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Plinio Corrêa de Oliveira AMBIENTES, COSTUMBRES, CIVILIZACIONES Nos impelió la evolución, sacrosanta e incontenible
"Catolicismo" N.º 174 - Junio de 1965 |
Niños de hace cien años: en un agradable jardín se divierten, a la vez inocentes, tranquilos, vivaces y distendidos. Nada en ellos expresa la exagerada precocidad de los pequeños desafortunados que los padres vanidosos tratan de intoxicar con un exceso de estudios, en oposición a las legítimas exigencias de su edad. Sin embargo, sus fisonomías, inteligentes y expresivas, indican el robusto alborecer de la capacidad de concentración y reflexión. Como corresponde a la infancia, la atmósfera en la que se encuentran estos niños les sugiere impresiones amenas y distendidas: los trajes son claros y ligeros; como hemos dicho, el jardín es atractivo; y todos los colores son delicados y puros. El autor del cuadro es el excelente pintor alemán Hartmann. Los niños son los Príncipes hijos de El-Rey Don Miguel I de Portugal. El cuadro pertenece a la galería de S. A. R. el Señor Don Duarte Nuno, Duque de Braganza. La escena expresa uno de los rasgos característicos de lo que la sociedad europea del siglo XIX consideraba el ideal de la educación infantil. Pues ese ideal, enunciado en su más alta expresión en las clases en las que una larga tradición lo había requintado, era gradualmente participado por las demás categorías sociales, que tendían hacia él en la medida de lo razonable y posible. Por lo tanto, la misma atmosfera educacional se podía observar, "mutatis mutandis", en estas otras clases, y a ese título ella caracteriza la pedagogía tradicional tal como se practicaba en el siglo XIX.
Hemos llegado al año 1965. Así que, a dar crédito a los progresistas y evolucionistas, todo no ha hecho más que mejorar. Y la educación también. Veamos lo que tal progreso presenta de más característico y audaz en ese sector. A este respecto, la prensa diaria publicó el pasado mes de diciembre un telegrama de "Reuters", procedente de Chicago, que decía: "Chicago, 18 ("Reuters" ) - Según el director de ventas de una de las fábricas de juguetes "horrorosos", Kennet Blovk, las imitaciones de Frankensteins, Dráculas y otros "horrores conocidos" elevarán a veinte millones de dólares la venta de estos juguetes en esta temporada. Los productos están siendo bien aceptados (...). Kennet afirmó que "a los niños les gustan los monstruos". También dijo que "se recurre a los bizarros, por la misma razón que a los chicos les gustan los Beatles". Otros juguetes de "horror" incluyen un "kit" de una cámara de horrores y una especie de guillotina, con una cuchilla controlada eléctricamente". El lector se habrá sorprendido. Pero el telegrama indica inmediatamente una utilidad —bastante inesperada a nuestros ojos— de estos monstruos: ayudarán a mantener la paz en el mundo, ya que, "según algunas fuentes industriales, podrán sustituir a los modelos de cañones, ametralladoras, granadas de mano y cohetes, como regalos de Navidad para los niños". Lo cierto es que la fabricación de estos "juguetes" constituye un lucrativo negocio. Según la correspondencia de Nueva York de la "Folha de São Paulo", en la Navidad de 1963 se vendieron en Estados Unidos juguetes por valor de 10 millones de dólares. En 1964, debió de alcanzar los 20 millones de dólares. En la misma correspondencia se describen algunos de estos monstruos: "No falta un Drácula que mata a una joven rubia (o morena) chupándole la sangre por el cuello; y de la herida sale mismo un líquido rojo. También está el hombre lobo de plástico, que puede volverse aún más monstruoso en manos de un niño, porque la materia es plasmable. Otro juguete es Goldzilla, una mezcla de hombre y animal prehistórico, dispuesto a destruir la humanidad con su aliento radiactivo. (...) Pero eso no es todo. Hay una variedad de pijamas, prendas de punto y pantalones para niños, con monstruos estampados, realmente aterradores". El gusto por lo monstruoso no parece limitarse a los niños. Parece que a algunas madres les gusta que llamen monstruos a sus hijos pequeños. De ahí que "una fábrica de jabones haya puesto a la venta un jabón con forma de monstruo”, lanzándolo con el siguiente eslogan: "El jabón que ahuyenta la suciedad". El jabón representa un reptil antediluviano, de color verde, con escamas, etc. Se recomienda a las madres con la siguiente "dedicatoria": "Tu pequeño monstruo, al simple contacto con el jabón para monstruos, quedará tan limpio como un ángel". A nosotros, pobres "reaccionarios" y "oscurantistas" que sólo tenemos el sentido común del hombre de la calle para juzgar el asunto, nos parecerá desconcertante alegar a favor de estos horrores, no sólo la contribución que harían a la paz mundial, sino su eficacia para hacer que los niños tengan buen humor y sean pacíficos. El pediatra "yanqui" Alfred Bronner está totalmente convencido de estas ventajas. Dijo, siempre según la correspondencia citada: "Los monstruos son un medio saludable para descargar la agresividad interna y los impulsos antisociales. Con la ayuda de un monstruo de plástico, el niño puede liberarse de muchas obsesiones y volverse bueno como un ángel".
