|
"CATOLICISMO" suele publicar, en esta sección, hermosas ilustraciones. Por eso no faltará quien se asombre ante el tema de hoy, tan extraño a los ojos modernos. Encontrar textos en lugar de imágenes ya es una decepción para los espíritus más acostumbrados a las impresiones y "vivencias" que al pensamiento. Que estos textos contengan materia funeraria es el colmo. No tanto porque a un cierto gusto moderno le disgusten los temas funerarios: el éxito de las noticias policiales demuestra lo contrario. Pero es que la muerte, vista en su aspecto novelesco, es una fuente de emoción, y como tal es objeto de la literatura sensacionalista. Pero vista con ojos cristianos, es una fuente de reflexiones austeras. Y eso es lo que no le gusta a mucha gente: pensar... y pensar austeramente.
Sin embargo, pocas ocasiones revelan tanto como la muerte el significado de una civilización, con los ambientes y costumbres que ella comporta. La actitud del hombre ante la muerte revela los valores supremos según los cuales ha modelado su vida. Y una sociología de los temas funerarios es uno de los mejores medios para analizar el alma de los distintos pueblos.
En este caso concreto, el país en cuestión es la gloriosa y catolicísima España. En un periódico de Madrid encontramos algunos avisos de aniversarios de fallecimientos, acompañados de peticiones de oraciones. A medida que los leíamos, establecíamos paralelismos con prácticas similares en Brasil. Y un torrente de reflexiones se sucedían en nuestras mentes con respecto a estos textos. Intentaremos compartirlas con nuestros lectores.
El espíritu familiar se manifiesta de diversas maneras. Mantiene vivo el vínculo entre las sucesivas generaciones y, por ello, la llama de la tradición siempre arde en el hogar. Tradición modesta de honradez, trabajo y cariño en hogares humildes. Tradición de grandes hazañas, virtud distinguida y gloria en estirpes ilustres. En cualquier caso, buena y legítima tradición, patrimonio moral que grandes y pequeños pueden dejar a su posteridad, incomparablemente más precioso que su patrimonio material. Quien ama la familia ama, por tanto, la tradición, y por ello no deja de ser un vivo placer leer las largas listas de apellidos en estos avisos fúnebres. Cada uno de ellos evoca una de las antiguas estirpes que formaron parte de la delicadísima composición de las influencias biológicas y ambientales que caracterizan a cada familia. Es como un desfile conmovedor y edificante de los antepasados ya fallecidos, que forman una larga cadena de la que los vivos también son eslabones. Y en la conciencia de este vínculo, la familia afirma la conciencia que tiene de su continuidad y de su fuerza, mayor que la propia muerte. Este vínculo, tan fuerte en relación a la ascendencia muerta, se extiende también a los vivos. Los familiares (y no sólo la esposa, los hijos y los nietos) participan en el comunicado fúnebre y se unen a los sufragios. El tronco familiar es lo suficientemente fuerte como para alimentar de su unidad a las ramas más distantes. Y esta solidaridad se extiende a lo largo de los años. El decimoséptimo aniversario de la muerte del Marqués de Santa Cruz o el undécimo aniversario de la muerte de Doña Monserrat de la Vega se conmemoran con mayor número de sufragios y expresiones de dolor que el primer aniversario de muerte entre nosotros. Una señal de que en tierras profundamente cristianas no es cierto decir que "les morts vont vite".
Además del sentido de familia, hay que destacar el tono solemne de estas participaciones. Los nombres se escriben por extenso, así como los títulos de nobleza y las dignidades de Estado. La muerte es terriblemente majestuosa, y todo lo que se acerca a ella comparte de su magnitud. Más que la innegable grandeza y la aún más innegable pequeñez del hombre, nos deja ver la infinita y tremenda grandeza de Dios. ¡No hay nada más impropio de la muerte que una actitud de "Coca-Cola"! Y toda la pompa humana es muy adecuada para hacernos sentir la gravedad de este "fin del mundo", que es para todo hombre el momento en que deja esta vida.
En el pasado era más frecuente entre nosotros [N.C.: en Brasil] decir, en los avisos fúnebres, que el muerto había expirado cristianamente. Por desgracia, el creciente laicismo, la manía de dar a todo lo que se publica, y que no tenga carácter deportivo o sensual, una concisión telegráfica, está eliminando cada vez más la mención de esta circunstancia. ¡Y qué circunstancia! En un periódico que recoge los mínimos detalles de un partido de fútbol, no hay espacio para decir si fue en la paz del Señor que murió tal o cual persona.
|