|
Plinio Corrêa de Oliveira AMBIENTES, COSTUMBRES, CIVILIZACIONES Demagogia, lo sumo del despotismo
"Catolicismo" N.º 159 - Marzo de 1964 |
D. Juan, por la gracia de Dios, Rey del Reino Unido de Portugal, del Brasil y de los Algarves de acá y de más allá del mar en África, Señor de Guinea y de la Conquista, Navegación y Comercio de Etiopía, Arabia, Persia e India, etc.— y Nikita Kruchev, déspota de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, de Polonia, de Alemania Oriental, de Checoslovaquia, de Hungría, de Rumanía, de Bulgaria, etc. Qué contraste tan chocante entre los dos clichés. D. João VI está en una pose oficial, llevando la insignia de las Órdenes militares del Reino. Todo en el grabado recuerda la distinción y la nobleza del ambiente de la corte en las primeras décadas del siglo XIX. Kruchev, en cambio, vestido como un pequeño burgués, revela toda la vulgaridad de la actitud de un demagogo revolucionario de 1964. ¿En cuál de los dos está más vivo el amor a la población, el sentido de las limitaciones del propio poder, el respeto a los derechos de los gobernados, la noción de la justicia con que el Poder Público debe tratar a todos y cada uno? Para los espíritus superficiales, el amor al pueblo, el respeto a sus derechos, el horror al despotismo, son inseparables de la demagogia, la cutrez y la vulgaridad. Por el contrario, el porte y las maneras elevadas, los modales distinguidos, el decoro en el ejercicio de las funciones representativas, son inseparables del orgullo, la injusticia y la dureza de alma. Se trata de un prejuicio que no resiste al menor análisis, pues lo bueno atrae a lo bueno y lo malo atrae a lo malo. Así, en sí mismo, el respeto y el amor por los gobernados llevan al gobernante a presentarse con distinción. Y, por el contrario, el desprecio al pueblo induce al déspota, por la propia naturaleza de las cosas, a adoptar modales vulgares y brutales. Tomar la vulgaridad demagógica como un síntoma necesario de amor al pueblo es distorsionar fundamentalmente la realidad. En el enfrentamiento entre Don Juan VI y Kruchev, estas verdades son significativas.
Kruchev es el representante supremo de un sistema en el que el Estado tiene todo el poder y las personas, a las que se las niegan todos los derechos, no son más que insignificantes hormigas. Y esto es así, no sólo en la práctica sino también en la teoría. Porque, como bien ha expuesto el Exmo. Revmo. Sr. Don Geraldo de Proença Sigaud, S.V.D., en su Carta Pastoral sobre la Secta Comunista, la doctrina marxista niega radicalmente la existencia de todo y cualquier derecho. Por esta misma razón, los inmensos dominios de Kruchev constituyen una vasta “senzala” (N.C.: las viviendas destinadas a los esclavos en las antiguas colonias), presentada por la propaganda comunista como un paraíso, pero inexplicablemente amurallada y fortificada, de modo que nadie puede visitarla, y nadie puede salir de ella. Si alguien intenta escapar de esta senzala paradisíaca, debe ser asesinado "in actu", ¡como si estuviera cometiendo el más grave de los crímenes! Y, sin embargo, son tales las delicias de esta senzala-paraíso, que continuamente hay desgraciados que buscan continuamente escapar de él, prefiriendo someterse a todos los peligros, antes que disfrutar de la fortuna de ser gobernados por Kruchev.
Veamos ahora un ejemplo del sentido del derecho de los súbditos, en el reinado de D. Juan VI. Cuánto podría aprender el vibrante y presumido Presidente de la SUPRA (N.C.: SUPRA — Superintendencia Regional de Política Agraria — órgano gubernamental encargado de promover la reforma agraria, creado en 1962 de matiz fuertemente izquierdista), el Sr. João Pinheiro Neto, del siguiente documento… En el Reino de Brasil se estaban realizando algunas expropiaciones despóticas e injustas. Algunas expropiaciones... mientras que el comunismo es la expropiación de todo, personas y bienes. Alarmado por la violencia y la injusticia que para nuestro agro-reformismo socialista y botocudo (N.C.: Botocudos - una denominación genérica dada a diferentes grupos indígenas cuyos individuos, en su mayoría, utilizan bitoques labiales y auriculares.) no son nada, y para Kruchev no son más que el principio de la sabiduría, he aquí lo que la Corona pondera y resuelve, en la justificación de motivos y en el texto del decreto del 21 de mayo de 1821:
Como vemos, tienen mucho que aprender del gobierno del gentil y sutil Monarca de los Braganza nuestros demagogos autóctonos y el siniestro y torpe dictador soviético.
Pero, entonces, ¿estaba todo bien bajo D. Juan VI, se preguntará alguien? No lo hemos dicho. En 1821, Portugal, como el resto de Occidente, se encontraba en un triste período de decadencia de la civilización cristiana. Así lo demuestra el propio decreto que hemos citado, con su lamentable referencia "rousseauniana" al pacto social. Pero, en definitiva, aunque decadente aún era la civilización cristiana. Por el contrario, en el régimen comunista impera la civilización satánica. ¿Y qué es más evidente, más normal, más indiscutible, que la maravillosa aptitud de la civilización cristiana para promover todo lo que es noble y elevado, así como para suscitar y fomentar el respeto de todos los derechos individuales? Al mismo tiempo, ¿qué es más cierto que el amor del demonio por todo lo que es vulgar, grosero, vil, y por la violación sistemática y despótica de todos los derechos? |