Plinio Corrêa de Oliveira

AMBIENTES, COSTUMBRES, CIVILIZACIONES

Regionalismo y cosmopolitismo,

pueblo y masa

 

"Catolicismo" N.º 166 - Octubre de 1964

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Utilizando el variado, colorido y vivo lenguaje del gran Antero de Figueiredo, queremos hoy comentar un aspecto más (ver ACC del n.º 161, mayo p.p.) del fecundo y cristiano regionalismo que caracteriza a la nación española en sus realidades más profundas.

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"Junto al culto religioso a las reliquias históricas”, —observa el ilustre escritor y eficaz apóstol de la Contrarrevolución—, “existe (entre los navarros) el aferramiento a leyes especiales, a foros, a privilegios. Este espíritu les hizo unirse modernamente, y levantar en una plaza pública de Pamplona un monumento de protesta “para simbolizar la unión de los navarros en la defensa de sus libertades, libertades aún más dignas de amor que la propia vida”, haciendo valer una vez más sus antiguas regalías, al hacer grabar en su pedestal el artículo de las cortes de Olite de 1645, que decía: “la incorporación de Navarra a la corona de Castilla fue por vía de unión principal, reteniendo cada reino su naturaleza antigua, así en leyes como en territorio y gobierno”. Y en las caras de este simbólico monumento, en el que, representado por sus escudos, se afirma la solidaridad de todas las tierras de su provincia, los navarros siguen mostrando a los legisladores presentes y futuros, fijadas en castellano y euskera, las palabras juradas de los antiguos compromisos reales ante su pueblo: “Juraban nuestros reyes guardar y hacer guardar los fueros sin quebrantamiento alguno, mejorándolos siempre y nunca empeorándolos y que toda trasgresión a este juramento sería nula, de ninguna eficacia y valor”.

“(... ) Por todo ello, este pueblo acogió como ningún otro, con profunda simpatía de alma nacional, al carlismo —partido conservador por excelencia de las viejas leyes, que había hecho grandes y felices a aquellas gentes de navas y sierras, cosas de sus privilegios, que anhelaban vivir tranquilamente en la paz de sus tradiciones nacionales, católicas y monárquicas, y en los privilegios de sus leyes especiales a las que tienen derecho hereditario, todo lo cual está contenido en el lema de Carlos VIII: “Dios, Patria, Rey y Fueros”.

“El navarro —como el vizcaíno, el gallego, el catalán— tiene la noción regionalista de que España debe ser una federación de patrias formada no artificialmente con frías divisiones administrativas, sino, por el contrario, con grupos naturales ardientes, de sensibilidades autóctonas, además vibrando, comulgando, unidos, la idea de una sola nación, utilizando sus propias lenguas, sus propios hábitos y costumbres, en plena posesión de los derechos que las tradiciones y la experiencia de las necesidades locales han creado, viviendo siempre en la admiración y el estímulo de los logros de sus mayores, — pueblos poseedores de páginas gloriosas que sólo a ellos pertenecen, porque sólo ellos son los legítimos herederos de tan heroico linaje. No siendo así, su instinto les dice que todo lo demás son combinaciones artificiales de los hombres en oposición a las disposiciones naturales de la naturaleza (¡así, ingenuos, les parece!), que comenzó distribuyendo la península con desigualdad —a unos las montañas, a otros las llanuras, a éstos el interior, a aquéllos las costas— para que los pueblos sean pintorescamente distintos, estéticamente diversos, para que en todo se cumpla una de las condiciones de la belleza: la variedad“.

“Así, la Patria es una tonalidad armónica obtenida a partir de los colores disímiles de cada región; un ritmo único que hace sonar, en una sola curva melódica, los ritmos de varias curvas diferentes. Una Nación, en un país de razas, de lengua, de geografía, de tradiciones, de usos, de costumbres, de almas desiguales: — una Nación es la solidaridad en la diversidad; la unidad en la diferenciación”.

“El alma política del independiente navarro puede resumirse en el lema de un estandarte que, en 1936, a la agitada luz de una provincia revuelta, se agitaba febrilmente por las calles de Pamplona, al frente de una clamorosa banda de acérrimos bairristas, que predicaban al aire su anhelo de vida local y de libertades tradicionales, en estas dos luminosas palabras: ¡paz y fueros!” (“España”, 4ª edición, pp. 310-314).

Explicitando en términos llenos de grandeza poética el sentido regionalista del patriotismo hispano, la “Ordenanza del Requeté” —síntesis de los principios y deberes de las “boinas rojas” carlistas— se expresa en estas ardientes palabras:

“Tu Patria, es tu Nación; tu Nación, España.

“España: Única e indivisible, en su rica variedad autárquica regional, es:

- Sublime arcano de tradiciones,

- Relicario de grandezas,

- Madre de Nuevos Mundos,

- La luz de la historia,

- Albergue de la Santidad,

- Defensora de la Iglesia Católica.

“España sin la Cruz, dejaría de ser España.

“Estúdiala, para conocerla.

“Conócela, para amarla.

“Ámala”, para honrarla.

“Ten presente que el más puro de los amores, después de Dios, es el de la Patria”.

Este regionalismo orgánico, que durante casi un milenio ha aplicado a las relaciones entre los diversos “reinos” de la península y la gran patria hispana el principio de subsidiariedad enseñado por Juan XXIII en la Encíclica “Mater et Magistra”, subsiste porque, a pesar de toda la presión del cosmopolitismo contemporáneo, en España siguen viviendo pueblos auténticos, a diferencia de otras naciones en las que la paganización y el dominio del dinero, de la máquina, de la propaganda y del erotismo han transformado todo en masa.

El navarro, al que se refiere especialmente el gran Antero, ha recibido de la Iglesia y de la Historia una tradición viva que no depende de los medios modernos de propaganda para mantenerse. Esta tradición se mantiene incluso a pesar de la presión que se ejerce contra ella por estos medios. Está profundamente arraigada en el alma de todo navarro auténtico y constituye para él una convicción personal que, como sus mayores, está dispuesto a defender con su propia sangre.

En estos altivos alcaldes del Valle de Aezkoa, fuertes, vivos y dignos como debe ser un verdadero cristiano, en estas jóvenes [del Valle del Roncal], modestas y, sin embargo, tan distinguidas en su expresivo traje regional, vive algo auténtico, genuino, a la vez tradicional y actual, que todas las influencias de la Revolución no han podido exterminar, y que constituye una fecunda esperanza para el radiante futuro prometido por Nuestra Señora en Fátima: el reinado del Corazón Inmaculado de María, que ya se presagia más allá de las tormentas, las catástrofes en las que se liquidará vergonzosamente la Revolución.