¿Es
el arte moderno malo en sí mismo? ¿Basta que el arte sea moderno para
que sea malo? A estas preguntas capciosas y mal formuladas, queremos
responder con preguntas no menos capciosas, ni menos mal formuladas: ¿es
el arte moderno bueno en sí mismo? ¿Basta con que el arte sea moderno
para que sea bueno?
Decimos que estas preguntas son tontas y están mal
formuladas, porque juegan con una noción confusa: ¿qué es “moderno”? Es
de la respuesta a esta pregunta de la que tanto huyen los entusiastas de
la modernidad incondicional.
Si
moderno es sinónimo de hodierno, entonces todo lo que se hace hoy es
moderno. Por lo tanto, el periódico “Catolicismo” y su sección
“Ambientes, Costumbres, Civilizaciones” son modernos, porque fueron
escritos en este año de 1964.
Pero este sentido desagradaría a muchos lectores orgullosos de ser
“modernos”. Moderno, dirían, no es hodierno. En el hodierno hay cosas
que son modernas, y otras que son anacrónicas, reaccionarias, y por eso
mismo odiosas.
Para los que piensan así, todo lo que no es moderno hoy es malo. Y lo
moderno en sí mismo es bueno.
Por nuestra parte, concluimos: si “moderno” no es lo mismo que hodierno,
sino que representa lo que de hodierno se hace bajo la influencia de una
determinada doctrina, de una determinada mentalidad, de determinadas
tendencias del alma, para juzgar si lo “moderno” es intrínsecamente
bueno, hay que explicar y juzgar esta doctrina, esta mentalidad, estas
tendencias. Lo “moderno” será válido en la medida en que estas últimas
sean válidas.
Este trabajo fue realizado desde ciertos ángulos, de forma muy lúcida,
por el novelista Norman Mailer en un artículo de gran repercusión,
publicado en la revista “Esquire” y condensado por la revista de
arquitectura “Forum”, ambas norteamericanas.
Hemos
traducido los pasajes esenciales de la condensación de ese artículo,
añadiendo subtítulos.
● “El totalitarismo ha obsesionado el siglo XX...
Prolifera en esta nueva arquitectura que se alza como una pesadilla
sobre el paisaje americano, pero que no puede llamarse arquitectura
moderna, sencillamente porque no es arquitectura, sino su contrario.
● Origen de la arquitectura moderna. La
arquitectura moderna surgió como resultado del deseo de utilizar
materiales de construcción del siglo XX —acero, vidrio, hormigón
armado— y algunas técnicas, como la de las estructuras en voladizo,
para aumentar la belleza escultural de los edificios, al tiempo que
se buscaba aumentar su funcionalidad.
● Totalitarismo — el mito de la simplicidad —
aniquilamiento. Fue el primer arte a entusiasmar los
totalitarios, que desvirtuaron la búsqueda de la simplicidad en la
arquitectura moderna hasta convertirla en monotonía. El
aniquilamiento es esencial para el totalitarismo. Aniquila la
personalidad, la variedad, la diversidad de sentimientos (...);
ciega la visión, mata los instintos y oblitera el pasado.
● Irracionalidad. Porque también es
irracional, el totalitarismo levanta edificios con techos aplanados
y grandes paredes de cristal en climas árticos, y luego asfixia a
los residentes con sistemas de sobrecalentamiento mientras los
techos aplanados se hunden bajo el peso de la nieve.
● Gelatina totalitario-confusionista. El
totalitarismo es un cáncer en el cuerpo de la historia, pues llega a
borrar las distinciones. Hace que las fábricas parezcan escuelas u
hospitales para débiles mentales — mientras que antes las fábricas
tenían la belleza específica consistente en revelar su tamaño, y a
veces su función brutal, porque la belleza no puede existir sin la
revelación de la verdad, ni el hombre, quizás, sin la belleza. Al
mismo tiempo, las escuelas se construyen como si fueran fábricas.
