Uno de los hombres que más
contribuyó al brillo y encanto de la arquitectura
brasileña de nuestro tiempo, el Dr. Adolpho
Lindenberg, es de las pocas personas aún vivas que
tuvo el privilegio de tratar desde su infancia con
el Prof. Plinio, de quien era primo hermano.
Fundador de la Constructora que lleva su nombre y
marcó época en el Brasil, logrando imponer un estilo
propio —al mismo tiempo tradicional, de alta
categoría y de notorio carácter— preside hoy el
Instituto Plinio
Corrêa de Oliveira, que rememora y
prolonga la obra del insigne varón católico.
Tesoros de la Fe le
solicitó un escrito en el cual narrase algunos
recuerdos de aquel tiempo. En un lenguaje muy
atrayente e impregnado de admiración y de afecto, el
empresario paulista nos describe, además de los
hechos referentes al período de infancia, el modo
cómo, desde pequeño, el Prof. Plinio fue forjando su
ideal, que fuera enteramente explicitado, décadas
después, en su obra Revolución
y Contra-Revolución.
|
Plinio, a los 10 años, vestido de
marinero |
¿Cuáles son los más antiguos recuerdos que
guardo, con mucho cariño, de los tiempos en que
mi primo hermano, Plinio Corrêa de Oliveira, era
un joven y yo un niño?
Nuestra diferencia de edad era de 16
años. Él vivía en la casa de nuestra abuela
materna, Gabriela Ribeiro dos Santos. Nuestra
abuela —matriarca de estilo antiguo, que marcó
época en la sociedad paulista de fines del siglo XIX y comienzo del siglo XX— era monarquista. En
el medio republicano en que vivía, nunca
escondió sus relaciones con la princesa Isabel,
hija de Don Pedro II, el último emperador del
Brasil, entonces exiliada en Francia. Se podría
hasta decir que mi abuela fue una expresión del
Brasil antiguo; tenía hábitos en que se sentía
el Imperio y el Brasil del interior. Un cuadro
que pertenecía a Plinio, pintado por un conocido
retratista francés, presenta a la abuela como
una bella dama, con una mirada decidida, viva,
inteligente y maternal (foto abajo).
|
Doña Gabriela, abuela materna del Dr. Plinio |
Ella exigía que sus cinco hijos y respectivos
consortes fuesen a visitarla diariamente en su
residencia situada en el elegante barrio de los
Campos Elíseos. Esto permitió que yo tuviera con Plinio una relación prácticamente de
hermanos.
Me
acuerdo que él era una persona alta para la
época, casi 1.80 m, corpulento,
extraordinariamente locuaz, dueño de una voz
fuerte, risa fácil y contagiosa, comunicativo al
extremo. En una palabra, una personalidad que se
imponía por su presencia, pero que cautivaba por
la afabilidad y atención dada a todos los que
con él conversaban.
En
la espaciosa residencia, se hablaba y se
discutía de todo: historia, religión, política,
el gobierno Getúlio Vargas (surgido en 1930 de
un golpe militar), monarquía, república,
divorcio, hechos de cada día. Nunca vi a mi
primo contando chistes, pero él tenía un gusto
especial en presentar historietas y episodios
históricos, con sus personajes pintorescos,
paradigmáticos o incluso hilarantes.
Conversaba con placer sobre todo lo que tuviera
relación con el mundo cultural o con cuestiones
doctrinarias. Con muchas metáforas, dichos
espirituosos y análisis de personas,
comparaciones sorprendentes intercaladas con
grandes explicitaciones, pero también con
característica casera y natural; su conversación
siempre fue considerada entretenida, interesante
y agradable, hasta por personas hostiles a su
pensamiento.
Un
benedictino alemán, que iba frecuentemente a su
estudio de abogado para tratar asuntos de la
Orden, me confió que discordaba de casi todo lo
que él decía, pero juzgaba su conversación de
tal modo interesante, que nunca perdería la
oportunidad de estar con él. Fue siempre un
óptimo oyente. Acostumbraba decir: “Uno
conversa sobre lo que el otro quiere, no sobre
lo que uno quiere”. Atento, paciente con
los tímidos, como que se zambullía en el mundo
de los pensamientos de aquellos con quienes
conversaba.
Hice
de paso una referencia a Getúlio Vargas, y
conviene aquí aclarar que Plinio siempre detestó
el getulismo, un movimiento político
que él consideraba igualitario y revolucionario,
responsable del fin de la “República vieja”.
