¿C
ómo no sonreír
al ver esta fotografía del gran Churchill en la
flor de la vida, a la edad de 15 años, con el
atuendo típico de los alumnos del famoso Harrow
College?
La seriedad del
atuendo, varonil, doctoral, incluso solemne,
convierte al adolescente en una miniatura de
ministro de Estado o consejero de la Corona. El
joven, en un ardiente anhelo de
responsabilidades, madurez y acción, se siente
compenetradisimo de la incipiente importancia
que parece darle su traje. Su actitud es la de
alguien que se considera de una estatura
proporcionada a los problemas del Imperio
Británico y del mundo.
No se trata aquí
de analizar el traje o la persona sino como
expresión de una pedagogía que pretendía formar
desde muy temprano en el niño el deseo de ser
hombre en la plenitud intelectual y moral del
término. De modo que todas las facultades del
alma se orientaban y entrenaban para los grandes
desafíos, las grandes misiones, los arduos
deberes de la vida pública o privada.
El resultado fue
un Churchill y toda una generación de ingleses
que llenaron la Historia con el brillo de su
personalidad y la grandeza de sus actos,
buenos... o a veces malos.
Pero la
Revolución, con un viento letal que hace que
todo se marchite, decaiga, disminuya en belleza
y valor, soplando sobre la concepción que los
hombres tienen de sí mismos, terminó por hacer
objeto del aplauso general, no ya el hombre
sesudo, antipático a los ojos de la
superficialidad moderna por el hecho mismo de
ser sesudo, mas al individuo “simpático”. Y por
tal se tiene el chico joven de cualquier edad,
divertido, despreocupado, superficial,
irreflexivo, todo hecho de una cierta
espontaneidad lúdica.
Al
igual que debe haber una relación entre un
cuadro y su marco, también debe haber una
relación entre la persona y el traje. El tipo
humano ha cambiado: cambió también el traje. En
consecuencia, los adolescentes se visten como
niños hasta lo más tarde posible. Y los hombres
permanecen con estos trajes todo el tiempo que
pueden, y por esta razón cuando veranean se
visten como los chicos no se vestirían,
aun
veraneando, cuando Churchill tenía 15 años.
El autor
exagera, dirán algunos lectores. Atribuye a
todos una actitud que sólo adoptan algunos
excéntricos. Excéntricos que, por esta razón,
permanecen al margen, señalados por todos. En
una palabra, el autor ve las excepciones como si
fueran la regla.
Pues bien, aquí
tenemos a un político, a un estadista, Truman
cuando era Presidente de los Estados Unidos, con
un traje que Churchill a los 15 años habría
juzgado extravagante e infantil. Y dejándose
fotografiar de esta manera, con la certeza de
que así se consigue cierta popularidad. ¿Defecto
sólo de Truman? En absoluto. No es del hombre de
quien queremos hablar aquí, sino del estilo, que
no es el suyo, sino el de la época. Deficiencia,
sí, de toda una concepción de los hombres y de
las cosas que ha cambiado, cuya influencia puede
verse —aunque quizá de forma menos marcada—
incluso en fotografías más o menos recientes de
Churchill.
Pero cuando la
concepción de lo que debe ser un hombre estándar
se transforma hasta tal punto, ¿qué sorpresa se
puede tener de que todo esto dé en "Twist" y
"rock-and-roll"?
El que siembra
vientos… |