre estas dos ciudades es inevitable. Pues dos
fuerzas que actúan en un mismo campo en sentidos
opuestos tienen que combatirse necesariamente. De donde
no puede haber una difusión de la verdad y del bien que
no implique un combate al error y al mal, y aún a sus
fautores. Recíprocamente, no puede haber difusión del
error y del mal que no acarree un combate a la verdad,
al bien, a los que difunden la verdad, a los que
trabajan por el bien. Es precisamente lo que no quieren
ver los moderantistas radicales cuando llevan a la
exageración la primera máxima. Imaginan que, atacando
ideas y sólo ideas, pueden alcanzar la victoria. Como si
las ideas fuesen entes concretos, susceptibles de ser
atacados y derrotados. Las ideas existen en la mente de
los que las profesan. Derrotarlas es convertir a sus
adeptos, o en caso que se obstinen, señalarlos,
desenmascararlos, privarlos de toda influencia.
Pero el "moderantista" exagerado no ve nada de eso.
Resuelto a atacar las ideas sólo en tesis, parte a la
guerra contra dos adversarios:
a) las ideas de los
anticatólicos;
b) los católicos que llevan el combate
al campo de los hechos concretos.
Entre unos y otros, él actúa pues como una genuina
"tercera fuerza".
Por supuesto, el "moderantista" de la "tercera
fuerza" aplica sus principios también en el caso de la
lucha entre católicos dóciles a la Santa Sede, y los que
profesan los errores que el Papa Pío XII condenó en las
encíclicas Mystici Corporis y Mediator Dei, en la
constitución Bis Saeculari y en la encíclica Humani
Generis. Él quiere atacar apenas las doctrinas. Siempre
que se trata de decir que alguien erró, siempre que se
trata de alejar a alguien de un cargo o situación en que
su influencia podría ser peligrosa, el moderantista está
en desacuerdo. Es que ello sería faltar a la caridad,
pues así se traslada la lucha del campo de las ideas al
campo de las personas.
|
San Agustín, autor de La Ciudad de Dios
- Caravaggio - c. 1600 |
En líneas generales, este es el católico de la "tercera
fuerza". Pero él tiene una característica muy curiosa:
aplica la sabia máxima de San Agustín en una sola
dirección. Cuando trata con los que profesan doctrinas
velada o abiertamente erradas, el católico de la
"tercera fuerza" es "moderantista". Sin embargo, siempre
que se enfrenta con los que luchan por la pureza
absoluta de la doctrina, él ataca… asimismo, y hasta
principalmente a las personas.
Señalamos un curioso campo de muestra, para análisis
de nuestros lectores. Observen con atención la oposición
que la "tercera fuerza" nos hace. Comparen esa posición
de los soldados de la "tercera fuerza" en relación a
nosotros, con su posición en relación a los que divergen
de nuestras ideas. Para solo facilitar la exposición, y
sin querer dar a la expresión ningún significado
especial, llamemos a estos de "izquierda", y a nosotros
de "derecha". En el centro estaría la "tercera fuerza".
Veamos:
1. Los escritos emanados de la "izquierda" no
ofrecen mayor peligro, desde que no propugnen
abiertamente el error. Por eso, deben ser
considerados con vistas gordas. Al contrario, los
escritos de la "derecha" son peligrosísimos. Ellos
difunden al menos implícitamente una atmósfera de
pugnacidad e intransigencia que daña la caridad. En
consecuencia, deben ser analizados a fondo y con la
mayor atención, y deben ser rigurosamente
"boicoteados" siempre que traigan consigo el menor
fermento de discusión.
2. Los escritores de la "izquierda", aún cuando
incidan en uno u otro error formal, pueden ser
personas excelentes, dignas de todo aprecio, y su
colaboración en las lides del apostolado puede y
debe ser francamente aprovechada. Los escritores de
la "derecha" al contrario son personas peligrosas,
cuya influencia siempre se ejerce en detrimento de
la caridad, y que deben ser alejadas de cualquier
actividad apostólica.
