En
una verdadera democracia, como afirmaba Pío XII (cf.
Alocución a la
nobleza y al patriciado romano del 16-1-1946), deben existir
instituciones de tono aristocrático. Si el inmortal Pontífice no lo
hubiera dicho, se habrían desatado los apodos, las difamaciones y
las persecuciones del democratismo revolucionario contra quien lo
dijera. Como fue Pío XII quien lo dijo, el democratismo
revolucionario hace todo lo posible por silenciar esta frase y
echarla al olvido. Y si alguien la cita, mantiene un silencio
disgustado y furioso, con la boca cerrada por supuesto, pero como
que mordiendo con los ojos contra el insolente que exhumó el
incómodo texto pontificio.
Acostumbrados a no dar la menor importancia al furor del
democratismo revolucionario, no sólo exhumamos este texto, sino que
lo comentamos. Y no sólo lo comentamos, sino que —más irritante aún—
lo ilustramos. |
El
tono aristocrático del que hablaba Pío XII constituye, desde cierto
punto de vista, la más alta afirmación de la dignidad humana, la
manifestación de lo que en ella hay de profundamente respetable. En
este sentido, las instituciones literarias, artísticas, sociales y
de otro tipo (incluidos, a su manera, los gremios de trabajadores),
imbuidas de una nota aristocrática, por el hecho mismo de que
estimulan la selección de verdaderas élites en los diversos campos
de la actividad humana, benefician, elevan y dignifican a todo el
cuerpo social, y constituyen un factor de dignificación del hombre
en cualquier nivel de la jerarquía social en que se encuentre. |
El
hombre se sienta a la mesa no sólo para alimentarse, sino para
descansar con los suyos en una convivencia despreocupada, agradable
y placentera.
Por eso mismo, los objetos que le
rodean en las comidas deben invitarle al reposo, a la distensión, al
sonriso propios a una digna intimidad.
Nuestros clichés muestran una
serie de pequeños objetos de mesa del siglo XVIII en los que los
lectores con sensibilidad artística no dudarán en reconocer
auténticas pequeñas obras maestras diseñadas para dar placer al
espíritu del hombre cuando ve los objetos en su mesa o cuando los
utiliza. Delicadeza, distinción, gracia, todo en ellos atestigua la
presencia de un tono verdaderamente aristocrático, que indica un
alto respeto por las conveniencias espirituales del hombre incluso
en el prosaísmo de su existencia cotidiana. |
Este
alto nivel se extendió en aquella época, naturalmente, por todo el
cuerpo social, con los competentes matices. Él no era monopolio de
los grandes, sino que representaba, por el contrario, un estímulo
para que todos se inspiraran en él, guardadas las debidas
proporciones. De ahí la belleza de los objetos domésticos de la
época incluso en estratos muy modestos de la población.
Las propias piezas expuestas aquí son una prueba de hasta qué punto
este espíritu impregnaba todo el cuerpo social.
En efecto, si estos objetos eran para el uso de los grandes,
expresaban no sólo el tono que éstos sabían dar a su existencia,
sino también el maravilloso gusto de los artistas y artesanos —todos
ellos, por lo general, salidos del pueblo— que concebían y
ejecutaban estas pequeñas obras maestras.
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