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Plinio Corrêa de Oliveira AMBIENTES, COSTUMBRES, CIVILIZACIONES Un gran “bluf” del siglo de los “blufs”
"Catolicismo" N.º 194 - Febrero de 1967 |
No
habrá nada de injusto en que nuestro siglo sea llamado por la historia
de “siglo del bluf”. Es que la impiedad y el comunismo han decidido
demoler las últimas resistencias de este pobre y tambaleante Occidente,
recurriendo, en proporciones hasta ahora desconocidas, a la diabólica
estratagema de utilizar en la demolición a personas destinadas por todos
los títulos a ser impertérritas defensoras del orden cristiano. Teólogos ateos o casi ateos, Príncipes cuyo socialismo implica la aceptación de los errores fundamentales del comunismo, burgueses comunoprogresistas que luchan denodadamente por la reforma comunitaria y socialista de la empresa, dirigentes rurales que hacen todo lo posible por la reforma agraria expoliadora, son llagas que antes eran la excepción y que se multiplican en nuestro tiempo con asombrosa rapidez. Entre tantos blufs, hay uno de distinto tipo que no debe olvidarse.
Paso marcial y agresivo, gesto audaz, rostro sombrío que traduce una belicosidad sin entrañas, los jóvenes desfilan como para el combate. Las inmensas banderas, ondeando al viento, parecen más pesadas que la fuerza de un hombre. Pero los jóvenes las llevan con soltura, dando la idea de que están decididos a aceptar las cargas más inhumanas para lograr la victoria de la mística que les obsesiona. Este es un desfile deportivo en Moscú. Un desfile con características políticas y militares, por supuesto. Sus miembros marchan gritando rítmicamente “¡Viva el deporte, viva el Partido Comunista, viva el gobierno soviético! ¡Viva! ¡Viva! ¡Viva!”
En el inmenso estadio Dynamo, en Moscú, donde destacan los perfiles de Stalin y Lenin como dos ídolos (si fuera Podgorny, sería exactamente igual), grupos deportivos, sin duda largamente adestrados de antemano, ejecutan ejercicios en los que forman con rectángulos de tela de colores la palabra “paz”, sucesivamente en varios idiomas. Ya se sabe en qué consiste la paz: en la capitulación cobarde de Occidente ante todas las amenazas comunistas.
La nota simbólica de la manifestación es innegable. En la amplitud material del cuadro, los individuos adquieren las proporciones de las hormigas, y lo único que cuenta es la masa... la masa informe, inmensa, en la que parecen perderse y disolverse como gotas de agua en el océano. Una disciplina impuesta desde el exterior obliga a esta masa a maniobrar con una docilidad y precisión mecánicas que reducen a cada hombre a un mero autómata. En esta foto, vemos el dominio abrumador de la masa sobre el individuo. En el primero, la dominación del falso misticismo sobre los hombres hipnotizados, estandarizados y masificados.
Ahí está, bien caracterizado, el comunismo, podría suspirar alguien. Efectivamente, respondemos. Pero, a seguir, una pregunta salta a nuestros labios: ¿en qué eso se diferencia del nazismo? Por la propia similitud de espíritu que se advierte en estas escenas con la que se desprende de cien y cien aspectos bien conocidos de las manifestaciones nazis, ¿no queda desenmascarado, hasta la saciedad, el sustrato común entre una y otra ideología? ¿Por qué, entonces, presentar al nazismo como el gran adversario del comunismo? ¿No es, más bien, otra cabeza de la misma hidra? ¿No es cierto que el aparente antagonismo entre el totalitarismo neopagano rojo y su homólogo pardo es uno de los grandes blufs de nuestra triste época de blufs?
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