"CATOLICISMO”
ha publicado varias veces el maravilloso pasaje del Mensaje de Navidad
de 1944, en el que Pío XII establecía la distinción entre el pueblo y
masa.
[1] No es necesario, pues, repetirlo aquí.
A este respecto, conviene recordar que los falsos profetas del populismo
revolucionario, aunque aparentan ser celosos de los intereses y derechos
de las clases humildes, omiten sistemáticamente este punto de
importancia capital: asegurar al pueblo el derecho y los medios
prácticos de ser un pueblo auténtico, en el pleno sentido del
término, y no una informe y caótica masa.
En
su intento de nivelar, confundir y reducir todo al anonimato, aplace a
la Revolución aglomerar enormes masas inorgánicas. Aquí el hombre se
siente como una unidad meramente aritmética, un grano de arena en un
desierto, una ficha, algo de inerte, de ajeno, de inexpresivo, de
inhumano en definitiva, que la propaganda, la burocracia y la policía
—las tres tenazas del socialismo— dirigen a su antojo.
Es en este orden de
cosas, que tiende a privar a cada hombre, a cada familia, a cada región,
a cada profesión, de los medios de expandir su propia personalidad
típica y original, de formar grupos y corporaciones animados por una
vida autónoma y peculiar, que muchos quieren ver el paraíso del pueblo.
Considérese
este inmenso conglomerado obrero dentro de una vastísima sala. ¿Qué
nacionalidad tiene? ¿Qué profesión? ¿En qué ciudad tiene lugar la
reunión?
Los obreros pueden estar
empleados en la industria del acero, en el transporte, en la industria
del calzado, en la industria textil o en la minería. Pueden ser
italianos, suecos, franceses o argentinos. Se puede suponer que la
construcción existe en cualquier continente, y se puede destinar a los
fines más variados. Cosmopolita, banal, insignificante en el sentido
estricto de la palabra, es incluso la gruesa figura que aparece de
espaldas, con su opulencia física, su grueso gabán y su melena revuelta,
que puede pertenecer a cualquier pueblo, hablar cualquier idioma,
ejercer cualquier tipo de actividad.
Es la masa, bien
exactamente como la describió Pío XII. ¿Qué simboliza mejor esta
multitud que un montón de arena?
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Sana,
sólida, viva, esta joven es evidentemente alemana. Tiene una raza
definida y las características de una patria específica. Además,
pertenece —y su traje lo dice bien— a una región donde los siglos
han elaborado libremente toda una indumentaria típica, adecuada a la
mentalidad de los habitantes y a sus condiciones de vida.
Además, no se puede
dudar de su profesión. Dos limones pegados en el sombrero, además de
servir de adorno agradable y pintoresco, indican que la joven es
vendedora de estas frutas.
Alemana,
[característicamente natural de Hamburgo],
vendedora de limones, esta chica vive en marcos sociales y en
entornos definidos en los que puede ser ella misma, es decir, algo
más que un número impersonal en un "mare magnum" de hombres, amorfo
e inhumano, como el de la multitud reunida para un mitin en el
Parque de Exposiciones de París. |
NOTAS
[1] Véase "Catolicismo"
n.º 113, mayo de 1960, en el apartado "Bienes
de alma en la vida popular". El texto completo del Radiomensaje
puede verse aquí.
Un magnífico comentario
del Prof. Plinio sobre esta alocución puede verse en una conferencia
sobre el libro Nobleza y élites tradicionales análogas en los
discursos de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana
pinchando aquí.
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