Plinio Corrêa de Oliveira

AMBIENTES, COSTUMBRES, CIVILIZACIONES

Entre el paternalismo medieval

y la neoesclavitud progresista

 

"Catolicismo" N.º 177 - Septiembre de 1965

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“Aunque el interés y la tendencia a la máxima productividad siguen siendo preeminentes y absolutos, la propiedad ha dejado de ser la proyección del individuo, una especie de soporte necesario de su individualidad en el mundo de las cosas, para convertirse —esto es lo que deberían tener en cuenta sobre todo los cristianos— en un condicionante, en sentido negativo, de la individualidad. En efecto, se puede afirmar, como han hecho autorizados juristas de inspiración ciertamente no anticristiana, que hoy en día ya no es el propietario quien posee la propiedad, sino que, por el contrario, la propiedad posee al propietario”.

Quien profesa esta extraña opinión reduce al hombre no ya a un asalariado, ni siquiera a un esclavo de otro hombre, sino a un esclavo de un sistema burocrático y mecánico de producción, dotado de un poder análogo al del propietario sobre su cosa.

“Pensemos en el ámbito del derecho penal: hoy asistimos, por un lado, a un profundo cambio en la forma de valorar la gravedad de determinados delitos y, por otro, a una creciente ampliación, que puede parecer censurable, de las hipótesis delictivas para comportamientos que antes se consideraban penalmente irrelevantes.

“Las responsabilidades más graves ya no son las relacionadas con los ataques contra el individuo, contra la propiedad, sino las que, en todo caso, ponen en juego los valores sociales. En consecuencia, se percibe la necesidad de penalizar toda conducta que se manifieste, no tanto como un ataque contra el individuo o el orden social entendido en el viejo sentido de ausencia de enfrentamientos entre individuos, sino como un ataque a la búsqueda de esa finalidad que ahora ha pasado del individuo y la sociedad al Estado. Todo delito, en efecto, es un delito en la medida en que es un delito político (énfasis en el original).

Los que piensan así consideran que los individuos no tienen derechos propios y que el Estado es el único titular de todos los derechos...

“(...) la salud física del hombre (...) ya no es un mero bien personal del individuo, sino un bien de la colectividad, hasta el punto de que su protección está garantizada por la Constitución”.

Desde la perspectiva de los textos anteriores, está claro a dónde puede llevar esto, porque si el individuo no tiene derechos, este derecho del Estado sobre la salud de cada uno prevalece absolutamente sobre cualquier sombra del derecho del individuo a su propia salud.

En consecuencia, este principio puede conducir rápida y directamente a la esclavitud.

¿Quién sostiene todas estas opiniones tan terriblemente impregnadas de espíritu esclavista? ¿Algún fanático de la monarquía despótica que se usaba en Oriente? ¿Un señor feudal cruel y sin entrañas, como lo pintaban los cuentos de viejas en cierta historiografía en boga?

No, es un “católico-progresista”, de los que reprochan —llamándolas de tiránicas— a las mejores y más perennes tradiciones cristianas de la Edad Media. Se trata del Sr. Gian Paolo Meucci, magistrado y profesor adjunto de derecho constitucional en la Universidad de Florencia, que colabora en periódicos y revistas como “Il Popolo”, “L'Italia” y “Testimonianze”. El profesor Meucci escribió el capítulo “Verso lo Stato di domani” en el muy discutido libro “Il Dialogo alla Prova” (bajo la dirección de Mario Gozzini — Mezzo Secolo, Vallecchi Editore, Florencia 1964), en el que colaboran católicos y comunistas italianos.

Así, tantos y tantos progresistas, clamando contra lo que llaman paternalismo medieval, considerado por ellos un régimen incompatible con la dignidad humana, acaban llevando su idolatría del Estado hasta el punto de abogar por el restablecimiento de la esclavitud propia de los pueblos anteriores a Nuestro Señor Jesucristo.

A propósito de ese paternalismo en la Edad Media, he aquí lo que dice León XIII con respecto a los trabajadores de la industria y el comercio: “Nuestros antepasados han experimentado durante mucho tiempo la influencia benéfica de estas asociaciones (los gremios de trabajadores). Mientras los artesanos encontraban en ellas ventajas inestimables, las artes recibían de ellas un nuevo brillo y una nueva vida, como proclaman un gran número de monumentos. Ahora que las generaciones son más cultas, las costumbres son más pulidas y las exigencias de la vida cotidiana son más numerosas, no cabe duda de que las asociaciones tuvieron que adaptarse a estas nuevas condiciones. Por lo tanto, nos complace ver que se están formando sociedades de este tipo en todas partes, ya sea que estén compuestas sólo por trabajadores o por una mezcla de trabajadores y empleadores: es de esperar que aumenten en número. Aunque nos hemos ocupado de ellas más de una vez, queremos exponer aquí su oportunidad y su derecho a existir, e indicar cómo deben organizarse y cuál debe ser su programa de acción” (Encíclica “Rerum Novarum”).

Como se ve, el gran Pontífice consideraba que las corporaciones medievales debían permanecer hasta nuestros días, si bien que con las necesarias modificaciones.

Nos sentimos mucho mejor en compañía del gran Papa al elogiar estos organismos medievales, garantes de los derechos de los empresarios y los trabajadores, que en la estela de los defensores de la neoesclavitud del estatismo contemporáneo.


Sobre las imágenes: Mesteres según grabados del siglo XVI.


 

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