Esto deprime al pueblo estadounidense, porque se da cuenta, aunque
inconscientemente, de que está instalado en una verdadera gelatina
de ambiente totalitario, que conduce a la aniquilación de sus
esfuerzos individuales.
● Incompatibilidad con la tradición. Esta
nueva arquitectura, esta arquitectura totalitaria, destruye el
pasado. No deja ningún rastro de las formas que existieron en los
siglos anteriores a nosotros; nada de su altivez, sus privilegios,
sus aspiraciones, su sutileza, sus creaciones, y nada, incluso, de
su banalidad. Nos están dejando con una comprensión cada vez menor
de la vida de los hombres que nos han precedido. De este modo, cada
vez somos menos capaces de juzgar los valores completamente
psicóticos del presente: crímenes, refugios antiatómicos, amenazas
(...).
La gente que admira la nueva arquitectura
encuentra valor en ella porque borra el pasado. Esta gente es lo
suficientemente totalitaria como para querer escapar de las
consecuencias del pasado. Esto, por supuesto, no significa que se
consideren totalitarios. La pasión totalitaria es inconsciente. ¿Qué
liberal, al luchar por una mayor expansión de las viviendas y un
mayor volumen de aire en las aulas de la escuela primaria, no se ve
a sí mismo como un benefactor? ¿Puede comprender que el placer medio
viscoso que siente al ver lista la nueva escuela —ese horror de
arquitectura— es el reflejo de un placer bajo y subconsciente, es,
en definitiva, la alegría totalitaria de ver que los florones
góticos y la opresión románica, que entraron en su mente ya en los
bancos de la escuela de la infancia, están siendo extirpadas? (...).
● El totalitarismo igualitario es
imbecilizante. El ímpetu totalitario no sólo hace desaparecer
las distinciones, sino que busca un estilo en los edificios, en la
ropa y en la decoración de las máquinas, los utensilios y los
objetos de uso cotidiano, que disminuirá el sentido de la función de
cada uno, así como socavará el sentido de la realidad en las
personas, reduciendo a las formulaciones más burdas de la jerga
emociones como, por ejemplo, el asombro, el miedo, la belleza, la
piedad, el terror, la calma, el horror o la armonía.
● Necesidad de una reacción. (...) Sí, la
gente que admira la nueva arquitectura es inconscientemente
totalitaria. Quieren proyectar en los entornos y paisajes la misma
soledad y monotonía que la vida ha puesto en ellos. La inmensa
soledad y la colosal monotonía, una náusea sin espasmos, han formado
parte de la vida estadounidense durante los últimos quince años, y
seguiremos sufriendo durante los próximos quince si esta vida muerta
sigue arrastrándose en los edificios que nuestros líderes
totalitarios cuidarán de construir para nosotros. El paisaje
americano será robado durante otro medio siglo si no se crea una
Resistencia. De hecho, puede ser robado para siempre si no fuéremos
lo suficientemente valientes para enfrentarnos a la desalentadora
contemplación de lo que ya hemos perdido, y de lo que aún tenemos
que perder”.
Después de haber hecho a este extenso y brillante
análisis alguna que otra reserva que seguramente se le ocurrió al
lector, uno ve en las palabras del Sr. Norman Mailer una elocuente
descripción y refutación de la Revolución en tantas manifestaciones del
arte de nuestros días.
¿Qué son estos edificios?
¿Una escuela, una estación, un teatro, una fábrica, un hospital?
Pueden ser todo esto, o nada de esto. De hecho, el primero es el
depósito de escenografía de la Ópera Alemana de Berlín, y el
segundo es un pabellón de la sección “Energía y Producción” del
Festival de Inglaterra de 1951.
Y el otro edificio, ¿qué es? ¿Un club?
¿Una capilla? ¿Dónde está? ¿En los Alpes? ¿En los Pirineos? En
realidad, es una residencia de verano a orillas de un lago... ¡en
Japón!
¿Cuál es la doctrina, la mentalidad, la tendencia
de alma que explica el extraño gusto de la llamada arquitectura
moderna por borrar las diferencias entre edificios de la más diversa
finalidad y ubicación geográfica? |
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