Salón
decorado con cierta gravedad. Muebles pesados,
gran cortina, cuadros y adornos que parecen
tener valor. Todo Indica un interior sosegado,
de personas ya maduras, y económicamente
holgadas y organizadas. El físico de los dos
personajes mayores es coherente con esta
impresión. En un espacioso sofá están dos
señoras todavía jóvenes, que deben ser las
madres de los seis niños que se encuentran en la
sala. Se diría que es una plácida reunión de una
plácida familia en un plácido ambiente. Pero en
esta reunión la excitación de la vida moderna
penetró a través de la televisión. Todos se
entregan enteramente al gusto de ver, sentir y
casi tocar con las manos la escena de la
pantalla.
Las fisonomías indican el placer de sentir la
imaginación a sus anchas, mientras que el
control de la inteligencia cesa enteramente y la
voluntad duerme en la más profunda inercia. He
ahí al hombre reducido, por una miserable
involución, a la condición de un bebé que vive
de sensaciones. Cuando un alma llega a tal
estado, adiós lógica, coherencia, seriedad. Para
ella todo esfuerzo intelectual se hace penoso.
Toda actitud enérgica, insoportable. Es el
extremo hacia el cual son arrastrados tantas
veces no sólo los jóvenes, sino también los
mayores.
Hundido en
un sillón, un niño al que, por un singular fenómeno, todavía le gusta
leer, causa aprensiones. Su madre comenta a la visita: "Estamos muy
preocupados con Guillermo". ¡Qué pequeño tan raro! ¡Le gusta concentrarse,
leer, abstraerse! Si esto continua, será necesario llevarlo al
psiquiatra. Este, por cierto, se alarmará ante la "marginalidad" de este
extraño niño. Y no se sosegará hasta que no haya hecho de él un adorador
de la televisión.
Es por
este y otros medios que los más mayores, responsables por la
conservación de lo poco que nos queda de buen sentido y equilibrio,
pactan tantas veces con los vicios de nuestros días, y se transforman en
agentes eficaces del inmenso desmoronamiento mental del siglo XX.
*
* *
¡Exageración
de un caricaturista! ¿Cómo hacer sobre él algún comentario serio?
Bastaría
ir a las playas y a las "boites", para ver como el "chiste" es justo,
pues los mocitos y mocitas de sesenta años o más toman la vanguardia de
la modernización.
En la
fotografía, laboristas ingleses danzan en una reunión partidaria. ¿Sería
posible ostentar más claramente todo lo que hay de débil, "gauche" y sin
gracia en la vejez? ¿Sería posible estar más desnudo de la
respetabilidad, de la gravedad y de la poesía (en el buen sentido de
este término tan ambiguo) que es su único adorno?
Hasta la
vejez parece haber desertado muchas veces de su puesto.
En la
Sagrada Escritura se lamenta la suerte de las naciones, cuyo rey es un
niño (Ecle. 10,16).
Hoy hay
pocos reyes. Pero tenemos abuelos-niños. Y la desgracia parece mucho
mayor...
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