3. Sería falta de caridad crear, por una acción
personal, en conversaciones con amigos y parientes,
con compañeros de las asociaciones que se frecuenta,
etc., un ambiente de sospecha en torno a los
elementos de la "izquierda". Pero es una obra de
salvación pública, aplicar toda la diligencia para
crear tal ambiente con relación a los de la
"derecha".
4. Es posible que en este o en aquel caso
concreto la acción de algún entusiasta de la
"izquierda" haya sido menos leal o menos caritativa.
Corresponde perdonarlo, pues la pasión lo puede
mucho sobre la pobre humanidad decaída. Sería juicio
temerario o hasta manifiesta calumnia, el sospechar
de las intenciones de tales personas. Es patente, no
obstante, que la "derecha" peca siempre contra la
caridad, que el sentido más elemental de justicia
pide que sus adeptos sean castigados con la mayor
severidad, que se hagan cesar sus actividades
perniciosas con energía. En cuanto a sus
intenciones, considerándolas con mucha caridad, se
queda en el límite de una grave sospecha.
¿Cuál es el resultado de esta formidable y feroz
contradicción? No podría ser más claro. Los fautores del
mal quedan rodeados de todas las consideraciones, de
todas las simpatías, provistos de todas las posiciones
claves para la difusión del error. Al contrario, los
defensores de la verdad quedan aislados, antipatizados,
alejados de todas las situaciones estratégicas.
En otros términos, todo el peso de la influencia de
la tercera fuerza concurre para la victoria de las ideas
que —al menos en su imaginación— ella condena.
Una idea fija: la equidistancia
Pero, alguien dirá, ¿la virtud no está en el medio?
¿Si la derecha es un extremo, si la izquierda es otro,
la virtud no tiene que estar a media distancia entre una
y otra? Sería necesario comenzar por indagar si la
posición de la "tercera fuerza", de los "exageradamente
moderados", realmente está en el medio. Pues cuando se
tiene todas las cóleras vueltas hacia uno de los lados,
y todas las indulgencias hacia el otro, es muy difícil
afirmar que se tiene el corazón a igual distancia de uno
y de otro. Además, nada sería más erróneo que imaginar
que, dadas dos opiniones contrarias, la virtud está
siempre en el medio término entre ellas. Así, si en una
rueda alguien está a favor de la decapitación para
castigar el homicidio, y otra persona está a favor de la
simple prisión, no se debe deducir de ahí que la verdad
no consiste en cortar al homicida por el cuello, ni en
no cortarlo de modo alguno, sino en cortarlo por las
piernas. Del mismo modo, en un grupo donde un católico
sustenta que la Jerarquía Eclesiástica se compone de
Papa, obispos y párrocos, y un presbiteriano niega al
Papa y los obispos y sólo admite a los párrocos, la
verdad estaría en el medio término, es decir, en el
anglicanismo que admite a los obispos, pero no al Papa.
Si un ladrón pretende tener derecho a todo el dinero
contenido en la cartera de su víctima, y esta afirma que
por el contrario el ladrón no tiene derecho alguno a
ello, la virtud consistiría en permanecer en el medio
término, y dar al ladrón la mitad del dinero. Y entre un
católico que afirma la existencia de las tres Personas
de la Santísima Trinidad, y un hereje que sólo admite en
Dios a una Persona, la verdad estaría en permanecer en
el medio término, aceptando la existencia de dos
Personas en Dios.
En un recto sentido de la máxima, es cierto que la
verdad y la virtud están en el medio. Pero no en un
medio término cualquiera, pues eso sería absurdo. El
"medio" de la máxima significa una posición de
equilibrio perfecto, del cual están excluidos todas las
exageraciones teóricamente posibles, todos los errores
imaginables, en el cual sólo existe verdad y bien.
El medio está en la virtud
Vamos a los ejemplos. Un estudiante que sufre una o
más reprobaciones en su primera temporada es ciertamente
un mal estudiante. Otro que pase en todas las materias
con nota 12, es un estudiante mediano. Otro aún, que
sólo alcance distinciones a lo largo del curso y obtenga
todos los premios, es un estudiante excelente. ¿Cuál de
los tres está en el medio término ideal? Si la virtud
está en el medio, el medio término está con el más
virtuoso. Entonces, el más virtuoso no es el que sacó 12
de nota en todos los exámenes, sino el que sacó 20… Esto
nos lleva a una formulación para comprender mejor la
famosa máxima de que la virtud está en el medio.
