Grandes montañas, solitarias y sublimes, que parecen invitar al hombre al recogimiento y a la serenidad de las más altas contemplaciones. Al pie de lo sublime, en un vivo y agradable contraste, sonríe y florece lo gracioso: un pueblecito de encanto casi convencional, en el que se siente la pulsación rítmica pero juvenil de una vida llena de paz, de pureza, de alegría y de actividad. A la vez sublime por su significado y su altivez, graciosa por su armonía y su belleza, uniendo, condensando en sí misma y elevando a un plano superior todas las notas del paisaje del que es punto central, vemos la pequeña iglesia barroca.

 En este cuadro, que es el del pueblo de Mittenwald, en Baviera, se desarrolla una actividad artesanal que requiere todo un ambiente de armonía, y que a su vez es fuente de armonía: los habitantes fabrican violines que son famosos en todo el mundo.

 El objetivo de estas observaciones no es sólo mostrar al lector una encantadora escena típica de la Baviera católica, sino también subrayar lo mucho que favorece un ambiente de arte y poesía a la producción artesanal o artística, especialmente cuando está animada por la radiante presencia de la Iglesia.

 ¿No será por falta de eso que hoy se producen en las grandes ciudades súper dinámicas, súper excitadas, súper tumultuosas, verdaderos monstruos “artísticos”?