Un
modo trivial de considerar las horas del día es
de acuerdo con las necesidades de nuestro
cuerpo, y así se dice comúnmente que la mañana
es la hora en que las personas se levantan y
inician su trabajo; el mediodía, aproximadamente
la hora en que almorzamos; y en la noche se
duerme, se descansa.
En cuanto a la
noche, hay un modo físico de considerarla, como
la parte del día en que reina la oscuridad; o el
período en que las personas no trabajan. Pero
esas consideraciones no abarcan todo lo que
realmente se concibe por noche. Todas las
fuerzas malignas de la naturaleza se desatan
cuando oscurece. Mientras colibríes, águilas y
palomas duermen, los bichos salvajes, como
murciélagos y reptiles, salen de sus madrigueras
y comienzan a vagar. Es la hora en que las
fiebres aumentan, las enfermedades empeoran y la
mayoría de los crímenes son cometidos. Hay una
liberación de fuerzas maléficas durante la
noche, que durante el día quedan subyugadas.
Joseph de Maistre,
que vivió en una época en que no había teléfono,
comentaba que durante las noches él permanecía
sin noticias de sus amigos enfermos, pues los
peligros de la noche —cuando también aumentan
las enfermedades, muertes, desenlaces trágicos—
le impedían enviar a su lacayo a casa de
ellos, para saber cómo lo estaban pasando.
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Jesucristo en el huerto de Getsemaní |
Sin embargo la
noche, siendo la hora en que los hombres
reposan, en que las actividades cotidianas
cesan, tiene concomitantemente algo que de
cierto modo es contrario a esto. Se trata del
aspecto bello y grandioso de la noche, en que
los hombres de contemplación y de pensamiento
toman cierta distancia con relación a las cosas.
Es la hora del análisis, de la reflexión, la
hora en que los hombres se elevan por encima de
la trivialidad diaria, en que emprenden el vuelo
de su espíritu y de su capacidad de meditación.
La noche es la
hora de la oración, en que Dios parece velar
asiduamente por los que están durmiendo. Es
también la hora en la cual los hombres más
fácilmente consiguen, por medio de una plegaria,
obtener de Dios lo que desean. Es la hora en que
vigilan los que sufren, los que se sacrifican
por la Iglesia. Es la hora en que se esfuerzan
defensivamente los que son tentados,
atormentados y que no consiguen conciliar el
sueño. En esta hora se medita y se reza.
Hay algo de
particularmente digno en la meditación nocturna,
y esto confiere a la noche un género de nobleza,
que ni el mediodía, con el sol en su apogeo,
consigue proporcionar. En esa hora la vida
adquiere un colorido especial, más noble, más
alto. Esta nobleza y solemnidad de la noche es
un hecho. A tal punto que ciertos actos solemnes
son realizados de noche, por ser revestidos de
mayor pompa que si lo fueran durante el día.
NOTAS
[1]
Exerpta de conferencia del Prof. Plinio Corrêa de
Oliveira a socios y cooperadores de la TFP en 30 de
junio de 1965. Fuente de la transcripción: Revista
Catolicismo Nº 828, Diciembre de 2019. Traducción por "El
Perú necesita de Fátima - Tesoros de la Fe".
Esta trascripción/traducción no fué revista por el
autor. |