¿Queremos saber dónde está el medio? Está en la virtud.
De donde se deduce que cuanto más se camina en la
virtud, rumbo a las cumbres de la santidad, tanto más se
está en el medio. "Medio" muy diferente, claro está, de
medianía, mediocridad o una insulsa equidistancia entre
el bien y el mal. En materia de pureza, el "medio"
consiste en imitar a San Luis Gonzaga, que huía de todo
cuanto fuera mundanismo y tuviera la menor sombra de
mal. En materia de ortodoxia el medio es la imitación de
Santo Tomás de Aquino, de San Ignacio de Loyola, del
santo inquisidor Pío V. En materia de oración, es seguir
a Santa Teresa de Avila o a Santa Teresita del Niño
Jesús. En materia de combatividad consiste en imitar a
San Bernardo, el santo de las Cruzadas, o a Santa Juana
de Arco.
|
Don Juan de Austria, vencedor de la Batalla de
Lepanto (1571)
Atribuido a Pantoja de la Cruz - Museo del
Prado |
Si en un extremo está el cielo y en otro el infierno,
el "medio" en que la virtud se encuentra no está a igual
distancia entre el trono de Dios y el banquillo de
Satanás, en aquella zona de réprobos que Dante vislumbró
en la entrada del infierno, rechazados igualmente por
los ángeles y por los demonios, es decir, los tibios,
los mediocres, los indiferentes, que pasaron por la vida
senza infamia e senza lode ("sin infamia y sin elogios",
Infierno III, 36). El medio se encuentra en uno de los
extremos, o sea, en el cielo.
Si queremos saber dónde está el medio, sólo tenemos
un camino: preguntar a la Iglesia dónde está la virtud.
Miel y vinagre
Pero, dirá finalmente alguien más, ¿no es cierto que
con una gota de miel se atraen más moscas que con un
barril de vinagre? Dejemos de lado a la tercera fuerza y
sus lamentables incoherencias. ¿No sería mejor que los
de la "derecha" abandonasen definitivamente los métodos
polémicos y procurasen convencer al "otro lado" por
medios cariñosos?
En principio, el cariño es lo que más atrae a los
hombres. ¿Se debe deducir de ahí, que esa es la única
actitud propia del apóstol? Si Santa Juana de Arco
hubiese querido expulsar a los ingleses a fuerza de
caricias, ¿habría obtenido resultado? ¿San Bernardo
habría actuado mejor no predicando las Cruzadas, sino
organizando en la Cristiandad un "día de buena voluntad"
con los mahometanos? ¿San Pío V habría procedido más
cristianamente y más eficientemente mandando al golfo de
Lepanto, a algún especialista en sonrisas pacifistas en
lugar de las naves de Don Juan de Austria?
De tantos ejemplos se deduce claramente que un santo,
al preferir siempre que sea posible los medios
persuasivos, puede también verse obligado a usar
procesos muy severos. Y esto por dos razones
principales. Ante todo, en el apostolado no siempre se
trata de convertir. Si una conversión se revela inviable
por la obstinación del pecador, es necesario quitarle a
este los medios de perder a otras almas. Lo cual raras
veces se obtiene con el mero empleo de medios
persuasivos.
De otro lado, la propia conversión no siempre se
consigue con palabras suaves. La historia está llena de
ejemplos de almas que sólo fueron tocadas cuando oyeron
palabras duras, apóstrofes terribles, amenazas
tremendas. Basta pensar en el caso del rey David.
Así, si es verdad que la suavidad atrae más almas que
la severidad, es cierto también que existen almas que
solo la severidad puede convertir, situaciones
interiores, estados de crisis que solo la severidad
puede resolver.
Dicho esto, se afirma un principio esencial, que
sería un grave error olvidar o subestimar. Pues una
técnica de apostolado hecha apenas de dulzura es tan
errada como otra que constase exclusivamente de
severidad.
