Seguro
que el lector ha oído hablar del Museo Grévin de París. Se ha hecho
mundialmente famoso como atracción popular por sus figuras de cera que,
modeladas y vestidas con admirable fidelidad, presentan al público los
principales personajes antiguos y modernos de Francia y del mundo.
Entre
otras figuras históricas evocadas en el Museo Grévin se encuentran, en
el famoso encuentro que tuvieron en el “camp du Drap d’Or”, el rey
Enrique VIII de Inglaterra y el rey Francisco I de Francia (siglo XVI).
Ahora
bien, uno de los grandes sastres de París tuvo la singular idea de
vestir a la figura que representaba a Enrique VIII con ropas de su
propia cosecha, y de utilizar la escena así presentada con fines
propagandísticos.
Se
puede discutir el buen gusto de la idea. Pero es incontestable que, como
el objetivo de la propaganda moderna es atraer a toda costa —e incluso
mediante cacofonías o contrastes chocantes— la atención del
desafortunado "hombre de la calle", la foto de esta página, por lo
violentamente disonante de las figuras que la componen, es
verdaderamente propagandística.
Anosotros, no nos interesa la propaganda, sino la discrepancia. ¿De dónde
viene? ¿Qué significa?
La
primera respuesta que aflora con naturalidad al espíritu es sencilla: la
diferencia de épocas explica la diferencia de trajes y actitudes.
Pero
esta respuesta es demasiado simple. Si el grupo estuviera formado por
Francisco I y un monarca del siglo XVIII, la disonancia sería mucho y
mucho menor que entre la figura que representa a un monarca del siglo
XVIII y este "Enrique VIII" vestido exactamente igual que algún rey de
Suecia o de otro lugar de nuestros días.
En los
doscientos años transcurridos entre el siglo XVI y el XVIII, las
diferencias impuestas por el tiempo pesan mucho menos que en los
doscientos años transcurridos entre el siglo XVIII y el XX. Así, no es
sólo el mero y simple hecho del paso de dos siglos lo que explica la
violenta antítesis entre las impresiones causadas por las dos figuras
del tópico. Un nuevo hecho ha intervenido. Es el triunfo, en la
vestimenta, de la Revolución
[1].
¿En
qué sentido? A partir del siglo XIX, la ropa masculina se modificó para
acentuar cada vez más la igualdad entre los hombres. Mientras que en el
pasado se aceptaba como postulado de sentido común que la vestimenta es
un complemento de la fisonomía y la actitud del hombre, una expresión
adecuada de su personalidad y, por tanto, de su rango y función, un
medio que le ayuda a ejercer en la sociedad una influencia acorde con
estas circunstancias, a partir del siglo XIX —con la excepción de los
clérigos y los militares— la vestimenta se aburguesa. Y nadie tenía
derecho a vestirse de otra manera que no fuera burguesa. Esta fue una de
las muchas tiranías impuestas por el igualitarismo victorioso. La
vestimenta burguesa sigue existiendo hoy en día, aunque cada vez más
despojada de sus valores ornamentales. Y es este contraste entre la
condición burguesa y la del Rey, el que se manifiesta de forma tan
impactante en la foto que reproducimos hoy.
La
Revolución, como todas las formas de deterioro y decadencia, está sujeta
a una ley algo parecida a la aceleración inherente a la caída de los
cuerpos. En los últimos 20 años ha progresado más que en los 50 o 75
años anteriores. Mientras que, en el afán de nivelación, crece la
tendencia de ciertas personas a suprimir el uniforme de los
diplomáticos, el uniforme militar, la toga de los profesores, la toga de
los magistrados, e incluso la sotana, la vestimenta civil se está "play-boyzando"
y degradando a un nivel y un estilo que ya no tiene calificativo en el
lenguaje civilizado. ¿Cuál será, dentro de veinte años, el contraste
entre el “playboy” de hoy y el burgués de entonces? Desde algunos puntos
de vista, ¡mayor que el contraste entre un burgués actual y un monarca
de hace 400 años!
¿Significa esto que pensamos que los hombres deben vestirse hoy copiando
los trajes del siglo XVI? A esta pregunta infantil respondemos: no. Pero
queremos que sepan respetar en la elección de sus trajes el principio de
que éstos deben reflejar la justa diversidad de condiciones y categorías
existentes en toda sociedad bien ordenada, en lugar de tender a un
igualitarismo y una monotonía antinaturales.
(La escena tal y como existe en el
Museo Grévin)
NOTAS
[1]
Las palabras “Revolución”
y “Contra-Revolución”, son aquí empleadas en el
sentido que se les da en el libro “Revolución
y Contra-Revolución”, del
Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, cuya primera edición
apareció publicada en el número 100 de la revista “Catolicismo”,
en abril de 1959. |