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Plinio Corrêa de Oliveira AMBIENTES, COSTUMBRES, CIVILIZACIONES Civilización y Tradición
"Catolicismo" N.º 109 - Enero de 1960 |
Las reacciones que despiertan los gatos en los hombres son muy variadas, y van desde la antipatía extrema hasta el afecto extremo, pasando por toda la gama intermediaria. Es que, en el gato, un animal extraordinariamente rico en aspectos, hay de todo. Tigre en miniatura, es una diminuta fiera, que a veces se manifiesta arañando, mordiendo, saltando de improviso, asustando, alborotando y rompiendo lo que encuentra. Pero cuando el elemento "fiera" se calma, el gato se muestra de forma opuesta: encantadoramente vivo, delicado y distinto en todos sus gestos, expresivo en sus actitudes, cariñoso, mimoso, en definitivo un verdadero bibelot viviente. Un bibelot, sin embargo, que no tiene un cierto aire de bagatela, inseparable en general incluso de los bibelots más finos. Porque en su mirada, que tiene algo de magnética e insondable, de reservado y enigmática, el gato conserva la terrible y atractiva superioridad del misterio. Tal es la riqueza de la obra del Creador, que en este ser meramente animal hay algo que presenta una sorprendente analogía con las cualidades y defectos del hombre.
Desnudo, sudoroso,
agresivo, todo entregado a los instintos y a las impresiones, con un
espíritu tan limitado que no parece tener la menor conciencia del
primitivismo de sus armas, ni del carácter primario de sus adornos, este
pobre cacique bárbaro está inmerso en el mundo de la rudeza, de la
grosería y de la ferocidad.
Mucho más que en el gato,
hay en él una dualidad. El hombre, concebido en pecado original, tiene
en sí mismo, por así decirlo, una fiera y un ángel. En este
desafortunado africano, la fiera está bien a la vista. Al verlo, ¿quién
se acordaría del "ángel"?
Estos dos gatitos, tan
mimosos, tan delicados, tan tiernamente acurrucados el uno con el otro,
son... civilizados. Si, en lugar de haber sido criados en un salón,
hubieran vivido siempre en la choza de aquel bárbaro, seguro que no
serían así. Pero hay más. La educación de un niño comienza cien años antes de que nazca, decía Napoleón. Lo mismo puede decirse de los gatos. Hay al menos un siglo de vida de salón en la delicadeza que florece en estos suaves gatitos. No sólo tienen civilización. Tienen tradición. Este pobre bárbaro también tiene tradición. Está lastrado por siglos de salvajismo, sin el cual, por regla general, nadie puede ser tan típica, tan entera, tan abiertamente así. Tradición de la barbarie, que degrada al hombre haciéndolo parecer un animal. Tradición de la civilización, que hace que un animal casi parezca tener un poco de humano. Es la fuerza modeladora de la civilización. Es la influencia indiscutible y profunda de la tradición.
Para terminar, una pregunta. En una ciudad en la que sólo hubiera play-boys y sus homólogas femeninas, en la que sólo se tocara y bailara música rock-and-roll, en la que se comiera, hablara, actuara y peleara como en el rock-and-roll, al cabo de cien años ¿cómo serían los gatos? ¿Serían igual de mimosos? ¿O se convertirían en un gato de tejado? Imaginemos a un gato viviendo al lado de este bárbaro: ¿sería muy diferente del gato play-boy? De tal amo, tal criado, se decía. De tal gato, tal dueño, se podría decir. Los gatos nacidos en el “play-boysmo” y en la barbarie serían similares... porque el “play-boysmo” no es más que barbarie en el cemento y en el asfalto. |
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