Plinio Corrêa de Oliveira

AMBIENTES, COSTUMBRES, CIVILIZACIONES

Indumentaria, jerarquía e

igualitarismo

 

"Catolicismo" N.º 133 - Enero de 1962

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Seguro que el lector ha oído hablar del Museo Grévin de París. Se ha hecho mundialmente famoso como atracción popular por sus figuras de cera que, modeladas y vestidas con admirable fidelidad, presentan al público los principales personajes antiguos y modernos de Francia y del mundo.

Entre otras figuras históricas evocadas en el Museo Grévin se encuentran, en el famoso encuentro que tuvieron en el “camp du Drap d’Or”, el rey Enrique VIII de Inglaterra y el rey Francisco I de Francia (siglo XVI).

Ahora bien, uno de los grandes sastres de París tuvo la singular idea de vestir a la figura que representaba a Enrique VIII con ropas de su propia cosecha, y de utilizar la escena así presentada con fines propagandísticos.

Se puede discutir el buen gusto de la idea. Pero es incontestable que, como el objetivo de la propaganda moderna es atraer a toda costa —e incluso mediante cacofonías o contrastes chocantes— la atención del desafortunado "hombre de la calle", la foto de esta página, por lo violentamente disonante de las figuras que la componen, es verdaderamente propagandística.

Anosotros, no nos interesa la propaganda, sino la discrepancia. ¿De dónde viene? ¿Qué significa?

La primera respuesta que aflora con naturalidad al espíritu es sencilla: la diferencia de épocas explica la diferencia de trajes y actitudes.

Pero esta respuesta es demasiado simple. Si el grupo estuviera formado por Francisco I y un monarca del siglo XVIII, la disonancia sería mucho y mucho menor que entre la figura que representa a un monarca del siglo XVIII y este "Enrique VIII" vestido exactamente igual que algún rey de Suecia o de otro lugar de nuestros días.

En los doscientos años transcurridos entre el siglo XVI y el XVIII, las diferencias impuestas por el tiempo pesan mucho menos que en los doscientos años transcurridos entre el siglo XVIII y el XX. Así, no es sólo el mero y simple hecho del paso de dos siglos lo que explica la violenta antítesis entre las impresiones causadas por las dos figuras del tópico. Un nuevo hecho ha intervenido. Es el triunfo, en la vestimenta, de la Revolución [1].

¿En qué sentido? A partir del siglo XIX, la ropa masculina se modificó para acentuar cada vez más la igualdad entre los hombres. Mientras que en el pasado se aceptaba como postulado de sentido común que la vestimenta es un complemento de la fisonomía y la actitud del hombre, una expresión adecuada de su personalidad y, por tanto, de su rango y función, un medio que le ayuda a ejercer en la sociedad una influencia acorde con estas circunstancias, a partir del siglo XIX —con la excepción de los clérigos y los militares— la vestimenta se aburguesa. Y nadie tenía derecho a vestirse de otra manera que no fuera burguesa. Esta fue una de las muchas tiranías impuestas por el igualitarismo victorioso. La vestimenta burguesa sigue existiendo hoy en día, aunque cada vez más despojada de sus valores ornamentales. Y es este contraste entre la condición burguesa y la del Rey, el que se manifiesta de forma tan impactante en la foto que reproducimos hoy.

La Revolución, como todas las formas de deterioro y decadencia, está sujeta a una ley algo parecida a la aceleración inherente a la caída de los cuerpos. En los últimos 20 años ha progresado más que en los 50 o 75 años anteriores. Mientras que, en el afán de nivelación, crece la tendencia de ciertas personas a suprimir el uniforme de los diplomáticos, el uniforme militar, la toga de los profesores, la toga de los magistrados, e incluso la sotana, la vestimenta civil se está "play-boyzando" y degradando a un nivel y un estilo que ya no tiene calificativo en el lenguaje civilizado. ¿Cuál será, dentro de veinte años, el contraste entre el “playboy” de hoy y el burgués de entonces? Desde algunos puntos de vista, ¡mayor que el contraste entre un burgués actual y un monarca de hace 400 años!

¿Significa esto que pensamos que los hombres deben vestirse hoy copiando los trajes del siglo XVI? A esta pregunta infantil respondemos: no. Pero queremos que sepan respetar en la elección de sus trajes el principio de que éstos deben reflejar la justa diversidad de condiciones y categorías existentes en toda sociedad bien ordenada, en lugar de tender a un igualitarismo y una monotonía antinaturales.

 

(La escena tal y como existe en el Museo Grévin)


NOTAS

[1] Las palabras “Revolución” y “Contra-Revolución”, son aquí empleadas en el sentido que se les da en el libro “Revolución y Contra-Revolución, del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, cuya primera edición apareció publicada en el número 100 de la revista “Catolicismo”, en abril de 1959.