Plinio Corrêa de Oliveira

AMBIENTES, COSTUMBRES, CIVILIZACIONES

Fe, sentido artístico, bienestar

popular en la civilización orgánica

y cristiana

"Catolicismo" N.º 161 - Mayo de 1964

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Si Antero de Figueiredo hubiera hecho por la causa de la Revolución (*), y especialmente por la del comunismo, todo el bien que hizo por la Iglesia, aun hoy sería un escritor famoso en Brasil. Todos los talleres de popularidad que la izquierda tiene tan numerosos y activos celebrarían a menudo la belleza original de su estilo, su viveza, su pensamiento profundo, sustancial y límpido, así como la finura de su sentido de la observación. Y numerosos críticos católicos, desde la cátedra y la prensa, dirían con perplejidad y rotundidad: “en cuanto a este gran, este inmortal escritor, aunque no estoy seguro de sus ideas, me complace reconocer y proclamar con la más inflexible imparcialidad que le sobraban las siguientes cualidades...”, y seguiría la cantinela laudatoria copiada con humildad y precisión de los textos de propaganda subversiva.

Pero resulta que Antero era católico, y, crimen aún más grave, un auténtico católico, un intrépido y eficaz apóstol de la Contra-Revolución.

Por eso está cayendo en el olvido. Es que el mismo complejo hecho de poca fe, de tibieza y vanidad, que nos lleva a ser los turiferarios de la Revolución, nos quita la altanería necesaria para afirmar ante ella los verdaderos valores de la verdadera cultura, verdaderamente católica.

 

Transcribamos, pues, un pasaje de Antero en el que glorifica uno de los aspectos más hermosos de lo que es el pueblo en la civilización cristiana (“Espanha: páginas galegas, leonesas, asturianas, vasconças e navarras”, 4ª edición, pp. 280-285).

Todo lo contrario de la masa anónima, vacía, cansada y revuelta de los barrios proletarios de las grandes ciudades modernas es este pueblo hispano rebosante de fe, desbordante de personalidad y salud, de las Vascongadas.

Los hijos de Guipúzcoa —parte de las Vascongadas— se consideran todos nobles, aunque sean simples trabajadores del campo... sin SUPRA [Superintendencia de Política Agraria, creada en el gobierno de João Goulart, cuyo cometido era aplicar las medidas de reforma agraria en el campo] ni reforma agraria. Y Antero de Figueiredo nos dirá por qué.

Nuestras imágenes, con casas en Vizcaya —también parte de las Vascongadas— ilustran adecuadamente las descripciones del literato portugués. Descripciones que constituyen un excelente conjunto de observaciones sobre la sociedad orgánica que floreció en España, nuestra noble y cristianísima hermana...



Casa Consistorial, hoy asociación de vecinos, de los pueblos de Arrankudiaga y Zollo, cuya planta actual fue construida en 1775

"Es en estas verdes colinas (de Guipúzcoa) donde se levanta la típica casa vasca de los campesinos, una casa a la vez rústica y señorial, — sencilla en sus líneas aldeanas, noble en su aspecto grave y pintoresca en su conjunto. (…) aquí es que ella, la casa vasca, es como Dios la dio, quiero decir sencilla y natural, autóctona, naciendo de la tierra y del clima, para servir al campesino en sus necesidades domésticas, agrícolas y pastoriles, y también en su brío de raza de labradores-caballeros, como se consideran estos rústicos vascones de abolengos linajes. “...Hidalgos todos, que por derecha línea descendían de la primera sangre”, como dice Lope de Vega de los navarros de Baztán...

Vista del caserío “Etxebeste” en la ciudad de Usurbil (circa. 1940)

"Se trata siempre de una casa solariega de sólidos muros, donde se encuentra en un solo edificio lo que en otras tierras está separado en diferentes edificios: la casa del amo, la de los criados, los corrales, los pajares, los porches para los carros, los encañados, los arados, las gradas... todos los aperos de labranza. El vasco instala bajo el mismo techo a la familia, a los criados, al ganado, al heno, a la bodega, al lagar, al granero. En estas casas, el enorme tejado a dos aguas (...) nos habla de la vida patriarcal que en común hacen hombres, mujeres, niños, animales, utensilios, cosas, albergando todos y todo bajo su protección.

