Si Antero de Figueiredo hubiera hecho por la
causa de la Revolución
(*), y especialmente por
la del comunismo, todo el bien que hizo por la
Iglesia, aun hoy sería un escritor famoso en
Brasil. Todos los talleres de popularidad que la
izquierda tiene tan numerosos y activos
celebrarían a menudo la belleza original de su
estilo, su viveza, su pensamiento profundo,
sustancial y límpido, así como la finura de su
sentido de la observación. Y numerosos críticos
católicos, desde la cátedra y la prensa, dirían
con perplejidad y rotundidad: “en cuanto a este
gran, este inmortal escritor, aunque no estoy
seguro de sus ideas, me complace reconocer y
proclamar con la más inflexible imparcialidad
que le sobraban las siguientes cualidades...”, y
seguiría la cantinela laudatoria copiada con
humildad y precisión de los textos de propaganda
subversiva. Pero resulta que Antero era católico, y, crimen
aún más grave, un auténtico católico, un
intrépido y eficaz apóstol de la
Contra-Revolución.
Por eso está cayendo en el olvido. Es que el
mismo complejo hecho de poca fe, de tibieza y
vanidad, que nos lleva a ser los turiferarios de
la Revolución, nos quita la altanería necesaria
para afirmar ante ella los verdaderos valores de
la verdadera cultura, verdaderamente católica.
Transcribamos, pues, un pasaje de Antero en el
que glorifica uno de los aspectos más hermosos de lo que es el
pueblo en la civilización cristiana (“Espanha:
páginas galegas, leonesas, asturianas, vasconças e navarras”, 4ª edición, pp.
280-285).
Todo lo contrario de la masa
anónima, vacía, cansada y revuelta de los
barrios proletarios de las grandes ciudades
modernas es este pueblo hispano rebosante de fe,
desbordante de personalidad y salud, de las
Vascongadas.
Los hijos de Guipúzcoa —parte
de las Vascongadas— se consideran todos nobles,
aunque sean simples trabajadores del campo...
sin SUPRA [Superintendencia de Política Agraria,
creada en el gobierno de João Goulart, cuyo
cometido era aplicar las medidas de reforma
agraria en el campo] ni reforma agraria. Y
Antero de Figueiredo nos dirá por qué.
Nuestras imágenes, con casas
en Vizcaya —también parte de las Vascongadas—
ilustran adecuadamente las descripciones del
literato portugués. Descripciones que
constituyen un excelente conjunto de
observaciones sobre la sociedad orgánica que
floreció en España, nuestra noble y
cristianísima hermana...
Casa
Consistorial, hoy asociación de vecinos, de los
pueblos de Arrankudiaga y Zollo, cuya planta
actual fue construida en 1775
"Es en estas verdes colinas (de Guipúzcoa)
donde se levanta la típica casa vasca de los
campesinos, una casa a la vez rústica y
señorial, — sencilla en sus líneas aldeanas,
noble en su aspecto grave y pintoresca en su
conjunto. (…) aquí es que ella, la casa vasca,
es como Dios la dio, quiero decir sencilla y
natural, autóctona, naciendo de la tierra y del
clima, para servir al campesino en sus
necesidades domésticas, agrícolas y pastoriles,
y también en su brío de raza de
labradores-caballeros, como se consideran estos
rústicos vascones de abolengos linajes.
“...Hidalgos todos, que por derecha línea
descendían de la primera sangre”, como dice Lope
de Vega de los navarros de Baztán...
Vista del
caserío “Etxebeste” en la ciudad de Usurbil
(circa. 1940)
"Se trata siempre de una casa solariega de
sólidos muros, donde se encuentra en un solo
edificio lo que en otras tierras está separado
en diferentes edificios: la casa del amo, la de
los criados, los corrales, los pajares, los
porches para los carros, los encañados, los
arados, las gradas... todos los aperos de
labranza. El vasco instala bajo el mismo techo a
la familia, a los criados, al ganado, al heno, a
la bodega, al lagar, al granero. En estas casas,
el enorme tejado a dos aguas (...) nos habla de
la vida patriarcal que en común hacen hombres,
mujeres, niños, animales, utensilios, cosas,
albergando todos y todo bajo su protección.
