Plinio Corrêa de Oliveira

AMBIENTES, COSTUMBRES, CIVILIZACIONES

Arquitectura moderna y

totalitarismo

 

"Catolicismo" N.º 167 - Noviembre de 1964

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¿Es el arte moderno malo en sí mismo? ¿Basta que el arte sea moderno para que sea malo? A estas preguntas capciosas y mal formuladas, queremos responder con preguntas no menos capciosas, ni menos mal formuladas: ¿es el arte moderno bueno en sí mismo? ¿Basta con que el arte sea moderno para que sea bueno?

Decimos que estas preguntas son tontas y están mal formuladas, porque juegan con una noción confusa: ¿qué es “moderno”? Es de la respuesta a esta pregunta de la que tanto huyen los entusiastas de la modernidad incondicional.

Si moderno es sinónimo de hodierno, entonces todo lo que se hace hoy es moderno. Por lo tanto, el periódico “Catolicismo” y su sección “Ambientes, Costumbres, Civilizaciones” son modernos, porque fueron escritos en este año de 1964.

Pero este sentido desagradaría a muchos lectores orgullosos de ser “modernos”. Moderno, dirían, no es hodierno. En el hodierno hay cosas que son modernas, y otras que son anacrónicas, reaccionarias, y por eso mismo odiosas.

Para los que piensan así, todo lo que no es moderno hoy es malo. Y lo moderno en sí mismo es bueno.

Por nuestra parte, concluimos: si “moderno” no es lo mismo que hodierno, sino que representa lo que de hodierno se hace bajo la influencia de una determinada doctrina, de una determinada mentalidad, de determinadas tendencias del alma, para juzgar si lo “moderno” es intrínsecamente bueno, hay que explicar y juzgar esta doctrina, esta mentalidad, estas tendencias. Lo “moderno” será válido en la medida en que estas últimas sean válidas.

Este trabajo fue realizado desde ciertos ángulos, de forma muy lúcida, por el novelista Norman Mailer en un artículo de gran repercusión, publicado en la revista “Esquire” y condensado por la revista de arquitectura “Forum”, ambas norteamericanas.

Hemos traducido los pasajes esenciales de la condensación de ese artículo, añadiendo subtítulos.

“El totalitarismo ha obsesionado el siglo XX... Prolifera en esta nueva arquitectura que se alza como una pesadilla sobre el paisaje americano, pero que no puede llamarse arquitectura moderna, sencillamente porque no es arquitectura, sino su contrario.

Origen de la arquitectura moderna. La arquitectura moderna surgió como resultado del deseo de utilizar materiales de construcción del siglo XX —acero, vidrio, hormigón armado— y algunas técnicas, como la de las estructuras en voladizo, para aumentar la belleza escultural de los edificios, al tiempo que se buscaba aumentar su funcionalidad.

Totalitarismo — el mito de la simplicidad — aniquilamiento. Fue el primer arte a entusiasmar los totalitarios, que desvirtuaron la búsqueda de la simplicidad en la arquitectura moderna hasta convertirla en monotonía. El aniquilamiento es esencial para el totalitarismo. Aniquila la personalidad, la variedad, la diversidad de sentimientos (...); ciega la visión, mata los instintos y oblitera el pasado.

Irracionalidad. Porque también es irracional, el totalitarismo levanta edificios con techos aplanados y grandes paredes de cristal en climas árticos, y luego asfixia a los residentes con sistemas de sobrecalentamiento mientras los techos aplanados se hunden bajo el peso de la nieve.

Gelatina totalitario-confusionista. El totalitarismo es un cáncer en el cuerpo de la historia, pues llega a borrar las distinciones. Hace que las fábricas parezcan escuelas u hospitales para débiles mentales — mientras que antes las fábricas tenían la belleza específica consistente en revelar su tamaño, y a veces su función brutal, porque la belleza no puede existir sin la revelación de la verdad, ni el hombre, quizás, sin la belleza. Al mismo tiempo, las escuelas se construyen como si fueran fábricas. Esto deprime al pueblo estadounidense, porque se da cuenta, aunque inconscientemente, de que está instalado en una verdadera gelatina de ambiente totalitario, que conduce a la aniquilación de sus esfuerzos individuales.

