Sin
el equilibrio de la doctrina católica,
los
problemas del universo se vuelven insolubles
Mirando un par de pavos reales, pensé lo siguiente: estas
aves, tan superiores al hombre por algún aspecto, pero
tan inferiores por todos los demás, sugieren que hagamos
esta comparación. Lo que se debe, no cabe duda, a que
hay pocos seres humanos tan elegantes como ellos.
Si Nuestro Señor Jesucristo dijo que Salomón, en toda su
gloria, no se vistió como los lirios de los campos,
podemos decir que nadie, en el apogeo de su gloria, se
vistió como un pavo real. En este sentido, Luis XIV, con
todo su esplendor, no se compara con un pavo real.
De ahí la impresión de una misteriosa superioridad de
este ser tan inferior. No son apenas las plumas, sino
las actitudes. Se diría que cada pavo real es un
archiduque de la Casa de Austria. Tiene unas miradas,
tiene un estilo, tiene una manera de mostrarse
indiferente a las demás cosas y de pasar por encima de
todo; tiene arrogancias, tiene insolencias y tiene una
naturalidad dentro de la distinción, que es algo
soberbio.
Pero, por otro lado, prestando atención a su mirada, uno
se da cuenta de que es perfectamente necio, no coordina
nada, no percibe nada. Son animales perfectamente
tontos, que repiten las mismas cosas de generación en
generación, instintivamente; y, al pie de la letra, ¡no
ven más allá de sus narices!
Sin embargo, todos sus actos están proporcionados a su
naturaleza. No hacen nada que no esté de acuerdo con la
ley natural a la que están sujetos. Es decir, están
perfectamente organizados y no necesitan de ascesis,
porque les apetece hacer lo que corresponde a su
naturaleza. De modo que no necesitan dominarse a sí
mismos, ni exámenes de conciencia, ni mortificación de
las miradas, ni penitencia. Solo tienen deseos de hacer
lo que deben hacer. Funcionan a la perfección.
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Así, es natural que un hombre que tenga algo de sentido
de la reflexión se pregunte lo siguiente: en este
universo tan desordenado, ¿cómo es posible que yo, un
ser inteligente, que hago parte de la especie humana,
acabe medio avergonzado ante el ejemplo de este pavo
real? A causa de mi desorden interior, apetezco cosas
que mi naturaleza prohíbe, rechazo cosas que mi
naturaleza exige; mi razón me indica una conducta y mi
sensibilidad camina, como un huracán, en dirección
contraria. Además de requerir el auxilio sobrenatural,
me veo obligado a librar una lucha titánica para que mi
conducta sea la que debe ser. En cambio, ahí está, el
buen orden intrínseco de este pavo real. ¿Cómo explicar
algo así?
Una reflexión se impone y nos conduce, naturalmente, a
la siguiente alternativa: O acepto la doctrina católica
sobre el pecado original y, entonces, todo se esclarece
perfectamente; o, la niego y me enfrento a lo
inexplicable. Si uno decide no aceptar la doctrina
católica —y, en consecuencia, guardar odio al pavo
real—, ¡se tendrá un odio mucho mayor al hombre
virtuoso, que hace el sacrificio que uno no quiere hacer!
NOTAS
(*)
Texto extraído de conferencia del
Prof. Plinio Corrêa de Oliveira de 5 de agosto de
1974. Sin
revisión del autor. Traducción y adaptación por
"El Perú necesita de Fátima - Tesoros de la Fe" |