Esta, que se caracterizaba por la alternancia de
políticos tradicionales de Minas Gerais y São
Paulo en el gobierno de la Nación —el esquema
denominado “café con leche”, pues Minas era un
estado lechero y São Paulo cafetero—, tenía
vestigios aristocráticos, a pesar de ser un
régimen republicano. Los llamados “coroneles” y
los “barones del café” gobernaban entonces el
país, y su alejamiento de las lides políticas
abrió las puertas del Brasil a las ideologías
totalitarias, que en menos de diez años llevaron
al mundo a la mayor de sus guerras. |
|
Foto de los padres del Dr. Plinio, poco
antes de su matrimonio |
|
Ambiente familiar acogedor y tradicional
Talleyrand, gran diplomático francés y eximio
hombre de sociedad, comentó que no conocía bien
lo que era la dulzura de vivir quien no
conociera la sociedad anterior a la Revolución
Francesa. Respetadas las proporciones, pienso
que quien no conoció las delicias del bien vivir
de una familia patriarcal, de la época de
nuestra abuela, tiene dificultad para comprender
cómo un ambiente familiar puede ser tan
acogedor, agradable, armonioso y lleno de vida.
Plinio vivió en ese medio, hizo parte de él y lo
analizó meticulosamente. Fue en ese círculo
social que pudo observar cómo los prejuicios,
tendencias y mentalidades pueden predisponer a
las personas para adherirse a esta o aquella
ideología.
|
Plinio con su hermana Rosée |
Él
guardaba muy vivos los recuerdos de aquella
época. Tres meses antes de su muerte, estando ya
enfermo y debilitado, tuve la última
conversación a solas con él. Hacia el fin del
encuentro, comenzó a recordar y a discurrir
sobre los antiguos tiempos, sus relaciones con
su hermana Rosenda (Rosée, para los
íntimos), primos y amigos, el ambiente —tan vivo
de un lado, y tan serio de otro— que reinaba en
la casa de la abuela. Quedé inmóvil y no lo
interrumpí, comprendiendo cómo él, aún mucho más
que yo, sentía nostalgia del recto orden,
seriedad y bienestar de aquel pequeño mundo, tan
agradablemente patriarcal. ¿Habrá contribuido
ese ambiente para aumentar en Plinio su amor a
la tradición? Creo que sí. Al final de la
conversación, él agradeció mi atención en oírlo
discurrir tan ampliamente sobre viejos
recuerdos, y se retiró. Poco tiempo después, en
octubre de 1995, ya no estaba entre nosotros.
Fue
en la convivencia con nuestra abuela, sus
padres, su tío Gabriel, su hermana Rosée, sus
ocho primos y los amigos que frecuentaban
regularmente la casa, que él pasó su infancia y
adolescencia, comenzó a ordenar y estructurar
sus pensamientos, formó su carácter. Fue ese el
fundamento que le posibilitó después dedicar su
vida a la Iglesia y convertirse en el “Cruzado
del siglo XX”, como tan bien lo llamó el Prof.
Roberto de Mattei al escribir su biografía.
Doña Lucilia: católica, monarquista y
tradicionalista
|
Fotografía de doña Lucilia tomada en
París |
Si
quisiésemos destacar la nota característica de
su personalidad, yo diría que tía Lucilia
encarnaba el ideal perfecto de la madre
católica, en toda la extensión del término
Para
una mejor comprensión de la personalidad de
Plinio, nada más adecuado que comenzar por
conocer de cerca la figura muy especial, que me
es muy próxima y muy querida, que fue su madre,
tía Lucilia, hermana de mi madre.
Si
quisiésemos destacar la nota característica de
su personalidad, yo diría que tía Lucilia
encarnaba el ideal perfecto de la madre
católica, en toda la extensión del término. No
sólo de madre, sino también de esposa, hija y
tía. Siendo ella la mayor de las hermanas, cuidó
de la abuela durante el largo período de su
enfermedad, como era la costumbre de aquellos
tiempos. “Lucilia se anuló, se alejó de todo
para cuidar a su madre, día y noche, como si
fuese una enfermera”: este era el
comentario más frecuente sobre ella, hecho por
la parentela, que conservé en la memoria. Con el
correr del tiempo, pude valorar cuán penosa debe
haber sido esa misión, pues la abuela fue una
persona con innumerables cualidades, pero la
paciencia ciertamente no era la mayor de ellas.
La
razón de su “anulación”, sin embargo, conforme
pude observar a lo largo de los años, se debe al
hecho de que ella, siendo católica a ultranza,
monarquista y tradicionalista, no pactó de modo
alguno con el relajamiento de las costumbres,
con las modas extravagantes ni con la
glorificación del progreso; en fin, con aquello
que pasó a denominarse “mundo moderno”. En esta
postura, ella fue la fuente de la aversión de
Plinio a todo cuanto era modernizante, poco
ceremonioso e igualitario.