"En la fachada, este alero colabora
estéticamente con su sombra; materialmente, con
su comodidad; moralmente, con su afectuoso gesto
de cobijo. ¡Qué honorables y cariñosos son estos
techos y aleros! Dan la impresión de que en
las largas veladas invernales, a la hora santa
de la lectura de los libros sagrados y de las
oraciones comunes, todas las personas y las
cosas —familia, criados, arados, ruecas, el
lagar del pan, los barriles de sidra, las
tinajas de aceite— acompañan las oraciones del
señor y amo; y que en los corrales los rebaños
permanecen en religioso silencio y las almas de
los brutos y de los objetos se cristianizan,
escuchando las palabras de Jesús.
Caserío de
Zeanuri Ceanuri Arratia (aprox. 1920)
"(...) A la primera planta se accede por una
escalera exterior de piedra, con un alpendre en
la entrada, alpendre de religioso y hospitalario
acogimiento. El arquitecto, que sólo visaba la
función útil del edificio, pensó menos, quizá,
en la función bella de la construcción; sin
embargo, ésta floreció espontáneamente,
lógicamente nacida de la propia disposición
arquitectónica, en una ornamentación tan natural
que su arte es de las mejores porque es un arte
en el que no se ve el propósito de serlo. Así,
son ornato las gruesas ménsulas de los aleros,
que son la prolongación de los fuertes cabrios
(con su parte superior simplemente levantada, y
los bordes simplemente alisados), añadidos a la
cresta, y que van de fuera a fuera, de atrás a
delante, como lo es también el gran tejado, que
desciende y sobresale por los lados sostenido
por estacas, cuya hilera, inclinada desde el
muro hasta las tejas rojas, toma, en la
perspectiva, el aspecto de lanzas paralelas,
enmarcadas, sosteniendo un toldo carmesí: — los
aleros. En los pisos de las casas con entramado
de madera, para sujetar mejor los rellenos de
arcilla y cal, las vigas de la parte superior
deben estar juntas y sobresalir; y, pintadas de
verde, — sus trazos verticales, equidistantes y
simétricos, embellecen la fachada. El pequeño
remate, en grueso desbastado, en la caliza
amarillenta del arco, y en los umbrales de la
entrada a las habitaciones, está tan bien
encajado que se diría de un rústico florentino;
y, arriba de la cuña, las agujas de piedra,
grandes y pequeñas, que la sostienen, puestas a
la vista y en relieve, tostadas por el sol y
moldeadas por el tiempo, adornan la fachada con
sus grietas de colores resaltando en la cal. Las
paredes exteriores de la casa se llenan de color
—luz y sombra— a partir de los remates e hileras
de vigas que sostienen la veranda, y de la
enredadera que sobre su alféizar cuelga festones
de hojas verdes de parra enlazadas con el verde
de los campos y las copas de las hayas — los
fondos sobre los que se posa. Y ninguna de estas
familias de agricultores deja de tornar patente
sus creencias religiosas y sus pergaminos
heráldicos: En las paredes hay tallados antiguos
bajorrelieves de Santas o Santos que protegen al
matrimonio, junto a piedras de armas, en esta
región donde el mayor número se cree noble,
porque, según el vasco Perochegui, “Vascongadas
y Navarra son el seminario de la nobleza de
España”, ya que Sancho VIII, “El fuerte”, el
agasajador de los aldeanos navarros, los hizo a
todos nobles: — “todos igualmente nobles, porqué
su nobleza tiene una sola orijen”, decía”.
ANTERO DE
FIGUEIREDO
(*) Las palabras “Revolución”
y “Contra-Revolución”, son aquí empleadas en el
sentido que se les da en el libro “Revolución
y Contra-Revolución”, cuya primera edición
apareció publicada en el número 100 de la revista “Catolicismo”,
en abril de 1959. |