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Plinio Corrêa de Oliveira AMBIENTES, COSTUMBRES, CIVILIZACIONES Fuera de Cristo, no se alcanzará el equilibrio entre el espíritu occidental y el oriental
"Catolicismo" N.º 203 - Noviembre de 1967 |
La primera imagen de esta página parece más una visión de “science fiction” que una escena real. Al fondo, un edificio de aspecto fabuloso parece haber triunfado sobre las densas nubes que se acumulan a sus pies. La niebla menos densa que la rodea ya no le ofrece ningún peligro serio. La serenidad del cielo, justo encima de ella, pronto habrá disipado las últimas nieblas y reintegrado el enigmático edificio en una soberana estabilidad. De sus terrazas metálicas surgen misteriosos aparatos. ¿Armas? ¿Instrumentos de observación? ¿Largos, indescifrables azotes? No se sabe. El ambiente es de absoluta “science fiction”. A la derecha, en primer plano, uno se imagina a primera vista un minarete poco elegante y tosco. Pero esta impresión se disipa inmediatamente, ya que el minarete flota en el aire. O, por el contrario, parece apoyarse en una columna de luces y llamas que salen de dos potentes focos situados en su base. Todo, aquí también, en el género de la “science fiction”. ¿Y el hombre? Parece ausente, alejado por un entorno que al mismo tiempo le repele por su carácter ciclópeo en el orden material y por lo que tiene de rudo y sombrío en el orden de los significados psicológicos. Sin embargo, el hombre ahí está, causa y, de alguna manera, víctima de esta escena, que no es una ficción sino la representación de una realidad histórica: el lanzamiento, en Cabo Kennedy, del primer cohete que transportaba a dos cosmonautas. Fueron hombres quienes planearon y ejecutaron todo esto. Son hombres que ocupan el fabuloso edificio y gestionan los complicadísimos elementos técnicos del mismo. Por último, el “minarete” contiene dos hombres que ascenderán a los espacios siderales. Una expresión grandiosa del triunfo de una civilización en la que el hombre ha puesto todo su empeño en dominar la materia en su propio beneficio. Materia... Sí. ¿Y el espíritu? Tan poco, tan defectuoso y en muchos aspectos tan negativo es lo que en este orden vemos a nuestro alrededor, que uno se queda desolado. Se tiene la sensación de aire enrarecido. Esta babel material que hemos construido para nuestra comodidad parece aplastarnos con su peso. Porque más que la miseria, la humanidad está lastrada por el éxito de una civilización materialista a cuya sombra los bienes del espíritu vegetan, menguan y amenazan con deshacerse totalmente.
En la otra imagen hay un pequeño edificio hecho con materiales “convencionales”. En el centro, un enigmático Buda, rodeado de extrañas figuras. Impregna el conjunto de los “personajes” una atmósfera de estabilidad absoluta, que podría fácilmente conducir al estancamiento; un recogimiento denso, hierático, en el que, sin embargo, no se siente el trabajo de la inteligencia, el noble esfuerzo de la voluntad en lucha contra las pasiones, sino sólo una modorra pesada y muda como la muerte. Las mil manos, la cabeza adornada con cabecitas, rematadas a su vez por otra cabecita, de la figura del primer plano, marcan la atmósfera con una nota de contradicción, de desesperación, a agitarse sin solución, en lo más profundo de la espesa costra de marasmo. El recogimiento parece aquí una copa que contiene una primera camada de muerte y una segunda de hiel y aflicción absoluta. Una curiosa yuxtaposición en la que algo solemne, serio y bello arrastra a uno a regiones profundamente interiores, de vacío y negación. Imagen de un mundo que cultivaba la introspección hasta el extremo, depositaba en ella toda su esperanza, y para llevarla hasta sus últimos límites no buscaba los éxitos que el hombre occidental del siglo XX alcanzó sobre la materia. También aquí el resultado es a la vez grande y tiene algo de inhumano. El observador contempla y acaba decepcionado, incluso amedrantado. Se trata del “Toshodaiji”, el templo principal de la secta “Ritsus”, en Nara, Japón, fundado en 756.
Comentando a su manera, y desde su perspectiva budista, esta diferencia entre Oriente y Occidente, y esta mezcla de éxitos y fracasos de la cultura de uno y otro mundo, U THANT, Secretario General de la ONU, tuvo hace tiempo unas significativas palabras, reproducidas en un telegrama de la AFP: Tras recordar las dificultades de la ONU, que trata de armonizar las políticas e ideas de los 117 países que la componen, el Secretario General defendió la idea de un hombre nuevo, en el que se desarrollen paralelamente las facultades intelectuales y espirituales. Thant distinguió a este respecto los sistemas culturales de Occidente y Oriente: “En los países desarrollados, como Estados Unidos, los europeos y la URSS, se busca el desarrollo de la inteligencia, la formación de médicos, ingenieros y científicos: se quiere llegar a la Luna, a Marte, a otras estrellas, pero se olvida lo espiritual. No sabemos nada de nosotros mismos. En Oriente, en cambio, se busca el conocimiento del yo, el conocimiento de uno mismo, mientras todo lo que ocurre fuera de nosotros nos parece siempre algo confuso”.
Las consideraciones de este personaje ultra vedetista insinúan que de la síntesis de una cosa y otra puede nacer un equilibrio perfecto, mediante fórmulas meramente naturales. Una concepción que, de ser así, revelaría un fermento hegeliano. En cada una de las posiciones enfrentadas habría una mezcla de error y verdad que habría que superar en una síntesis. La Historia produciría esta síntesis a través de la elaboración natural y estrictamente científica del espíritu humano, impulsado por la evolución universal y a su vez empujándola hacia adelante. A estas consideraciones un espíritu católico no puede sino responder recordando el papel insustituible de la única fe verdadera y sobrenatural, la Religión de Aquel que dijo de sí mismo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Juan 14,6), y añadió: “Sin Mí no podéis hacer nada” (Juan 15,5). A menos que el mundo llegue a conocer a Jesucristo y lo acepte como la piedra angular de todo lo que va a construir, la tan deseada armonía entre el espíritu de Occidente, predominantemente práctico, y el espíritu de Oriente, especialmente contemplativo, no se podrá lograr. No es de la cocción promiscua de errores y verdades de aquí y de allá que se logrará el equilibrio. No es con los meros recursos de la naturaleza que el hombre, concebido en pecado original, lo logrará. “Bonum ex integra causa”: sólo cuando todos los hombres se inspiren en Jesucristo, Sabiduría Eterna y Encarnada, y en su única Esposa, la Santa Iglesia Católica Romana, sólo entonces el Oriente sabrá purificar sus contemplaciones de todo el peso de las quimeras milenarias que allí ha engendrado, y el Occidente sabrá construir un progreso material capaz de servir y no de aplastar el alma humana. Decimos esto movidos por el deseo de que la oración de nuestros lectores, dirigida a la Altísima Mediadora de Todas las Gracias, en este Año de Fátima, obtenga para la humanidad, cuanto antes, el advenimiento de este día de sabiduría y de gloria, de paz y de justicia, con la realización de la radiante promesa: “Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará”. |
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