Doña
Lucilia fue la fuente de la aversión de Plinio
por todo cuanto era modernizante, poco
ceremonioso e igualitario
Quien no conoció a tía Lucilia, tendrá
dificultad para entender al hijo. Fueron muy
próximos la vida entera, con temperamentos y
gustos en perfecta sintonía. Él hacía de todo
para agradarla, y ella, a su vez, tenía la
atención totalmente puesta en su hijo. Me
acuerdo de que todos los días Plinio, ya hombre
hecho, después de la cena reservaba veinte
minutos para conversar con ella, hábito ese que
mantuvo hasta cuando estaba ocupadísimo con
trabajos urgentes.
Después que él sufrió un revés en su labor
apostólica, ella lo consoló con una frase que
sintetizaba perfectamente su modo de sentir las
cosas: “Hijo mío, lo importante en la vida
es estar juntos, mirarse y quererse bien”.
Y eso ellos lo practicaban. El resto, sea lo que
sea —ambiciones, éxitos, fracasos–– para ella
contaba mucho menos. Plinio siempre recordó esta
frase hasta el fin de su vida, edificado y
nostálgico.
Me
acuerdo muy bien de tía Lucilia, viniendo a
visitarme cuando yo estaba enfermo, acometido
por las clásicas dolencias de la infancia. Ella
me leía Los tres mosqueteros y tantos
otros libros que exaltaban el heroísmo, la
fidelidad y la unión más absoluta entre los
amigos. Inútil decir que la lectura era
salpicada por consejos, advertencias sobre los
peligros que encontraría a lo largo de mi vida,
además de mil agrados. ¿Habrá ella tenido
conciencia de que, haciéndolo así, me estaba
preparando para convertirme en un fiel seguidor
de su hijo?
Una dama ceremoniosa y acogedora
Tengo la
certeza de que nunca vi —y creo que pocas
personas vieron— una mirada tan dulce,
expresiva, acogedora y profunda como la de tía
Lucilia
|
Tía Lucilia nunca tiñó ni usó corto el
cabello, no se pintaba, usaba vestidos
discretísimos. En otras palabras, se tenía la
impresión de que era una señora de una
generación anterior, ceremoniosa y acogedora. Su
mayor atributo era la mirada. Tengo certeza de
que nunca vi —y creo que pocas personas vieron—
una mirada tan dulce, expresiva, acogedora y
profunda. ¿Triste? ––se podría preguntar. A
veces, sí; melancólica, no. Voy a intentar
recordar, en pocas palabras, un trazo muy
huidizo de esa mirada, sobre la cual nunca vi a
nadie referirse: al hablar con sus sobrinos o
con los jóvenes que frecuentaban la casa, se
veía en su mirada como que un desafío, un reto,
un convite para que enfrentasen las vicisitudes
de la vida —la cruz, que todos tenemos que
cargar— con gallardía, ánimo y alegría; pues no
pensemos que ella, por razones de su
aislamiento, enfermedades y cierta carencia de
recursos materiales, se sintiera menos feliz que
ellos.
Para
ella, la resignación, la connaturalidad con el
sufrimiento, la noción de que los valores
fundamentales de la vida son de orden moral,
hacían parte de su modo de vivir y de observar
las cosas. Según ella, existe entre el bien y el
mal una oposición radical, adversa a concesiones
o a medios términos. Dios existe, Nuestro Señor
fundó la Iglesia, que es infalible y nos debe
guiar. Sus devociones principales fueron hacia
el Sagrado Corazón de Jesús y hacia la Santísima
Virgen. El resto le era totalmente secundario, y
sólo valía en la medida en que fuese virtuoso,
bello y consonante con la doctrina católica. El
pecado, la fealdad, la suciedad, la anormalidad
se equivalen, y deben ser rechazados con toda la
fuerza del alma.
No
tengo dudas de que las devociones de tía Lucilia
y su visión del mundo —sencillas por un lado,
plenas de certeza por otro— fueron transmitidas,
por la leche materna, a su hijo muy querido.
En una infancia calmada, se forjó un
aguerrido polemista
Quien conoció a Plinio en el apogeo de sus
polémicas contra el progresismo católico, el
agrorreformismo socialista y tantos otros
movimientos revolucionarios, tal vez tenga
dificultad en comprender que su natural era muy
pacífico y sensato; hasta alegre, se podría
decir.