 "En la fachada, este alero colabora estéticamente con su sombra; materialmente, con su comodidad; moralmente, con su afectuoso gesto de cobijo. ¡Qué honorables y cariñosos son estos techos y aleros! Dan la impresión de que en las largas veladas invernales, a la hora santa de la lectura de los libros sagrados y de las oraciones comunes, todas las personas y las cosas —familia, criados, arados, ruecas, el lagar del pan, los barriles de sidra, las tinajas de aceite— acompañan las oraciones del señor y amo; y que en los corrales los rebaños permanecen en religioso silencio y las almas de los brutos y de los objetos se cristianizan, escuchando las palabras de Jesús.

Caserío de Zeanuri Ceanuri Arratia (aprox. 1920)

"(...) A la primera planta se accede por una escalera exterior de piedra, con un alpendre en la entrada, alpendre de religioso y hospitalario acogimiento. El arquitecto, que sólo visaba la función útil del edificio, pensó menos, quizá, en la función bella de la construcción; sin embargo, ésta floreció espontáneamente, lógicamente nacida de la propia disposición arquitectónica, en una ornamentación tan natural que su arte es de las mejores porque es un arte en el que no se ve el propósito de serlo. Así, son ornato las gruesas ménsulas de los aleros, que son la prolongación de los fuertes cabrios (con su parte superior simplemente levantada, y los bordes simplemente alisados), añadidos a la cresta, y que van de fuera a fuera, de atrás a delante, como lo es también el gran tejado, que desciende y sobresale por los lados sostenido por estacas, cuya hilera, inclinada desde el muro hasta las tejas rojas, toma, en la perspectiva, el aspecto de lanzas paralelas, enmarcadas, sosteniendo un toldo carmesí: — los aleros. En los pisos de las casas con entramado de madera, para sujetar mejor los rellenos de arcilla y cal, las vigas de la parte superior deben estar juntas y sobresalir; y, pintadas de verde, — sus trazos verticales, equidistantes y simétricos, embellecen la fachada. El pequeño remate, en grueso desbastado, en la caliza amarillenta del arco, y en los umbrales de la entrada a las habitaciones, está tan bien encajado que se diría de un rústico florentino; y, arriba de la cuña, las agujas de piedra, grandes y pequeñas, que la sostienen, puestas a la vista y en relieve, tostadas por el sol y moldeadas por el tiempo, adornan la fachada con sus grietas de colores resaltando en la cal. Las paredes exteriores de la casa se llenan de color —luz y sombra— a partir de los remates e hileras de vigas que sostienen la veranda, y de la enredadera que sobre su alféizar cuelga festones de hojas verdes de parra enlazadas con el verde de los campos y las copas de las hayas — los fondos sobre los que se posa. Y ninguna de estas familias de agricultores deja de tornar patente sus creencias religiosas y sus pergaminos heráldicos: En las paredes hay tallados antiguos bajorrelieves de Santas o Santos que protegen al matrimonio, junto a piedras de armas, en esta región donde el mayor número se cree noble, porque, según el vasco Perochegui, “Vascongadas y Navarra son el seminario de la nobleza de España”, ya que Sancho VIII, “El fuerte”, el agasajador de los aldeanos navarros, los hizo a todos nobles: — “todos igualmente nobles, porqué su nobleza tiene una sola orijen”, decía”.

ANTERO DE FIGUEIREDO


(*) Las palabras “Revolución” y “Contra-Revolución”, son aquí empleadas en el sentido que se les da en el libro “Revolución y Contra-Revolución”, cuya primera edición apareció publicada en el número 100 de la revista “Catolicismo”, en abril de 1959.