Los rostros, en
sus detalles, varían casi al infinito; las expresiones fisonómicas no.
Se diría que un solo deseo, una sola preocupación, un solo estado de
espíritu domina a esta multitud. “Domina” es, en el caso, una expresión
insuficiente. Se trata de un “dominar” tan radical, tan esclavizante,
que esas almas parecen vacías de cualquier otro ideal o sentimiento. Si
es que se puede hablar de ideal o de sentimiento, cuando se analizan
almas así. ¿Fuera del instante en que fueron fotografiados, cómo viven
estos hombres? ¿En qué creen? ¿A quién dan su amistad? ¿Tienen una
esposa? ¿Juegan con niños en el hogar? ¿Amparan a un padre viejo, una
madre enferma? ¿Les gusta la música, o la lectura, o los paseos? En fin,
¿tienen algo en la vida en que se complacen? ¿Piensan a veces, al menos,
que esta existencia es transitoria, y que además de la muerte los
aguarda la justicia y la misericordia de Dios?
Si algo de eso les sucede, parece ser de modo muy fortuito, pues no
deja en estas fisonomías cualquier vestigio. Son hombres de acero, sin
alma ni corazón, tan fríos, tan impersonales, y mejor diríamos tan
inhumanos, como las máquinas en las que trabajan, y de las cuales son
meros accesorios. Su condición común es la de trabajar. Pero el trabajo
que ejecutan es pagano, opresivo, sin intersticios ni lenitivo. Su
preocupación es trabajar para vivir una vida en que todo no es sino
trabajo.
¿Esclavos? Sí. Proletarios soviéticos en un mitin… El reino del odio
y del demonio en la tierra.
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Chinon,
Departamento de Indre-et-Loire, Francia. Fondo de cuadro popular y
ameno. Caserío modesto, variado y pintoresco, cuadro normal de una
existencia afable, íntima y sin pretensiones. Existencia frugal de
trabajadores, por cierto. Pero trabajadores cristianos para los que el
trabajo no es sino una condición para vivir, y el sentido profundo de la
vida es el cultivo de los valores del espíritu, con vistas al Cielo.
La calle tiene la soledad de los amenos descansos
dominicales. Un cortejo nupcial le da un aire festivo, y por así decir
la ilumina entera con las castas y despreocupadas alegrías del ambiente
de familia. En el primer plano una persona, apoyada en un bastón y ajena
al cortejo, camina con el paso dificultoso de los artríticos. Se ve que
trabaja, por cierto, y durante toda su vida trabajó. ¿Pero es sobre todo
una trabajadora? ¿Es de cualquier forma una esclava, un accesorio de la
máquina? No. Parece ser ante todo una madre de familia, viviendo en el
hogar y para el hogar. El trabajo marca su personalidad y la dignifica,
sin dominar ni excluir de ella ni reducir al segundo plano valores
infinitamente más altos.
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Dos
ambientes populares, dos formas de existencia, dos concepciones del
trabajo. De un lado, el contenido de vida tranquilo y digno, el ambiente
modesto pero lleno de temperante lozanía, la concepción bautizada y
afable del trabajo cristiano. Por otro lado, la vida opresiva y
agotadora, el ambiente saturado de egoísmo y de odio, la concepción
materialista, brutal y mecánica del trabajo pagano.
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Nosotros agregamos una pregunta: ¿a cuál de las dos
concepciones de la vida se parece más la del siglo XXI?
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