Por
lo que se contaba en la familia, y las
fotografías de aquel tiempo lo confirman, en su
infancia fue un niño de temperamento calmado,
pacífico (todo lo contrario de su hermana), un
poco soñador, aún desarmado para oponerse a la
brutalidad de sus futuros compañeros de colegio;
detestaba los debates acalorados, griterías,
malas palabras sobre todo. Le gustaba
intercambiar ideas con sus primos y amigos, pero
siempre que las discusiones se calentaban,
prefería darlas por terminadas.
Una
antigua fotografía, perteneciente a la familia,
muestra a Rosée a los siete años, pequeña, viva
y atenta, andando por una vereda y jalando de la
mano al hermano —dos años menor, pero ya de su
estatura— que con aire absorto y distraído
miraba hacia algún punto indefinido del
horizonte. La institutriz alemana Fräulein Mathilde
siempre comentó cómo los dos hermanos eran
diferentes: Rosée, alerta, desconfiada, ágil
para defender sus prerrogativas; Plinio,
meditativo, sensato, aún desarmado contra la
agresividad de los futuros malos compañeros de
colegio, enemigo de desórdenes y discusiones,
pensando tal vez en las delicias de un buen
lonche preparado por su queridísima madre.
Me
acuerdo de haber notado, a pesar de ser yo aún
pequeño, una característica que marcó toda la
vida de mi primo: su presencia, sus ideas, sus
certezas, principalmente, dividían al público de
alto a bajo. Mi padre hacía no pocas
restricciones al modo de pensar y actuar de
Plinio. Yo, gracias sin duda a una protección
muy especial de la Santísima Virgen, sin
embargo, absorbía deslumbrado las descripciones
que él hacía del Ancien Régime y la
narración de las memorias de tantas figuras de
realce de la historia, particularmente la
francesa.
A
menudo Plinio recordaba un consejo que había
recibido de su padre, el Dr. João Paulo. Cierto
día, no sé cuándo, después de una magnífica
disertación de otro tío durante una reunión
familiar, el tío João Paulo llamó a su hijo y le
dijo: “Plinio, presta atención. Viste como
tu tío es un buen expositor, agradó a todos.
Pero él no fue preciso al enunciar su
pensamiento. Él es siempre así, el pensamiento
no sale con precisión. Hijo mío, nunca seas así.
Esfuérzate. El enunciado de tu pensamiento tiene
de ser siempre preciso, nítido”.
Él
tenía la tendencia de expresar el concepto de
forma muy adaptada a quien lo oía o leía, no
obstante, sin desfigurarlo en nada; y aún de
relacionarlo con hechos de actualidad o con
alguna realidad humana, que lo hacía más fácil
de ser entendido por quien lo oía. Esta debe
ser, tal vez, la razón de la crítica infundada
que algunos hacían a su modo de discutir,
afirmando que su raciocinio era “psicologizado”.
En realidad, gracias a su agudo sentido
psicológico, él percibía las menores variaciones
de los estados de alma de sus interlocutores.
La “Contra-Revolución” en marcha
Sin haber
aún montado la estructura de su obra Revolución
y Contra-Revolución—que recién vino a luz en
1959—, su persona ya era la Contra-Revolución en
marcha
Como
es de imaginarse, en su modo de vestir,
comportarse, hablar, tejer elogios a épocas
pasadas, y sobre todo criticar al mundo moderno,
Plinio era un contra-revolucionario total, sin
disposición para concesiones. Sin haber aún
montado la estructura de su obra Revolución
y Contra-Revolución —que recién vino a luz
en 1959—, su persona ya era la Contra-Revolución
en marcha. Monarquista, entusiasta del Ancien
Régime, contrario a las modas
extravagantes, crítico acerbo del arte
contemporáneo y de la influencia hollywoodiana en
nuestras costumbres, desconfiado de los
supuestos beneficios de la industrialización y
del progreso, él manifestaba por los cuatro
costados una oposición vehemente a todo lo que
participara de los errores modernos.
En
lo que se refiere a la arquitectura, su
preferencia, su entusiasmo, su encanto, siempre
fue por el gótico, estilo que no fue heredado de
una civilización pagana, sino fruto de una
civilización verdaderamente cristiana, la Edad
Media. En el estilo gótico, Plinio apreciaba
enormemente los rosetones multicolores y los
vitrales de las catedrales. Viviendo en un
ambiente en que algunos manifestaban admiración
por el estilo moderno, puede imaginarse el
escenario de vivísimas polémicas en que se
transformó la casa de la abuela.
