Uno de
los efectos más deplorables del neopaganismo naturalista, igualitario y
sensual de nuestra época consiste en degradar la vejez, "adornándola"
con las apariencias de la juventud, y en "realzar"
a la mujer induciéndola a ostentar la desenvoltura de maneras y el aire
de independencia propios del hombre.
Ahí
tenemos a tres señoras muy modernas que han llegado a una edad… muy
madura. En su conjunto hay algo de másculo en ellas, una robustez, un
hábito de guiarse por si e imponer la propia voluntad, de afirmarse con
boato en público, una alegría ruidosa y triunfante que recuerda de algún
modo a un "self-made man" pletórico que ha hecho buenos negocios
y al que le gusta presumir... cuanto más, mejor.
Además
del aire másculo, el género "juvenil" se hace sentir. Mientras cae bien
a la vejez una cierta gravedad en el semblante y en los modales, que
hasta en las horas de entretenimiento es el telón de fondo, estas
señoras ríen, comen y se divierten con la garrulidad de tres jovencitas.
Los vistosos diseños de sus vestidos, y sobre todo la extravagancia
festiva de sus sombreros, aumentan la impresión. La figura del centro
lleva en la cabeza un rebuscado y heterogéneo conjunto de flores y
cintas, todo en tonos claros. La persona de la izquierda adorna su pelo
con una fantasiosa fuente de plumas que se mueven al menor soplo de
viento o al menor movimiento de la cabeza.
En
definitiva, todo lo que en este cuadro puede llamarse típicamente
moderno tiende a despojar a la vejez de sus verdaderos atractivos, y a
revestirla de falsos atractivos.
Cuánta
simpatía, cuánta confianza, cuánto respeto tenían aquellos ancianos de
antaño que no ocultaban su decrepitud física ni se avergonzaban de ella,
porque sabían que a través de las exterioridades de la decadencia
orgánica brillaba el apogeo moral de un alma que había alcanzado la
plenitud de sus valores.
¿Quién
se siente inclinado a ayudar a las autosuficientes "señoritas" de
nuestro tópico? ¿Quién se imagina poder recibir de ellas consejos llenos
de sesudez, ponderación y serena elevación de alma?
¡Oh,
los bondadosos, solícitos y sabios consejeros que eran en cada familia
el abuelo o la abuela de antaño, que no tenían otros placeres que los
del hogar, ni otra preocupación que la de meditar sobre la vida y
prepararse para la muerte!
Meditar sobre la vida, sus vanidades, sus ilusiones, prepararse para la
muerte: la vejez es por excelencia la época más adecuada para ello. Sin
embargo, la Iglesia lo recomienda a todos sus hijos. Y así Ella forma
las almas de tal manera que la propia juventud no debe tener los aires
de despreocupación superficial y exuberancia sin límites, sino que, por
el contrario, debe brillar con las virtudes que en la vejez suelen estar
en su apogeo.
Un
ejemplo extremo, y por eso mismo sublime, de lo que la Iglesia realiza
en este sentido, es el recogimiento, la austeridad, la inconmensurable
elevación de miras a que la Regla invita a las Carmelitas, incluso a las
más jóvenes.
Nuestra imagen muestra un aspecto parcial de un refectorio Carmelita (en
el Carmelo de la Via Borgo Vado, Roma). Las monjas que aparecen en él
llevan el rostro cubierto por un velo debido a la presencia del
fotógrafo. Están a punto de comenzar su comida. La lectora está en el
púlpito, para entretener a la comunidad con un libro piadoso.
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