Un salón magnífico:
dimensiones imponentes, cuadros, espejos, alfombras, decoraciones de
gran valor y verdadera distinción. Los personajes están dispuestos de
tal manera que dan a esta reunión una gran solemnidad.
¿De qué se trata? ¿Un
congreso diplomático de importancia internacional? ¿Una reunión del
Consejo de algún monarca? ¿La sesión de una ilustre Academia literaria?
No. Es la asamblea del Banco de Francia en 1846. Algo, pues, mucho más
prosaico, por su esencia económica, que una reunión diplomática,
política o intelectual de alto nivel.
Pero... en 1846, hace
exactamente 116 años, la Revolución estaba muy retrasada. Y no había
eliminado en las mentes la noción de que todas las actividades humanas
de alguna importancia debían estar revestidas de una distinción, de un
decoro que, en última instancia, es una expresión de la propia dignidad
del hombre.
En
1846, incluso las reuniones de carácter meramente económico tenían,
cuando eran de alto nivel, un tono noble, elevado y distinguido. En
1962, incluso las reuniones al más alto nivel político tienen una
trivialidad "comercial" que no pocas veces desciende al género
tabernario. ¿Hay, por ejemplo, algo más trivial en toda su fisonomía, en
su atmósfera, en su tono, que la ONU? Eso cuando no presenta aspectos
tabernarios, como cuando, en plena sesión, el histriónico Kruchev
inauguró el nuevo estilo soviético de expresar desacuerdo, dando un
fuerte puñetazo en la mesa.
"Tempora
mutantur"...
"Galerie Dorée" del Banco de Francia,
en vista actual
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