Si
las polémicas aparentaban un ambiente tenso
entre tíos y sobrinos, por otro lado el contacto
diario era animadísimo, y eso en gran parte por
la alegría y jovialidad con que Plinio
participaba de bromas, de conversaciones sin
fin. Y sobre todo de cenas opulentas en
restaurantes alemanes e italianos, que en la
época comenzaron a abrirse en São Paulo.
Lo que
distinguía sus comidas eran los comentarios que
hacía —esos, sí, feroces— sobre las virtudes de
los diversos platos
|
El Dr. Plinio y su hermana doña Rosée |
Me
acuerdo también de su asombroso apetito. En sus
almuerzos y cenas, comenzaba por comer algunas
tajadas de pan con bastante mantequilla; después
se servía una entrada seguida por el plato
principal; y al final, dulces, frutas o helados.
Lo que distinguía a sus comidas eran los
comentarios que hacía —esos, sí, feroces— sobre
las virtudes de los diversos platos. ¿Cuáles
eran sus preferencias? ¿Qué no le gustaba? En
esto era un fiel seguidor del literato portugués
Eça de Queiroz, para quien todos los platos,
elaborados o simples, son deliciosos, con tal
que sus ingredientes sean de primera calidad,
preparados con esmero y servidos pródigamente.
Era
de una personalidad extrovertida, exuberante, de
buen humor y benévolo. Con su figura imponente,
era ceremonioso al extremo, pero afable y
siempre interesado en los asuntos propuestos por
sus interlocutores. Me acuerdo muy bien de una
cena en la casa de una tía nuestra, durante la
cual él se sentó al lado de una ginecóloga. Oyó
con tanto interés sus digresiones sobre la
necesidad de que sean construidas más
maternidades en la ciudad, que al final se
asombró al saber que hablaba con un abogado y no
con un médico.
Profundo discernimiento de las
características de los pueblos
Tía
Lucilia, a pesar de sus limitados recursos
financieros y de su preferencia absoluta por
todo lo que fuese francés —parcialidad esa
siempre criticada por mi padre, germanófilo a
ultranza—, contrató una institutriz bávara para
educar a sus hijos, Rosée y Plinio. Fräulein Mathilde,
católica, monarquista, culta, europea a más no
poder, abrió los ojos de sus pupilos para los
esplendores de la Edad Media, los llevó a
admirar las grandes figuras del pasado, disertó
sobre el trágico final de la mayoría de las
familias reinantes en Europa.
Esta
apertura de horizontes permitió a Plinio, años
después, discurrir con frecuencia y gusto sobre
las cualidades y limitaciones de cada pueblo
europeo. Las comparaciones que hacía sobre las
características de los franceses, alemanes,
ingleses, italianos, españoles, húngaros, etc.
eran tan interesantes que podrían perfectamente
ser publicadas.
Me
acuerdo de la afirmación de un español que sólo
comprendió la grandeza de su tierra natal
después de haber asistido a una conferencia en
la cual Plinio elogiaba los trazos del espíritu
de cruzada aún existentes en el alma española,
la altivez y el espíritu varonil del carácter
ibérico, el destino glorioso que aún aguardaba a
España en una futura época de civilización
católica. Brillantes también fueron sus
comparaciones entre prusianos y bávaros. Las
conclusiones a que ellas conducían me llevaron a
creer que la Fräulein Mathilde tuvo una
no pequeña participación en esas apreciaciones.
Admiración por los grandes personajes de
la historia
|
Doña Lucilia contrató a Fräulein Mathilde,
una institutriz bávara, para educar a
sus hijos. De izquierda a derecha,
Plinio, su prima Ilka, Fräulein Mathilde
y Rosée, su hermana. |
En la
imaginación de los dos hermanos, Plinio y Rosée,
habitaban hadas, príncipes, cruzados, grandes
santos, reyes, reinas, héroes y personajes de
realce del Ancien Régime
Hoy
en día, la mente de los niños está poblada de
monstruos o figuras de reinos imaginarios y
paganos. No obstante, en la imaginación de los
dos hermanos, Plinio y Rosée, habitaban hadas,
príncipes, cruzados, grandes santos, reyes,
reinas, héroes y personajes de realce del Ancien
Régime. Así, figuras como Carlomagno,
Roland, Santa Juana de Arco, Felipe II, Luis
XIV, personajes de las célebres Memorias del
duque de Saint-Simon y tantas otras, quedaron
tan próximas a Plinio, al punto de que él se
refería a ellas con la misma naturalidad con que
sus primos se referían a los artistas de cine o
a los jugadores de fútbol. Las conversaciones en
la sala de los jóvenes en la casa de la abuela
eran al menos curiosas: el galán de cine Rodolfo
Valentino y el jugador de fútbol de los años 30
Friedenreich, alternándose muy armoniosamente
con La Grande Mademoiselle [Ana María
Luisa de Orleans, prima de Luis XVI], María
Antonieta y Chateaubriand...