Incompatibilidad con la tradición. Esta nueva arquitectura, esta arquitectura totalitaria, destruye el pasado. No deja ningún rastro de las formas que existieron en los siglos anteriores a nosotros; nada de su altivez, sus privilegios, sus aspiraciones, su sutileza, sus creaciones, y nada, incluso, de su banalidad. Nos están dejando con una comprensión cada vez menor de la vida de los hombres que nos han precedido. De este modo, cada vez somos menos capaces de juzgar los valores completamente psicóticos del presente: crímenes, refugios antiatómicos, amenazas (...).

La gente que admira la nueva arquitectura encuentra valor en ella porque borra el pasado. Esta gente es lo suficientemente totalitaria como para querer escapar de las consecuencias del pasado. Esto, por supuesto, no significa que se consideren totalitarios. La pasión totalitaria es inconsciente. ¿Qué liberal, al luchar por una mayor expansión de las viviendas y un mayor volumen de aire en las aulas de la escuela primaria, no se ve a sí mismo como un benefactor? ¿Puede comprender que el placer medio viscoso que siente al ver lista la nueva escuela —ese horror de arquitectura— es el reflejo de un placer bajo y subconsciente, es, en definitiva, la alegría totalitaria de ver que los florones góticos y la opresión románica, que entraron en su mente ya en los bancos de la escuela de la infancia, están siendo extirpadas? (...).

El totalitarismo igualitario es imbecilizante. El ímpetu totalitario no sólo hace desaparecer las distinciones, sino que busca un estilo en los edificios, en la ropa y en la decoración de las máquinas, los utensilios y los objetos de uso cotidiano, que disminuirá el sentido de la función de cada uno, así como socavará el sentido de la realidad en las personas, reduciendo a las formulaciones más burdas de la jerga emociones como, por ejemplo, el asombro, el miedo, la belleza, la piedad, el terror, la calma, el horror o la armonía.

Necesidad de una reacción. (...) Sí, la gente que admira la nueva arquitectura es inconscientemente totalitaria. Quieren proyectar en los entornos y paisajes la misma soledad y monotonía que la vida ha puesto en ellos. La inmensa soledad y la colosal monotonía, una náusea sin espasmos, han formado parte de la vida estadounidense durante los últimos quince años, y seguiremos sufriendo durante los próximos quince si esta vida muerta sigue arrastrándose en los edificios que nuestros líderes totalitarios cuidarán de construir para nosotros. El paisaje americano será robado durante otro medio siglo si no se crea una Resistencia. De hecho, puede ser robado para siempre si no fuéremos lo suficientemente valientes para enfrentarnos a la desalentadora contemplación de lo que ya hemos perdido, y de lo que aún tenemos que perder”.

Después de haber hecho a este extenso y brillante análisis alguna que otra reserva que seguramente se le ocurrió al lector, uno ve en las palabras del Sr. Norman Mailer una elocuente descripción y refutación de la Revolución en tantas manifestaciones del arte de nuestros días.


¿Qué son estos edificios? ¿Una escuela, una estación, un teatro, una fábrica, un hospital? Pueden ser todo esto, o nada de esto. De hecho, el primero es el depósito de escenografía de la Ópera Alemana de Berlín, y el segundo es un pabellón de la sección “Energía y Producción” del Festival de Inglaterra de 1951.

Y el otro edificio, ¿qué es? ¿Un club? ¿Una capilla? ¿Dónde está? ¿En los Alpes? ¿En los Pirineos? En realidad, es una residencia de verano a orillas de un lago... ¡en Japón!

¿Cuál es la doctrina, la mentalidad, la tendencia de alma que explica el extraño gusto de la llamada arquitectura moderna por borrar las diferencias entre edificios de la más diversa finalidad y ubicación geográfica?