Estas ilustraciones nos muestran viviendas
populares. Es gente del pueblo la que habita en
tales casas.
Las
construcciones transmiten la sensación de
solidez, dando la impresión de que protegen
contra la intemperie. Dentro de ellas el hombre
se siente en la intimidad, a leguas de distancia
de la calle, alejado de los demás, con la
posibilidad de estar solo y ser él mismo, un
poco más plenamente él mismo, en el calor de la
familia o en completa soledad a los ojos de Dios.
Qué agradable
sensación experimenta el hombre, a la manera
europea, cuando llega el verano: jarrones con
geranios rojos, cortinas pequeñas y, en su
interior, una persona tranquila leyendo un libro,
una señora tejiendo a crochet o tricot y
conversando con su nietecito sentado en el suelo.
Es la vida
tranquila de antaño, llena de paz. Sin embargo,
es más funcional que la de las multitudes que se
apiñan en los ómnibus. Ciudades pequeñas, donde
todos andan a pie a cualquier lugar, donde nadie
tiene prisa o corre; donde todos viven y
respiran tranquilamente. Fue en ciudades de este
tipo que se formaron los pueblos europeos sanos,
que engendraron la mayor civilización de todos
los tiempos.
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En otra
ilustración, en una pequeña ciudad burguesa
medieval, vemos una casa sumamente acogedora.
Qué agradable,
por ejemplo, en un atardecer de un día fresco,
quedarse en esta pequeña terraza rodeada de
flores y rezar, leer o hacer algo grande, que es
contemplar. Cuando el alma está llena de grandes
pensamientos y de fe verdadera, no hacer nada no
es divagar; no es vegetar como un tonto, sino
dejar que la memoria hable, hacer desfilar los
recuerdos, ir pensando al sabor del tiempo y de
las asociaciones de imágenes. Es ir
contemplando.
Fue junto a la
ventana de una posada en Ostia, Italia, en que
san Agustín y santa Mónica, conversando
agradablemente, tuvieron un éxtasis: el famoso
éxtasis descrito en las Confesiones del
gran Doctor de la Iglesia.
¿Quién podría
tener un éxtasis en un rascacielos
contemporáneo? Dios todo lo puede, incluso
lograr que alguien en un edificio así entre en
un estado místico. Pero hay que reconocer que el
rascacielos no ayuda para nada a que alguien
entre en éxtasis.
NOTAS
[1] Excerpta de conferencia del Prof. Plinio Corrêa
de Oliveira a socios y cooperantes de la TFP en
10 de febrero de 1974. Adaptado y publicado
inicialmente en "Catolicismo" nº
678, Junio de 2007. Traducido por "El
Perú necesita de Fátima - Tesoros de la Fe".
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