Fräulein Mathilde les enseñó también a
distinguir todo aquello que es honesto, noble,
elevado, verdadero, de las cosas vulgares,
ordinarias, falsas o mezquinas. Les llevó a
comprender que la educación y la elevación del
espíritu son valores intrínsecamente superiores
a la riqueza material y a las glorias efímeras
que el mundo puede ofrecer. Así se comprende
cómo, desde pequeño, Plinio conoció el primado
de la cultura, de la fineza y del espíritu
aristocrático.
No
fue sin razón, por consiguiente, que dos
realidades disputaban la primacía dentro de mi
cabeza de niño: el mundo de mis otros primos
––corriente, banal, con prevalencia de lo
inmediato, lleno de contradicciones,
materialista y hedonista–– y el mundo de Plinio,
con sus absolutos, sus grandezas, sus cumbres
del espíritu a ser alcanzadas.
Certeza de sus convicciones y santa
intransigencia
|
Plinio en su niñez, vestido de español
para una fiesta de disfraces |
Como
alumno de los jesuitas, Plinio aprendió desde
temprano el arte de las disputas ideológicas,
los meandros de la buena argumentación, la
habilidad para defenderse de falsos argumentos.
Su placidez y objetividad constituirán también
armas eficaces en las polémicas y persecuciones
de que fue víctima. En efecto, él oía
calmadamente los argumentos y las objeciones de
sus interlocutores, y después los iba
desmontando, rebatiendo, separando la verdad del
error, y todo ello con una lógica ignaciana, en
un tono de voz fuerte pero desapasionado.
Su
principal fuerza residía, sin embargo, en la
certeza y seguridad de sus convicciones. El
director de un colegio ––en el que fue a hacer
una conferencia para los alumnos–– se quejó de
que, siempre que invitaba a hablar a Plinio, el
ambiente quedaba alborotado con discusiones, que
se prolongaban por buen tiempo después de
terminada la exposición. Yo respondí, elogiando
el interés de los jóvenes por el debate de temas
ideológicos, pero él fue perentorio: “¡Plinio
es de una radicalidad insoportable. Debemos
buscar el consenso, nunca la controversia!”.
En realidad, él era tan contrario a los medios
términos y concesiones en cuestiones de
ortodoxia católica, que transmitía a muchos la
impresión de excesiva intransigencia. Llegaron
injustamente a acusarlo de fanático.
Su ardiente anhelo por una civilización
ideal
Esta
impresión de intransigencia y de espíritu
categórico que Plinio causaba era reforzada por
la vitalidad y el arrojo con que defendía
verdades hace tiempo olvidadas. En una época en
que ser católico practicante e ir a misa era
solo para las mujeres, en que los hombres en su
inmensa mayoría eran positivistas, masones y
liberales, él, con su voz fuerte, proclamaba en
alto y sonoramente que la moral católica debía
ser practicada por todos, mujeres y hombres. En
una época en que en los medios católicos solo se
alababan la paciencia, la humildad y la
conformidad, él decía que los católicos debían
afirmar su fe con arrojo, ser combativos y
capaces de vencer a los enemigos de la Santa
Madre Iglesia. Más aún, que deberían aglutinarse
y formar un movimiento que tuviera las
condiciones de influir en los destinos del país
y alterar el rumbo de los acontecimientos.
|
Con apenas 22 años, el Dr. Plinio se
graduó de abogado por la Facultad de
Derecho de la Universidad de São Paulo |
En una
época en que ser católico practicante e ir a
misa era solo para las mujeres, en que los
hombres en su inmensa mayoría eran positivistas,
masones y liberales, él, con su voz fuerte,
proclamaba en alto y sonoramente que la moral
católica debía ser practicada por todos, mujeres
y hombres
Amigos más próximos de Plinio, todos aprendimos
con él, a lo largo de nuestras vidas, a desear
una sociedad ideal, en una civilización
auténticamente cristiana —sustentada en los
escritos de San Luis Grignion de Montfort—,
llamada entre nosotros, el Reino de María.
