Contraste entre la mentalidad de la iglesia cismática rusa
y
la mentalidad auténticamente católica
En este retrato vemos al
zar de Rusia Nicolás II y a la zarina Alejandra, que fueron cruelmente
ejecutados junto con sus hijos por los comunistas, en la madrugada del
17 de julio de 1918. Aunque esté identificado con el siglo XX, aún se
nota en él la mentalidad de la vieja y verdadera Rusia de los siglos
anteriores.
Es notable la distinción y pompa de
los trajes. El zar viste una especie de túnica de finísimo tejido, de
alta categoría, y una capa bordada con presillas brillantes y vistosas.
Nos causa la impresión de un hombre salido del fondo de las nieblas de
la historia, medio ajeno al siglo y a los acontecimientos. La zarina
tiene algo de un ícono bizantino: hierática, inmóvil, revestida de una
bellísima capa, coronada y con un velo. Estos trajes podrían ser del día
de la coronación o de una gran solemnidad pública. El conjunto da una
idea de cuan respetable es el poder público que proviene de Dios.
En la fisonomía del zar se nota un
aspecto de la iglesia cismática rusa: una especie de misterio en el
fondo de la mirada, acompañado de cierto sueño, como quien estuviera
medio narcotizado o hipnotizado por algo que tiende a la somnolencia
eterna. Hay una cierta tristeza, no hay esperanza ni alegría.
Las posturas de ambos son de
inamovilidad, una actitud que el hombre contemporáneo detesta. El
espíritu religioso debe ser meditativo, reflexivo y devoto, desconfiar
de la agitación continua del hombre moderno, que es opuesta a la
posición de alma normal del verdadero católico. El católico no debe ser
agitado ni tener la falsa mística; debe tener una alegría fuerte,
varonil, acompañada de una decisión para el sacrificio, para el
holocausto, para la batalla; debe tener el gusto de la lucha.
En un zar que fuera católico,
podríamos imaginar un varón sin ese alejamiento de la realidad, absorto
en una falsa mística. Al contrario, tendría una mirada elevada, serena,
noble y tendiente a lo sublime. Él sería así un guerrero, montado en un
caballo pronto para una batalla o sentado en el trono de donde guía a su
pueblo. De ese modo él no sería apenas un símbolo para inspirar a los
demás, sino un comandante de sus súbditos.
NOTAS:
[1]
Excertas de
conferencia proferida por el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira en 7
de febrero de 1990.
No revisadas por el autor. Traducción y
adaptación por "El
Perú necesita de Fátima
- Tesoros de la Fe".
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