¿Severidad o dulzura?
¿Cómo actuar entonces? ¿En qué medida emplear cada
uno de estos indispensables ingredientes de la acción
apostólica? ¿Cuánto de sal? ¿Cuánto de azúcar? A primera
vista, el problema parece insoluble; en realidad es de
fácil solución.
Distingamos cuidadosamente la dulzura virtuosa, de la
viciosa. Y lo mismo hagamos con la severidad.
|
San Francisco de Sales, autor de la Introducción a la
Vida Devota |
"Por sus frutos los conoceréis" (Mt 7, 16), dice
Nuestro Señor. Se puede decir esto de los hombres y
también de las tácticas de apostolado.
Cuando la suavidad del apóstol es propia para
encender en las almas el gusto por la fe, por la pureza,
por la vida mortificada, el desapego de los bienes
terrenos, una confianza sin límites en la Iglesia de
Dios, un odio inexorable al pecado; cuando la suavidad
—en suma— convierte y santifica, ella es recta,
virtuosa, santa. Pero cuando la suavidad del apóstol
atasca aún más al pecador en su pecado, infundiendo en
él una esperanza presuntuosa de salvarse, disminuyendo
en él la noción de la gravedad de su culpa, induciéndolo
a considerar con indiferencia la cólera de Dios,
llevándolo a odiar a las personas virtuosas, a jactarse
de sus máximas sensuales y mundanas, a tergiversar los
dictámenes de la fe y las enseñanzas de la Iglesia, tal
suavidad viene del demonio.
Cuando la severidad es turbulenta, agitada,
contradictoria, sea recriminando una bagatela, sea
dejando pasar un hecho grave; cuando ella se ejerce más
en la defensa de los derechos reales o supuestos de la
persona severa, que en la defensa de los derechos de
Dios y de la Iglesia; cuando ella no se aplaca ante un
arrepentimiento sincero; cuando se propone desahogar y
no edificar; cuando no acepta pronta y mansamente los
frenos de la obediencia; cuando no es el modelo que
despierte admiración o atracción por la virtud; cuando
infunde un temor que desanima y no convierte, no viene
de Dios. Pero cuando ella es completamente razonable
inclusive en sus afirmaciones más radicales; cuando se
funda totalmente en principios y no en cóleras de
momento; cuando tiene en vista la defensa de los
derechos y doctrinas de la Iglesia, y ve todo sub specie
aeternitatis (bajo la perspectiva de la eternidad), en
lugar de orientarse por fobias o simpatías personales;
cuando acepta bien la obediencia, anima hacia la virtud,
aleja del pecado, atrae las almas a Dios, entonces es un
don del cielo.
La santidad es lo esencial
Dicho esto, lo esencial no es ser dulce o severo,
sino que se sea santamente dulce o santamente severo.
Severidad, dulzura, dependen en gran parte de
configuraciones de alma, y "en la casa de mi Padre hay
muchas moradas" (Jn 14, 2). Dice la Escritura que "el
Espíritu sopla donde quiere" (cf Jn 3, 8), y Dios da a
cada cual sus dones como entiende. A unos dará el don de
atraer principalmente por la suavidad, como San
Francisco de Sales. A otros, dará el don de atraer a Él
por el vigor de una polémica fogosa y inflexible, como
San Jerónimo. No erijamos santo contra santo, altar
contra altar, virtud contra virtud. Comprendamos antes
que donde está la santidad está Dios, fuente de todo
bien. Seamos más severos que suaves, o más suaves que
severos: lo esencial es que lo seamos santamente. Pues
lo que se quiere es la santidad, es decir, la perfecta
adhesión a la doctrina católica, a la práctica perfecta
de los Mandamientos.
En uno u otro caso, aunque lleguemos a extremos
estaremos actuando moderadamente, si actuamos
santamente.
Repetimos: la virtud está en el medio; y ese famoso
medio está en la virtud.
Y si no estuviese en la virtud, ¿dónde podría estar
sino en el infierno?
NOTAS
[*] Traducción y adaptación de "El
Perú necesita de Fátima - Tesoros de la Fe" |