Tal sociedad deberá tener un tono sacral, una
organización social orgánica y jerárquica, y
reflejar la doctrina católica en toda la
amplitud de esta expresión. En mi estrecha
relación con Plinio, pude constatar cómo él era
un modelo vivo, una prefigura de esa futura
sociedad ideal.
Una personalidad suscitada por Dios
¿Cómo esta germinación fue posible en una ciudad
moderna, incrustada en el Nuevo Mundo? ¿Por una
gracia especialísima de la Santísima Virgen?
Ciertamente sí. Pero ello nos lleva a otras
consideraciones: si Dios suscitó una
personalidad como la del Dr. Plinio, ¿no será
esto una primera gracia y un primer paso para un
cambio radical en el rumbo de los
acontecimientos? ¿No estará próxima la
restauración de la civilización cristiana?En
estas líneas, intenté dar algunos trazos de cómo
Plinio, desde niño, ya respiraba valores
contra-revolucionarios. Con los años, él creció ultramontano —como
eran llamados en el siglo XIX los católicos
antiliberales y fieles al Papado—, monarquista,
antimodernista, católico en todas sus
manifestaciones. Con la lectura de autores como
De Bonald, Donoso Cortés, Veuillot, y de
numerosos santos como San Pío X (foto en la pág.
siguiente), él explicitó y formuló de modo
sistemático sus teorías, su Weltanschauung (visión
del universo), aunque todas ellas ya existían en
su alma en estado germinal.
Consideración del pasado con miras al
futuro
|
En los años 1940 y 1950 el Dr. Plinio
leyó los discursos de Pío XII a la
nobleza y patriciado romano, y redactó
muchos y magníficos comentarios al
respecto. Posteriormente compiló y
completó tales comentarios en su último
libro, publicado en 1993: Nobleza y élites tradicionales análogas en las
alocuciones de Pío XII al Patriciado y a
la Nobleza romana |
Con la
lectura de autores como De Bonald, Donoso
Cortés, Veuillot, y de numerosos santos como San
Pío X, él explicitó y formuló de modo
sistemático sus teorías, su
Weltanschauung (visión del universo), aunque
todas ellas ya existían en su alma en estado
germinal.
Sin
embargo, sabemos que la tradición no se opone al
futuro, apenas postula que sean respetados el
rumbo, los hábitos y las leyes por ella
establecidos a lo largo de las generaciones. El
Dr. Plinio, en los años 1940 y 1950, leyó los
discursos de Pío XII a la Nobleza y al
Patriciado romanos, y tejió muchos y magníficos
comentarios al respecto. Tales comentarios,
después los compiló y completó en su último
libro, publicado en 1993: “Nobleza y élites
tradicionales análogas en las alocuciones de Pío
XII al Patriciado y a la Nobleza romana”.Estas
consideraciones conducen a la última parte de
este artículo: Plinio Corrêa de Oliveira y el
futuro. La más común, la más contundente de las
acusaciones hechas a los movimientos
tradicionalistas es la de que son nostálgicos,
están vueltos al culto del pasado, manifiestan
desagrado o hasta aversión a todo lo que es
actual y se contentan con derramar lágrimas
sobre los infortunios que se acumulan sobre sus
cabezas.
|
Papa San Pío X |
Además de
detectar las señales de la proximidad del gran
castigo previsto en Fátima en 1917, procuramos
seguir la evolución del arte contemporáneo y de
las costumbres en su senda hacia el más abyecto
de los satanismos.
Por
consiguiente podemos afirmar que de ningún modo
sus discípulos cerramos los ojos al futuro. Al
contrario, consideramos un seguimiento de los
nuevos rumbos de la cultura y de la política
como una de las actividades primordiales. Además
de acompañar con lupa las noticias para entrever
en ellas los próximos pasos de la Revolución
anticristiana, y al mismo tiempo detectar las
señales de la proximidad del gran castigo
previsto en Fátima en 1917 —al cual Plinio, en
lenguaje casero, denominaba Bagarre (refriega,
en francés)—, procuramos seguir la evolución del
arte contemporáneo y de las costumbres en su
senda hacia el más abyecto de los satanismos.
Nos esforzamos igualmente en descubrir los
intereses y planes de las fuerzas más decisivas
que buscan la expansión del mal en todas las
naciones, entre las cuales está ciertamente el
islamismo revolucionario. Todo ello sin
desatender las polémicas que mantenemos con el
progresismo y las campañas contra el
agro reformismo, la práctica homosexual, el
aborto, etc.