Algunos lectores se sorprenderán y quedarán desconcertados. No esperaban que la locura que recorre el mundo produjera una manifestación tan señalada, tan característica, tan innegablemente loca. Pero otras personas, ya predispuestas en el íntimo de su alma a no resistir a nada que sea moderno, después de un momento de susto ya habrán empezado a sonreír y a buscar justificaciones para los juguetes-monstruos: divierten, y son tan absurdos que ni siquiera los niños los toman en serio. Esta no es la opinión de dos graves psiquiatras, el Dr. Martin Grottjahm, profesor de psiquiatría de la Universidad de California, y el Dr. Spencer Lester, de la Universidad de Columbia, que —informa la correspondencia de la "Folha de São Paulo"— se han pronunciado radicalmente contra los monstruos... Lo peor de todo sería la necesidad de psiquiatras para demostrar que esto es monstruoso. Estos monstruos, engendrados por el ideal de educación de ciertos pedagogos modernos, expresan la sed de lo monstruoso que se siente fermentar aquí y allá, en el llamado arte moderno, como en los más variados campos de la vida contemporánea. Son, en el mundo de los juguetes, un fenómeno análogo al que es el "play-boy" en los sectores juveniles. En el Drácula-juguete se expresa el mismo espíritu del joven que juega a ser un monstruo. Es triste observar que este último tiene en sí mismo una raíz de monstruosidad, que es la condescendencia, o incluso la simpatía por lo monstruoso. Y a fuerza de jugar acaba convirtiéndose en un verdadero monstruo. El niño que juega con monstruos se expone a un riesgo muy serio de recibir en su alma esa connaturalidad con lo monstruoso, que lo convertirá en un monstruo en el futuro. Muchos lectores se preguntarán a dónde iremos a parar. Cuanto mayor sea la altura, mayor será la caída. ¿Cómo hemos caído desde el elevado ideal de armonía y equilibrio pedagógico expresado en el cuadro de Hartmann, hasta este abismo? Las preguntas están totalmente justificadas. Pero, en rigor, habría que añadir otra, ya no sobre el futuro que nos espera, sino sobre el presente en el que nos encontramos. Una llaga es el producto del mal funcionamiento de todo el organismo y, aunque no esté completamente llagado, muestra que todo el cuerpo va mal. Es en el organismo convulso y deformado de la sociedad moderna donde ha estallado esta horrible llaga... ¡y forzoso es preguntar hasta dónde hemos llegado!... ¡Qué consecuencia más desagradable para algún lector progresista! ¿Dónde va a parar la sacrosanta, la incontenible, la divina evolución? ¿Cómo puede algo ser nuevo sin representar un progreso? Y como el progresismo es fértil en escapatorias, ésta no tardará en llegar: se inventa tanto sobre EE. UU.... ¡todo debe ser mentira! Lamentamos comunicar a este lector que los monstruos que aparecen en estas páginas han sido reproducidos directamente de los folletos publicitarios de una conocida fábrica de juguetes norteamericana. |