Confianza en la Santísima Virgen y
certeza de su victoria
Interpretando el pensamiento del Dr. Plinio,
puedo decir que éxitos parciales —y esos los
hemos alcanzado— deben servir de pedestal para
conquistas más arduas, pretendiendo la victoria
final señalada por él como el Reino de María
|
El Dr. Plinio junto a la Imagen
Peregrina de Nuestra Señora de Fátima,
que lloró milagrosamente en Nueva
Orleans, el año 1972 |
¿Qué
pensar sobre el futuro? Primeramente, y
procurando interpretar el pensamiento del Dr. Plinio, yo diría que lo más importante de todo
es el empeño, la voluntad, la fuerza de alma con
los cuales debemos actuar en nuestra lucha
contra-revolucionaria. Escribo especialmente
para los lectores de Tesoros de la Fe,
algunos de los cuales ya nos acompañan desde sus
comienzos, otros desde mitad del camino, y otros
más recientemente. Pero todos, ciertamente, con
muchas apetencias contra-revolucionarias.
Algunos dedican su tiempo para dar continuidad a
la obra de Plinio Corrêa de Oliveira, otros
acompañan tal obra muy de cerca, otros un tanto
distantes, pero todos de algún modo ya
participaron u oyeron hablar de nuestras
polémicas, campañas, libros, etc. En una
palabra: acompañan los acontecimientos según un
prisma que se aproxima a la visión que él nos
dejó.
Nuestra mirada hacia el futuro contiene la
certeza de que, en determinado momento, la
Providencia Divina intervendrá en los
acontecimientos, pues sin un auxilio divino muy
especial es prácticamente imposible revertir la
marcha de los acontecimientos. En ese sentido,
el mensaje de Fátima ––con su promesa “Por fin
mi Inmaculado Corazón triunfará”––, para los
católicos que desean ser enteramente fieles,
constituye lo que en el pasado medieval
galvanizaba el entusiasmo de los caballeros: el
estandarte del rey, presente y participante de
todas las batallas. Sin embargo, con todo respeto
y seriedad, afirmo enfáticamente: todo eso es
poco, está muy por debajo de lo que podemos
hacer. Interpretando el pensamiento del Dr.
Plinio, puedo decir que éxitos parciales ––y
esos los hemos alcanzado–– deben servir de
pedestal para conquistas más arduas,
pretendiendo la victoria final señalada por él
como el Reino de María, como arriba mencioné. El
empeño cada vez mayor es la verdadera llave para
la realización de la meta trazada por el Dr. Plinio. Este empeño consiste en procurar
estudiar y actuar con el firme propósito de
defender los ideales católicos y
contra-revolucionarios. En el mundo moderno, esa
es una batalla ardua. Pero en medio de los
golpes, éxitos y derrotas, tenemos confianza en
la Santísima Virgen y la certeza de que la
victoria final será de Ella. Si la historia
presenta ejemplos de pequeñas agrupaciones de
guerreros seriamente dispuestos a alcanzar sus
objetivos, que por eso derrotaron imperios, ¿por
qué no esperar que la civilización cristiana
triunfe?
|
El
Dr. Plinio siempre procuró en su vida detectar y
estimular los movimientos que reaccionaban
contra medidas revolucionarias, no apenas en el
Brasil sino en el mundo entero. Debemos también
detectar y apoyar a tales movimientos. Debemos
mostrarles que los diversos puntos del programa
revolucionario que ellos combaten están
entrelazados, hacen parte de un movimiento
único, calificado por el Dr. Plinio y otros
pensadores católicos de Revolución universal.
Movimientos inspirados en el pensamiento y en la
lucha del Dr. Plinio surgieron durante su vida
en muchos países, otros se están constituyendo
en diversas partes, como por ejemplo uno que
pude conocer recientemente, nacido en Polonia.
Confieso que quedé entusiasmado. Un movimiento
con intensa devoción a Nuestra Señora y fiel a
la misión histórica del Dr. Plinio, que tiene un
potencial para dar el rumbo correcto a aquella
nación católica, tan castigada por el régimen
comunista que la había subyugado. Así como en
Polonia, en muchos otros lugares pueden nacer
movimientos de católicos contra-revolucionarios.
El
Dr. Plinio utilizaba con frecuencia la expresión
alemana vorwärts (adelante). Termino
este artículo imaginando lo que él diría, si
estuviese entre nosotros, a todos los que se
empeñan en seguir sus ideales y el rumbo por él
trazado. Creo que diría con un tono de voz de
quien está conclamando a una cruzada: “Miremos
el futuro, confiemos en la Santísima Virgen, y ¡vorwärts!” |
NOTAS:
[*]
Traducción y adaptación de "El
Perú necesita de Fátima - Tesoros de la Fe"
|